LA LEY NATURAL ES EL FUNDAMENTO DEL AMOR VERDADERO
La
ley natural es la manifestación de la Ley Eterna en el hombre. Es una
luz intelectual que Dios ha inscrito en el hombre, con el fin de que
éste pueda conocer tanto el bien que debe hacer de manera necesaria,
como el mal que debe evitar.
La ley natural es poner el Amor de Dios en lo natural, en la vida de los hombres por una vía natural.
Esta ley natural es distinta a la ley de la gracia, a ley divina y a la ley del Espíritu.
En
la ley natural, el entendimiento del hombre se inclina naturalmente,
sin ningún esfuerzo, a la formación de juicios prácticos relacionados
con el bien que hay que obrar y el mal que hay que evitar. El hombre
conoce naturalmente lo que tiene que obrar y lo que no tiene que obrar,
lo que tiene que evitar. Es la manifestación divina de la verdad en la
mente de todo hombre: todo hombre, conoce, con su razón humana, la
verdad: es decir, el bien que tiene que procurar y el mal que debe
evitar.
Esta
es una verdad natural y, por tanto, de ella, sale un bien natural para
el hombre o un mal natural. Esta verdad natural es distinta a la verdad
de la gracia, a la verdad divina o a la verdad del Espíritu.
El
hombre, por la ley natural, está circunscrito a una verdad natural que
está obligado a obrarla si no quiere perder su alma. Esa verdad natural
es una participación de la verdad divina, no es toda la verdad divina.
El
hombre conoce, por vía natural, el bien y el mal. Son preceptos
concretos que todo hombre tiene que obrar: honrar a los padres, dar a
Dios el culto debido, evitar el robo, unirse a una mujer (si es hombre),
unirse a un varón (si es mujer), ser mujer para ser madre (no hay que
abortar, no hay que ser como el varón, no al feminismo), ser varón para
administrar el bien de una familia (no para construir un mundo de
ciencia, de técnica, de progreso humanístico), etc…
La ley natural es cierta impresión de la divinidad en el hombre (cfr. Sto. Tomás, 1-2 q. 91, a.2 c), la irradiación de la misma (q. 93, a.2 c); es su propia imagen, luz, resplandor del rostro divino.
La
ley natural es una norma, no sólo indicativa, sino preceptiva,
obligatoria, común a todos los hombres, universal, impuesta por Dios,
que es promulgada en la misma naturaleza del hombre.
No
hace falta una revelación divina para honrar a los padres, ni para dar
culto a Dios debido o para unirse con un hombre o con una mujer. El
hombre los conoce mediante su luz natural. Y, por tanto, ningún hombre
está obligado a hacer o a seguir una ley para obrar lo natural: tiene la
ley en sí mismo, inscrita en su propia naturaleza. Y ninguno hombre
puede poner una ley en contra de la ley natural: es ir en contra de su
propia naturaleza humana.
Muchos
niegan esta ley natural, su origen divino, niegan la diferencia
intrínseca y esencial entre el bien y el mal y, por lo tanto, todo es
bien, no hay males; otros quieren poner la existencia en el hombre de
los principios prácticos en la sociedad, en la educación, en la
legislación positiva, en el estado; otros propugnan la autonomía de la
razón humana para indicar lo que es bueno y lo que es malo; otros dicen
que es necesario la revelación divina para promulgar esta ley; otros
señalan que la ley natural es sólo una especie de continuación de la ley
de la conservación de la naturaleza; otros niegan que Dios pueda
imponer Su Voluntad a través de esta ley natural.
Bergoglio niega esta ley, al propugnar la autonomía de la razón humana y, por tanto, la autonomía de la voluntad del hombre:
«la
verdad es una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a
algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá
de nuestro «yo» pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de
todo, a cuya luz se puede ver la meta y, con eso, también el sentido del
camino común» (LF, n. 25).
La
Verdad no es Cristo, sino una memoria, un acto de la mente: ésta es la
autonomía de la razón. La razón, por sí misma, va al pasado, se dirige a
algo que está en el pasado y así el hombre, su yo, se une a ese pasado.
Es buscar en la mente del hombre la idea de un camino común, el sentido
de ese camino.
Por
tanto, el hombre es libre, en su pensamiento, para declarar lo que es
bueno y lo que es malo, es decir, el hombre es libre de hacer el bien
que piensa y de evitar el mal que razona: «Cada uno tiene su idea del bien y del mal y tiene que escoger seguir el bien y combatir el Mal como él los concibe» (1 de octubre del 2013). Cómo él lo concibe, no como Dios se lo da al hombre. Ésta es la autonomía de la razón de Hegel.
El
bien y el mal no son como el hombre lo piensa, sino como Dios se lo ha
inscrito en su naturaleza humana. Están en la ley natural, que Bergoglio
acaba negando, por querer buscar en su memoria el sentido de la verdad.
Dios
comunica a los hombres, por vía natural, aquellos principios
relacionados con la obra del bien y la huida del mal, que están en la
Ley Eterna. Esos principios no son una adquisición de la mente del
hombre: el hombre no tiene que aprender a pensar, a sintetizar, a
meditar, no tiene que recordar, hacer memoria, para encontrar esos
principios en su mente. Dios se los da, Dios los pone en su naturaleza
humana. Y, por eso, todo hombre conoce el bien y el mal, de manera
natural, aunque no tenga estudios, ni filosofía, ni teología, aunque no
recuerde nada.
Cada
hombre conoce si está dando culto debido a Dios o no lo da cuando hace
una oración a Dios. Quien comulga en la mano, inmediatamente siente un
remordimiento en su conciencia que le avisa que ha cometido un mal, una
obra en contra de la ley natural. Después, su pecado de comulgar en la
mano es doble, porque va, también, en contra de la ley divina y de la
ley de la gracia.
Un
hombre que busca a otro hombre –un homosexual- para unirse a él, conoce
el mal que hace; o una mujer que se une a otra mujer –una lesbiana-,
conoce, en su interior, el mal que no evita, sino que obra. Lo conoce
por ley natural.
Una mujer que aborta conoce el mal que está haciendo, aunque no sepa que eso es pecado.
Una
feminista siente en su conciencia un remordimiento de que su vida como
mujer no funciona, porque busca una dignidad que Dios no ha puesto en su
ser de mujer.
Una
persona que miente, sabe que su palabra, que expresa con su boca, va en
contra de su pensamiento. Toda mentira repugna a la ley natural, porque
el pensamiento del hombre sólo ve la verdad. Y, por tanto, por ley
natural, el hombre está obligado a decir la verdad que ve con su
pensamiento. Por eso, al mentiroso, naturalmente se le coge en su
mentira. No hace falta un detector de mentiras para ver si una persona
miente o no
Los
padres, por ley natural, tienen derecho de educar a sus hijos, sin
necesidad de llevarlos a una escuela, ni pública ni privada. En muchos
países se niega este derecho.
La
ley natural es el fundamento de toda ley positiva. Los hombres, al
poner sus leyes, van en contra de sí mismos en muchas ocasiones. Y son
ellos los que se destruyen con sus leyes, los que se esclavizan con y a
sus pensamientos, buscando ese sueño ilusorio de ser libres en su
pensamiento: libres para pensar y vivir como quieren. Y eso es
aniquilarse a sí mismos. Quien no sigue la ley natural en sí mismo,
después es incapaz de cumplir con los mandamientos de Dios y con la ley
de la gracia. Y sólo se fija en sus leyes positivas, en sus leyes
humanas, construyendo un mundo en que se va asfixiando al hombre poco a
poco.
Cuando
el hombre quiere poner la ley natural en su mente humana, es cuando la
anula y se la inventa. Es lo que hace Bergoglio continuamente. Es un
hombre que vive sólo en su pensamiento. No es capaz de salir de él para
obrar lo que hay en su naturaleza. No es capaz de obedecer la Mente de
Dios, porque sólo obedece a su mente humana.
Quien
vive de sus ideas empieza a crear lo que se llama la ley de la
gradualidad, que es seguir la evolución del pensamiento, que es
perseguir la perfección del pensamiento, que es poner la vida en la
libertad del pensamiento. Y es cuando se pone por encima de la ley
natural, que es ponerse por encima de Dios. Es volverse un dios para sí
mismo y para los demás.
El
hombre, en la ley natural, experimenta la necesidad absoluta de evitar
el mal y hacer el bien, que es estrictamente necesario para la
integridad del orden recto de la naturaleza humana. Si los hombres, en
la sociedad no obran la ley natural, entonces hacen una sociedad
corrupta y abominable: una Sodoma y una Gomorra.
Por
eso, la ley natural se rompe de muchas maneras, cuando el hombre no
sigue la voz de su conciencia, sino que se salta los dictámenes de la
razón, los juicios prácticos inscritos por Dios en su naturaleza humana.
Y, por eso, al hombre le viene el remordimiento de conciencia, la
condenación interna. Está obrando un pecado como ofensa a Dios. Y lo
obra de manera natural, que es distinto a que si lo obrase en la gracia,
o en la ley divina o en la ley del Espíritu. Tienen diferente castigo
y, por tanto, Juicio Divino. No es igual cometer un pecado porque no se
sigue la ley natural, que cometer un pecado porque se va en contra de un
mandamiento de la ley de Dios o de un Sacramento. En la ley natural, el
hombre puede equivocarse al hacer un bien humano, porque no tiene en
cuenta la ley divina o la ley de la gracia. Y el castigo de su
equivocación es menor si lo cometiese en la ley de la gracia. Pero todo
pecado en la ley de la gracia conlleva un pecado en la ley natural. Y,
por eso, tiene mayor castigo. No así al revés.
La
ley natural no es una idea humana sobre el bien o el mal, sino una idea
divina, que Dios impone a todo hombre en su naturaleza, y que nadie
puede ocultar, ni con su mente, ni con su vida, ni con sus obras, ni con
sus leyes positivas.
Al
poner Bergoglio, la verdad en la autonomía de la mente humana,
necesariamente pone el amor al prójimo por encima de Dios, sólo en la
voluntad autónoma del hombre, no en la Voluntad de Dios.
«La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros» (EG,
n. 179): la Encarnación, que es el Verbo Encarnado, que es Dios que se
hace hombre, que asume una carne, se encuentra en todo hombre: es una «permanente prolongación».
Si Dios se prolonga en todo hombre, entonces todos los hombres son
hermanos y hay que amarlos de manera absoluta y necesaria: el amor al
prójimo por encima del amor a Dios. Bergoglio se carga la ley natural y
enseña una herejía: el panteísmo. Dios en todos los hombres.
Dios
no se prolonga en el hombre. El Verbo asume una carne humana y se hace
Hombre, sin dejar de ser Dios; pero no se encarna en todo hombre, no se
prolonga en todo hombre. Este es su falso misticismo. De aquí le nace a
Bergoglio todo el falso amor y misericordia hacia el prójimo.
Jesús
sólo se encarna en una carne, en una naturaleza humana. Y por su obra
de Redención, el hombre participa de su Divinidad, pero Dios no se
prolonga en los hombres.
La ley natural enseña que el hombre está obligado a amar al prójimo como a sí mismo.
Bergoglio
no va a comprender la exigencia de la ley natural, la va a
malinterpretar. No va a entender el mandamiento del amor que da Jesús,
que es un mandamiento natural: ama al otro como el hombre se ama así
mismo en su naturaleza.
El
amor debe extenderse a todo hombre sin excepción, por ley natural, pero
precisamente por ser hombre, porque tiene una naturaleza humana; pero
ese amor no se da al prójimo porque sea enemigo o sea pecador, etc… Sólo
se da porque el prójimo es otro hombre. Esta es la Voluntad de Dios que
la ley natural ofrece al hombre.
Este
debe ser el amor universal verdadero; pero Bergoglio habla de otro amor
universal: el amor fraterno, en el cual el amor a Dios se anula, porque
se combate la ley natural. Es el amor universal propio de la masonería.
Para
Bergoglio, el prójimo, el hermano es todo hombre, pero no por ser
hombre, no porque tenga una naturaleza humana, sino por lo que vive, por
lo que obra, por lo que piensa:
«¡Cuánto
bien nos hace amarnos los unos a los otros en contra de todo! Sí, ¡en
contra de todo! (…) No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno!»
(EG, n. 101). Amar al otro en contra de todo, es decir, amar al otro
sin ley natural, sin ley divina, sin el remordimiento de la conciencia
que juzga, sin el juicio de los demás hombres, sin un dogma, sin una
excomunión, sin una exclusión, sin una ética, sin una moral católica….
La
misma ley natural enseña al hombre a amar al prójimo, pero no a su
pecado, no a su error, no a su herejía: amar al hombre y odiar su
pecado, juzgar su pecado. Bergoglio dice: amarnos unos a otros en contra
de la ley natural: en contra de todo. La ley natural es todo para el
hombre en su naturaleza: es la expresión de la Ley Eterna. No se puede
amar al prójimo en contra de todo, en contra del mismo hombre.
Bergoglio
dice: no hay que odiar el pecado en el otro; hay que verlo como un
bien, como un valor; hay que tolerar la mente del otro, sus errores, sus
dudas, sus mentiras….porque no hay nada que impide este amor fraternal y
universal: «amarnos los unos a los otros en contra de todo». Si
el pecado me impide amar al otro, entonces no hay que juzgar el pecado,
hay que poner el pecado a un lado, porque hay que amar al otro. Si un
pensamiento propio me impide amar al otro, entonces hay que ir en contra
de ese pensamiento para amar al otro
Bergoglio
no juzga el pecado del prójimo ni, por tanto, lo puede odiar.
Bergoglio, cuando mira al otro, no evita el mal con el otro, no se
aparta de su mal, no huye de la tentación, no puede juzgar al otro por
su pecado, no cumple la ley natural: «Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad… ¿Quien soy yo para juzgarla?».
Si
una persona es gay, entonces no busca a Dios, sino que obra en contra
de su propia ley natural. El que busca a Dios, lo primero que busca es
la ley natural en su naturaleza humana: su misma conciencia le llama a
dejar de ser gay para buscar a Dios, para dar a Dios el culto debido. No
se puede adorar a Dios siendo gay. Es un imposible por ley natural.
Si
una persona es homosexual y busca a Dios es que ha dejado de ser
homosexual, está luchando por quitar su pecado abominable, está
cumpliendo con la ley natural, que lleva inscrita en su propia
naturaleza.
La
persona que tiene buena voluntad es aquella que cumple con la ley
natural. Tener buena voluntad no es un vocablo bonito para expresar la
bondad de un hombre. Un hombre gay no tiene buena voluntad porque obra
en contra de su propia naturaleza humana.
Por
tanto, a la persona hay que juzgarla: se la juzga en su pecado, no por
ser hombre, no por tener una naturaleza humana. Por ley natural, hay que
evitar el pecado de la persona gay, hay que apartarse de esa persona
cuando obra su pecado. El pecado de una persona gay es tentación para la
vida espiritual.
Pero Bergoglio no lo juzga porque en el otro, en el gay, está la «prolongación de la Encarnación»: en el hermano, en todo hombre, está Cristo, está Dios.
Por eso, enseña su falsa misericordia, que es malinterpretar la Palabra de Dios:
«Lo
que hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, lo hicisteis a
mí» (Mt 25,40). Lo que hagamos con los demás tiene una dimensión
trascendente: «Con la medida con que midáis, se os medirá» (Mt 7,2); y
responde a la misericordia divina con nosotros: «Sed compasivos como
vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no
condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se
os dará […] Con la medida con que midáis, se os medirá» (Lc 6,36-38).
Lo que expresan estos textos es la absoluta prioridad de la «salida de
sí hacia el hermano» como uno de los dos mandamientos principales que
fundan toda norma moral y como el signo más claro para discernir acerca
del camino de crecimiento espiritual» (EG, n. 179).
«Lo que expresan estos textos es la absoluta prioridad de la salida de sí hacia el hermano»:
Y Jesús, sólo está enseñando la ley natural: ama al otro, haz el bien,
pero evita el mal, juzga su pecado. No lo juzgues como hombre, como ser
que tiene una naturaleza humana; pero evita su pecado, júzgalo en la
obra de su pecado.
El
amor fraternal de Bergoglio tiene una dimensión transcendente, responde
a una misericordia divina, es el camino para salir de sí. Lo que Jesús
enseña en esos textos es la ley natural, el amor al otro de manera
natural: se ama al que peca, al enemigo, por ley natural, pero no hay
unión a su pecado, sino que se odia su pecado, se evita el mal.
Bergoglio pone su voluntad autónoma: como en el hermano está la «prolongación de la Encarnación»,
entonces no puede juzgarlo, tiene que tener misericordia de él, no
puede ver su pecado, no puede apartarse de su pecado. Y tiene que caer
en su fe fiducial, tan característica de él: hay que resolver el
problema del pecado diciendo que Dios no lo imputa, que Dios salva a
todos, tiene misericordia de todos, ama a todos los hombres.
Jesús
no enseña la dimensión transcendente, en estos textos, porque la ley
natural sólo juzga el pecado del hombre –para evitarlo- , no al hombre.
Quien juzgue al hombre, entonces con esa medida será medido.
Jesús
no enseña la misericordia divina, porque la ley natural se refiere al
bien de la naturaleza humana, no al bien de las obras de los hombres en
esa naturaleza. No se ama al homosexual por ser homosexual, sino porque
es hombre, porque tiene una naturaleza humana. Y, por tanto, se le hace
un bien humano o natural porque es hombre, no porque sea homosexual.
Dios,
cuando mira al homosexual en su pecado no tiene compasión de su pecado,
de sus obras como hombre. Dios tiene compasión del homosexual porque lo
ha creado hombre y con capacidad para salvarse, para unirse a Él, para
ser hijo de Dios por gracia, por participación de la Divinidad.
Pero
Dios, teniendo misericordia del homosexual, odia su pecado abominable,
no comulga con su pecado abominable, juzga su pecado abominable. Y es lo
que tiene que hacer todo hombre con su enemigo, con el pecador: amarlo
como hombre, pero odiar su pecado, juzgar su pecado. Y esto es cumplir
la ley natural. Tener misericordia de él como hombre, pero no tener
misericordia de su pecado, de su error, de su herejía, de su vida de
pecado. Y esto es el amor verdadero natural, que sólo se rige por la ley
natural. Sin este amor natural, no puede existir el amor de la gracia
ni el amor en el Espíritu.
El amor, lo pone Bergoglio, en salir de sí, no en la ley natural, no en hacer un bien y evitar un mal:
«(El amor)
Tiene que ver ciertamente con nuestra afectividad, pero para abrirla a
la persona amada e iniciar un camino, que consiste en salir del
aislamiento del propio yo para encaminarse hacia la otra persona, para
construir una relación duradera; el amor tiende a la unión con la
persona amada. Y así se puede ver en qué sentido el amor tiene necesidad
de verdad» (LF, n. 27).
La ley natural no nos invita a «salir de sí hacia el hermano»,
no nos obliga de manera absoluta ni prioritaria a buscar al prójimo,
porque en todo hombre prevalece su libertad, que está antes que el
prójimo o la sociedad.
El
hombre no vive en el aislamiento de su propio yo: el hombre nace con
una ley natural que le obliga a ser social. Pero no es una obligación
absoluta, sino relativa: el hombre, al ser libre, puede comunicarse o no
con los otros hombres; puede elegir una sociedad u otra; un grupo
social u otro; una iglesia u otra, puede casarse con una u otra persona.
El hombre no está obligado, de manera absoluta, al bien común por la
ley natural; no está obligado a buscar al prójimo para construir una
sociedad común. El hombre está obligado, por ley natural, a hacer un
bien y a evitar un mal. Y, de esa manera, se construye una sociedad
natural, sin necesidad de salir de sí hacia el otro. El hombre sólo está
necesitado de cumplir con la ley natural, que es lo que niega
Bergoglio.
Dios no obliga al hombre a salir de sí, sino a poner por obra la ley natural.
Bergoglio
concibe al hombre como aislado en sí mismo: no como el que porta una
ley natural, una voluntad de Dios que debe obrarla con su naturaleza
humana. Él siempre habla del aislamiento, de la conciencia aislada, del
hombre que vive en referencia a sí mismo, pero no a los demás:
«Sólo
gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se
convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia
aislada y de la autorreferencialidad» (EG, n. 8). Y, por eso,
la conversión es salir de esa conciencia asilada. Eso es el pecado para
Bergoglio. Él habla como un psiquiatra, no como un pastor de almas.
La
ley natural abre al hombre al campo de lo social: el hombre no está
encerrado en sí mismo naturalmente. El hombre vive en su egoísmo sólo
por su pecado contra la ley natural o contra la ley divina o de la
gracia. El hombre se encierra en sí mismo sólo por su pecado.
Pero
Bergoglio pone el amor en su “verdad”; para él, el amor es algo
relacional, un modo de vivir la existencia humana, no es una norma que
obligue por ley natural:
«Se
trata de un modo relacional de ver el mundo, que se convierte en
conocimiento compartido, visión en la visión de otro o visión común de
todas las cosas». Hay que amar al prójimo buscando esa ”verdad”: ese conocimiento compartido, esa visión del otro, una visión común, universal.
Bergoglio, dice: el amor es un «conocimiento compartido», una «visión en la visión del otro».
Está buscando su concepto del bien y del mal: hay que compartir
conocimientos, ideas, filosofías. No busca la ley natural para amar al
prójimo: no busca evitar la ideas que llevan al error, a la herejía, al
cisma.
El amor al prójimo es algo absoluto, inmutable, que Dios pone en todo hombre. No es un «modo relacional»
de ver el mundo: es un juicio práctico de la vida, por el cual se hace
un bien al prójimo y se evita un mal con el prójimo. La ley natural es
eterna en el hombre, es inmutable en el hombre, es para siempre en él,
algo absoluto, nunca relativo.
La
ley natural exige del hombre el amor a Dios y, por tanto, el amor a
todo hombre que ha sido creado por Dios. Pero es un amor que consiste en
obrar un bien con el prójimo y evitar un mal con él. Y, por tanto, en
el prójimo no se puede amar su pecado, u obedecer su herejía, porque es
necesario cumplir la ley natural. No se puede ver el pecado del otro
para obrar un bien común, para realizar algo universal que sea para
todos los hombres, uniéndose a su pecado, a su mal, a su error. Hay que
odiar el pecado del otro para hacer un bien a toda la humanidad. Hay que
juzgar el pecado del otro para poder amarlo en la ley natural. Esta es
la exigencia de la ley natural. Y esto es lo que no enseña Bergoglio.
La
consecuencia de todo esto es que en la Iglesia el católico no puede
estar unido a Bergoglio como Papa: es unirse a su herejía. Y eso va en
contra de la ley natural. El bien natural de la Iglesia exige no unirse a
Bergoglio como Papa, sino evitar a Bergoglio como Papa. No cumplir este
bien natural hace que el bien divino de la Iglesia se oscurezca y se
anule en la persona de Bergoglio.
Pocos
católicos han aprendido a llamar a Bergoglio por su nombre: falso Papa.
Porque no saben discernir sus palabras. No saben coger su lenguaje
humano y enfrentarlo con la verdad de la doctrina de Cristo.
En
el lenguaje humano de Bergoglio no encontrarán nunca una verdad, sino
sólo medias verdades, sólo mentiras, oscuridades, asombros de la verdad.
Por
eso, si el católico no despierta de la necedad de la palabra de
Bergoglio, va a sucumbir con el castigo que viene, ahora, a toda la
Iglesia.
El
castigo comienza en la Iglesia. Y es muy fuerte. Es dejar que el hombre
rompa lo que se ha construido durante 20 siglos, por mano de la
jerarquía que no es de Dios, que no pertenece a la Iglesia Católica. Es
el gran cisma anunciado por los profetas, que ya ha tenido su inicio en
el gobierno horizontal de Bergoglio.
Aunque
Bergoglio renuncie a su cargo, aunque le hagan renunciar por herejía,
no hay posibilidad de poner un Papa legítimo que salve la situación de
la Iglesia. Ya no es posible, porque la misma Jerarquía no quiere un
Papa, sino un impostor que lleve a los hombres hacia un mundo ideal, que
sólo existe en el pensamiento de los hombres, no en la realidad de la
vida.