lunes, 23 de diciembre de 2013

NO TE DEJES AVINAGRAR

No te dejes avinagrar


Quien ha hecho alguna vez los Ejercicios de San Ignacio, o de alguna manera ha recibido algo de la espiritualidad ignaciana, tiene la experiencia de que los predicadores suelen señalar y describir defectos, con la finalidad de que el auditorio realice un examen de conciencia. Tal vez se ha abusado bastante de este modo de predicar, dándole a la oración cristiana un énfasis excesivamente moralista, introspectivo y casi “narcisista”. No obstante, dentro de cierto orden, el señalamiento de defectos es algo bueno para los fieles. Con la finalidad de ordenar este señalamiento, los autores espirituales ignacianos aconsejaban a los predicadores no declamar siempre contra los vicios, porque muchos podrían acostumbrarse a oír siempre sermones aterradores y acabar endureciéndose. Además, sugerían al orador que al reprender guardara siempre cierta modestia, hablando como padre, no como enemigo, y no siempre en segunda persona sino muchas veces en primera, como si él también pudiera ser culpable de las mismas infidelidades que padecen los oyentes; cuidando de que no se le escapara palabra ni alusión que pudiera ofender a nadie. Y si se escapara una palabra ofensiva, corregirla pronto, porque una palabra basta muchas veces para hacer perder el fruto de una predicación entera.
El papa Francisco ha dicho que “algunos cristianos melancólicos tienen más cara de pepinillos en vinagre que de personas alegres que tienen una vida bella.” Esta cara de pepinillo en vinagre puede ser fruto del vicio de la acedia que es la tristeza por el bien divino. En principio, no hay nada que objetar a que un papa predique sobre las manifestaciones de la acedia. Pero como no se trata de un simple predicador de Ejercicios, sino de alguien que tiene una singular autoridad, cuando predica en tercera persona se corren los riesgos ya señalados por los autores espirituales. Pues lo primero que los oyentes pueden preguntarse, en vez de hacer examen personal, es a quiénes está señalando el papa. Además, los argentinos que conocen al cardenal Bergoglio pueden dar fe de que muchas veces le vieron un inocultable rostro de pepinillo en vinagre por lo que inmediatamente podrían pensar: "médico, cúrate a ti mismo".
Una de las posibles expresiones de la acedia es el celo amargo. Se trata de un defecto pluriforme. Se puede pensar que la cara de pepinillo en vinagre es también una manifestación de ese celo. Acusar de este defecto a todos los católicos tradicionales sería una generalización indebida e injusta. Pero es cierto que, por efecto del pecado original y los pecados personales, todo cristiano está en potencia de dejarse ganar por el  celo amargo y por ello tener cara de pepinillo en vinagre.
A modo de ejemplo, veamos un perfil biográfico, tomado de Menéndez y Pelayo:
«Arnaldo de Vilanova. Arnaldo no fue albigense, insabattato ni valdense, aunque por sus tendencias laicas no deja de  enlazarse con estas sectas, así como por sus revelaciones y profecías se da la mano con los  discípulos del abad Joaquín. En el médico vilanovano hubo mucho
- fanatismo individual,
- tendencias  ingénitas a la extravagancia,
- celo amargo y falto de consejo, que solía confundir las instituciones  con los abusos;
- temeraria confianza en el espíritu privado,
- ligereza y falta de saber teológico.
El  estado calamitoso de la Iglesia y de los pueblos cristianos en los primeros años del siglo XIV, fecha  de la cautividad de Aviñón, precedida por los escándalos de Felipe el Hermoso, algo influyó en el  trastorno de las ideas del médico de Bonifacio VIII, llevándole a predecir nuevas catástrofes y hasta  la inminencia del fin del mundo. Ni fue Arnaldo el único profeta sin misión que se levantó en  aquellos días. Coterráneo suyo era el franciscano Juan de Rupescissa, de quien hablaré en el  capítulo siguiente.»
Podemos preguntarnos si entre los católicos tradicionales –que no son impecables, ni infalibles- no pueden darse los rasgos de un Arnaldo de Vilanova, aunque no se llegue a la heterodoxia doctrinal. En efecto, ¿es imposible e infrecuente entre nosotros el fanatismo individual, las tendencias  ingénitas a la extravagancia, el celo amargo y falto de consejo, la temeraria confianza en el espíritu privado, la ligereza y falta de saber teológico y el predecir catástrofes apocalípticas como profetas sin misión? Sobre todo en el contexto de un estado calamitoso de la Iglesia y de los pueblos cristianos. Decía antaño el p. Ceriani que “hay que evitar la tendencia enfermiza de ubicarse siempre en la posición más extrema. Esto es propio de los inspirados por el celo amargo”. ¿Acaso podemos decir que entre nosotros no se da nunca esta tendencia a ubicarse en la posición más extrema?
Cualquiera sea la opinión que nos merezca la oportunidad de la censura de Francisco hacia los pepinillos en vinagre, no deja de ser útil un consejo que gustaba recordar el sabio Rubén Calderón Bouchet: “Consulta el ojo de tu enemigo, porque es el primero que ve tus defectos”.