miércoles, 7 de agosto de 2013

¿APODERARSE DEL PAPA? carlotto

Desde el momento en que el cardenal Jean Louis Tauran anunció a la multitud reunida en la Plaza de San Pedro que el purpurado consagrado como nuevo Papa era Jorge Mario Bergoglio, un vendaval atravesó al oficialismo argentino.
 Los unos y los otros
Las primeras reacciones del núcleo central del gobierno y de su entorno directo fueron de transparente franqueza: se expresaron en la frialdad pública y la furia privada de la presidente, en la actitud reticente de los  legisladores porteños que comanda el kirchnerista Juan Cabandié, que se retiraron del recinto de sesiones para no rendir  homenaje al flamante Papa argentino, en  la rigidez de los diputados del Frente para la Victoria que no quisieron interrumpir un homenaje a Hugo Chávez para  asistir a la televisación del primer encuentro del Papa Francisco con el mundo. Párrafo aparte para asesores y lenguaraces del gobierno central como Horacio Verbitsky, Luis D’Elía o la señora de Carlotto, que volvieron a volcar sus resentidas opiniones y desacreditadas denuncias  sobre las espaldas del nuevo Pontífice (antes aún, esas calumnias habían sido vehiculizadas hacia las congregaciones de cardenales, facilitándole munición a los enemigos curiales de Bergoglio de acuerdo al viejo lema de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. El episodio ya trae cola).
Pero las cosas empezaron a pintar distintas muy rápidamente y se esbozaron tres posiciones diversas.
Una, la de muchos peronistas cooptados por el kirchnerismo que no quisieron enfrentar al Papa (y mucho menos cuando constataban que dirigentes como Daniel Scioli y Sergio Massa, amén de las principales figuras de la oposición, se diferenciaban de la frialdad / hostilidad  del Palacio y se deshacían en  cálidos elogios a Bergoglio).
El peronismo tradicionalmente se autodefine como expresión política de la doctrina social de la Iglesia y siempre marchó cerca de esta, salvo a mediados de 1955, cuando desde cerca de Perón (en cierto sentido, desde su izquierda) se desató contra ella una estéril batalla que  dañó principalmente al justicialismo y a su líder. Los dirigentes oficialistas con más raíces en el justicialismo no quieren repetir aquellas torpezas y mucho menos pelear contra un Papa popular y argentino.
 Un Papa peronista
Dirigentes territoriales y hasta miembros del gabinete alzaron la voz o murmuraron en defensa de Francisco. Guillermo Moreno, que tiene vasos comunicantes con ese sector del justicialismo y no carece de audacia, se apresuró a celebrar al “Papa argentino y peronista”, gambeteando lo que hasta ese momento parecía la postura inmodificable de la Casa Rosada.
A raíz de que el secretario de Comercio empleó aquella expresión en una reunión con empresarios, desde distintos sectores le atribuyeron a él los afiches que aparecieron en las calles porteñas, con la imagen de Bergoglio y la leyenda: “Francisco I: argentino y peronista”. Moreno dejó correr ese rumor, pero él es inocente de esos carteles que, en rigor, tuvieron un origen anti-K: había sido presentado en un foro de signo peronista opositor (la Peña Eva Perón de Buenos Aires), por quien lo diseñó, el veterano Osvaldo Agosto (que cada año promueve los afiches de homenaje a José Rucci “argentino y peronista”), y había sido financiado por el sindicalismo adversario del gobierno (específicamente, por Luis Barrionuevo y Hugo Moyano).
El Papa estimulaba una convergencia del peronismo más ortodoxo por encima de la frontera K.
 Del desconcierto a la retractación
Hubo una segunda posición: fue la que adoptaron la Presidencia y sus legiones más próximas después del primer momento. La señora de Kirchner fue modificando su franca, espontánea oposición original para dar lugar a una adecuación más o menos resignada a la ola de simpatía generada por Bergoglio. “Sería una tontería quedarse afuera y regalarles a los adversarios el entusiasmo provocado por la designación del Papa argentino”, dijo uno de sus adláteres. La señora se preparó para  convivir con  el nuevo Pontífice y no salir malherida.
En el círculo más próximo a la Presidente se temía que el diagnóstico de Horacio Verbitsky de 2005 (que un papado de Bergoglio sería para el gobierno argentino equivalente al papado de Juan Pablo II para el comunismo polaco-soviético) se confirmara vertiginosamente.
El cambio brusco de sintonía se notó en el tono más elaborado y de apariencia cordial que empleó la presidente durante el encuentro que le concedió el Papa. Con un pragmatismo calculado que se acentuó con el impacto del estilo sencillo y cordial del  Papa, la señora buscó barrer bajo la alfombra su reticencia sobre el pastor a quien durante una década consideró un adversario y al que le negó catorce veces una audiencia.
Un intelectual del sedicente grupo progresista Carta Abierta explicó así la jugada: se trata, dijo, de “tácticas políticas, como ser elaborar una serie de elogios ante una persona que antes no se consideraba elogiable.
Eso lo podemos poner en el capítulo de las acciones políticas que elige un militante de un gobierno, que ve un cierto riesgo en la intervención directa” del Papa en la política doméstica.
Preguntarse si el giro en la actitud de la Presidente es “sincero y auténtico” carece de relevancia. En todo caso, más allá de las vacilaciones del espíritu de la señora de Kirchner,  lo que cuenta son las conductas más que las palabras; y la consistencia en  el tiempo de las conductas.
Lo que parece evidente es que uno de sus actos después de ver al Papa fue ordenar el repliegue de sus tropas, que tuvieron que tragar amargo y escupir dulce e iniciar una veloz y por instantes irrisoria cabalgata de la retractación.
A la zaga de la presidente, algunos de sus mosqueteros (que el martes 12 habían silbado a Su Santidad) hicieron vigilia el  martes 19 esperando la asunción papal: tal fue el caso de Cabandié, del camporista Andrés Larroque y de referentes de Kolina, la agrupación de la cuñadísima Alicia Kirchner.
La señora de Carlotto, Hebe de Bonafini, Juan Cabandié, Luis D’Elía se empeñaron con poca convicción en -para usar las palabras del bibliotecario Horacio González- “elaborar una serie de elogios ante una persona que antes no se consideraba elogiable”. Se observa que lo hacen contrariados: D’Elía, por ejemplo,  se envanece de haber -junto con Verbitsky y Hebe- impedido que el Papa venga a la Argentina antes de las elecciones: es decir, describe la presencia de Francisco como una amenaza latente y, de todos modos, demuestra involuntariamente que el Papa ya está presente en Argentina. Dios escribe derecho en renglones torcidos.
 Los contumaces
Si el peronismo subsumido en la coalición K se las arregló para expresar su lealtad al Papa y el cristinismo se disciplinó acatando el repentino cambio de línea de su jefa, hubo un tercer sector que quedó atrapado en la fidelidad a su propio relato y en una postura beligerante: fue el caso de Horacio Verbitsky  y algunos  intelectuales  de Carta Abierta, siempre hospedados en la Biblioteca Nacional. El vocero de la postura más intransigente es el textualmente oscuro director de la Biblioteca, Horacio González, que en este caso consiguió marcas inéditas de claridad. En una asamblea de Carta Abierta que quedó filmada, González  arrancó ovaciones de sus seguidores con frases como “La manera más fácil de matar es estar protegido por la Iglesia Argentina”. Muchos de quienes lo aplaudían eran –según él mismo- veteranos dirigentes de FAR y Montoneros.
González polemizó abiertamente con quienes celebraron la designación de Bergoglio pero al hablar -el sábado 16-  ya sabía que la Presidente se reuniría con el Papa. Si no atacó abiertamente la posición 2 (la de la Señora y sus legiones) fue porque imagina que esa es sólo una adecuación  forzada por las circunstancias más que un cambio de postura. Una “táctica política”, como explicaría más tarde. Con todo, González quiso enarbolar una bandera permanente en medio de la adecuación táctica. “No puede ser -dijo- que compañeros nuestros entren en la superchería”  (de confiar en Bergoglio o verlo como “Papa peronista”), no puede ser de ninguna manera y hay que criticarlos. Me parece un retroceso político trascendente, inútil, criticable y riesgosísimo, lleva el mito de la nación católica al límite de la estupidez electoralista y a la incapacidad sobre la profundidad de este tema”, resumió González entre ovaciones.
Colofón: Bergoglio es parte del  “vasto proyecto de desviar a las masas populares de la Argentina…”.
En sus respuestas a la agencia Paco Urondo, González admite -lo hace como al pasar- la falsedad de las denuncias contra el Papa (que divulgan sus amigos y sistematizó Verbitsky). “Ya está claro -confiesa- que Bergoglio no fue un colaborador principal, no denunció a nadie, no es responsable directo de nada”.  El cardenal Bergoglio tuvo que llegar al trono de San Pedro para que se admitiera la calumnia. El hecho sirve para ejemplificar hasta qué punto se ha empleado la infamia y el argumento de los derechos humanos para fines políticos facciosos.
Porque Goznález finalmente llega al centro de las objeciones (expresas o escondidas) del oficialismo contra el flamante Papa: “Todas las homilías de Bergoglio eran una crítica al Gobierno. Esas homilías de Bergoglio siempre fueron muy efectivas, porque su lenguaje no está construido con las liturgias cerradas, oxidadas, que muchas veces se usan. Él renueva ese lenguaje, es un inventor, combina las sagradas escrituras, construye alegorías y habla en un tono popular, coloquial, usando palabras de la vida urbana. No se trata de un obispo de cualquier índole. Es un obispo que con lenguaje popular disputa la dirección colectiva de los pueblos en cuanto a sus opciones históricas. Esto se va a hacer sentir, no de forma directa como creen algunos. Por supuesto, no va a tener partido electoral, pero va a ser algo más poderoso. Le va a hablar a la fibra íntima que todos tenemos”.
Es difícil adivinar cómo evolucionará la tormenta ideológica que el Papa Bergoglio ha desatado en el oficialismo. Lo que se puede pronosticar es que no cesará  en poco tiempo. Y puede ser anuncio de un tsunami.
 Feinmann y el nuevo “entrismo”
Es que forzada, voluntaria, sincera o guiada por el pragmatismo más calculador, una   aproximación política a lo que el Papa encarna resulta fuertemente indigerible para los sectores más recalcitrantes del gobierno.
José Pablo Feinmann, otra estrella intelectual de la galaxia K,  se esfuerza en recubrir la píldora amarga del resignado giro cristinista con una capa de dulce racionalismo:  pinta el giro como una muestra de realpolitik, una genial  maniobra táctica. Se trataría -sostiene con frescura-  de “apoderarse de Francisco”.
No vale la pena detenerse en la simplona ingenuidad de un razonamiento que se pretende realista y elaborado y describe al Papa como si fuera un jarrón chino. Sí, en cambio, conviene subrayar la analogía entre este argumento feinmanniano y el que fue utilizado en la década del ’70 del siglo pasado por la izquierda “entrista” que quiso mimetizarse con el peronismo (al que íntimamente enfrentaba) tras resignarse al hecho de que los trabajadores argentinos no seguían la ideología marxista sino la doctrina social de la Iglesia encarnada por Perón y el peronismo.
En aquel tiempo quisieron “apoderarse” de Perón. El hecho más dramático de ese intento de apoderamiento ocurrió en las proximidades del Aeropuerto de Ezeiza en junio de 1973.
El entrismo y los montoneros fracasaron en aquel objetivo en la década del 70. Ahora, después de varias horas de franca oposición al Papa (que algunos, como González quieren prolongar), el oficialismo admite que la popularidad y la autoridad de Francisco son invencibles. Así resurge la idea entrista del “apoderamiento”. Pretenden convertir al Papa de la paz, la unión y la reconciliación en un campo de batalla.
Feinmann dice en voz alta lo que la Corte K  susurra.
Esa táctica esgrimida ante Perón terminó en un desastre. ¿Imaginan que podrá triunfar contra el Papa?