martes, 28 de mayo de 2013

AMNISTIA O INDULTO, JUSTICIA POPULAR O DESINCRIMINACION EN MASA

Creado por AlmenA

Por Roberto H. Raffaelli

Terroristas en la cárcel de Devoto, 25 de mayo de 1973, horas antes de su liberación

Sucedía -nos decían- que los argentinos estábamos desunidos, desencontrados. Se reducía así nuestro fracaso secular a una ridícula perspectiva psicologista, que proponía, como solución, el encuentro en torno a banderas poco rigurosas hacia el pasado, y -por lo tanto y a pesar de las declamaciones “nacionales”- nada definitorias para el futuro.

“El falso amor al prójimo, es mal amor a sí mismo”, decía Nietzsche. La alharaca conciliatoria y el “clearing de las culpas” liberaron a los protagonistas de la desagradable necesidad de recurrir a la honesta práctica de examen de conciencia. Era fácil descargarlo todo sobre el esperpento militar de turno y mentirse una vez más  -papeleta sobre papeleta- “vox populi, vox Dei”.

Bajo este signo de lo blando, de lo liberal, de lo electorero, ha nacido el nuevo Gobierno. Y conviene tenerlo en claro, porque la amnistía y el indulto constituyen un caso particular, aunque extremo, del “Día del Perdón” de los políticos. Aunque, como se vio enseguida, ése es un juego apto solamente para blandos.

DE LOS FUNDAMENTOS DE LOS LIBERADORES

El orden jurídico argentino ha desincriminado en masa, sin distinción de bienes lesionados ni de medios comisivos, los actos de terrorismo de estos años. Pasando por alto el decreto de indulto, que solo menciona como fundamento el mandato popular del 11 de marzo y las especialísimas características del momento, es en la ley de aministía donde se ha ensayado justificar (toda amnistía implica una “justificación” política, ética y jurídica) al terrorismo en bloque.

Allí se hace mérito de que “la Nación se ha visto privada de sus mecanismos normales de gobierno”, de que “fue imposible preservar la voluntad popular y prevalecieron los intereses imperialistas opuestos al país”. Y, luego de ociosas consideraciones sobre política criminal (que servirían en todo caso para modificar las penas, pero no para sustentar una amnistía) concluyó el presidente que como el nuevo Gobierno “removerá las causas de esta especie de acciones, no cabe calificar a los actores como socialmente peligrosos o temibles”.

En virtud de esta teoría, cuatrocientos terroristas  -que Cámpora definiera como jóvenes, obreros y estudiantes, que no han encontrado razones para creer en el sistema democrático, ni oportunidad para ejercitar el sufragio como medio de expresión de la voluntad popular”- recuperaron la libertad.

Y en seguida ellos y sus amigos se hicieron los dueños del 25. Las banderas rojas, las patotas vociferantes, el intento de asalto de Villa Devoto, la exclusión de las Fuerzas Armadas del acto de asunción del mando (de que se jactaría luego el ERP) bastaron a poco de desgranadas las cuatro banalidades presidenciales, para evidenciar su falencia.

Ellos no recibían su libertad: la habían “ganado”: la tomaban. Las declaraciones de los cabecillas, arrogantes, imperativas, colocaban al movimiento terrorista en diálogo, de poder a poder, con el Gobierno, reservándose además el primero una suerte de soberanía estatal ante el Estado, y concediéndole a éste una tregua. Los sucesivos comunicados del ERP subrayaron –si cabía- su voluntad de poder y de lucha. En síntesis: el trotskismo armado emergía de la amnistía, de la que había sido directo beneficiario, más arrogante y combativo que nunca.

Se nos objetará la existencia paralela de las “organizaciones especiales” peronistas. Lamentamos declarar que ellas no cuentan. Y esto, que se evidenció con su absoluta pasividad ante el despliegue trotskista del 25, no obedece en absoluto a razones tácticas, ni de organización, sino que reconoce una causa más profunda: su falta de justificación interior.

En efecto, el marxismo es una ideología, implica una concepción del mundo. Por el contrario, el peronismo es una fraseología: algo así como el precipitado conceptual de una política oportunista. Colocadas una junto a otra dos organizaciones, una marxista y otra peronista, y sometidas ambas a iguales condiciones de temperatura y presión, prevalecerá inexorablemente, la primera.

Porque las juventudes del peronismo, educadas en una retórica confusa, con elementos nacionalistas, socialistas y tercermundistas, que deben además ser redefinidos a cada viraje de Perón se encuentran metafísicamente inermes ante el marxismo, al que no le han enseñado a combatir, y el que tiene -hay que reconocerlo- una gran capacidad definitoria y una verdadera ambición totalitaria.

Las reacciones de Perón ante esta circunstancia, cuya importancia decisiva valora, no son tema de este párrafo. Lo cierto es que hubo un ganador: el trotskismo.

LO QUE EL TERRORISMO ATACA

Todos hemos conocido a personas honradas que, sin aprobar la totalidad de los actos terroristas, demuestran cierta satisfecha indulgencia respecto de algunos de sus atentados individualmente considerados, teniendo en cuenta la personalidad de los destinatarios de los mismos. Estas buenas almas -a las que deseamos una prologada duración del orden burgués que las apañara- suponen, con encantadora candidez, que los móviles del terrorismo, que los valores que los mueven en esos casos concretos, son -mágicamente- similares a los propios.

Los nacionalistas hace tiempo que no nos engañamos al respecto. Tenemos cabal conciencia de cuando el terrorismo ataca a un militar, el militar en sí es lo de menos, porque se ataca al ejército como tal. Sabemos perfectamente que, cuando se mata a un policía (y son ya muchos los humildes vigilantes muertos estúpidamente), lo que se ataca, en efigie, es la idea misma de orden, de sociedad, de Estado. Todos esos actos son cometidos en nombre de una concepción del mundo, de un sistema de valores que nos es profunda, visceralmente repugnante. No nos importa a quién matan, nos importa porqué -en nombre de qué- matan.

Y desde este punto de vista, el único admisible, concluimos que el terrorismo no se dirige contra tal o cual régimen concreto -sin perjuicio de que la proverbial estupidez de la Revolución Argentina haya sido el marco adecuado para su formal aparición- sino contra la Nación misma, contra su existencia histórica y contra sus valores tradicionales.

EL MAÑANA POSIBLE

Dejemos de lado la ley de amnistía. Ella constituye, como vimos, un acto de injusticia, no ya contra las víctimas de terrorismo, sino -muy por encima de ellas- contra la Nación Argentina, cuya permanencia como tal el terrorismo cuestiona. Ella constituye el Estatuto del Terrorista Urbano, y la devolución de los mejores cuadros combatientes a la guerrilla que se retira triunfalmente a sus cuarteles con las armas y bagajes obtenidos en los hechos amnistiados para reorganizarse y ampliar su capacidad operativa.

¿La actual reacción de Perón?. En el corto plazo puede ser eficaz, desde que cuenta ahora, además de su reconocida habilidad, con todo el poder del Estado. Es de prever un lógico endurecimiento del peronismo ante los recién liberados. Pero hay que contar también con otros factores importantes. En primer lugar, la minoría marxista actuante dentro del peronismo: en segundo término, la imposibilidad esencial del peronismo de oponer “a esa mística, otra mística; a esa revolución, otra revolución”.

Pero existen todavía, en la Argentina, reservas de salud y de fuerza, oprimidas, tanto por la plutocracia dominante, como por la tiranía de las ideologías en boga. Existen los verdaderos productores, los restos de vida y valores tradicionales conservados en gran parte del interior. En cualquier caso, esas fuerzas se reunirán -y adquirirán su veta heroica y revolucionaria- contra una nueva escalada del trotskismo, ocasión que servirá también para emancipar a la Argentina, en nombre de su vida entrañable y concreta, de la servidumbre secular del lucro burgués.

En: Revista Cabildo, pág. 16 y 17, 1ra época, Año 1, Número 2, junio de 1973.-