domingo, 21 de septiembre de 2014

El argumento patrístico

El argumento patrístico

En los comentarios a la entrada sobre María Valtorta tuvo lugar un largo debate sobre determinados puntos dogmáticos y apareció de manera recurrente la cita de diversos Santos Padres.
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Un tratamiento integral y profundo del tema supera en mucho las posibilidades de un blog. No obstante, intentaremos dar en esta entrada algunas nociones muy elementales para evitar posibles equívocos sobre el valor del argumento patrístico.
¿Qué es un Padre de la Iglesia? El término padre ha sido usado desde siempre con una multitud de sentidos. Entre los antiguos romanos, los senadores eran llamados patres conscripti; el sumo sacerdote de Mitra era llamado pater sacrorum; etc. Los escritores cristianos llamaron padre al maestro y especialmente al que iniciaba a alguien en la doctrina cristiana; hijo designaba al discípulo (Cfr. 1 Cor 4,15). Más tarde pasó a designar al obispo, porque era el que enseñaba con autoridad y regeneraba a la vida espiritual mediante los sacramentos. A partir del siglo IV se empezó a utilizar la palabra Padre para designar a los que en los concilios habían defendido con autoridad la doctrina de la Iglesia y también a los representantes cualificados en la transmisión de la fe.
Hoy, en sentido estricto, se llaman Padres de la Iglesia a los escritores eclesiásticos de la antigüedad que se han distinguido por la ortodoxia de doctrina y la santidad de vida, y han sido reconocidos por la Iglesia como testigos de la Tradición. Por tanto, para ser Padre se requieren cuatro notas:
-          antigüedad,
-          ortodoxia,
-          santidad de vida,
-          aprobación por parte de la Iglesia.
¿Qué significa la nota de ortodoxia? No sería posible dar aquí un tratamiento amplio, pero sobre esta nota de ortodoxia conviene recordar que:
«Los Padres son testimonio de la unidad de la fe a lo largo de los siglos, y por eso han sido custodios de la revelación. Esta nota, sin embargo, no implica que un autor no pueda ser Padre por tener alguna imprecisión en el modo de expresarse, o no haya entendido bien algún punto de nuestra fe, pero sí que haya que excluir de entre los Padres a los escritores abiertamente heréticos, a los cismáticos y a aquellos cuyas obras contienen graves y sistemáticos errores.»
Además, en la interpretación de los textos patrísticos resulta imprescindible tener en cuenta siempre los condicionantes filológicos, literarios e históricos. De lo contrario, el resultado hermenéutico puede arribar a resultados absurdos o directamente heterodoxos.
Consensus patrum.
Trento, y el Vaticano I, definieron que el consenso unánime de los Padres, constituye una regla cierta de interpretación de la Escritura. Igualmente, cuando enseñan en cuestiones de fe y de moral de modo unánime, son regla de lo que ha de ser tenido como doctrina católica. Por esto, la Iglesia, siempre que ha definido algo dogmáticamente, ha estudiado con detenimiento el testimonio de los Padres, pues es criterio incontrovertible de fe y costumbres.
De aquí que resulte muy importante distinguir cuándo un Padre habla como doctor privado y cuando habla como testigo de la Tradición:
1º. Cuando un Padre habla como doctor privado, su opinión ha de ser tenida en cuenta como una opinión autorizada de una persona que sabe y que ha estudiado, pero que no pasará de ser eso: una opinión cualificada. Esto se aplica tanto a sus enseñanzas sobre doctrina católica, como -sobre todo- a sus opiniones sobre otras materias: filosofía, historia, etc.
2º. Cuando habla como testigo de la Tradición, en cambio, su testimonio cobra mucho más valor. No obstante, no todo lo que dice ha de tomarse como de fe. Para que algo pueda ser considerado doctrina católica ha de reunir tres requisitos:
a) Unanimidad. El consensus unanimis Patrum no quiere decir que todos los Padres hayan enseñado abiertamente todo lo que se pueda decir sobre un determinado tema. Es suficiente que haya unanimidad moral: que los Padres que hayan desarrollado un punto doctrinal o comentado un determinado pasaje de la Escritura, lo hayan hecho según el mismo sentir.
b) Materia. El testimonio de los Padres tiene fuerza probativa en orden a conocer la verdad sólo si se trata de temas de fe y costumbres, que son el objeto de la infalibilidad de la Iglesia.
c) Forma. La doctrina expuesta ha de estar propuesta como algo para ser creído por pertenecer al depositum fidei; no basta que en la exposición se hable como de algo probable o dudoso.
Un ejemplo ilustrativo. Es doctrina cierta y católica que la Santísima Virgen María fue inmune de todo pecado actual, aún el más mínimo. Así está declarado expresamente en una definición solemne del Concilio Tridentino (ses. VI, can. 23). No es, sin embargo, de fe, porque no se dice que la Iglesia lo crea, sino sólo que lo afirma. Es manifiesto también por la condenación de la proposición 73 (5 a) de Bayo, y por la Bula Ineffabilis Deus.
Merkelbach recuerda que algunos escritores eclesiásticos y Santos Padres «no opinaron rectamente en esta materia, como Tertuliano, al afirmar que María no creyó por algún tiempo en Cristo (de carne Chr., c. 7; de monogamia, 8); Orígenes (hom. 17 in Lc.); y San Cirilo de Alejandría (in Joan., XIX, 25) (3), que interpretan la espada de dolor predicha por Simeón de la duda y el escándalo que experimentó en la Pasión; San Juan Crisóstomo (hom. 21 in Joan. 2, y hom. 44 in Mat. 2), que la tiene por culpable de vanagloria y ambición: cosas semejantes se encuentran en Teofilacto, Anfiloquio y Eutimio; San Basilio afirma que su alma estuvo sujeta a la duda y a la fluctuación bajo la cruz de su Hijo.»
Para responder a estas objeciones Merkelbach señala tres puntos de mucha importancia: la necesidad de interpretar los textos con sus condicionantes; que no hubo un consenso unánime de los Padres; y que estas opiniones heterodoxas no las emitieron en cuanto testigos de la Tradición sino como doctores privados.
La conclusión que se desprende de esta entrada es que -sin desmerecer a los Santos Padres, ni disminuir su peso como testigos de la Tradición- los argumentos patrísticos deben ser sometidos a un cuidadoso examen teológico antes de sacar conclusiones precipitadas. El movimiento patrístico del siglo XX tiene en su haber un notable enriquecimiento de la Teología. Pero en algunos autores se observa un uso ideológico de los Padres, encaminado a sembrar duda y ambigüedad en lo que es cierto; y, en el peor de los casos, el intento de socavar lo que está definido dogmáticamente.