domingo, 27 de octubre de 2013

CAMPORITA


Héctor José Cámpora (1909-1980), igual que el dictador Jorge Rafael Videla, nació en la ciudad bonaerense de Mercedes. El balance imparcial de su actuación pública arroja un saldo negativo, propio de un personaje minúsculo en el universo de la política argentina y del peronismo. Pero sobre todas las cosas, ello se debió en gran parte a que su ascenso fue determinado por Juan Domingo Perón, uno de sus grandes errores capitales que le costó muy caro a la República. Con consecuencias trágicas, como el ataque a la Iglesia católica. O el encumbramiento de José López Rega.
Ocultar el error capital de Perón condena unilateralmente a Cámpora, principal responsable de sus desgracias, pero, a nuestro juicio, el fundador del peronismo cometió una grosería estratégica y esto hay que reconocerlo sin menoscabar la imagen histórica del General.  
Los camporistas acusan a Perón de haber sido el principal desestabilizador de su delegado personal en el ejercicio de la presidencia pigmea. Una conspiración derechista (“fascista”, según el entonces joven Raúl Alfonsín) con el Brujo y la Chabela a la cabeza, y el Viejo siempre detrás de las bambalinas, habría provocado la caída prematura del Tío. Una versión amañada, sin dudas. Que sólo pretende victimizar a una de las partes del conflicto.
Los hechos –si nos despojamos de parcialidades mezquinas- demuestran que Cámpora se desestabilizó solo, al elegir una “mesa chica” integrada por colaboradores inexpertos y fascinados por las organizaciones guerrilleras que apostaban a la profundización de la lucha armada hasta alcanzar la “patria socialista”. Ministros moderados en el Gabinete, pero operadores de confianza “garantistas” que lo instaban a tolerar cualquier desmesura “revolucionaria” para congraciarse con “la juventud maravillosa”. Las noticias acerca de la poca vida que le quedaba a Perón envalentonaban a los camporistas que soñaban con heredar el Movimiento completo (Gobierno incluido). Inclusive algunas versiones sostienen que el mismo Cámpora estaba convencido de que el General no volvería a la Argentina a hacerse cargo de la historia. 
Los muchachos que impusieron a los cachiporrazos la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, acompañaban desde el infantilismo revolucionario la ola popular peronista que votó a un presidente vicario, sin ningún poder propio, en medio de un clima convulsionado que demandaba autoridad y firmeza, antes que conductas proclives a abortar la incipiente institucionalización del país. El verdadero ganador aquel 11 de marzo de 1973 fue Perón. Los camporistas creían que habían ganado ellos. Una lectura exagerada e incorrecta que los llevó a transitar los caminos ajenos al peronismo. 
Esa izquierda progresista, clasemediera, hacía una interpretación a la carta del peronismo y de Perón. Veían en el anciano caudillo a un Fidel Castro, capaz de trocar la identidad criolla en la dictadura del proletariado, cuando los dieciocho años de exilio habían consolidado a un estadista descarnado, que hizo las mil y una y promovió las más audaces acciones de las llamadas “formaciones especiales” con el único objetivo de recuperar el imperio de la Constitución real de los argentinos. Por eso se abrazó con Balbín, gesto que ningún camporista ni izquierdista progre de la época comprendió y mucho menos comprenden los actuales pelafustanes de la progresía neocamporista.
Poder cero
¿A quiénes se les ocurría concretar un proyecto revolucionario llevando a la presidencia a un hombre sin poder? Una irresponsabilidad manifiesta que agudizaba las tensiones en pugna y resolvía el pleito a favor de los opositores internos que se reportaban directamente a Perón.
Así, condicionado por su debilidad de origen, Cámpora ni siquiera hizo equilibrio entre las fracciones en disputa. Dejó que la murga avanzara en el Estado a contramano de los deseos populares. Hizo la plancha ante el desmadre de sus seguidores que creían más en él que en Perón. Pero el Conductor era uno solo, la jefatura del Peronismo no era bicéfala. El Tío se cavó la fosa. Entonces, se impuso el poder. Que estaba en Madrid y no en Balcarce 50. Esto jamás es registrado por los camporistas que prefieren el relato épico, la leyenda que justifique antiguos errores y amplifique las teorías conspirativas, siempre más fáciles de sembrar en las mentes juveniles y desconocedoras de los vericuetos del poder. No es casualidad que la principal agrupación juvenil kirchnerista se llame La Cámpora…

Primavera negra

Camporita (así lo llamaban Perón y los sindicalistas) sólo pudo ser elevado a la categoría de mito por Miguel Bonasso, periodista de imaginación prominente, autor de El Presidente que no fue. La tergiversación todo lo puede. Hasta convencer a la juventud del presente que el Tío estuvo a la altura de los acontecimientos que le tocara protagonizar. Diferenciándonos de los neocamporistas, nosotros, preferimos destacar sus valores criollos, su devoción por la Virgen de Luján, su honestidad probada. Era un hombre sencillo, campechano, amigo de sus amigos, padre de familia, católico practicante, pero jamás encarnó un liderazgo popular que la mala fe o la manipulación progresista pretende endilgarle. 
¿Quién cree sinceramente hoy que los camporistas del 73 querían una democracia con derechos humanos? El discurso de la época era brutal, binario, de exclusión del enemigo por “las armas del pueblo”. Había que expulsar a la oligarquía socia nativa del imperialismo yanqui. Había que liquidar a las multinacionales, al gorilaje, a los milicos, a la burocracia sindical. El poder nacía de la boca del fusil y no de los mecanismos democráticos respetuosos de la institucionalidad y de la Constitución Nacional.
Resulta una labor imperiosa explicarles a las nuevas generaciones que Camporita fracasó y que su fracaso obligó el regreso de Perón al gobierno y al poder para encaminar la institucionalización en ciernes. Después de experiencias tan amargas no deberíamos andar aclarando cuitas del pasado reciente. Pero la sobreabundancia de historiadores oficialistas nos obliga a salir al ruedo porque están produciendo una política de la historia: parcializan determinadas situaciones para darle cariz de épica a un presente extraño a la racionalidad política. Por eso echan mano a cualquier tropelía y la convierten en acontecimiento “revolucionario”. Y quien no se encuadre dentro del relato oficial es excluido al través del linchamiento mediático y el etiquetamiento fascista, a cargo de los pelotones del periodismo militante.
Pero no hay ninguna revolución en marcha. Existen, por ejemplo, intentos irrisorios de asimilar al Che Guevara con el peronismo. Que algún progrecamporista explique cuándo Perón fue partidario del foquismo, del marxismo-leninismo y de imponer un régimen similar al cubano. Mezclan, confunden y viven en la irrealidad del choreo permanente.
La historiografía rentada se dedica a modificar el pasado para ganar “la batalla cultural”, es decir, poner al Estado al servicio de la ideología sediciosa dominante. Una prepotente imposición de mentiras elevadas a categorías dogmáticas, a fuerza de chequera, desde usinas estatales y paraestatales (la santa soja alcanza para todos y todas).
En siete semanas, Camporita decepcionó a los peronistas y a la comunidad democrática. Por eso, al salir eyectado de la Presidencia fue a dar con su osamenta a la embajada argentina en México. Perón no lo retuvo ni le encomendó ninguna tarea trascendental de gobierno. En cambio, al vicepresidente Vicente Solano Lima lo reivindicó, como hombre de confianza, designándolo en la Secretaría General de la Presidencia, primero, y en la intervención de la Universidad de Buenos Aires, luego. Solano Lima, el 20 de junio de 1973, fue quien ordenó que el charter que traía a Perón aterrizara en la Base Aérea de Morón y no en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza como pretendía Camporita. “El Presidente en estos momentos soy yo y el General Perón aterriza en Morón”, ordenó Solano, salvándole la vida al Conductor.
La balacera en el Puente 12 tenía un objetivo preciso: Perón. Así lo aseguró Ricardo Balbín. Así lo percibió el Líder comprendiendo en su real magnitud la intencionalidad criminal que escondían los aventureros destituyentes desde una ficticia izquierda “revolucionaria”, eternamente funcional a la derecha económica y golpista. De ahí el castigo implacable que les propinó. Sin contemplaciones. Le habían declarado la guerra a la Nación y el Conductor les respondió con la fuerza legal y legítima del Estado agredido. ¿La Triple A? Jamás el peronismo gobernante recurrió a la represión ilegal, aunque ella haya reflejado posiciones trasnochadas del lopezrreguismo que había colonizado el Ministerio de Bienestar Social, y que también fue expulsado por los peronistas de Perón. “La Triple A eran las tres armas”, se cansaron de expresar los compañeros más esclarecidos de los 70 que demostraban de ese modo la connivencia esencial de López Rega con sectores del aparato represivo ajenos a la representación popular. La Triple A –mal que les pese a los progresistas- jamás fue una política de Estado del peronismo. 
La caída de Camporita  -como señalamos líneas arriba- se desencadenó por la misma idiosincrasia de su corte de colaboradores inmediatos, pusilánime a la hora de neutralizar  la guaranguería, el destrato de la cosa pública y la violencia sectaria. Los progrecamporistas continúan culpando de sus errores a la ortodoxia, a López Rega, a la CGT y eluden cualquier autocrítica. La realidad fue otra: un grupúsculo adicto a las imposturas, que creyó tomar el cielo por asalto, implosionaba a los 49 días de haber asumido el gobierno. Llamar a ese corto período “primavera” es propio de adolescentes o malintencionados.   
Ninguna tragedia es primavera, estación asociada con la vitalidad, la creación y la alegría. En esas siete semanas ninguna de aquellas características afloraron en el país, y la sociedad pidió a gritos un giro en el rumbo establecido el 25 de mayo que inició la etapa del Tío con la liberación de presos políticos y guerrilleros, antes de que el Congreso sancionara una ley de amnistía. Lo que mal comienza, mal acaba. El camporismo no fue una excepción a la regla. Perón también había aportado su cuota de error al elegirlo a él y no a Antonio Cafiero como querían José Ignacio Rucci y tantos otros peronistas consustanciados con los principios doctrinarios de la Tercera Posición.

Su carrera política

Camporita era odontólogo, recibido en la Universidad Nacional de Córdoba. Nunca tuvo una inclinación política decidida. Se incorpora al peronismo en su etapa fundacional aceptando ser interventor municipal de San Andrés de Giles (1944), nombrado por la Revolución del 4 de junio. Suele ser encasillado en el conservadorismo y no está lejos de la verdad. En las elecciones del 24 de febrero de 1946 fue electo diputado nacional y entre 1948 y 1953 presidió la Cámara baja. No fue un legislador esmerado. Aunque se destacó en el arte de la adulación dedicándoles estruendosos ditirambos a Evita y al General. Cultivó el endiosamiento de ambas figuras. Decía que Perón era “magnífico”, “gran argentino”, “que con mano genial ha conducido” al país.  Llegó a ponerse 64 veces de pie ante un discurso de Perón… Era amigo de Jorge Antonio y de Juancito Duarte, el hermano de Evita, secretario privado del General, que se pegó un tiro envuelto en escándalos de corrupción.
Pero la anécdota que lo catapulta a la cima de la alcahuetería ocurrió en una sesión en la que un diputado oficialista propuso que la plaza principal de cada pueblo se denominase “Juan Domingo Perón”. Camporita redobló la apuesta: ¡No sólo la plaza principal de todos los pueblos sino todas las plazas de todos lo pueblos debían llevar el nombre del Líder! Ni qué hablar respecto a los proyectos enviados por el Poder Ejecutivo. Hasta que un día los diputados de la oposición se hartaron y lo esperaron a la salida de la Cámara. Camporita metió violín en bolsa y se refugió en su despacho “asustado y aturdido”.
Las críticas a la actitud obsecuente, aduladora y alcahueta de Camporita eran constantes y furiosas. La calle lo ridiculizaba. Se comentaba que una vez Perón le preguntó: “¿Qué hora es Cámpora?”. Y Camporita le respondió: “La que usted quiera mi General”. 
En 1953 sale de la escena grande. Es nombrado “embajador plenipotenciario”. Recorre varios países. Después de septiembre del 55, la Revolución Libertadora lo encarcela. Escapará de la cárcel de Río Gallegos junto con otros peronistas. También en este hecho mostró sus escasas agallas, solicitándoles a sus compañeros que pospusieran el escape aterrorizado ante la posibilidad de que los carceleros descubrieran el plan de fuga. Pero se benefició de la maniobra liderada por Jorge Antonio, John William Cooke y Guillermo Patricio Kelly. 
Luego de un largo período de inactividad militante, sin participar de la Resistencia ni en ninguna otra pelea a favor del retorno del peronismo al gobierno y al poder, recién en 1971 recuperó  protagonismo (¿la mano invisible de Jorge Antonio?). Perón sacó al dialoguista Paladino y decidió profundizar su pelea con Lanusse para avanzar en la institucionalización -desde una abierta confrontación antidictatorial-, y designó a Camporita como su delegado personal. No precisamente porque Camporita encarnara la tendencia revolucionaria. Perón sabía que su primer adulador iba a ensalzarlo hasta el paroxismo y que ese ensalzamiento pondría nerviosos a los dictadores a quienes todavía no había podido quebrarles la muñeca. Pronto lo lograría en un juego de pinzas magistral, utilizando todos los dispositivos tácticos (“formaciones especiales” y peronistas republicanos), bajo su indiscutible conducción estratégica. 

Canalla dictatorial

Tampoco Camporita participó de los funerales de Perón. El 29 de junio de 1974, el General enfermo, en su lecho echaba a Camporita de la embajada en México. El decreto tiene como particularidad la falta de agradecimiento al funcionario depuesto por los servicios prestados. “¡Qué asco!”, exclamó Perón con el papel entre sus manos,  y le estampó una temblorosa pero recia firma. 
Enfrentado con la presidenta Isabel y con los cuerpos orgánicos del Movimiento Nacional Justicialista, Camporita se dedicó a promover el Partido Peronista Auténtico, instrumento de superficie de la Organización Montoneros. La Justicia prohibió la utilización del nombre “peronista” y se llamó Partido Auténtico, a secas. 
El peronismo expulsó a Camporita de sus filas. Sin embargo, volvió del exterior para preparar su candidatura presidencial con vistas a los comicios de 1977, pero era un secreto a voces que esos comicios serían adelantados para el último trimestre de 1976 para neutralizar de esa manera la escalada  golpista. Las noticias políticas de la época daban cuenta de que Camporita trabajaba en una fórmula de izquierda revolucionaria compartida con Oscar Alende y apoyada por la guerrilla, ya decididamente orientada por la ideología marxista. 
El golpe de Videla y Martínez de Hoz sorprende a Camporita en San Andrés de Giles. El 23 de marzo, leyendo los titulares desestabilizadores de La Opinión pensaba: “Timerman, como siempre, está jugando al golpe”. El 12 de abril escapó de las garras represivas refugiándose en la embajada de México. La dictadura demoró el salvoconducto por temor a que se plegara a una supuesta campaña antiargentina en el exterior.  Estuvo prácticamente confinado en la sede diplomática de la calle Arcos hasta 1979 cuando le detectaron un cáncer de garganta. ¿Por qué tanta crueldad y ensañamiento? Otra canallada más de los chacales. Gravemente enfermo marchó a tierra azteca y se dedicó a confraternizar con exiliados argentinos. Allí nunca dejó de reivindicar su pertenencia al peronismo  a pesar del castigo de Perón y de los peronistas. Tampoco dejó de reivindicar su "lealtad" al  Conductor. Y marcó un acendrado distanciamiento con la guerrilla. Antes de marcharse a la Casa del Padre, Héctor José Cámpora enfatizó que “el peronismo no es subversivo”.  Volvía a las fuentes. Era tarde… Así, lejos de la Patria falleció el 19 de diciembre de 1980. Repatriaron sus restos en 1991, durante el primer gobierno justicialista de Carlos Saúl Menem. En 2008, presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, fue emplazado su busto en la galería de expresidentes de Balcarce 50.

 LA SOLANO LIMA