miércoles, 28 de enero de 2015

JORDAN BRUNO GENTA-"El filósofo y los Sofistas"- LECCIONES 7 Y 8

 
JORDAN BRUNO GENTA

Del nacionalismo argentino, durante su basta trayectoria y actividad, han surgido un sinnúmero de maestros y revisionistas dedicados a elevar el sano pensamiento humano y recordar las verdades de nuestra historia patria. Han sido todos ellos, formadores de probada solvencia moral y capacitados por una sabiduría ejemplar, transformados en escuelas culturares necesarias para la formación de la ARGENTINIDAD. A Jordán Bruno Genta recordaremos hoy colgando al blog su magnífica obra "EL FILOSOFO Y LOS SOFISTAS",un eximio pensador católico,  nacido en 1909 y asesinado durante el proceso invasor marxista-leninista "setentista" en 1974, entregando su vida en defensa de Dios y su patria. Creemos en esta obra ver desplegados los valores elementales e inmutables de la formación Católica, fijando el auténtico amor a la Patria. Esperamos  con este trabajo poder contribuir a la difusión de tan antiguos y clásicos pensamientos que son todos coincidentes a lo enseñado por lo TRADICIONAL DE NUESTRA SANTA MADRE IGLESIA.

LECCIÓN VII
Antes de proseguir el itinerario socrático en procura del mejor y más profundo conocimiento del alma, vamos a enumerar algunos ejemplos altamente ilustrativos acerca de la manera ordinaria y también académica, de tratar las cosas que están en nosotros o en nuestro contorno humano. Las características de nuestra mentalidad volverán a resaltar con lamentable nitidez y apreciaremos, una vez más, la declinación intelectual, moral y política que tanto nos empequeñece y debilita. 
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Acaso nos sorprenda todavía en el ciudadano de las democracias occidentales, la actitud irresponsable de Alcibíades cuando se disponía a participar activamente en la vida de la República, sin antes haberla esclarecido y afirmado en su propia alma sobre cimientos de eternidad. Todo lo que está en el hombre y todo lo que fuera de él le pertenece, tiene que ser asumido por el alma en la forma de la racionalidad, es decir, en la forma de la reflexión sobre sí misma, de la conciencia de su verdadero significado espiritual. La sensación y la fantasía, la pasión y el apetito, la habilidad y la virtud, así como el cuerpo y el espacio donde se mueve, la habitación y el vestido, las formas sociales y las instituciones jurídicas, los usos y costumbres, la economía y la riqueza, las manualidades y las técnicas, las ciencias y las artes, deben ser referidas por el alma reflexiva a la unidad de la Sabiduría divina y humana desde su extrema diferenciación de materias y de valores. Tan sólo esa unidad interior, conscientemente jerarquizada en la vida del alma, de los bienes espirituales, de los bienes corporales y de los bienes exteriores, puede sustentar la República en la unidad moral de sus partes constitutivas y en la concordia consigo misma a través de todas sus diferencias. Cada vez comprendemos mejor que no es en el cerebro ni en otro órgano corporal, como ha intentado tanto investigador trasnochado y fantasioso, donde puede razonablemente estudiarse el alma; más bien la encontraremos y nos será permitido examinarla en el cuerpo institucional de la República y, principalmente, en la Idea visible que lo dinamiza y conduce, concertando sus elementos sociales en la unidad del fin. La Idea, o mejor, el ideal de vida que define la esencia de la República, es la idea que el alma tiene de sí misma, personificada en el héroe nacional que se reconoce e imita, y corporizada en las instituciones que obedecen a la razón vital de las antiguas costumbres y de las tradiciones memorables. Cuando en la vida de la República, el cuidado de los bienes interiores y exteriores no se ajusta al dictamen de la Sabiduría y no guarda la debida proporción, es que el alma se ha enajenado de su intimidad y se encuentra dispersa en la multiplicidad abstracta y exterior. El alma se pierde a sí misma en sus afanes intelectuales o prácticos que cultiva en la abstracción de la unidad viviente del espíritu y a los cuales se entrega como a otros tantos absolutos o incondicionados fines en sí; pasa de una cuestión a otra, de una atención a otra, como si saltara de un planeta a otro planeta o de un criterio a su contrario y después a otro y así indefinidamente. Y en el espejo de la República, el alma asiste al grotesco espectáculo “de un carnaval cosmopolita de divinidades, de costumbres y de artes”; vida privada y vida pública como dos regímenes extraños entre sí y absolutamente apartados, cada uno con su moral propia y exclusiva; ciencia pura sin fetiches teológicos ni metafísicos; economía pura, derecho puro y pedagogía pura, sin contaminación política. ¡Fuera de la escuela, la política!; arte puro o arte por el arte; edad infantil con su vida propia, su mundo propio y sus leyes propias; edad juvenil, ídem; edad adulta, ídem; catolicismo dominical, liberalismo docente y socialismo económico en la misma persona; tradicionalismo, progresismo, pacifismo, feminismo y patriotismo exaltados, en buena vecindad dentro de la misma alma y de la misma escuela que suponen haber eliminado todo lo que divide a los hombres y que todo lo concilian en el plano superior de un nuevo humanismo abstracto y genérico; obrero o patrono, estudiante o profesor, profesional o empleado, clasista y partidista, antes que ciudadano de la República y aún en contra de la República. He aquí la confusión y el caos del alma que se ignora a sí misma, pero que presume saber, reflejado en la confusión y el caos de la plaza pública. Este es el mal que está destruyendo a nuestro mundo occidental: el caos interior que ahonda día a día el bolcheviquismo triunfante en el alma y en la República. Y el poder de destrucción y de muerte de ese enemigo invisible, imponderable, inmaterial, es superior, mucho más, infinitamente más, que el que puede obrar el ejército de innumerables legiones que se cierne sobre las fronteras de nuestra cultura y de nuestra vida. 
Dejando, por ahora, el comentario de los ejemplos patéticos, vamos a documentar la peor de las ignorancias en otros más sencillos y más claros si cabe. Abrid un manual o un tratado de Historia de la Civilización a la moda, tipo Esquema de Historia Universal de Wells o Colección Berr. Es casi seguro que la historia de la Humanidad se presenta en continuidad con la historia de los animales, de las plantas, de la tierra y del universo entero; además se asiste a un proceso de lenta humanización de la bestia más próxima, a fin de que no se altere aquello de que natura non facit saltus. De donde resulta que el hombre no es en fondo hombre, sino un antropoide distinguido, paulatinamente mejorado por la adaptación al medio; pero no puede ocultarse que después de muchos miles de años de evolución ascendente todavía tiene mucho de bestia, como lo prueban las continuas guerras y violencias que desata para satisfacer feroces instintos. Por ello es que el jefe del positivismo inglés Heriberto Spencer previene terminantemente a la Humanidad contemporánea que “la posibilidad de un estado social superior, en política y en general, depende fundamentalmente de la cesación de la guerra. El militarismo persistente, conservando las instituciones adoptadas, debe inevitablemente impedir o, al menos, neutralizar cambios en la dirección de leyes y de instituciones más
equitativas, mientras que una paz permanente sería necesariamente seguida de mejoras sociales de toda especie 65 ”  El uso de este esquema evolucionista y naturalista para explicar los orígenes del vestido y de la habitación, nos ofrecerá la conocida versión de un animal aterido de frío o azotado por el viento y la lluvia que se envuelve con la piel abrigada de otro animal o que se guarece en el hueco de un árbol añoso. De tal modo que la habitación y el vestido tienen un origen fundamentalmente zoológico; son reacciones instintivas o respuestas de una inteligencia al servicio del instinto de conservación; y todas las variaciones ulteriores no son más que complicaciones graduales del sencillo modelo original. Y este tipo de explicación proporcionada a nuestra mentalidad de animales adaptados nos deja satisfechos; y, en cambio, sonreímos con marcada suficiencia si alguien nos recuerda que la habitación y el vestido tienen su origen en el alma que es como decir, un origen inmediatamente divino. La razón primera y principal que explica la habitación y el vestido es el pudor, esta imperiosa necesidad del alma que no del cuerpo, en virtud de la cual el alma se reviste de intimidad y de recato en el propio cuerpo y en el espacio que ciñe su vida. El alma repudia la naturalidad inmediata de la bestia, la desnudez brutal del instinto y revela su espiritualidad cubriendo su cuerpo, recogiendo se vida familiar en la intimidad del hogar y su vida civil entre los muros sagrados e inviolables de su Ciudad. Cuando este régimen normal de la existencia se corrompe y se degrada, el hombre pierde el pudor y cae en la promiscuidad, en el cosmopolitismo y en el internacionalismo. Esto no significa excluir la necesidad biológica en la explicación del vestido y de la vivienda; pero sí, darle su justo lugar de razón secundaria y subordinada a la razón del alma. Otro ejemplo sumamente ilustrativo es el deporte. Se olvida con peligrosa frecuencia que el cuerpo debe cultivarse para el alma, como ya enseña Aristóteles en la Política ; en consecuencia, no se trata primordialmente de la salud, del vigor, de la resistencia o de la destreza, sino de la mejor disposición física para los trabajos del alma. Más todavía, la razón primera y principal del deporte es el alivio y purificación del alma juvenil; se trata de aliviarla y clarificarla de los sueños agobiadores que la invaden y de la maliciosa ansiedad que la devora, por medio de una sistemática distracción y fatiga del demonio. Claro está que esta principalísima función ética del deporte, excluye absolutamente la coeducación. En rigor, toda forma de coeducación es un atentado contra el pudor y contra la tranquilidad mínima de los jóvenes. La salud y el vigor físicos carecen de verdadero significado humano por sí mismos, propuestos con el valor de fines en sí; más todavía, pueden llegar a ser un evidente contrasentido en virtud de este aforismo de Aristóteles: “Más vale
                                                 65 Cf. F. HOWARD COLLINS , An epitome of the synthetic philosophy of Herbert Spencer , with a preface by Herbert Spencer, London, 1889. Hay traducción española: F. HOWARD COLLINS , Resumen de la filosofía de Herbert Spencer , con prólogo de Herbert Spencer, 2 volúmenes, Madrid. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor. 
vivir un solo año para un fin elevado que arrastrar una larga existencia vanamente 66 .” La cuestión humana no se define ni se decide en el logro y mantenimiento de una perfecta salud animal, sino en el empleo que el hombre hace, en este caso, de tan espléndido y prolongado estado físico. 
Cuidar al hombre mismo es aplicarse a todas las cosas –espirituales o materiales-, teniendo en vista el saber que el alma posee de sí misma, a fin de estableces la justa medida y proporción de cada actividad respecto de la unidad viviente y armónica de la Sabiduría. Lo grave es olvidar esa primacía del alma que sabe y la necesidad de ese saber de sí misma, para justipreciar los otros saberes y las otras artes; lo verdaderamente lamentable es olvidar que el alma debe llevar al cuerpo con desenvoltura, en lugar de ser el cuerpo que arrastre pesadamente el alma. El alma tiene que verse y saberse a sí misma en el cuerpo y en las cosas exteriores donde realiza sus intenciones y donde expresa su esencia y su valor espiritual. Obramos una criminal subversión, un monstruoso atentado contra la naturaleza humana y el decoro de la existencia, toda vez que pretendemos explicar lo superior por lo inferior, la visión por la acción, la forma por la materia, el fin por el medio, lo sustantivo por lo circunstancial, que no otra cosa es el materialismo en cualquiera de sus manifestaciones históricas. Nada más oportuno que finalizar esta clase con una página de Claudel donde se explica acabadamente esa tendencia irresistible en nuestros días, de dar razón de lo que el hombre es, por lo que está en el hombre; y de lo que está en el hombre por lo que está fuera del hombre. Es el camino que se sigue a través de la ciencia, conforme al trazado del materialismo positivista (Augusto Comte y sus epígonos sudamericanos), desde las matemáticas, pasando por la astronomía, la física, la química y la biología, se llega a la sociología y a la moral; es decir, se llega hasta la vida propiamente humana a partir de la cantidad abstracta, la determinación más próxima de la materialidad, de la indiferencia absoluta: la exterioridad pura. Dice Claudel en El Libro de Ruth :  “La atención dominante se dirige a la letra y no al espíritu de la letra. Es una consecuencia de esa actitud viciosa de los hombres del siglo XIX que hacen proceder todo de abajo, de una espontánea actividad de la causa eficiente; que explican lo más por lo menos, así es la materia que crea la forma; es el obrero que crea al órgano; es el espíritu de la época que crea el poema; son las circunstancias las que crean al héroe; es la historia que se hace por sí sola. “Nada tan falso como esta visión. En verdad, es el fin lo primero y principal; es el fin que convoca y concierta los medios. “El ser no es una suma. El análisis extremado, nos lleva a condiciones cada vez más generales y confusas que finalizan en la nada . Es como si se quisiera
                                                 66 Cf. Ética a Nicómaco , IX, c. 8.
explicar un Ticiano por la naturaleza química de los colores, por la tela, por la física y la matemática atómica, etc. 67 ”                       
                                                 67 Cf. PAUL CLAUDEL , Le Livre de Ruth , París, 1938. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor.
   

TERCERA PARTE 
El conocimiento de sí mismo y la conquista de un pensamiento libre 
Primeramente, ¡oh hijo!, has de tener a Dios; porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. 
De los consejos que dio Don Quijote a Sancho Panza, antes que fuese a gobernar la ínsula.                      

LECCIÓN VIII
El adivino Eutifrón juzga la actitud de Melito, uno de los más enconados acusadores de Sócrates, en estos términos decisivos:  
EUTIFRÓN . - [...] atacándote a ti, Sócrates, me parece que ataca a su Patria en lo que tiene de más sagrado 68 . 
Así es y así será siempre: perseguir, condenar, despreciar o simplemente desconocer el magisterio socrático como la verdadera y única educación del ciudadano, será en todo tiempo y lugar, la negación de la Patria misma ; la manera más sutil y disimulada, pero también la más peligrosa y destructora de conspirar en contra de la Soberanía. La ocupación de Sócrates, conforme hemos anticipado en clases anteriores, es el cuidado de la Patria misma: la lúcida comprensión de lo que ella es y la vigilancia constante de la integridad de sus ser en el alma del ciudadano y en la vida de la República. Su afán de cada día es demostrar públicamente con fundadas razones y con el testimonio de una inquebrantable fidelidad que cumplimos con nuestro deber hacia la Patria en la medida que atendemos a la perfección del alma, a nuestro mejor ser. La Patria y la República se hacen fuertes y se consolidan o se debilitan y se desmoronan en el alma. Los otros entusiasmos y los otros fervores “patrióticos” son simulacros bastardos o vanas adulaciones. La Patria y la República son realmente inconmovibles en el alma que está cuadrada sobre lo mejor de sí misma: la Sabiduría y las virtudes éticas; o como expresan los versos del poeta griego Simónides que comenta Platón en su Diálogo Protágoras : 
Cuadrado de pies, de manos y de espíritu, y formado sin la menor imperfección 69 . 
Sócrates, cuando sea llegada la hora decisiva, no vacilará en advertir al tribunal supremo de los atenienses que su amor a la filosofía y la misión que le encomendara Dios de mantener despierto el sentido de la responsabilidad en los ciudadanos, son más fuertes que su apego a la vida y a las libertades; que prefiere verse privado de todos sus bienes, incluso de la propia vida, antes que dejar de filosofar y seguir indagando a sus semejantes. Nada más razonable y oportuno que este lenguaje sin concesiones, viril, decoroso y soberano en quien ha convertido su vida entera en un acto de servicio a la Patria; en quien ha querido renunciar a los más legítimos intereses  particulares para consagrarse a un gran deber; en quien no se reserva nada para sí y se entrega hasta el extremo de identificarse con la Patria misma, porque sabe que la expresión del supremo dominio de sí, la prueba segura del verdadero señorío sobre la propia alma y el
                                                 68 Eutifrón , 3 a. 69 Protágoras se dirige a Sócrates y le recuerda los versos del poeta Simónides. Cf. Protágoras , 339 b.
propio cuerpo, es una apasionada entrega, una consagración abnegada como la suya. Conocerse a sí mismo, quiere decir conocer la espiritualidad del alma racional. Y esa espiritualidad no se anula ni se compromete por la necesaria y sustancial unión con un cuerpo, a menos que el alma renuncie a su primacía y se degrade hasta humillarse a su inferior; y en lugar de adorar a la pura y trascendente espiritualidad de Dios, cuyo reflejo es el alma misma, se entregue a la idolatría de la materia sin espíritu: el mineral, la planta, el animal, la máquina, la riqueza, el individuo abstracto, el Estado abstracto, la Humanidad abstracta, la civilización y el progreso, la libertad de una voluntad que no quiere nada a fin de reservarse entera y rehusar todo compromiso, donación o devoción, etc. Sócrates conoce la esencia espiritual del alma y se decide a vivir desde ella y para ella; así se eleva por sobre los estrechos límites de la percepción sensible y de la acción material, hasta la visión y la preferencia de una nueva y divina libertad, la libertad interior, cuyo sentido será esclarecido definitivamente por el Cristianismo, pero que ya es la realidad y la verdad de Sócrates en su vida y en su muerte: Saberse es comenzar a ser uno mismo dentro y fuera de sí; poseerse realmente a sí mismo es darse entero a una grande y verdadera misión. San Agustín expresa maravillosamente el significado de esta sabiduría y de esta libertad del alma que funda los otros saberes y las otras libertades: “¿Quizás temes perderte entregándote? Al contrario, no entregándote es como te pierdes. La misma caridad es quien lo enseña por la Sabiduría, y de tal manera que no tienes por qué extrañarte de sus palabras: Entrégate a ti mismo, dice ella, del mismo modo que el que quisiera venderte su campo te diría: Entrégame tu oro 70 .” Será menester que meditemos el discurso en que Sócrates explica a los atenienses que van a juzgarlo, la naturaleza y el valor de la misión que cumple en la Ciudad. 
SÓCRATES . - Atenienses, os respeto y os amo; pero obedeceré a Dios antes que a vosotros, y mientras yo viva no cesaré de filosofar, dándoos siempre consejos [...] y diciendo a cada uno de vosotros cuando os encuentre: buen hombre, ¿cómo siendo ateniense ciudadano de la más grande ciudad del mundo por su sabiduría y su valor, cómo no te avergüenzas de no haber pensado más que en amontonar riquezas, en adquirir crédito y honores, en despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría, y de no trabajar para hacer tu alma tan buena como pueda serlo? [...] estoy persuadido que el mayor bien que ha disfrutado esta ciudad, es este servicio continuo que yo rindo a Dios. Toda mi ocupación es trabajar para persuadiros, jóvenes y viejos, que antes que el cuidado del cuerpo y de las riquezas, es el del alma y de su perfeccionamiento ; porque no me canso de deciros que la virtud no viene de las riquezas, sino por el contrario, que las
                                                 70 Sermo 34, 7.
riquezas vienen de la virtud, y que es de aquí de donde nacen los demás bienes públicos y privados 71 . 
Estas inspiradas palabras definen el ideal pedagógico de un artífice que trabaja sobre el modelo divino; tienen un valor inmutable y una vitalidad perenne. Sócrates es el arquetipo civil, el maestro de conducta en toda ciudad temporal, configurada sobre el alma que se conoce a sí misma y se contempla en las costumbres pudorosas y en la justicia de sus instituciones y de su gobierno. El ideal pedagógico es invariable como el hombre mismo considerado en su esencia y no en las variables circunstanciales de su vida. Sólo hay un humanismo posible, aquel que cultiva al hombre eterno; y sólo una lamentable confusión de lo sustantivo con lo circunstancial puede inducirnos a plantear otros humanismos, a proponer, por ejemplo, un humanismo moderno en oposición a un humanismo antiguo ya caducado. El humanismo no es ni antiguo ni moderno; es clásico, lo cual quiere decir siempre actual, definitivamente valioso y digno de ser imitado y continuado.  El ciudadano es el hombre esencial porque es el hombre en el estado de su naturaleza, el hombre que existe en conformidad con su naturaleza racional y libre. No hay más que un modelo, un tipo fijo e inmutable de ciudadano; y muchas ejecuciones reales, concretas, históricas, más o menos logradas, más o menos perfectas y hasta deformes y contrahechas. Claro está que si al considerar las múltiples realizaciones no tenemos a la vista el modelos o tipo ideal; y no las medimos según el grado de proximidad o de alejamiento de la norma fija, se nos presentarán como una exposición de “modelos” o “tipos” diversos, de concepciones distintas e igualmente valiosas que se corresponden y armonizan con un medio diferente. De este modo, el ciudadano de Atenas, el ciudadano de Roma, el ciudadano de Venecia, el ciudadano del Antiguo Régimen, el ciudadano del Nuevo Régimen del gorro frigio, el ciudadano de la roja Moscú, resultan otras tantas formas de ciudadanías, adaptadas cada una a condiciones existenciales únicas e irrepetibles en el tiempo histórico. He aquí un claro ejemplo del punto de vista de la cantidad y del puro fenómeno que abstrae de la esencia y del valor en sí, procediendo a nivelarlo todo en función de las circunstancias. Un testimonio análogo al que recogimos de Ramón y Cajal, nos lo ofrece el Jefe de la Escuela Sociológica francesa, D. Emilio Durkheim, aunque referido a la realidad social que estamos considerando: “Nosotros sabemos que si se toman al pie de la letra las palabras superior e inferior no tienen científicamente sentido. Para la Ciencia, los seres no están los unos encima de los otros, son solamente diferentes porque difieren sus medios respectivos. No hay una manera de ser y de vivir que sea la mejor para todos, con exclusión de toda otra; y en consecuencia no es posible clasificarlas jerárquicamente según que se acerquen o se alejen de un ideal único. El ideal para cada uno es vivir en armonía con sus condiciones de existencia. “Esta correspondencia se encuentra igualmente en todos los grados de la realidad. Lo que es bueno para unos no lo es necesariamente para otros. La
                                                 71 Apología , 29 d – 30 b. 
familia de hoy no ni más ni menos perfecta que la de antes: ella es otra porque las circunstancias son otras. El sabio estudiará cada tipo por sí mismo y su sola preocupación será buscar la relación que existe entre los caracteres constitutivos de ese tipo y las circunstancias que lo rodean. 72 ”  Insistimos en que esta manera propia de la ciencia exacta y empírica, aplicada al orden humano, es un caso de materialismo plebeyo y grosero; materialismo puro por cuanto se trata del acomodo con las circunstancias antes que de la conformidad con lo que es. Lo mejor no es la plena adecuación a la esencia sino la adaptación al medio exterior y cambiante, según el canon de este simulacro de saber y de objetividad. No se necesita mucha perspicacia para apreciar las proyecciones éticas y políticas de semejante criterio igualitario y oportunista.  El punto de vista de la esencia es eminentemente aristocrático y jerarquizador . En el libro IX de “ La República” , Sócrates le pregunta a Glauco:  
SÓCRATES . – [...] ¿si lo mejor para cada cosa no es lo más conforme con su esencia? 73 
Y Glauco le contesta que  
GLAUCO . – [...] en efecto, lo mejor es aquello que está más conforme con la esencia 74 . 
Lo mejor es un principio de distinción . El valor no es diferente del ser; es el ser mismo en acto y en la medida que está en acto. El valor propio de una cosa está dado por el grado de realización de su esencia. El valor de una personalidad consiste en ser lo que debe ser. Valer es lo mismo que ser en acto, esencia existent e ; y la perfección de un ser, la plenitud de su valor la alcanza cuando existe en conformidad con lo que es, con su esencia. El alma que se manifiesta idéntica consigo misma en su existencia carnal, que hace de su cuerpo, de sus movimientos, de su gesto y de su voz, la realidad y la verdad de sus esencia espiritual , ha logrado la plenitud de su valor, o sea, la perfección de su ser; es una persona. Cuando decimos de alguien que tiene personalidad o carácter, queremos decir justamente que es el mismo en sus actos. El materialismo en cualquiera de sus versiones no expresa lo que es ni la ordenación jerárquica, que mantienen los distintos seres entre sí, tanto como las partes constitutivas de un mismo ser; sino que expresa más bien la subversión y el desorden provocados en su propia existencia por el alma confundida y degradada. Nada más justo que el materialista juzgue que “el espíritu es el producto superior de la materia 75 ”, desde que ha conseguido obrar esa
                                                 72 ÉMILE DURKHEIM , Introduction à la Sociologie de la Famille , Anales de la Faculté des Lettres de Bordeaux, 10 (1888), páginas 257 – 281. Ver también, Textes 3, París, Editions di minuit, 1973, páginas 35 – 49. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor.  73 La República IX, 586 e.  74 Ibidem. 75 Cf. FRIEDRICH ENGELS , Ludwig Feuerbach y …, o. c. 
confusión en su mente y se propone hacer que el mundo y la existencia sea la imagen y semejanza de su alma contrahecha y humillada. Su seudofilosofía es la confesión de lo que ha llegado a ser y de lo que quiere hacer; una ideología del resentimiento puro que con el pretexto de la conquista del mejor ser pretende destruir todo lo existente y de ahí la lacónica sentencia: “todo lo que existe merece perecer 76 ”  Este espíritu de confusión y de nihilismo militante que suele apoderarse de las almas y de los pueblos decadentes, se manifiesta en la forma de la ignorancia o del hastío hacia la propia alma, hacia lo que es como siempre ha sido, el verdadero ser y el hombre verdadero; y, en cambio, una apetencia insaciable de novedad , de cosas nunca vistas, extrañas y exóticas, de un hombre nuevo y de un alma extranjera. Se trata de ser otro y de no mirarse ya en el espejo que nos recuerda nuestra verdadera imagen, lo que realmente somos y debemos ser. Así Hipócrates, hijo de Apolodoro, una de las grandes y ricas familias de Atenas, admirablemente dotado que aspira a distinguirse un día, antes de rayar el alba, acude presuroso a la casa de Sócrates que reposa de sus ardientes vigilias. ¿Va, acaso, para contemplar en el maestro de ciencia y de conducta, los ásperos caminos que deberá recorrer para el logro de sus afanes?; o ¿quiere que la palabra magistral despierte en su alma el recuerdo de una antigua sabiduría y de una vida perfecta, para ir hacia ella con toda la fuerza de un supremo anhelo? No, nada de eso; despierta a Sócrates para rogarle lo acompañe hasta el lugar donde se encuentra el famoso sofista Protágoras, recién llegado a la Ciudad, y de quien desea recibir lecciones y para ello está dispuesto a gastar su fortuna y la de sus amigos si fuere menester. Sócrates ha comprendido ya lo que pasa en el alma del joven y se apresta para satisfacer su apremiante solicitud. Mientras pasean, en espera de la hora oportuna para presentarse a Protágoras, Sócrates le pregunta:    
SÓCRATES . - Y bien, Hipócrates, vas a casa de Protágoras a ofrecerle dinero para que te enseñe alguna cosa; ¿qué hombre piensas que es, y qué hombre quieres que te haga? [...] ¿qué es lo que sabe y qué es lo que enseña a los demás? 77 
El joven le contesta desconcertado:  
HIPÓCRATES . - En verdad, Sócrates, no podría decírtelo 78 . 
Sócrates le reprocha su ligereza y su falta de responsabilidad; le observa que si se tratara de la salud de su cuerpo buscaría un médico para confiarse a
                                                 76 Cf. FRIEDRICH ENGELS , Ludwig Feuerbach y …, o. c.  77 Protágoras , 311 a y ss. 78 Protágoras , 313 a.
sus cuidados; y, en cambio, estimado mucho más su alma y sabiendo que su felicidad o se desgracias dependen de su formación,  
SÓCRATES . – [...] no pides consejo ni a tu padre, ni a tu hermano, ni a ninguno de nosotros que somos tus amigos; ni tomas un solo momento para deliberar si debes entregarte a un extranjero que acaba de llegar; sino que sin más que saber que ayer tarde y bien tarde ha llegado, vienes al día siguiente, antes de rayar el alba para ponerte sin dudar en sus manos 79 . 
Hipócrates ignora al verdadero maestro, “el que Dios ha escogido para excitar, para punzar, para predicar todos los días y no abandonar un solo instante 80 ”, a los atenienses; no sabe que el maestro está a su lado, solicitándolo delicadamente para que reflexione acerca del paso que va a dar. Pero Hipócrates no ve en Sócrates a su maestro porque se ignora a sí mismo, porque no sabe quién es él ni lo qué quiere realmente; tampoco sabe quién es Protágoras ni lo que espera de su enseñanza, pero es el extranjero que llega acompañado por la larga fama de sus triunfos resonantes, de sus grandes éxitos. 
SÓCRATES . - Esto es negocio concluido; es preciso entregarse a Protágoras, a quien no conoces como tú mismo lo confiesas, y a quien no has hablado jamás 81 . 
¿Meditaron los hombres públicos del 53 y del 80, acerca de su apresuramiento, de su lamentable urgencia por entregar a educadores extranjeros –por el espíritu y por la sangre-, el cuidado del alma de las futuras generaciones argentinas? ¿Se detuvieron siquiera un momento para consultar nuestro pasado, para abrir el libro de una tradición venerable, cuyo espíritu modeló el carácter de los fundadores de la Patria?            
                                                 79 Protágoras , 313 a, b.  80 Cf. Apología , 30, e.  81 Protágoras , 313 c.