martes, 23 de junio de 2015

HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN NACIONAL ESPAÑOLA Prefacio por René Benjamín.

 La Cruzada Española de 1936 contra las fuerzas antinacionales y anticatólicas: comunismo, anarquismo, masonería, ¡con todo el mundo liberal y ‘democrático’ en su contra!, es un ejemplo crucial y actualísimo, porque la lucha continúa, siempre renovada, siempre la misma:  la realidad y la Verdad  contra las ideologías bárbaras. Publico algunos pocos párrafos, pero elocuentes, como testimonio de admiración al Ejército español y  a  los heroicos  ‘nacionalistas’ españoles.
¡Dios los tenga en su gloria!
HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN NACIONAL ESPAÑOLA
Prefacio  por
René Benjamín.
( De la Academia Goncourt)


 Es la mentira la gran oportunista del siglo. Triunfa en todas partes; nos sojuzga, nos ahoga.      Mas  ¿Cómo conocer la Verdad?... –gimen los pusilánimes.
      ¡La verdad es resplandeciente!
      La gran desgracia del hombre moderno, es que ya no adivina nada; ha gastado su sensibilidad ¡Demasiadas noticias y demasiadas novedades! El pobre siente vértigo. Entonces comienza por acoger la mentira con respeto, hasta que se le prueba, mediante documentos mentirosos,,, ¡que no se trata de una mentira!
 LA IMAGEN FUE AGREGADA Y NO CORRESPONDE A LA PUBLICACION ORIGINAL
      Tal fue el drama de la Sociedad de las Naciones ante la Revolución de España. Ha creído escuchar imparcialmente y estudiar con serenidad; luego, en medio de sofismas y frases, se ha decidido estúpidamente. Daban ganas de decirle a gritos : ¿Y el honor? ¿Y la fe? ¿Y el espíritu?.  En estas salas en que el aire ha muerto, entre tantas necesidades pintadas en las paredes; -segadores tocando la lira, mujeres que cantan mientras dan el seno, filósofos con túnicas de profetas abrazando a obreros desnudos-…;  hubiera debido entrar un pastor recién llegado de su montaña, un marino escapando a la tempestad, un soldado jadeante aún de su victoria. Estos habría sabido comprender a la España Nacional. Habrían despertado la vergüenza en los diplomáticos, los ministros, los pedantes, capaces de aplaudir la declaración sacrílega de un Alvarez del Vayo, el osado que pedía ayuda a la tierra entera, contra unos generales facciosos…
      Hay entre estas gentes extrañas  una absurda concepción de la vida militar. El militar debe disparar el cañón, cuando ve la guerra declarada por el civil y es el civil quien se lo manda. Pero si de improviso cae en la cuenta de que la Patria también le pertenece, y viéndola amenazada, precisamente por el civil, pretende salvarla, entonces… ¡se convierte en faccioso! Un Alvarez del Vayo no podría serlo. Es legal… ¡Puesto que fabrica las leyes!
      He aquí lo que es necesario comprender  antes de leer una sola página  de la “Historia de la Revolución Nacional Española”.  Ha empezado por crearse una impostura desvergonzada, pregonándola, difundiéndola, ante una multitud de engañados y necios. Fue inútil decirles  y repetirles que los Nacionales se habían visto atacados, robados, muertos, que en un arranque de cólera sagrada, dijeron: “¡Basta”! y se aprestaron a la defensa; los necios son los necios  y respondían : “¡Oh!… por algo los habrán asesinado…!” Hay seres con una imaginación húmeda, en la que no prende el fuego jamás. Viven en la humareda, sin ver.
      Procuremos vivir en la luz. Sabemos los nombres de los demagogos que han querido arruinar a España. Acabamos de verles huir, llevándose en sus autos a los Cristos que cuentan revender en más de treinta dineros. ¡Han superado a Judas! Su codicia, sus placeres, sus necesidades todo les imponía el rebajar a España. Tenían horror a la fe de España. Bajo el pretexto de la miseria del pueblo no proponían reformas, sino el gran exterminio; es decir, la miseria para todos. El materialismo no tolera el espíritu;  no se siente superior hasta que lo ha matado. Un cobarde no soporta al héroe; no llega a ser alguien hasta que lo suprime. Y he aquí porqué la Religión y el Ejército fueron, como siempre, los primeros blancos.
      No se trata de saber si en las filas de los rojos hubo héroes ingenuos. Siempre se encuentran pobres soldados que dan la vida por una ilusión. Esto no cambia en nada a los criminales que, riendo, decían a los sacerdotes a quienes asesinaban “¡Cómo! ¿Acaso la Iglesia no desea el martirio?” ; y a los militares, antes de fusilarlos: “Pero señores, ¡si vais a morir por vuestra Patria!”
      Se sabe de que lado hubo odio contra el espíritu. Y de qué lado se ha caído por él. Los rojos se han hecho matar por estas palabras: “Libertad, República; Igualdad”. Los nacionales se han hecho matar por preservar una vida espiritual, en que el honor, la caridad, el patrimonio nacional, se estimaban como bienes superiores a los goces de una “República Libre e Igualitaria”.
      Los rojos, al principio, eran dueños de todas las riquezas. Los nacionales, al principio, no tenían más riquezas que su fe. Van recordando al mundo esta verdad que el mundo olvida siempre; el vencedor es aquel que cree en la justicia de su victoria.  No poseían más que esta creencia. Fue bastante. Casi todas las grandes ciudades estaban en manos de los rojos. La mayor parte de los generales habían fracasado. Las tripulaciones de las escuadras acababan de asesinar a seiscientos de sus oficiales. Sin barcos ¿Cómo transportaría Franco a sus moros?
      La fe lo creó todo. La fe hizo descender a los navarros de sus montañas. Corrieron a Burgos, en tropel, para ofrecerse a Mola. No tenían más que su vida,   para dar por Dios, el Rey, sus tradiciones. Se les armó. Fueron soldados formidables.  ¡Qué decepción para los intelectuales que sueñan  con que se responda a los asesinos bendiciéndolos o tocando la flauta! Se hablará mucho tiempo del heroísmo indómito de los requetés de Navarra.
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      En una  ciudad aparentemente frívola, como San Sebastián –no es más que una ciudad mundana-  el sólo transito de los heridos y de los ‘pasados’, por las calles, corría sobre los hombres vulgares un soplo espiritual. En los bares demasiado iluminados, entre las  risas excesivas de las mujeres demasiado maquilladas, bastaba  un breve relato heroico en que el odio y el amor proyectaran sombra y luz, para que una hora ligera y una sociedad frívola se ennoblecieran, crecieran en valor , llegando a ser  la gracia de una civilización que ha costado lo bastante caro para merecer el placer y lo superfluo. Esto es lo que expresaba un aviador, una noche,  hablando de un raid trágico efectuado por la mañana; “Pago, decía, mis noches, con el riesgo de mis mañanas”.
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      Bilbao es una excepción, fruto horrible de la industria, en una España que vive de la tierra y donde la pobreza, suprema nobleza, es, ante todo, campesina.
      El mayor crimen de los demagogos fue  confundir intencionalmente la pobreza y la miseria.    La miseria es odiosa; la pobreza es santa. La miseria tiene hambre; la pobreza es sobria.  La miseria es la llaga de las ciudades; la pobreza presta grandeza a la vida de los campos. No hay nada en la historia de los hombres más culpable que el hacer creer a los pobres que son miserables despertando en su corazón sencillo el sentido de la desgracia y de la envidia. El pobre, en España, tenía el alma en paz. Vivía de un trabajo penoso, y como tal, santificado, bajo un cielo de fuego, sobre una tierra sin rutas. En grandes extensiones desérticas, cultivaba un trigo pálido, criaba corderos desmadrados o toros ardientes; llevaba una vida cálida y magnífica de dignidad. El auto, ese monstruo que pasa por doquier ha aparecido. Y el auto transportaba demonios con cabeza de hombres, que recordaban al pobre que aún había ricos. Cristo hacía lo contrario: recordaba a los ricos que siempre hay pobres.
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      Ya que los cañones se han callado y los hombres no mueren bajo las balas y las bombas, hay que procurar, en el silencio relativo de la paz, tomar entre manos a los niños, para hacer de ellos hombres menos vulnerables a las ideas falsas. Para esto se  trata, no de instruirles, sino de educarles. Se ha visto, durante estos últimos años, el fruto dado a través del mundo por la fiebre de la instrucción. Se ha saturado a los niños; se imponía airearlos. El ser humano tiene necesidad que se le lije, se le desbaste; se le ha sobrecargado. El secreto de los verdaderos estudios humanos estaba ayer en las Humanidades, es decir, en el ejemplo de los hombres que fueron más humanos. Es preciso encontrar nuevamente ese secreto y volverlo a la vida.
      Don Pedro Sáins Rodriguez, Ministro de la Educación Nacional en España, acaba, en este sentido, de edificar un plan de fina sabiduría que, después de la victoria de las armas, establecerá la del espíritu. Latín, Griego, religión, ya que es lo mejor que puede estudiarse, pasan a ser disciplinas obligatorias para todo niño que estudie. ¡Que haga falta una guerra para una conquista de este tipo es ¡ay! tributo del triste destino de los hombres!
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