lunes, 22 de septiembre de 2014

Misericordia y Justicia Divina. Las cosas en su lugar - Augusto TorchSon

Misericordia y Justicia Divina. Las cosas en su lugar - Augusto TorchSon

   La mística y Beata Catalina Emmerick, al serle reveladas las circunstancias de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo en el Huerto de Getsemaní, pudo ver como el redentor de la humanidad era rodeado por demonios que representaban todos los pecados de todas las personas desde el principio al final de los tiempos. Incluso podía ver Catalina sus propios pecados. 
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 Jesús atormentado por los innumerables crímenes de los hombres y su ingratitud para con Dios, sintió terror como hombre ante los padecimientos de la expiación, y pronunció las ya conocidas palabras: “Padre mío, si es posible, aleja de Mí este caliz”, para luego agregar: “Hágase vuestra voluntad, no la Mía”.


  Jesús conocía nuestras traiciones y las tribulaciones que iba a padecer su Santa Iglesia, y no obstante, sin desesperar, pero con enormes sufrimientos, aceptó voluntariamente su destino. Hoy sin embargo, nosotros mismos desconocemos nuestros dobleces, relativizamos nuestras traiciones, nuestros vicios, nuestra falta de Caridad. Pareciera que por efecto del nuevo concepto de misericordia que se pretende imponer; no importa el tipo de pecados que se cometan, no tenemos que sentirnos apesadumbrados por los mismos, sino más bien tenemos que considerarlos como parte de una manifestación clara de “nuestra humanidad”. Y Cristo sabía y reconocía nuestros pecados, y de hecho, sufría por los mismos siendo inocente, sin embargo nosotros, difícilmente sentimos el dolor que deberíamos al cometerlos. Entendible resulta esta situación si son los mismos sacerdotes y hasta las más altas jerarquías eclesiásticas las que nos invitan a no ser “escrupulosos” hasta diciendo sin una adecuada catequesis y ante una ignorante feligresía, que nuestro punto de encuentro con Jesús es en el “pecado”, como torpemente señaló el obispo de de Roma.


  Vagamente recuerdo la última vez que un sacerdote predicó en mi ciudad sobre las postrimerías, es decir, nuestros destinos finales: muerte, juicio, infierno y gloria. Y si no tenemos en cuenta que existe un infierno, y que si morimos con un solo pecado mortal sin confesar debidamente, descenderemos inmediatamente a él según nos lo enseña nuestra fe, ¿cómo pretender que la gente pueda sentir el adecuado dolor por sus pecados y recurrir a la gracia de Dios para enmendar el daño ocasionado?


  Se cuenta que el Padre Pio al confesarse lloraba amargamente, ante lo cual su confesor trataba de reconfortarlo señalándole que sus pecados no revestían mayor gravedad; sin embargo, el santo estigmatizado, con cabal conciencia de la plena pureza, belleza y bondad de Dios, entendía la cuestión cualitativa con respecto al ofendido y no con respecto a sus faltas.


  Enseña el Catecismo que ante nuestros pecados, hay dos formas de sentir dolor; la primera es el dolor imperfecto llamado “atrición” o “contrición imperfecta”, por el cual, por don de Dios, reconocemos la fealdad del pecado o sentimos temor por la condenación eterna. Y dice el Catecismo: “Tal conmoción de la conciencia puede ser el comienzo de una evolución interior que culmina, bajo la acción de la gracia, en la absolución sacramental. Sin embargo, por sí misma la contrición imperfecta (o atrición) no alcanza el perdón de los pecados graves, pero dispone a obtenerlo en el sacramento de la Penitencia” (N°1451-1452). La segunda forma de dolor es perfecta y se llama “contrición” por el cual el alma siente un dolor inmenso y detesta su pecado y esto resulta del amor a Dios por sobre todas las cosas, y conlleva el propósito firme de confesarse y evitar el pecado en lo sucesivo. Lamentablemente hoy, ante el relajamiento de las costumbres y la laxitud moral que se promueve como forma de misericordia, ya no se puede pretender que la gente siquiera sienta el dolor de atrición. Esto sucede porque se relativiza la existencia del infierno, y se consideran como normales pecados mortales como la homosexualidad o el adulterio (como el que proviene de nuevas nupcias en divorciados). Y hoy observamos como los religiosos que se atreven a cuestionar los cambios a los mandatos divinos, son oportunamente misericordeados, rebajándolos en sus cargos y responsabilidades a fin de que no molesten con cuestiones tan pasadas de moda como lo es el Magisterio de la Iglesia para estos modernos Judas.


  Así vemos hoy como se abandona el uso del término “sentido de la culpa” para reemplazarlo por el psicologista “sentimiento de culpa” que se nos invita a dejar atrás para no “torturarnos o ser masoquistas porque Cristo ya nos redimió”, según plantean estos modernos sofistas. Y en este punto es dable recordar la catequesis que el Papa Benedicto XVI dio a los desobedientes obispos alemanes que contradijeron la formula de la Consagración que dice respecto a la Sangre de Jesús que: “será derramada por vosotros y “por muchos” para el perdón de los pecados” y los rebeldes reemplazaron el “por muchos” por la formula “por todos”. En dicha oportunidad S.S. Benedicto explicó que la expresión “por todos” daría a entender que la Redención de Jesucristo se extiende automáticamente a todos los hombres, sin importar la cooperación humana. Y en éste punto debemos recordar las palabras de San Agustín enseñándonos: “Dios que te creo sin ti, no te salvará sin ti”.


  Si por desidia dejamos convencernos por estos lobos vestidos de ovejas y falsos pastores que nos invitan a un cristianismo sin cruz y si no reconocemos y nos dolemos adecuadamente por nuestros pecados y luchamos diariamente por alcanzar la perseverancia final; vana será nuestra pretensión de compartir el eterno destino de Nuestro Salvador.

  Si la Misericordia de Dios no anula su Justicia, mucho menos la misericordia bergogliana puede hacerlo, aunque tenemos que reconocer que tiene la inmensa y mediática capacidad de amortiguar conciencias.


Augusto TorchSon
  

 Nacionalismo Católico San Juan Bautista