Sínodo 2014: un aspecto esencial
Julio Loredo de Izcue
Lunes 20 de octubre de 2014
Las
atenciones del mundo, católico y no católico, se volvieron sobre el
Sínodo de los Obispos, reunido en Roma para discutir temas relacionados
con la familia. Aunque la reunión fue meramente consultiva, a la espera
del Sínodo general de 2015, es evidente que de los resultados de esta
asamblea dependerá la pastoral de la Iglesia en temas de familia en el
futuro próximo, con reflejos también sobre el Magisterio. Se trató, por
tanto, de un encuentro destinado a marcar época.
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¿Iglesia “Luz del mundo", o mundo "luz de la Iglesia"?
Sobre los contenidos puramente teológicos y eclesiales del Sínodo se han pronunciado destacados teólogos y miembros de la Jerarquía, entre ellos varios cardenales que, con gran valentía, han asumido la tarea de defender la fe contra toda tentativa de falsificación. También autores de renombre han comentado las raíces filosóficas y teológicas de los errores y desviaciones en materia moral que se presentaron al examen de los obispos. Tal vez nunca desde el Concilio Vaticano II, el mundo católico se ha presentado tan dividido sobre temas de tanta importancia.Hay un punto, sin embargo, que ha recibido una atención menor y que, al contrario, debería ser resaltado. Se deduce de las declaraciones del cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario general del Sínodo. Después de haber declarado: “Hay una puerta que hasta aquí estuvo cerrada y el Papa quiere que se abra”, el purpurado explica los motivos que lo mueven a pedir una reforma en la doctrina moral de la Iglesia:
“Hay, además, un desarrollo teológico. Todos los teólogos lo dicen. No todo es estático; nosotros caminamos en la Historia. La religión cristiana es historia, no ideología. El contexto actual de la familia es diferente del de hace treinta años, en los tiempos de la Familiaris Consortio [NR — Exhortación Apostólica de Juan Pablo II]. Sin historia no sé adónde vamos...”
En síntesis: el mundo ha cambiado, luego la Iglesia debe cambiar para conformarse a él.
Aparece aquí, en toda su dramática fuerza, el problema de las relaciones entre la Iglesia y el mundo; un problema tan viejo como la Iglesia misma, y siempre en el centro de los acontecimientos en los cuales la Esposa de Cristo cumple su misión salvadora en medio de los hombres. Sin querer absolutamente tratar aquí de una cuestión tan compleja como delicada, recordamos sin embargo que ella presenta dos aspectos: uno teórico y uno concreto.
Teóricamente, la pregunta se pone de este modo: ¿La Iglesia es la sal de la tierra y la luz del mundo, o la tierra es la sal de la Iglesia y el mundo es su luz? — Cuestión, por cierto, ya resuelta en su raíz por Nuestro Señor Jesucristo (Mt 5, 13-14) [1].
Pero en cierto sentido, la pregunta más vital es la que toca en lo concreto: ¿A cuál mundo quieren algunos adaptar la Iglesia?
Para quien observa los acontecimientos históricos (si es propiamente de “historia” de lo que debemos hablar), es evidente que, históricamente, la humanidad padece de un conjunto de errores y de iniquidades que se inician, en la esfera religiosa y cultural, con el Humanismo, el Renacimiento y la seudo-Reforma protestante. Tales errores se han agravado con la Ilustración y el racionalismo, hasta culminar en la esfera política con la Revolución Francesa. Del terreno político pasaron al campo social y económico con el Socialismo utópico y con el autodenominado socialismo “científico”. Y con la ascensión del bolchevismo en Rusia, toda esta secuencia de errores y de iniquidades tuvo un comienzo de transposición al orden concreto: fue el imperio comunista.
La rebelión estudiantil de 1968 en La Sorbona señala el inicio de una nueva etapa, llamada genéricamente Revolución cultural y caracterizada por el intento de subvertir la propia naturaleza humana, a fin de borrar todo trazo de orden, moral y natural. “La expresión ‘revolución cultural’ implica una revolución en los modos de sentir, de actuar y de pensar, una revolución en el modo de vivir, colectiva e individualmente; en suma, una revolución en la civilización” —explicaba el pensador marxista Pierre Fougeyrollas— “La revolución psico-sexual actualmente en curso constituye una fuerza decisiva para lograr la revolución total”.
Un objetivo central de esta revolución es la destrucción de la familia, fundamento del orden psicológico y moral de la persona, y piedra angular del orden social. Es en ese panorama que se inscriben los “mazazos” con que, desde hace décadas, se está demoliendo la familia pedazo a pedazo: divorcio, contracepción, aborto, parejas de hecho, fecundación artificial, uniones homosexuales, ideología de género y así por delante. Todo ello en nombre de la “modernidad”.
Mientras las revoluciones anteriores tenían por objeto la destrucción de estructuras y de principios, la Revolución cultural asesta el hacha en la misma naturaleza. Y al hacerlo colisiona necesariamente con la Institución que, por disposición divina, es la tutora del orden natural: la Santa Iglesia Católica.
Dios es el Autor de la naturaleza. La ley natural no es sino la Ley divina impresa en la naturaleza racional, en la mente humana. Su gran baluarte es, por tanto, la Iglesia que, por misión divina, tiene la tarea de tutelarla y de defenderla de los ataques del maligno.
Así, frente a la avasalladora Revolución cultural, ¿cuál es el deber de los católicos? ¿Defender los principios del orden natural y divino? ¿O ceder a la Revolución, intentando quizás un “camino intermediario”, para no ser señalados como “anticuados”? He ahí el terrible dilema al cual debía dar respuesta el Sínodo.
Sin embargo, hay otra observación que las mencionadas declaraciones del Secretario general del Sínodo sugieren:
La importancia del campo temporal
El examen de los errores y de las herejías que han devastado a la Iglesia en los últimos doscientos años, revela una constante: siempre surgieron como infiltraciones al campo católico de tendencias y de ideas revolucionarias que ya eran ampliamente dominantes en la esfera temporal, bajo el signo de la “modernidad”.En todas las épocas los progresistas han pretendido justificarse alegando que, más que desarrollar nuevas perspectivas teológicas, lo que ellos quieren es simplemente salir al encuentro de las tendencias del mundo, para colocar a la Iglesia al día con los nuevos tiempos. O sea, el desarrollo de nuevas perspectivas teológicas tiene por objeto justificar esa acomodación. En otras palabras, las concepciones revolucionarias en el campo civil se tornaron la matriz de las transformaciones en el campo religioso. Es desde la esfera civil que los errores de la Revolución acabaron penetrando en la Iglesia.
“Los católicos son inferiores porque no han aceptado todavía la gran Revolución de 1789. Nosotros, en cambio, aceptamos e invocamos los principios y las libertades proclamadas en 1789”, declaraba en 1853 Charles de Montalembert, jefe del catolicismo liberal. “Nuestra actitud religiosa quiere ser simplemente de cristianos viviendo en armonía con el espíritu de su tiempo”, se justificaba en 1907 Ernesto Buonaiuti después de que San Pío X condenase la herejía del Modernismo. “La humanidad es impulsada por un irresistible movimiento hacia delante. El proceso histórico es intrínsecamente irreversible. Debemos reconocer y asumir las verdades escondidas en este proceso”, escribía a su vez en 1947 Jacques Maritain, el filósofo del viraje a la izquierda en la Acción Católica.
Dos intentos de adaptar el catolicismo al mundo: Charles de Montalembert (1810-1870) y Jacques Maritain (1882-1973).
Esto explica enteramente por qué Plinio Corrêa de Oliveira, si bien su amor a la Iglesia le llevó a afirmar que “la Iglesia es el alma de mi alma”, dedicó sin embargo lo mejor de su esfuerzo intelectual y de su actuación al orden temporal, seguro de que de este modo prestaba a la Iglesia un servicio insustituible.
- Plinio Corrêa de Oliveira (1908-1995), la defensa de la familia fue un pilar de su acción.
En suma, cualquier examen que se haga desde el campo católico de la situación de la familia actual, no puede ignorar ese aspecto esencial —la grave amenaza que representa la acometida revolucionaria para destruirla—, bajo pena de convertirse en un enfoque irreal, vano e ineficaz.
[1] 13. Vosotros
sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la
salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada
por los hombres. 14. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte.