domingo, 23 de marzo de 2014

Lo bueno, lo malo y lo feo ‒ Ética y estética

Lo bueno, lo malo y lo feo ‒ Ética y estética


Cuando Abraham Lincoln era presidente de los Estados Unidos, le presentaron un nombre posible para componer su Gabinete. Rechazó la propuesta diciendo: “No me gusta su cara”.
“Pero, Señor Presidente, ¿qué culpa tiene el pobrecito por tener esa cara?”
“Todo hombre que pasó de los 40 años es responsable por la cara que tiene.”
Las propagandas electorales gratuitas siempre me hacen recordar este episodio, que si no es real, “é bene trovato”. ¿Es posible ver la ética por la estética? No me refiero a la estética de la proporcionalidad del rostro, del bronceado, del implante de cabello, de la silicona, de la tasa de gordura, en una palabra la estética de la forma física. La cuestión es otra: ¿las opciones hechas a lo largo de la vida, nuestras decisiones, se transparentan en nuestro rostro? ¿La historia de Pinocho, tiene un fondo de verdad? ¿Mis mentiras dejan marcas en mi cara?
Actualmente, entendemos por ética un conjunto de valores subjetivos, organizados en la medida y en la jerarquía que cada uno juzgue relevante para una vida digna. ¿Pero no habría una ética común con independencia de lo que cada uno piensa? Debe haber, pues no es razonable, por ejemplo, que alguien considere que mentir sea ético. ¿Será posible entender como actitudes éticas la cobardía, la ingratitud y la arrogancia?
La dignidad humana parece exigir siempre algunas cualidades morales, con independencia de las peculiaridades ideológicas y culturales de cada uno. Ese hecho –que se podría llamar de limitación de nuestra libertad– es lo que le confiere sentido. Nuestras opciones son relevantes.
El episodio de Abraham Lincoln nos hace reflexionar no apenas sobre nuestra ética, sino también sobre nuestra estética. ¿Qué es la belleza humana? Que una joven con bonito rostro sea bella nadie lo discute. Pero existe también una belleza que proviene de la dignidad, y que no se trata apenas de una “belleza espiritual”, no sensible. La persona, por sus opciones, se torna de hecho bonita. Da gusto mirar su rostro.
 
Sea cual fuere la edad, la práctica de algún tipo de ejercicio físico siempre ayuda. ¿Pero, el ideal de belleza humana, especialmente en la madurez, no se apoya, sobre todo, en esa estética de la dignidad? ¿Qué es un rostro bonito a los 50 o a los 60 años? ¿Son las cremas y las cirugías las que lo determinan? ¿O son las actitudes y aquello que los ojos expresan?
Es frecuente que hagamos reclamaciones sobre la falta de ética de los hombres públicos o de la sociedad en general. Tal vez tuviésemos que manifestar esa misma indignación hablando de la frialdad que, infelizmente, muchas veces encontramos: rostros que podrían expresar humanidad, pero son artificiales, no en razón de las cirugías plásticas, sino por la falta de sinceridad de vida.
Exigir ética puede parecer más fácil. Tenemos la impresión de que ella es un aspecto más objetivo, más mensurable. Ya la belleza parece estar en otro ámbito. Es siempre algo más vital y exige del propio observador la capacidad contemplación.
Contemplar la ética por el lado de la estética exige un aprendizaje. No basta una regla. Ya no se trata de medir o de encuadrar, sino que observar. Ya no sirve aquello de: “no maté y no robé, por lo tanto, soy una persona justa.” Ese raciocinio está lejos de la percepción aristotélica de la ética, que señala la perfección del comportamiento humano. No basta abdicar del mal, es necesario ser buenos de verdad.
Nuevamente, vemos aquí la relación entre ética y estética. La belleza tampoco es nunca, sólo una ausencia de defectos: tiene siempre algo positivo.
“Mirarse en el espejo” no es una metáfora solamente para el análisis de la conciencia. El propio rostro ya es en sí mismo manifestación de la conciencia.
Después de los 40 años somos nosotros los que decidimos si seremos bonitos o feos.
Nicolau da Rocha Cavalcanti, Traducido y adaptado