jueves, 27 de junio de 2013

¡QUO VADIS!

QUO VADIS ?
QUO VADIS Probablemente, si Pedro no se hubiera arrepentido y hubiera seguido por el camino de su triple negación, la Iglesia primitiva se hubiera extinguido, ya que su Primado le otorgaba a él, y solo a él, la potestad de conducir al incipiente rebaño hacia su destino histórico, para concretar lo que dio en llamarse, más tarde, la Civilización Cristiana.
QUO VADIS Su negación pertinaz lo hubiera llevado, probablemente, a fundar otra actividad análoga o dispar; pero, sin duda, no hubiera sido el Primado de esa nueva religión que comenzaba a despertar, ya que la misma habría desaparecido tras su negación.
La Iglesia militante nace, por lo tanto, después del arrepentimiento de Pedro y de la aceptación del mandato Petrino de esta Iglesia en gestación. Allí comienza, podría decirse, a desarrollar su actividad y su ministerio, después de recibidas en el Cenáculo las luces infundidas por el Espíritu Santo junto a María Santísima y los demás Apóstoles.
Esto pudo ser posible después de la aceptación de su Primado y del arrepentimiento de su ignominiosa negación.
En Pedro tenemos la figura tanto del negador como del arrepentido. Dos actitudes que bien pueden ser asumidas por una misma persona (como de hecho ocurre, y ocurrió por ejemplo con San Agustín, María Magdalena, o simplemente nosotros mismos). Esta dualidad responde a la ausencia de una convicción clara, firme, y arraigada. La pertinacia de negar la fe, mostrando convicción en su negación, lleva necesariamente a la formación de otro ente diferente del cual se reniega.
De ahí que su fundador nos señala dos actitudes posibles en la persona de Pedro, la de la fidelidad y la de la traición o negación. Por lo tanto, es acertado decir que otros Pedros, a través de los años, también puedan desviarse de la verdad del Evangelio, desviarse de la fe…
En la Iglesia, los sucesivos “Pedros”, no han escapado, como nosotros (por falta de convicciones, debilidades, transgresiones, ignorancias, amenazas, presiones, perversiones, etc. etc.), de traicionar la fe; y es así que hemos visto la o las negaciones suscitadas a través del tiempo.
Mas Pedro, como tal, tuvo la Gracia del Espíritu Santo (después de la enmienda), quién lo iluminaría en las decisiones trascendentes de Su Iglesia (definición ex cátedra). Sin embargo, no le estuvo prometido el Espíritu Santo durante su negación.
La misión de Pedro, y de los Pedros sucesivos, fue la de la salvaguarda de la fe, la protección en su integridad, mediante las condenas de las herejías reinantes, que se oponían a ella.
El arrianismo, la primera herejía, fue denunciada por San Atanasio; mas su reclamo fue escuchado por quien tenía, solo él, la potestad de llevar adelante y a perpetuidad su condena: el Papa; San Silvestre, confirmando el Concilio de Nicea, 325 DC.
Esta herejía es la que inicia la trayectoria de las mismas en una escalada cada vez más agresiva, pasando por la Albigense, el Protestantismo, el Jansenismo, el liberalismo, el socialismo, el Americanismo, el Sillonismo, etc., para desembocar en la última, absorbiendo en ella a todas las demás: el Modernismo.
Esta es y será la última herejía de la historia, nada superará de aquí en adelante sus postulados, sus principios y sus fines, como el alcance e influencia a nivel cósmico, tanto espiritual como material.
El espíritu invasivo de esta multiforme y multifacética herejía ha penetrado de tal manera en los espíritus, que es imposible detener su marcha dada la velocidad que ha adquirido libremente en su desarrollo.
Puesto que esta herejía las contiene a todas, no hay poder humano que detenga su influencia por la atomización que produce en relación a las ideas de un cuerpo social, estallando el mismo en miles de fragmentos heterogéneos, impulsado por la misma fuerza que acarrea la aceleración de un cuerpo en caída. Unificar criterios, sostenidos en bases firmes a través de sólidas estructuras, ya no es posible; es como querer construir un edificio en el aire, el primer ladrillo que intentemos colocar caerá al vacío rompiéndose en mil pedazos.
Desde la aparición y puesta en marcha de este cuerpo herético, el hombre desprecia las estructuras, comenzando a valorar los escombros; y toma los ladrillos para edificar, sin perder nunca, a partir de aquí, el objetivo de querer construir sus “castillos en el aire”.
Y habiendo penetrado en su inercia, adquiriendo nuevo impulso y enceguecido de orgullo, casi caprichosamente, bloquea su capacidad intelectiva y volitiva impidiendo así el acertar en encontrar las causas de los derrumbes; que tampoco busca, pues la herejía se ha encargado ya de vaciar los contenidos esenciales del pensamiento.
Dada la falta de equilibrio entre la esencia y la existencia de las cosas, no es de extrañar entonces que el hombre, en los últimos 100 años (o quizás menos), haya hecho en relación a su existencia tantos “avances” técnicos y científicos desproporcionados en relación a los miles de años anteriores.
Estos “avances”, no son más que prodigios o ilusiones de un hombre totalmente alejado de la realidad, pero que percibe su inminente caída hacia el abismo.
El progreso indefinido, que el Modernismo nos señala como paradigma existencial, no es más que un espejismo que cubre el vacío de un hombre, en el que el modernismo ha triturado su esencia, postrando solo a los pies de su existencia el verdadero y único valor de la vida. De ahí el avance en relación a su existencia y el menosprecio de su esencia y de su Ser. De ahí el caos, la confusión, el asco, la náusea…
El modernismo ha quebrado el principio del ser de las cosas, su esencia, dando paso a la existencia. De ahora en más, ya no habrá en donde apoyar las estructuras, ya sean sociales, económicas, políticas o religiosas.
El ser de las cosas, para el modernista, ha dejado de SER, y ese “ES” el triunfo de la Suprema herejía.
De ahí la impotencia que genera la reacción violenta sin dar en el blanco, de ahí los insultos, improperios, denigraciones a tantos funcionarios que no aciertan en las medidas políticas para un supuesto “Bien Común”, que nunca llega (ni llegará jamás por esa vía), porque no hay en donde apoyar la “Bondad” de las cosas, de los seres, del mismo hombre que ya no tiene nada en “Común” con sus pares, excepto el común instinto de la codicia, queriendo hacer de la existencia de las cosas, su esencial política (Materialismo dialéctico).
Deberíamos preguntarnos, ¿Qué haría yo? ¿Qué haría usted? ¡Nada! Nada más que estar envuelta en la misma masa herética que envuelven sus contenidos, ya que no podré, bajo ningún aspecto, escapar de ella; y haría lo mismo que hacen ellos, si me sostengo en los mismos principios modernistas…
Se sigue la marginalización de los que piensan y de los que en estructuras firmes se sostienen: quedan, inevitablemente, condenados al ostracismo.
¡Pobres hombres! ¡Pobres hombres los que se vanaglorian del “modernismo”, los que en sus principios y fines se sostienen!, es decir, en el vacío. ¡Pobres hombres! que, juntando montañas de escombros creen estar edificando el futuro.
¡Pobres de aquellos que tienen a cargo la vida de los pueblos, política y religiosa, la vida de los cuerpos y de las almas!, los reyes, los presidentes, los Obispos, los Sacerdotes, los padres de familia, los superiores… y hasta el mismo Papa…
Ahora bien, al ver al mundo tan perdido, sumergido hasta los tuétanos en el ideal modernista, y siendo el SER lo que éste ataca, ¿no sería acertado adjudicarle al defensor del SER alguna responsabilidad, o toda, en relación a ésta mutilación del hombre llevada a cabo por ésta funesta y diabólica herejía? ¿A qué persona o institución podríamos atribuirle tan grave y lapidaria responsabilidad (más allá de que todos nos quepa, en menor o mayor grado)?
¿Será a Obama, quien está preocupado por el petróleo de Irán?
¿Será a Putin, cuyo tema principal de la jornada de la “Cumbre” del G8 es la “Crisis” de Siria?
¿Será a la ONU, cuya preocupación es el Medio Ambiente, el Control de la Natalidad, etc.?
¿O será a “Francisco”, cuya supuesta aceptación del mandato Petrino lo obligaría en conciencia a continuar la línea del Pedro fiel y no la del negador?
Me inclino por el último, ya que la institución que él representa (o que pretende representar, la Iglesia) es la depositaria de la salvaguarda de la fe, la moral y las buenas costumbres; entes o seres inherentes al hombre y su actividad, cuya esencia debería ser definida y defendida por éste, condenando a quien ataque su sentido cuando es herético.
El modernismo, como ya vimos, no solo es una herejía, sino que las contiene a todas. Si el Papa ES MODERNISTA, las preguntas caen de maduro:
El Papa, ¿es hereje?
El Papa, ¿puede ser hereje?
Si el Papa puede ser hereje, ¿deja de ser Papa por ser hereje?
El Papa, ¿es o no es Papa?
Para el modernista NADA ES, y eso es el fundamento de todas las herejías.
Si el Papa es MODERNISTA, para el Papa NADA ES. Por lo tanto, establece el fundamento de todas las herejías; y NO ES lo que debería SER, pues él, en sus principios, lo niega; más aún siendo su cargo el eje condenatorio de las mismas.
Pedro niega su Primacía; y al negarla le niega al Espíritu Santo su asistencia, justamente por sostener, practicar y promover el fundamento de toda herejía; y no la condena porque no tiene los atributos para hacerlo, ya que él NO ES lo que debería SER para hacerlo: Auténtico Pedro, o Pedro fiel.
Y la Portera (podría ser la Iglesia) lo increpa a Pedro: ¿No eres tú también discípulo de ese hombre? El respondió “No Soy” (San Juan, XVIII, 17).
Si el Papa dice “NO SOY”, ya sea Pedro, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco, o quien sea a partir de aquí, porque sostiene la herejía modernista, o por negar la fe definida, estamos ante la negación.
Si niega, no estaría en ejercicio del mandato Petrino.
Ahora bien, ¿no dijo Nuestro Señor que tendríamos Pontífice hasta el fin de los tiempos?
Si los tiempos se cierran con la última herejía, o sea el Modernismo, este debe ser condenado por el Papa asistido por el Espíritu Santo, dando y poniendo fin (cerrando); hacer magisterialmente lo que debe hacer la Iglesia a través de Pedro: la salvaguarda de la fe, mediante concilios, documentos, encíclicas, etc.
Pedro cumplió, a través de su aceptación del Primado, con el mandato Divino en tiempo y forma, condenando todo aquello que pusiera en peligro las almas mediante la corrupción de la doctrina.
La condenación de ésta SUPERLATIVA HEREJIA GLOBALIZADA se llevó a cabo el 8 de Septiembre de 1907, por Su Santidad el Papa San Pío X, en su Encíclica Pascendi.
Con la condena del modernismo se cierra, por decir así, la misión de la Iglesia como Madre y Maestra de Verdad, dejando al arbitrio de los hombres la búsqueda y aceptación del tesoro escondido.
Sus sucesores, hasta Pío XII, transitan los caminos de la guerra, ratificando a su predecesor en titánicos esfuerzos, y poniendo fin a “los tiempos” de una civilización que gime tras un mundo, hoy envuelto en las tinieblas.
La impotencia de quienes todavía se sostienen en la estructura firme de la Fe Católica en su integridad, les hace expresar casi a gritos el drama de la hora presente para quien quiera escuchar.
El odio e indignación del modernista, no se hará esperar, y aplastará con toda la fuerza de su satánico poder, a quien tenga la osadía de hacerlo despertar de este sueño tan profundo al que nos ha sumergido la siniestra y globalizada herejía.
Si aún tenemos un resabio de la fe católica, algo de sentido común, y logramos tener unos minutos al día para “pensar” y reflexionar, veamos la posibilidad de atarnos a un palo como Ulises, para no arrojarnos al mar ante el canto de las sirenas; y mandemos al mástil del Carajo todas las banderas que hace flamear el modernismo y, junto con él, a todos sus conspicuos colaboradores, sean presidentes, magistrados, obispos, arzobispos y hasta el mismo Papa.
Porque EL SER nos dirá: Quo Vadis? Volvamos, como San Pedro, sobre nuestros pasos, aunque ello nos acarree la crucifixión.
Se puede decir, sin temor a equivocarnos, que la Iglesia con el Pedro fiel ha cumplido su misión de salvaguardar la fe mediante la condena de las herejías que han jalonado la historia del hombre HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS.
Una madre tradicionalista, desde la inhóspita trinchera