jueves, 18 de diciembre de 2014

LA LEY NATURAL ES EL FUNDAMENTO DEL AMOR VERDADERO

LA LEY NATURAL ES EL FUNDAMENTO DEL AMOR VERDADERO
caminohaciabelen
La ley natural es la manifestación de la Ley Eterna en el hombre. Es una luz intelectual que Dios ha inscrito en el hombre, con el fin de que éste pueda conocer tanto el bien que debe hacer de manera necesaria, como el mal que debe evitar.
La ley natural es poner el Amor de Dios en lo natural, en la vida de los hombres por una vía natural.
Esta ley natural es distinta a la ley de la gracia, a ley divina y a la ley del Espíritu.
En la ley natural, el entendimiento del hombre se inclina naturalmente, sin ningún esfuerzo, a la formación de juicios prácticos relacionados con el bien que hay que obrar y el mal que hay que evitar. El hombre conoce naturalmente lo que tiene que obrar y lo que no tiene que obrar, lo que tiene que evitar. Es la manifestación divina de la verdad en la mente de todo hombre: todo hombre, conoce, con su razón humana, la verdad: es decir, el bien que tiene que procurar y el mal que debe evitar.
Esta es una verdad natural y, por tanto, de ella, sale un bien natural para el hombre o un mal natural. Esta verdad natural es distinta a la verdad de la gracia, a la verdad divina o a la verdad del Espíritu.
El hombre, por la ley natural, está circunscrito a una verdad natural que está obligado a obrarla si no quiere perder su alma. Esa verdad natural es una participación de la verdad divina, no es toda la verdad divina.
El hombre conoce, por vía natural, el bien y el mal. Son preceptos concretos que todo hombre tiene que obrar: honrar a los padres, dar a Dios el culto debido, evitar el robo, unirse a una mujer (si es hombre), unirse a un varón (si es mujer), ser mujer para ser madre (no hay que abortar, no hay que ser como el varón, no al feminismo), ser varón para administrar el bien de una familia (no para construir un mundo de ciencia, de técnica, de progreso humanístico), etc…
La ley natural es cierta impresión de la divinidad en el hombre (cfr. Sto. Tomás, 1-2 q. 91, a.2 c), la irradiación de la misma (q. 93, a.2 c); es su propia imagen, luz, resplandor del rostro divino.
La ley natural es una norma, no sólo indicativa, sino preceptiva, obligatoria, común a todos los hombres, universal, impuesta por Dios, que es promulgada en la misma naturaleza del hombre.
No hace falta una revelación divina para honrar a los padres, ni para dar culto a Dios debido o para unirse con un hombre o con una mujer. El hombre los conoce mediante su luz natural. Y, por tanto, ningún hombre está obligado a hacer o a seguir una ley para obrar lo natural: tiene la ley en sí mismo, inscrita en su propia naturaleza. Y ninguno hombre puede poner una ley en contra de la ley natural: es ir en contra de su propia naturaleza humana.
Muchos niegan esta ley natural, su origen divino, niegan la diferencia intrínseca y esencial entre el bien y el mal y, por lo tanto, todo es bien, no hay males; otros quieren poner la existencia en el hombre de los principios prácticos en la sociedad, en la educación, en la legislación positiva, en el estado; otros propugnan la autonomía de la razón humana para indicar lo que es bueno y lo que es malo; otros dicen que es necesario la revelación divina para promulgar esta ley; otros señalan que la ley natural es sólo una especie de continuación de la ley de la conservación de la naturaleza; otros niegan que Dios pueda imponer Su Voluntad a través de esta ley natural.
Bergoglio niega esta ley, al propugnar la autonomía de la razón humana y, por tanto, la autonomía de la voluntad del hombre:
«la verdad es una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro «yo» pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de todo, a cuya luz se puede ver la meta y, con eso, también el sentido del camino común» (LF, n. 25).
La Verdad no es Cristo, sino una memoria, un acto de la mente: ésta es la autonomía de la razón. La razón, por sí misma, va al pasado, se dirige a algo que está en el pasado y así el hombre, su yo, se une a ese pasado. Es buscar en la mente del hombre la idea de un camino común, el sentido de ese camino.
Por tanto, el hombre es libre, en su pensamiento, para declarar lo que es bueno y lo que es malo, es decir, el hombre es libre de hacer el bien que piensa y de evitar el mal que razona: «Cada uno tiene su idea del bien y del mal y tiene que escoger seguir el bien y combatir el Mal como él los concibe» (1 de octubre del 2013). Cómo él lo concibe, no como Dios se lo da al hombre. Ésta es la autonomía de la razón de Hegel.
El bien y el mal no son como el hombre lo piensa, sino como Dios se lo ha inscrito en su naturaleza humana. Están en la ley natural, que Bergoglio acaba negando, por querer buscar en su memoria el sentido de la verdad.
Dios comunica a los hombres, por vía natural, aquellos principios relacionados con la obra del bien y la huida del mal, que están en la Ley Eterna. Esos principios no son una adquisición de la mente del hombre: el hombre no tiene que aprender a pensar, a sintetizar, a meditar, no tiene que recordar, hacer memoria, para encontrar esos principios en su mente. Dios se los da, Dios los pone en su naturaleza humana. Y, por eso, todo hombre conoce el bien y el mal, de manera natural, aunque no tenga estudios, ni filosofía, ni teología, aunque no recuerde nada.
Cada hombre conoce si está dando culto debido a Dios o no lo da cuando hace una oración a Dios. Quien comulga en la mano, inmediatamente siente un remordimiento en su conciencia que le avisa que ha cometido un mal, una obra en contra de la ley natural. Después, su pecado de comulgar en la mano es doble, porque va, también, en contra de la ley divina y de la ley de la gracia.
Un hombre que busca a otro hombre –un homosexual- para unirse a él, conoce el mal que hace; o una mujer que se une a otra mujer –una lesbiana-, conoce, en su interior, el mal que no evita, sino que obra. Lo conoce por ley natural.
Una mujer que aborta conoce el mal que está haciendo, aunque no sepa que eso es pecado.
Una feminista siente en su conciencia un remordimiento de que su vida como mujer no funciona, porque busca una dignidad que Dios no ha puesto en su ser de mujer.
Una persona que miente, sabe que su palabra, que expresa con su boca, va en contra de su pensamiento. Toda mentira repugna a la ley natural, porque el pensamiento del hombre sólo ve la verdad. Y, por tanto, por ley natural, el hombre está obligado a decir la verdad que ve con su pensamiento. Por eso, al mentiroso, naturalmente se le coge en su mentira. No hace falta un detector de mentiras para ver si una persona miente o no
Los padres, por ley natural, tienen derecho de educar a sus hijos, sin necesidad de llevarlos a una escuela, ni pública ni privada. En muchos países se niega este derecho.
La ley natural es el fundamento de toda ley positiva. Los hombres, al poner sus leyes, van en contra de sí mismos en muchas ocasiones. Y son ellos los que se destruyen con sus leyes, los que se esclavizan con y a sus pensamientos, buscando ese sueño ilusorio de ser libres en su pensamiento: libres para pensar y vivir como quieren. Y eso es aniquilarse a sí mismos. Quien no sigue la ley natural en sí mismo, después es incapaz de cumplir con los mandamientos de Dios y con la ley de la gracia. Y sólo se fija en sus leyes positivas, en sus leyes humanas, construyendo un mundo en que se va asfixiando al hombre poco a poco.
Cuando el hombre quiere poner la ley natural en su mente humana, es cuando la anula y se la inventa. Es lo que hace Bergoglio continuamente. Es un hombre que vive sólo en su pensamiento. No es capaz de salir de él para obrar lo que hay en su naturaleza. No es capaz de obedecer la Mente de Dios, porque sólo obedece a su mente humana.
Quien vive de sus ideas empieza a crear lo que se llama la ley de la gradualidad, que es seguir la evolución del pensamiento, que es perseguir la perfección del pensamiento, que es poner la vida en la libertad del pensamiento. Y es cuando se pone por encima de la ley natural, que es ponerse por encima de Dios. Es volverse un dios para sí mismo y para los demás.
El hombre, en la ley natural, experimenta la necesidad absoluta de evitar el mal y hacer el bien, que es estrictamente necesario para la integridad del orden recto de la naturaleza humana. Si los hombres, en la sociedad no obran la ley natural, entonces hacen una sociedad corrupta y abominable: una Sodoma y una Gomorra.
Por eso, la ley natural se rompe de muchas maneras, cuando el hombre no sigue la voz de su conciencia, sino que se salta los dictámenes de la razón, los juicios prácticos inscritos por Dios en su naturaleza humana. Y, por eso, al hombre le viene el remordimiento de conciencia, la condenación interna. Está obrando un pecado como ofensa a Dios. Y lo obra de manera natural, que es distinto a que si lo obrase en la gracia, o en la ley divina o en la ley del Espíritu. Tienen diferente castigo y, por tanto, Juicio Divino. No es igual cometer un pecado porque no se sigue la ley natural, que cometer un pecado porque se va en contra de un mandamiento de la ley de Dios o de un Sacramento. En la ley natural, el hombre puede equivocarse al hacer un bien humano, porque no tiene en cuenta la ley divina o la ley de la gracia. Y el castigo de su equivocación es menor si lo cometiese en la ley de la gracia. Pero todo pecado en la ley de la gracia conlleva un pecado en la ley natural. Y, por eso, tiene mayor castigo. No así al revés.
La ley natural no es una idea humana sobre el bien o el mal, sino una idea divina, que Dios impone a todo hombre en su naturaleza, y que nadie puede ocultar, ni con su mente, ni con su vida, ni con sus obras, ni con sus leyes positivas.
Al poner Bergoglio, la verdad en la autonomía de la mente humana, necesariamente pone el amor al prójimo por encima de Dios, sólo en la voluntad autónoma del hombre, no en la Voluntad de Dios.
«La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros» (EG, n. 179): la Encarnación, que es el Verbo Encarnado, que es Dios que se hace hombre, que asume una carne, se encuentra en todo hombre: es una «permanente prolongación».  Si Dios se prolonga en todo hombre, entonces todos los hombres son hermanos y hay que amarlos de manera absoluta y necesaria: el amor al prójimo por encima del amor a Dios. Bergoglio se carga la ley natural y enseña una herejía: el panteísmo. Dios en todos los hombres.
Dios no se prolonga en el hombre. El Verbo asume una carne humana y se hace Hombre, sin dejar de ser Dios; pero no se encarna en todo hombre, no se prolonga en todo hombre. Este es su falso misticismo. De aquí le nace a Bergoglio todo el falso amor y misericordia hacia el prójimo.
Jesús sólo se encarna en una carne, en una naturaleza humana. Y por su obra de Redención, el hombre participa de su Divinidad, pero Dios no se prolonga en los hombres.
La ley natural enseña que el hombre está obligado a amar al prójimo como a sí mismo.
Bergoglio no va a comprender la exigencia de la ley natural, la va a malinterpretar. No va a entender el mandamiento del amor que da Jesús, que es un mandamiento natural: ama al otro como el hombre se ama así mismo en su naturaleza.
El amor debe extenderse a todo hombre sin excepción, por ley natural, pero precisamente por ser hombre, porque tiene una naturaleza humana; pero ese amor no se da al prójimo porque sea enemigo o sea pecador, etc… Sólo se da porque el prójimo es otro hombre. Esta es la Voluntad de Dios que la ley natural ofrece al hombre.
Este debe ser el amor universal verdadero; pero Bergoglio habla de otro amor universal: el amor fraterno, en el cual el amor a Dios se anula, porque se combate la ley natural. Es el amor universal propio de la masonería.
Para Bergoglio, el prójimo, el hermano es todo hombre, pero no por ser hombre, no porque tenga una naturaleza humana, sino por lo que vive, por lo que obra, por lo que piensa:
«¡Cuánto bien nos hace amarnos los unos a los otros en contra de todo! Sí, ¡en contra de todo! (…) No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!» (EG, n. 101). Amar al otro en contra de todo, es decir, amar al otro sin ley natural, sin ley divina, sin el remordimiento de la conciencia que juzga, sin el juicio de los demás hombres, sin un dogma, sin una excomunión, sin una exclusión, sin una ética, sin una moral católica….
La misma ley natural enseña al hombre a amar al prójimo, pero no a su pecado, no a su error, no a su herejía: amar al hombre y odiar su pecado, juzgar su pecado. Bergoglio dice: amarnos unos a otros en contra de la ley natural: en contra de todo. La ley natural es todo para el hombre en su naturaleza: es la expresión de la Ley Eterna. No se puede amar al prójimo en contra de todo, en contra del mismo hombre.
Bergoglio dice: no hay que odiar el pecado en el otro; hay que verlo como un bien, como un valor; hay que tolerar la mente del otro, sus errores, sus dudas, sus mentiras….porque no hay nada que impide este amor fraternal y universal: «amarnos los unos a los otros en contra de todo». Si el pecado me impide amar al otro, entonces no hay que juzgar el pecado, hay que poner el pecado a un lado, porque hay que amar al otro. Si un pensamiento propio me impide amar al otro, entonces hay que ir en contra de ese pensamiento para amar al otro
Bergoglio no juzga el pecado del prójimo ni, por tanto, lo puede odiar. Bergoglio, cuando mira al otro, no evita el mal con el otro, no se aparta de su mal, no huye de la tentación, no puede juzgar al otro por su pecado, no cumple la ley natural: «Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad… ¿Quien soy yo para juzgarla?».
Si una persona es gay, entonces no busca a Dios, sino que obra en contra de su propia ley natural. El que busca a Dios, lo primero que busca es la ley natural en su naturaleza humana: su misma conciencia le llama a dejar de ser gay para buscar a Dios, para dar a Dios el culto debido. No se puede adorar a Dios siendo gay. Es un imposible por ley natural.
Si una persona es homosexual y busca a Dios es que ha dejado de ser homosexual, está luchando por quitar su pecado abominable, está cumpliendo con la ley natural, que lleva inscrita en su propia naturaleza.
La persona que tiene buena voluntad es aquella que cumple con la ley natural. Tener buena voluntad no es un vocablo bonito para expresar la bondad de un hombre. Un hombre gay no tiene buena voluntad porque obra en contra de su propia naturaleza humana.
Por tanto, a la persona hay que juzgarla: se la juzga en su pecado, no por ser hombre, no por tener una naturaleza humana. Por ley natural, hay que evitar el pecado de la persona gay, hay que apartarse de esa persona cuando obra su pecado. El pecado de una persona gay es tentación para la vida espiritual.
Pero Bergoglio no lo juzga porque en el otro, en el gay, está la «prolongación de la Encarnación»: en el hermano, en todo hombre, está Cristo, está Dios.
Por eso, enseña su falsa misericordia, que es malinterpretar la Palabra de Dios:
«Lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a mí» (Mt 25,40). Lo que hagamos con los demás tiene una dimensión trascendente: «Con la medida con que midáis, se os medirá» (Mt 7,2); y responde a la misericordia divina con nosotros: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará […] Con la medida con que midáis, se os medirá» (Lc 6,36-38). Lo que expresan estos textos es la absoluta prioridad de la «salida de sí hacia el hermano» como uno de los dos mandamientos principales que fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca del camino de crecimiento espiritual» (EG, n. 179).
«Lo que expresan estos textos es la absoluta prioridad de la salida de sí hacia el hermano»: Y Jesús, sólo está enseñando la ley natural: ama al otro, haz el bien, pero evita el mal, juzga su pecado. No lo juzgues como hombre, como ser que tiene una naturaleza humana; pero evita su pecado, júzgalo en la obra de su pecado.
El amor fraternal de Bergoglio tiene una dimensión transcendente, responde a una misericordia divina, es el camino para salir de sí. Lo que Jesús enseña en esos textos es la ley natural, el amor al otro de manera natural: se ama al que peca, al enemigo, por ley natural, pero no hay unión a su pecado, sino que se odia su pecado, se evita el mal.
Bergoglio pone su voluntad autónoma: como en el hermano está la «prolongación de la Encarnación», entonces no puede juzgarlo, tiene que tener misericordia de él, no puede ver su pecado, no puede apartarse de su pecado. Y tiene que caer en su fe fiducial, tan característica de él: hay que resolver el problema del pecado diciendo que Dios no lo imputa, que Dios salva a todos, tiene misericordia de todos, ama a todos los hombres.
Jesús no enseña la dimensión transcendente, en estos textos, porque la ley natural sólo juzga el pecado del hombre –para evitarlo- , no al hombre. Quien juzgue al hombre, entonces con esa medida será medido.
Jesús no enseña la misericordia divina, porque la ley natural se refiere al bien de la naturaleza humana, no al bien de las obras de los hombres en esa naturaleza. No se ama al homosexual por ser homosexual, sino porque es hombre, porque tiene una naturaleza humana. Y, por tanto, se le hace un bien humano o natural porque es hombre, no porque sea homosexual.
Dios, cuando mira al homosexual en su pecado no tiene compasión de su pecado, de sus obras como hombre. Dios tiene compasión del homosexual porque lo ha creado hombre y con capacidad para salvarse, para unirse a Él, para ser hijo de Dios por gracia, por participación de la Divinidad.
Pero Dios, teniendo misericordia del homosexual, odia su pecado abominable, no comulga con su pecado abominable, juzga su pecado abominable. Y es lo que tiene que hacer todo hombre con su enemigo, con el pecador: amarlo como hombre, pero odiar su pecado, juzgar su pecado. Y esto es cumplir la ley natural. Tener misericordia de él como hombre, pero no tener misericordia de su pecado, de su error, de su herejía, de su vida de pecado. Y esto es el amor verdadero natural, que sólo se rige por la ley natural. Sin este amor natural, no puede existir el amor de la gracia ni el amor en el Espíritu.
El amor, lo pone Bergoglio, en salir de sí, no en la ley natural, no en hacer un bien y evitar un mal:
«(El amor) Tiene que ver ciertamente con nuestra afectividad, pero para abrirla a la persona amada e iniciar un camino, que consiste en salir del aislamiento del propio yo para encaminarse hacia la otra persona, para construir una relación duradera; el amor tiende a la unión con la persona amada. Y así se puede ver en qué sentido el amor tiene necesidad de verdad» (LF, n. 27).
La ley natural no nos invita a «salir de sí hacia el hermano», no nos obliga de manera absoluta ni prioritaria a buscar al prójimo, porque en todo hombre prevalece su libertad, que está antes que el prójimo o la sociedad.
El hombre no vive en el aislamiento de su propio yo: el hombre nace con una ley natural que le obliga a ser social. Pero no es una obligación absoluta, sino relativa: el hombre, al ser libre, puede comunicarse o no con los otros hombres; puede elegir una sociedad u otra; un grupo social u otro; una iglesia u otra, puede casarse con una u otra persona. El hombre no está obligado, de manera absoluta, al bien común por la ley natural; no está obligado a buscar al prójimo para construir una sociedad común. El hombre está obligado, por ley natural, a hacer un bien y a evitar un mal. Y, de esa manera, se construye una sociedad natural, sin necesidad de salir de sí hacia el otro. El hombre sólo está necesitado de cumplir con la ley natural, que es lo que niega Bergoglio.
Dios no obliga al hombre a salir de sí, sino a poner por obra la ley natural.
Bergoglio concibe al hombre como aislado en sí mismo: no como el que porta una ley natural, una voluntad de Dios que debe obrarla con su naturaleza humana. Él siempre habla del aislamiento, de la conciencia aislada, del hombre que vive en referencia a sí mismo, pero no a los demás:
«Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad» (EG, n. 8). Y, por eso, la conversión es salir de esa conciencia asilada. Eso es el pecado para Bergoglio. Él habla como un psiquiatra, no como un pastor de almas.
La ley natural abre al hombre al campo de lo social: el hombre no está encerrado en sí mismo naturalmente. El hombre vive en su egoísmo sólo por su pecado contra la ley natural o contra la ley divina o de la gracia. El hombre se encierra en sí mismo sólo por su pecado.
Pero Bergoglio pone el amor en su “verdad”; para él, el amor es algo relacional, un modo de vivir la existencia humana, no es una norma que obligue por ley natural:
«Se trata de un modo relacional de ver el mundo, que se convierte en conocimiento compartido, visión en la visión de otro o visión común de todas las cosas». Hay que amar al prójimo buscando esa ”verdad”: ese conocimiento compartido, esa visión del otro, una visión común, universal.
Bergoglio, dice: el amor es un «conocimiento compartido», una «visión en la visión del otro». Está buscando su concepto del bien y del mal: hay que compartir conocimientos, ideas, filosofías. No busca la ley natural para amar al prójimo: no busca evitar la ideas que llevan al error, a la herejía, al cisma.
El amor al prójimo es algo absoluto, inmutable, que Dios pone en todo hombre. No es un «modo relacional» de ver el mundo: es un juicio práctico de la vida, por el cual se hace un bien al prójimo y se evita un mal con el prójimo. La ley natural es eterna en el hombre, es inmutable en el hombre, es para siempre en él, algo absoluto, nunca relativo.
La ley natural exige del hombre el amor a Dios y, por tanto, el amor a todo hombre que ha sido creado por Dios. Pero es un amor que consiste en obrar un bien con el prójimo y evitar un mal con él. Y, por tanto, en el prójimo no se puede amar su pecado, u obedecer su herejía, porque es necesario cumplir la ley natural. No se puede ver el pecado del otro para obrar un bien común, para realizar algo universal que sea para todos los hombres, uniéndose a su pecado, a su mal, a su error. Hay que odiar el pecado del otro para hacer un bien a toda la humanidad. Hay que juzgar el pecado del otro para poder amarlo en la ley natural. Esta es la exigencia de la ley natural. Y esto es lo que no enseña Bergoglio.
La consecuencia de todo esto es que en la Iglesia el católico no puede estar unido a Bergoglio como Papa: es unirse a su herejía. Y eso va en contra de la ley natural. El bien natural de la Iglesia exige no unirse a Bergoglio como Papa, sino evitar a Bergoglio como Papa. No cumplir este bien natural hace que el bien divino de la Iglesia se oscurezca y se anule en la persona de Bergoglio.
Pocos católicos han aprendido a llamar a Bergoglio por su nombre: falso Papa. Porque no saben discernir sus palabras. No saben coger su lenguaje humano y enfrentarlo con la verdad de la doctrina de Cristo.
En el lenguaje humano de Bergoglio no encontrarán nunca una verdad, sino sólo medias verdades, sólo mentiras, oscuridades, asombros de la verdad.
Por eso, si el católico no despierta de la necedad de la palabra de Bergoglio, va a sucumbir con el castigo que viene, ahora, a toda la Iglesia.
El castigo comienza en la Iglesia. Y es muy fuerte. Es dejar que el hombre rompa lo que se ha construido durante 20 siglos, por mano de la jerarquía que no es de Dios, que no pertenece a la Iglesia Católica. Es el gran cisma anunciado por los profetas, que ya ha tenido su inicio en el gobierno horizontal de Bergoglio.
Aunque Bergoglio renuncie a su cargo, aunque le hagan renunciar por herejía, no hay posibilidad de poner un Papa legítimo que salve la situación de la Iglesia. Ya no es posible, porque la misma Jerarquía no quiere un Papa, sino un impostor que lleve a los hombres hacia un mundo ideal, que sólo existe en el pensamiento de los hombres, no en la realidad de la vida.