lunes, 30 de marzo de 2015

RELOJ DE LA PASIÓN – POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO


RELOJ DE LA PASIÓN – POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

RELOJ DE LA PASIÓN

O sea reflexiones afectuosas sobre los padecimientos

 de nuestro Señor Jesucristo, por el bienaventurado obispo

SAN ALFONSO DE LIGORIO

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CAPÍTULO V.

ultima cena
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Del amor que Jesús nos ha manifestado legándosenos a sí mismo en alimento antes de su muerte.
  1. Sabiendo Jesús que era llegada su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. [Sciens Jesus quia venit hora ejus, ut transeat ex hoc mundo ad Patrem, cum dilexisset suos… in finem dilexit eos. Joann. XIII, 1.] PRESIONE "MAS INFORMACION" A SU IZQUIERDA PARA LEER ARTICULO
  2.  Sabiendo nuestro amable Redentor en la última noche de su vida que era ya llegado el tiempo de morir por el hombre, por el que tanto había suspirado, no pudo su amoroso corazón consentir en dejarnos solos en este valle de lágrimas. Para no separarse, pues, de nosotros ni aun por la muerte, quiso quedarse y dársenos a sí mismo en alimento en el Sacramento del altar, haciéndonos entender con esto que, después de este don infinito nada más tenia ya que darnos para probarnos su amor. Hasta el fin los amó [In finem dilexit eos.] Cornelio Alápide, con san Crisóstomo y Teofilacto, explica según el texto griego la expresión hasta el fin, y dice: Es como si hubiera querido decir, los amó con un amor sin fin y sin medida. [Qua si dicat, extremo amore et summo dilexit eos.] Jesús en este Sacramento hizo el último esfuerzo de amor para con los hombres, como dice el abad Guerrico. [Omnem vim amoris effudit amicis.]
  3. Pero todavía fue mejor explicado esto por el santo concilio de Trento, el que hablando del Sacramento del altar, dice que nuestro Salvador derramó en él, por decirlo así, todas las riquezas de su amor para con nosotros. [Divitias sui erga homines amoris velut effudit. Sess. 13, c. 2.]  Tenia, pues, razón el angélico santo Tomás en llamar a este Sacramento, sacramento del amor, y prenda del amor más admirable que un Dios pudo dar a los hombres. [Sacramentum caritatis, summae caritatis pignus est. Opusc. 18, c. 23.] San Bernardo lo llama amor de les amores [Amor amorum.]; y santa María Magdalena de Pazzi decía que el alma después de la comunión podía decir: Todo está consumado [Consummatum est. Joann. XIX, 30.]; esto es, dándoseme Dios a sí mismo en esta comunión, nada más tiene que darme. Preguntando un día esta Santa a una de sus novicias en que había pensado después de la comunión ella le respondió: en el Amor de mi Jesús. Si replico la Santa, cuando se piensa en este amor, en ninguna otra cosa se puede pensar sino que es una necesidad el detenerse en él. 3. ¡Oh Salvador del mundo! ¡Y qué pretendéis obtener de los hombres, llevando el amor hasta daros a Vos mismo en su alimento! ¿Qué más os resta darnos en adelante, después de la institución de este Sacramento, para obligarnos a amaros? ¡Ah Dios infinitamente bueno! Ilustradme y hacedme conocer cuánto es este exceso de bondad que os ha reducido a ser mi alimento en la santa Comunión. Si, pues, os habéis dado todo a mí, justo es que yo me dé también todo a Vos. Yo os amo más que a todo otro bien, y deseo recibiros para más amaros en adelante: venid pues, venid con frecuencia a mi alma y haced que ella sea ya para solo Vos. Dichosos los que con verdad pueden decir, como san Felipe Neri decía en los transportes de su amor, cuando comulgo por modo de Viático: ¡Ved aquí mi amor! ¡Ved aquí mi amor! ¡Dadme a mi amor!

  1. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él [Qui manducat meam carnem, et bíbit meum sanguinem, in me manet, et ego in illo. Joann. VI, 57]. San Dionisio Areopagita dice que el amor propende siempre a la unión con el objeto amado, y por cuanto el alimento viene a hacerse una misma cosa con el que le come, por eso quiso el Salvador hacerse nuestro alimento, a fin de que recibiéndole en la santa comunión vengamos a ser una misma cosa con él. Tomad y comed, dice Jesús, este es mi cuerpo [Accipite et comedite, hoc est corpus meum. Matth. XXVI, 26.] Como si hubiera querido decir, observa san Juan Crisóstomo: ¡Oh hombres! alimentaos de mí, para que de vosotros y de mí se haga una misma cosa [Dixit, Me comede, ut summa unio fiat. Hom. 15.]. Así como de dos pedazos de cera fundidos, dice san Cirilo de Alejandría, se hace uno solo; así el alma que comulga se une de tal suerte con Jesús, que Jesús está en ella, y ella en Jesús. ¡Oh mi tierno Salvador! exclama aquí san Lorenzo Justiniano, ¿cómo habéis podido llegar a amarnos hasta querer unirnos de tal modo a Vos, quede vuestro corazón y del nuestro se haga un solo corazón? [O! quam mirabilis est dilectio tua, Domine Jesu, qui tuo corpori taliter nos incorporan voluisti, ut tecum cor unum haberemus! De divin. amor. c. 5.]
  2. Tenía, pues, razón san Francisco de Sales en decir, hablando de una santa comunión: El Salvador no podía ser considerado en ningún otro misterio ni más amable ni más tierno que en este, en el que se aniquila, por decirlo así, y se da en comida para entrar en nuestras almas, y unirse al corazón de los fieles; por manera que, como dice san Juan Crisóstomo, a este Señor, en quien los Ángeles no se atreven a poner sus ojos, es a quien nosotros nos unimos [Huic nos unimur, et facti sumus unum Corpus, una caro]. ¿Qué pastor, añade este mismo Santo, alimenta sus ovejas con su propia sangre? Pero ¿qué digo pastor? Muchas madres entregan sus hijos a otras nodrizas; mas Jesús no ha consentido esto, sino que nos alimenta en este Sacramento con su propia sangre, y se une a nosotros [Quis pastor oves proprio pascit cruore? et quid dico pastor? matres multae sunt quae filos aliis tradunt nutricibus: hoc autem ipse non est passus, sed ipse nos proprio sanguine pascit. Homil. 60.]. En suma, concluye el Santo, porque él nos ama ardientemente ha querido hacerse nuestro alimento, y una misma cosa con nosotros. ¡Oh amor infinito, digno de un amor infinito! ¿Cuándo os amaré yo, Dios mío, como Vos me habéis amado? ¡Oh alimento divino! ¡Oh Sacramento de amor! Cuando me atrajereis enteramente a Vos, ya nada más os restara que hacer para ser amado de mí. Siempre quiero comenzar a amaros, siempre os lo prometo y nunca comienzo; mas esto es hecho, ya principio desde hoy a amaros verdaderamente: ayudadme, ilustradme inflamadme, desasidme de la tierra y no permitáis que yo resista por más largo tiempo a todos los esfuerzos de vuestro amor. Yo os amo con todo mi corazón, y por esto yo quiero renunciarlo todo para no agradar ya más que a Vos, ¡oh mi vida, mi amor, mi todo! Yo quiero unirme frecuentemente a Vos en este Sacramento a fin de desasirme de todo y de no amar sino a Vos. Dios mío, yo espero de vuestra bondad que me daréis fuerzas para cumplir mis promesas.
  1. Hemos visto, dice san Lorenzo Justiniano, a un Dios que es sabiduría misma hecho como loco por el excesivo amor que nos tiene. ¿Pues qué no parece una locura, escribe san Agustín, el que un Dios se deje comer de sus criaturas? Peo si todavía hay alguna cosa más que pueda decir una criatura a su Criador nos atreveremos aun a decirlo, con san Dionisio, quien llega a decir que Dios, por la grandeza de su amor se ha colocado como fuera de sí mismo, puesto que siendo Dios, se ha hecho hombre y hasta alimento de los hombres. Pero, Señor, un exceso semejante no convenía a vuestra majestad. Sin duda responde Jesús por boca de san Juan Crisóstomo; mas el amor cuando quiere hacer bien, y manifestarse a su amado no considera lo que conviene, no se dirige a donde le llama la razón, sino a donde le impele el ardor de su deseo. ¡Ah mi Jesús! ¡Cuánto me avergüenzo de mí mismo, al pensar que habiendo tenido la felicidad de conoceros, oh bien infinito, infinitamente amable, y tan enamorado de mi alma , me haya dejado yo llevar del amor de los bienes viles y despreciables, prefiriéndolos a Vos! Yo os suplico, Dios mío, que cada día me descubráis más y más la grandeza de vuestra bondad, a fin de que me abrace más y más en vuestro amor, y haga los mayores esfuerzos para agradaros. ¡Ah mi divino Maestro! ¿Qué objeto más bueno, ni más bello, ni más santo, ni más amable que Vos, puedo yo hallar para amar? Yo os amo, bondad infinita, más que a mí mismo, y no quiero vivir sino para amaros a Vos, que merecéis todo mi amor.
  1. San Pablo nos hace considerar el tiempo en que Jesús nos hizo este don de la Eucaristía, don que excede a todos los que puede hacer un Dios omnipotente [Donum transcendens omnem plenitudinem], como dice san Clemente; añadiendo san Agustín que aunque omnipotente, Dios no podía dar más [Cum esset omnipotens, plus dare non putuit.]. El Apóstol, pues, se expresa de este modo: El Señor Jesús, en la noche que fue entregado, tomó el pan, y dando gracias lo partió y dijo: Tomad y comed, este es mi cuerpo, que será entregado por vosotros. [Dominus Jesus, in qua nocte tradebatur, accepit panem,et gratias agens, fregit, et dixit: Accipite et manducate, hoc est corpus meum, quod pro vobis tradetur. I Cor. XI, 23.]. Sucedió, pues, esto aquella noche, en la que los hombres en sus consejos preparaban a Jesús los mayores tormentos y la misma muerte; la misma noche en que este Redentor infinitamente bueno acordó por su parte darse a sí mismo a los hombres en este Sacramento, a fin de hacerles comprender que su amor era tan grande, que en vez de entibiarse con tanta ingratitud, era en aquel mismo momento todavía más vivo y más tierno que nunca para ellos. ¡Ah Señor amabilísimo! ¿Cómo habéis podido amar a los hombres hasta el punto de querer permanecer con ellos en la tierra para ser su alimento, cuando estos mismos hombres os repelían con tanta ingratitud?
  2. Ved además el deseo inmenso que tuvo el Salvador toda su vida de ver llegar esta noche, en la que había resuelto dejarnos una prenda tan preciosa de su amor pues que en el momento de instituir este augusto Sacramento, dice: He deseado con ardiente deseo comer esta pascua con vosotros [Desiderio desideravi hoc pascha manducare vobiscum. Luc. .XXII, 15]. Palabras con las que manifiesta el vivísimo deseo y el ansia que tenía de unirse a nosotros en la Comunión, comprimido su corazón por el amor que nos tenía. Esta palabra, dice san Lorenzo Justiniano, es la expresión de la más encendida caridad [Flagrantissimae caritate est vox haec]. Pues este mismo deseo conserva todavía Jesús a todas las almas que le aman. Las abejas, dijo un día a santa Matilde, no se arrojan con tanta vehemencia a las flores para extraer de ellas la miel, como yo desciendo impelido de mi amor al alma que me desea. ¡Oh amigo excesivamente amable! ya no os restan más grandes pruebas que darme para persuadirme de vuestro amor. Yo os doy repetidas gracias por vuestra bondad. ¡Ah Jesús mío! atraedme del todo a Vos; haced que en adelante os ame yo con toda la ternura de mi amor Sea para otros suficiente el amaros solo con el amor apreciativo y dominante; ya sé que os contentáis con esto; mas yo no me contentaré sino cuando vea que os amo con más ternura aun, que a un amigo; a un hermano; a un esposo. ¡y donde podré yo hallar un amigo, un hermano, un esposo, un padre que me ame tanto como Vos me amáis, Oh Criador mío, Salvador y Dios mío, que por mi amor habéis dado vuestra Sangre y vuestra vid, y después de eso todavía os dais entero a mí en este sacramento de amor! Yo os amo pues Oh Jesús mío, con todo mi afecto: yo os amo más que a mí mismo; ayudadme a  amaros, y nada más os pido.
  1. San Bernardo dice que Dios no nos ha amado tanto sino para ser amado de nosotros [Ad nihil aliud Amati Deus Quam ut amaretur]. Y esto mismo protesta nuestro Salvador diciéndonos que no ha venido a la tierra sino a hacerse amar [Ignem veni mittere in terram]. ¡Y que llamas de amor tan santas no enciende Jesús en las almas que por este Divino Sacramento! El venerable P.D Francisco Olimpio, teatino, decía que nada era más capaz de inflamar nuestros corazones de amor en el soberano bien que la santa Comunión. Hesiquio llamaba a Jesús en este Sacramento, un fuego divino [Ignis divinus.]; y santa Catalina de Sena vio un día, en las manos de un sacerdote, a Jesús en la santa hostia bajo la figura de una grande hoguera de amor, admirándosele que todo el mundo no estuviera abrasado ya en ella. El altar, dice el abad Ruperto con san Gregorio Niseno, es la bodega en que la esposa de Jesús se embriaga del amor de su Señor, hasta el punto de que olvidándose de la tierra se consume en los santos y deliciosos deliquios de la caridad [Introduxit me Rex in cellam vinariam, ordinavit in me caritatem: fulcite me floribus, stipate me malis, quia amore langueo. Cant.II, 4].
  2. ¡Oh amor de mi corazón! ¡Oh Sacramento santísimo! oh! ¡Que yo me acuerde siempre de Vos, a fin de olvidar todo lo demás, y de amaros a Vos solo siempre y sin reserva! ¡Ah Jesús mío! Vos habéis llamado tantas veces a la puerta de mi corazón que al fin habéis entrado en él, así lo espero; mas puesto que en él habéis entrado, arrojad de él, os ruego, todas las afecciones que no se enderecen a Vos: apoderaos de tal suerte de mí, que pueda yo también como el Profeta, decir en adelante con verdad ¡Dios mío! ¿Qué otra cosa deseo yo sino a Vos, ni en el cielo ni en la tierra [Quid mihi est in coelo, et a te quid volui super terram, Deus cordis mei, et pars mea Deus in aeternum? psalm.LXXII, 25, 26.]? Vos solo sois y seréis siempre el único dueño de mi corazón y de mi voluntad, y solo Vos debéis ser toda mi herencia, toda mi riqueza en esta vida y en la otra.
  3. Decía el profeta Isaías: Id, y publicad por todas partes las invenciones del amor de nuestro Dios para hacerse amar de los hombres ¿Y qué invenciones no ha hallado el amor de Jesús para hacerse amar de nosotros? Sobre la cruz ha querido abrirnos en sus sagradas llagas otras tantas fuentes de gracias, que para recibirlas bástanos el pedirlas con confianza; y no contento con esto ha querido dársenos a sí mismo enteramente en el santísimo Sacramento.
  4. ¡Oh hombre! dice san Juan Crisóstomo, ¿Por qué eres tan avaro de ti mismo, y por qué das con tanta reserva tu amor a este Dios, que se ha dado todo a ti sin ninguna partición [Totum tibi dedit, nihil sibí reliquit]? Esto es precisamente, dice el angélico Doctor, lo que Jesús hace en el Sacramento del altar: Él nos ha dado todo lo que es y todo lo que tiene [Deus in Eucharistia totum quod est et habet dedil nobis. Opusc. 63, V. 2.]. Ved aquí, añade san Buenaventura, que este Dios inmenso, a quien no puede contener todo el universo, viene a ser nuestro prisionero y nuestro cautivo cuando le recibimos en nuestros corazones por la santa Comunión [quem mundus capere non potet captivus noster est. In praep. Missae.]. Por eso, san Bernardo considerando este exceso de amor, decía: Mi buen Jesús ha querido hacerse huésped inseparable de mi corazón [Individuus cordis mei hospes] Y pues que mi Dios, añadía, ha querido dárseme todo entero por su amor, es muy justo que yo me emplee todo entero en servirle y en amarle.
  5. ¡Ah mi amable Jesús! decidme, ¿qué más os resta inventar para haceros amar de mí? ¿Y pudiera yo continuar en seros tan ingrato como lo he sido hasta aquí? Señor, no lo permitáis. Vos habéis dicho que el que come vuestra carne en la Comunión vivirá bajo la impresión de vuestra gracia [Qui manducat me,et ipse vivet propter me. Joann.] Si, pues, me permitís recibiros en la santa Comunión, haced que mi alma viva siempre con la verdadera vida de vuestra gracia. Yo me arrepiento, ¡Oh mi Soberano bien! de haberla menospreciado hasta aquí, pero os doy gracias porque me concedéis tiempo para llorar los ultrajes que os he hecho, y para amaros sobre esta tierra. En lo que me restare de vida, quiero poner todo mi amor en Vos, y quiero aplicarme a agradaros todo cuanto pudiere. Socorredme, Jesús mío, no me abandonéis. Salvadme por vuestros méritos, y que mi ocupación sea la de amaros, siempre en esta vida y en la eternidad. María, madre mía, socorredme también Vos.

CAPÍTULO VI.

Cristo en el Huerto de los Olivos
Del sudor de sangre y de la agonía de Jesús en el huerto.
  1. Ved aquí, de qué modo nuestro amable Salvador, estando ya en el huerto de Gethsemaní, quiere comenzar él mismo su dolorosa pasión. Permite al temor, al tedio, a la tristeza que vengan a hacerle sufrir todos sus tormentos. [Coepit pavere, taedere, et moestus esse. Marc. XIV, 33; et Matth. XXVI, 37.] Comienza, pues, a sentir un grande pavor de la muerte y de las penas que muy luego debía sufrir: coepit pavere. Pero qué, ¿no era el mismo Jesús que antes se había ofrecido espontáneamente á semejantes dolores? [Oblatus est quia ipse voluit. Isai. LIII, 7.] ¿No era el mismo que había deseado tan ardientemente este tiempo de su pasión, y el que poco antes había dicho: He deseado con gran deseo comer con vosotros esta pascua? [Desiderio desideravi hoc pascha manducare vobiscum. Luc. XXII, 15.] ¿Cómo, pues, se encuentra ahora apoderado de un temor tan grande de la muerte que llega hasta suplicar a su Padre le libre de ella? [Pater mi, si possibile est, transeat á me calix iste, Matth. XXI, 26, 39.] Pídele, responde el V. Beda, que el cáliz pase lejos de él para mostrar que era verdadero hombre. [Orat transire calicem, ut ostendat quo vere homo erat.] Aunque el buen Salvador quería morir para mostrarnos por su muerte el amor que nos tenía; más para que los hombres no pensasen que su cuerpo era fantástico, como algunos herejes han blasfemado, o que por virtud de la divinidad había muerto sin experimentar dolor alguno, dirige esta súplica a su Padre, no tanto para ser oído en ella, como para hacernos comprender que moría como hombre, y que moría apoderado de un gran temor de la muerte y de los dolores que debían acompañar a la suya.
    ¡Oh Jesús! ¡Oh amabilísimo Jesús! Vos quisisteis cargaros con nuestra timidez, a fin de comunicarnos vuestra fortaleza para padecer los trabajos de esta vida. Seáis para siempre bendecido por esta tierna compasión; y todos nuestros corazones os amen como Vos lo deseáis y como Vos lo merecéis.
  1. Coepit taedere. Comienza también a experimentar un gran tedio por los tormentos que le estaban preparados. Cuando él se entristece, las delicias mismas se cambian en amargura. Con un tedio semejante ¿qué angustias no debió causar a Jesús la horrible imagen, que entonces se representó a su espíritu, de todos los tormentos interiores y exteriores que durante el resto de su pasión debían martirizar tan cruelmente su cuerpo y su alma santa? Entonces se le hicieron ver distintamente todos los dolores que debía sufrir, todas las afrentas que había de recibir de los judíos y de los romanos; todas las injusticias que le habían de hacer los jueces de su causa; y sobre todo se le hizo ver aquella desolada muerte, que debía sufrir, abandonado de todos, tanto de los hombres como de Dios, en un mar de dolores y de desprecios inauditos; y ved aquí lo que le causó un tedio tan amargo que se vio obligado a pedir socorro al Padre eterno. ¡Ah Jesús mío! yo me compadezco de vuestros padecimientos, yo os los agradezco, yo os amo.
  2. «Aparécese, pues, un Ángel que le conforta.» [Apparuit autem Angelus confortans eum. Luc, XXII, 43.] El socorro vino; pero este socorro, dice el venerable Beda, más aumentó su pena que la disminuyó. [Confortatio dolorem non minuit, sed auxit.] Sí, porque el Ángel no le comunicó fuerzas sino para sufrir más y más por amor del hombre y por la gloria de su Padre. ¡Oh! ¡Qué tormento os causa, mi amable Maestro, este primer combate! En el curso de vuestra pasión los azotes, las espinas, los clavos no vinieron sino sucesivamente a haceros sufrir; más en el huerto os saltaron todos juntos los dolores de vuestra pasión, y los aceptasteis todos por mi amor y por mi bien, ¡Ah Dios mío! ¡Cuánta es mi pena de no haberos amado en lo pasado, y de haber preferido mis placeres criminales a vuestra voluntad! Yo los detesto más que ningún otro mal, y me arrepiento de ellos con todo mi corazón. Jesús mío, perdonadme.
  1. Con el tedio y la tristeza comienza Jesús a experimentar una grande angustia y aflicción de espíritu. Pero Señor, ¿no sois Vos el que dais a vuestros mártires una alegría tan grande en sus padecimientos, que llegan hasta menospreciar los tormentos y la muerte? San Agustín dice de san Vicente, que durante su martirio hablaba con tanta alegría, que parecía que uno padecía y otro hablaba. Se cuenta de san Lorenzo que tostándosele sobre las parrillas, era su consolación tan grande, que insultaba al tirano, y le decía: Vuélveme de otro lado, y come. [Versa et manduca] Y después de esto, ¿Cómo, oh Jesús mío, Vos que habéis dado a vuestros siervos tanta alegría en sus tormentos, habéis reservado para Vos una tristeza tan grande en los vuestros?
  1. ¡Oh alegría del paraíso que llenáis de regocijo al cielo y a la tierra! ¿Por qué os veo yo ahora tan afligido y tan triste, y os oigo decir que la tristeza que experimentáis es capaz de daros la muerte? [Tristis est anima mea usque ad mortem. Marc. XIV, 34] ¡Oh Salvador mío! ¡Ah! Ya oigo que me respondéis, que no fueron tanto los dolores de vuestra pasión cuanto los pecados de los hombres, y los míos entre otros, los que en este momento os causaron un tan gran espanto de la muerte.
  2. Cuanto más amaba el Verbo eterno a su Padre, tanto más aborrecía el pecado, del que conocía toda su malicia. Para borrar, pues, el pecado del mundo, y para no ver ya ofendido por el a su muy amado Padre, se había hecho hombre, y se había resuelto a sufrir una pasión y una muerte tan dolorosa. Mas, viendo asimismo que no obstante todos sus padecimientos habían de cometerse tantos nuevos pecados en el mundo, experimentó, dice santo Tomás, un dolor superior al que experimentaron jamás de sus propias faltas todos los penitentes. [Excepit omnem dolorem cujuscumque contriti]; un dolor que excedió a toda la pena con que puede ser afligido el corazón humano. La razón de esto es porque todos los padecimientos de los hombres están, al fin, mezclados de algún consuelo, más el dolor de Jesús fue un dolor puro sin ningún lenitivo [Purum dolorem absque ulla consolationis permixtione expertus est. Contens. 10, 2. Lib. 10, dis. 4] ¡Ah, si yo os amara, oh Jesús mío! Viendo todo lo que habéis sufrido por mí, me serian dulces todos los dolores, todos los oprobios y todos los malos tratamientos del mundo. Concededme por gracia vuestro amor, para que yo sufra con placer, o al menos con paciencia, lo poco que vos me hiciereis padecer. No me hagáis morir sin que os acredite mi reconocimiento por el exceso de vuestro amor. Yo propongo, en las tribulaciones que me enviareis, deciros siempre: Jesús mío, yo abrazo esta pena por vuestro amor;  yo quiero sufrirla por agradaros.
  1. Se lee en la historia que algunos penitentes, ilustrados con una luz divina, murieron de dolor viendo la malicia de sus pecados. ¡Cuál debería ser, pues, este suplicio para el corazón de Jesús, que veía todos los pecados del mundo, todas las blasfemias, todos los sacrilegios, todas las impurezas y todos los demás crímenes que habían de cometerse por los hombres después de su muerte, viniendo a ser entonces cada uno de ellos como una bestia feroz que le desgarraba el corazón con un tormento particular! Esta es la razón porque nuestro Salvador, agonizando en el huerto, diría en su aflicción: ¿tal es, oh hombres, la recompensa que habéis de darme por mi inmenso amor? ¡Ah! Si yo viera que, penetrados de reconocimientos, habíais de dejar de pecar y empezar a amarme, ¡oh! ¡Con cuanto gozo iría yo ahora a morir por vosotros! Pero al ver, después de tantas penas mías, tantos pecados vuestros; después de tanto amor, tanta ingratitud; esto es lo que me aflige, lo que me pone triste hasta la muerte, y lo que me hace sudar sangre. Y según el Evangelista, este sudor fue tan copioso, que humedeció primero las vestiduras del Salvador, y después regó con abundancia la tierra. [Et factus est sudor ejus sicut guttae sanguinis decurrentis in terram. Luc. XXII, 44].
  2. ¡Ah tierno Jesús mío! Yo no percibo en este huerto ni azotes, ni espinas, ni clavos que rasguen todavía vuestra carne: ¿Cómo, pues, os veo todo bañado de sangre desde la cabeza hasta los pies? Mis pecados, pues, fueron la cruel prensa, que a fuerza de aflicción y de tristeza hizo entonces brotar de vuestro corazón una tan grande abundancia de sangre. Yo fui, pues, entonces, yo mismo, uno de vuestros más crueles verdugos, yo ayudé a atormentaros más cruelmente con mis pecados; porque es muy cierto que si yo hubiera pecado menos, Vos hubierais sufrido entonces menos. Cuanto más placer, pues, he tenido yo en ofenderos, tanto más he aumentado en este momento la aflicción y las angustias de vuestro corazón. ¡Y como no me hace morir de dolor el pensamiento, de que yo he pagado el amor que me habéis manifestado en vuestra pasión aumentando vuestra tristeza y vuestros sufrimientos! ¡Yo, pues, he atormentado este corazón tan amable, tan tierno y que tanto me ha amado! Señor, puesto que ya no me queda en este momento otro medio de consolaros que el de afligirme por haberos ofendido, si, Jesús mío, yo me aflijo de ello y me arrepiento de todo corazón. Dadme un dolor tan fuerte, que me haga llorar sin cesar hasta el último suspiro de mi vida las penas que os he causado, a Vos, Dios mío, mi amor y mi todo.
  3. Sintiéndose Jesús rendido bajo el peso de la estrecha obligación de satisfacer por todos los pecados del mundo, se prosterna con el rostro sobre la tierra [Procidit in faciem suam. Matth. XXVI, 39.], a fin de suplicar en favor de los hombres; como si tuviera vergüenza de levantar los ojos al cielo viéndose cargado de tantas iniquidades. ¡Ah mi Salvador! Yo os veo todo pálido y sumergido en la tristeza por el exceso de vuestra pena. ¡Vos en las agonías de la muerte, y Vos suplicáis! [Factus in agonía prolixius orabat. Luc. XXII, 43.] Dios mío, decidme ¿por quién suplicáis? ¡Ah! En este momento no fue tanto por Vos como por mí por quien suplicabais, ofreciendo al Padre eterno vuestras poderos suplicas, unidas a vuestros sufrimientos, para alcanzarme, miserable de mí, el perdón de mis ofensas [Qui in diebus carnis suae preces supplicationesque ad eum qui posset illum salvum facere a norte, cum clamore valido et lacrymis offerens, exauditus est pro sua reverentia. Hebr. 5, 7.]
    ¡Oh Salvador mío! ¿Cómo habéis podido amar tanto al que tanto os ha ofendido? ¿Cómo habéis podido aceptar tantos padecimientos por mí,  previendo desde entonces la ingratitud que yo había de tener con Vos?
  1. ¡Ah! Haced que yo participe, mi buen Maestro, de aquel dolor que entonces sentisteis Vos de mis pecados; yo les tengo horror al presente, y reúno este mi horror al que Vos tuvisteis en el huerto. Yo os conjuro, Salvador mío, que no miréis a mis pecados; el infierno sería demasiado poco para mí; considerad los padecimientos que por mi habéis sufrido. ¡Oh amor de mi Jesús! Tú eres el amor y la esperanza mía. Señor, yo os amo con toda mi alma, y quiero amaros siempre. ¡Ah! Por los méritos de esta tristeza de esta agonía que habéis sufrido en el huerto, dadme el fervor y el aliento necesarios en todo lo que emprendiere por vuestra gloria. Por los méritos de vuestra agonía concededme fuerza para resistir a todas las tentaciones de la carne y del infierno. Dadme la gracia de resignarme siempre en vuestras disposiciones, y de repetir siempre con Jesucristo: Que no se haga mi voluntad, sino la vuestra [Non quod ego volo, sed quod tu. Marc XIV, 36.]. Amen.