viernes, 26 de septiembre de 2014

Dra. COHEN AGREST: "ODIO AL SISTEMA QUE DEJÓ MATAR A MI HIJO"

Dra. COHEN AGREST:

"ODIO AL SISTEMA QUE DEJÓ MATAR A MI HIJO"

Por:Paula Bistagnino
Dra Cohen: "Pido cadena perpetua pues perpetua es la ausencia de mi hijo"

"¿Me prestás el auto, mami? Tengo un montón de cosas que hacer", le dijo Ezequiel el 8 de julio de 2011, antes de empezar un día como cualquier otro. 
 PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER EL ARTICULO

El joven de 26 años, estudiante de cine, iba a la casa de una compañera de la facultad en Caballito con la que estaba trabajando en la filmación de un cortometraje. Cuando entraba, en plena tarde, un joven que pasaba por la puerta aprovechó la situación, y con el arma que llevaba en la mochila los amenazó y entró con ellos. En la planta alta de la casa, los obligó a tirarse al piso, ató al hermano de la chica que estaba durmiendo y mientras se disponía a atarla a ella, Ezequiel reaccionó y empezó a forcejear con él. La joven y su hermano escaparon hacia la planta baja. Y desde ahí escucharon un disparo. El juicio se hizo ocho meses después, y en abril de 2012 el Tribunal Oral N° 28 condenó a cadena perpetua al asesino, Sebastián Pantano, hijo de un ex policía con 11 causas judiciales previas. “Pedimos perpetua porque perpetua es la ausencia de nuestro hijo”, declaró entonces Diana Cohen Agrest. Doctora en Filosofía, magíster en Bioética, profesora de la UBA, investigadora y ensayista, el crimen de su hijo la sumergió en la lectura y el estudio de las leyes, la jurisprudencia, las estadísticas y las historias humanas detrás de los homicidios en los casos de inseguridad. “Necesitaba crear un horizonte de sentido donde inscribir este dolor”, dice ahora. En febrero, justo cuando mandaba a imprenta su libro "Ausencia perpetua" (debate), supo que la Cámara de Casación Penal había hecho lugar a un pedido de la defensa y revocó la condena a perpetua del asesino de Ezequiel, que ahora deberá ser recalculada.


¿Se esperaba este vuelco en la causa?
Esa Cámara de Casación, compuesta por (Alejandro) Slokar, (Ana María) Figueroa y (Ángela Ester) Ledesma, * ya tiene antecedentes de haber actuado de esta manera, en este sentido y de beneficiar a delincuentes. Con este fallo, la Justicia argentina está haciendo apología del delito. Los argumentos son obscenos: termina culpándose a mi hijo de su muerte por intentar defenderse, que el homicida no tuvo el cuidado de poner el seguro al arma cuando en realidad le disparó cuando ya estaba desmayado y que si hubiera tenido intención de matar habría corrido a los otros dos chicos también. ¿Alguien que va con un arma en la mochila no tiene intención de matar?


Usted cuestiona lo que llama el ideario garantoabolicionista que opera detrás de las excarcelaciones y la reducción de penas.
Claro. El argumento es que la cárcel es una pena infamante porque las prisiones, por sus condiciones, son escuelas del delito. Lo que pasa es que la solución no es abolir las cárceles, como proponen ellos, sino mejorarlas: garantizar que no haya ningún tipo de vejamen, que sean limpias, que sean ordenadas, que los detenidos puedan trabajar. ¡Pero que estén presos! Las bases de este ideario del derecho penal mínimo son importadas de Noruega, cuando un sociólogo llamado Christie Nils en 1977 dijo que había demasiadas normas para demasiados pocos delitos. ¿Qué tiene que ver esto con Argentina? Nada. Se importó el ideario del derecho penal mínimo pero no las condiciones socioeconómicas del país ni las de las cárceles.


¿Pero se trata de un problema de la ley o de su aplicación? Porque las leyes argentinas justamente no son garantistas.

No, las leyes están bien. Es un problema de interpretación, del uso y aplicación que le dan los abogados y los jueces. Muchos de ellos, sobre todo los de las últimas generaciones, formados en este ideario. Como también lo son quienes fueron convocados para la reforma del Código Penal convocada por la Presidenta como una comisión multipartidaria; lo cual es cierto, pero resulta que salvo (Federico) Pinedo, que no es un penalista, los otros cuatro integrantes –María Elena Barbagelata, Ricardo Gil Laveedra, León Arslanián y Raúl Zaffaroni-, responden a un único ideario que es el de abolir la cárcel. Entonces usan argumentos que ponen  a la víctima y al victimario en igualdad de condiciones; y hablan de penas duras y blandas: ¿30 años son penas duras para quien mató? ¿Y la víctima que fue condenada a muerte y no tiene voz? Hace poco alguien decía: ¿Qué quieren? ¿Qué los pongamos en una mazmorra y tiremos la llave al río? Yo no quiero eso, pero entiendan que con mi hijo hicieron eso. Con mi hijo y con decenas de miles de víctimas, porque son 57 mil sólo las oficiales en menos de 20 años.


En uno de los capítulos de su libro usted reflexiona sobre: “el que mata ¿debe morir?”…

Aclaremos que no estoy de acuerdo para nada con la pena de muerte. Porque nadie tiene derecho a sacarle la vida al otro. Lo que sí, que es la otra respuesta, tiene que haber castigo. Hegel, y todos los teóricos del derecho, dicen que en realidad cuando se castiga a un delincuente se le está reconociendo su humanidad. Esto se cita en todos los tribunales del mundo. De la misma manera que cuando se da derechos: entonces si se permite votar, por ejemplo, se está en condiciones de cumplir la ley.  El otro día leyendo un blog alguien decía que es elitista la visión de los teóricos del derecho que sostienen este ideario garantoabolicionista y proponen la idea del perdón. Porque está completamente alejada de cómo se resuelven las cuestiones en los sectores menos ilustrados de la sociedad, donde lo que se reclama es la ley taleónica del ojo por ojo y diente por diente. Eso, que es aberrante, un retroceso al estado de naturaleza en el que la justicia se hacía por mano propia, es sin embargo una consecuencia de la injusticia. Y multiplica la cantidad de homicidios. 


En este análisis se está focalizando en el castigo del delito ya cometido y no en la prevención del delito, que sería lo único que podría evitar las muertes.

Esas son nociones sociológicas extrajurídicas que pueden explicar por qué se llega al delito, pero que no pueden funcionar a la hora de juzgar un delito. Porque tenemos un país que ha crecido mucho en los últimos años pero no mejoró en igual medida la educación y el trabajo. El otro día una jueza decía que a un chico que delinque le regalaría una computadora, y que en dos o tres generaciones se van a ver los resultados; que hoy se está apostando al futuro y que ese es el único camino. Yo me pregunto: ¿No se va a castigar el delito hasta que pasen esas generaciones? Si es así, ¿son los jueces que sacrifican sus propios hijos en pos de ese futuro? Vivimos en una sociedad filicida. Es una sociedad que mata a sus hijos. Y eso lo vemos desde la época del Proceso, lo vemos con la AMIA, con Cromañón y el otro boliche Beara, con la tragedia de Ecos, con Once y con el número creciente de las víctimas de la inseguridad, que en su mayor parte tienen entre 16 y 25 años; tanto víctimas como victimarios. Y la mayoría de esas víctimas están en barrios de emergencia, son pobres trabajadores a los que matan por una computadora, como pasó al diseñador gráfico boliviano o los chicos del delivery por la moto. El delito no se va a poder erradicar, eso está claro, pero una cosa es cuando está sancionado por un Estado que ejerce su poder punitivo a través del castigo y otra es cuando se avala el delito por la falta de sanción.


Se han hecho muchos estudios que dicen que el endurecimiento de las penas no sirve como efecto disuasorio.

Eso discusión ya se dio. En todos los sistemas de derecho existen dos funciones de la pena: la retributiva, que es castigar por lo que se hizo, y la disuasoria. Carlos Nino decía ya en los ‘90 que el valor retributivo no existe porque no sirve para nada castigar cuando ya se cometió el hecho, pero que sí tiene un valor disuasorio. Y Zaffaroni, principal impulsor del garantoabolicionismo en nuestro país, decía que ni siquiera tiene un valor disuasorio porque el delincuente no va con el Código Penal bajo el brazo. Eso es mentira, porque si no, por qué en todos los demás ámbitos del derecho subsiste la función retributiva: si pasás un semáforo en rojo o si no pagás los impuestos. En cambio en el fuero penal, justamente donde se juega el bien más sagrado, no funciona. Esto no es caprichoso: hay una resistencia a modificar este estado de cosas porque la gran familia judicial funciona como una mafia. Es una familia: Con cada excarcelación, los delincuentes pagan por su libertad y todos cobran. ¿Y cómo? Volviendo a delinquir. Una cifra importante: el 92% de los delitos que se cometen en la Argentina los cometen reincidentes. 


Los padres de Matías Berardi, asesinado por sus secuestradores, decían que el dolor era tan grande que no había lugar para el odio. ¿Le pasa algo similar?

Yo no tengo el odio dirigido al chico. Yo el odio lo tengo contra el sistema penal. Porque cada uno hace lo que le dejan hacer y ellos son los responsables. Los jueces que en 2010 dejaron libre a Sebastián Pantano firmaron la sentencia de muerte de Ezequiel, porque si ese chico hubiera estado preso, mi hijo estaría vivo. A mí nadie me lo trae nunca más. Nosotros somos pedazos que todos los días intentamos no desintegrarnos. El ser humano vive por el deseo, y construye un horizonte de felicidad que lo sostiene y lo impulsa… Nosotros no tendremos nunca más ese horizonte de felicidad. Yo estoy sobreviviendo el día a día con un puñal clavado en el alma.


¿La filosofía la ayudó en esta supervivencia?

Sí, mucho. Yo soy una estudiosa de (Baruch) Spinoza. El dice que no podemos elegir lo que nos pasa, pero sí lo que hacemos con lo que nos pasa. Se los digo todo el tiempo a mis hijas y me lo repito a mí misma: lo que se puede hacer es resignificar, esto es, darle un sentido que proviene de uno. Lacan dice: “la palabra o la muerte”. Para mí la palabra fue curativa, porque permite transformar un dolor en una acción: ojalá el sinsentido de la muerte de Ezequiel pueda tener el sentido de trascender este dolor para evitar que a otros les pase. A mí lo que más me cambia hoy no es si le dan 20 o 25 años al asesino de mi hijo, aunque seguro me cambiará el día que lo vea en la calle. Lo que me cambia realmente es que, a partir de mi lucha, algún juez se abstenga de excarcelar y así se salve la vida de alguna persona. No lo voy a saber nunca. Pero  ese es el horizonte de sentido que estoy construyendo.


NOTA NUESTRA

* Se trata de la misma sala que permitió recientemente el consumo de drogas dentro de las cárceles. El Dr Slokar es miembro del Centro de Estudios Legales y sociales que dirigido por el ex terrorista Horacio Verbitzky, es la asina del garanto-abolicionismo penal de la escuela Holandesa cuyo mentor era Luks Hullman y aquí Eugenio Zaffaroni.


http://www.lmneuquen.com.ar/noticias/2013/5/26/odio-al-sistema-que-dejo-matar-a-mi-hijo_188516