sábado, 26 de septiembre de 2015

Tener personalidad es ahora anticuado


Tener personalidad es ahora anticuado

 
Está surgiendo un nuevo tipo de igualitarismo, que difiere en algunos puntos no esenciales del igualitarismo conocido, que quiere la eliminación de toda superioridad.
Digámoslo así: quiere la igualdad de las muñecas, y no sólo la de los relojes. De los cuellos, y no sólo de los collares. De los dedos, y no tan sólo de los anillos … ¿Que quiere decir esto? El campo del nuevo igualitarismo es la propia médula de la personalidad humana, y no sólo los objetos o situaciones; aquella médula por la cual se dice que una persona “tiene personalidad”, o que “no tiene personalidad”.

El igualitarismo patrón procura igualar todo en un nivel mínimo. Esto se podría representar por una ecuación: 1=1 (uno es igual a uno). Cada hombre es igual a los otros. El igualitarismo post-moderno trata de destruir en la medida de lo posible las propias individualidades, tornándolas indiferenciadas, de manera que esto puede expresarse en la ecuación 0=0 (cero es igual a cero).
Este nuevo tipo humano se distingue de los demás no precisamente por su personalidad, sino por la carencia de ella.
Ya muchas voces, entre los post-modernos, han tratado del mismo fenómeno. Entre otros, Castoriadis, quien escribió sobre “La escalada de la insignificancia“; Gilles Lipovetsky, quien describió “La era del vacío”; Alain Finkielkraut discurrió sobre “La derrota del pensamiento“; Baudrillard bosquejó “el fin de lo social“, etc. No es que esos autores sean contrarios a esa situación, sino que para algunos esto debe ser así.
Plinio Corrêa de Oliveira describe esta situación: “Según tal colectivismo, los varios “yo” o las personas individuales, con su inteligencia, su voluntad, su sensibilidad y consecuentemente sus modos de ser, característicos y discrepantes, se funden y se disuelven, según ellos, en la personalidad colectiva de la tribu generadora de un pensar, de un querer, de un estilo de ser densamente comunes”.[1]

Cada cual debe ser enteramente típico, característico. Cada hombre es irrepetible en la gigantesca colección de hombres que hay, hubo y habrá
Mientras el igualitarismo común se manifiesta sobre todo en el odio a las jerarquías, este igualitarismo actualizado va más lejos y se caracteriza además por su tendencia a la indiferenciación: entre padres e hijos; entre los sexos; entre las edades; entre profesores y alumnos, etc. En esto consiste precisamente el punto central de este nuevo género de nivelación. Observa Plinio Corrêa de Oliveira: “La civilización moderna (…) en general, ama lo que es promiscuo y confuso. Aboliendo la variedad y colocando en su lugar una uniformidad sin sentido, la Revolución destruye la semejanza de la criatura con su Creador”. [2]
Y agrega: “lo característico es lo distintivo de la variedad auténtica; en él la verdadera variedad se realiza”. Es decir, cada cual debe ser enteramente típico, característico. Cada hombre es irrepetible y, en la gigantesca colección de hombres que hay, hubo y habrá, no es posible encontrar nada que se parezca a una repetición.
Por lo tanto, jamás se podrá lograr una estandarización completa del género humano. Lo que se debe hacer es trabajar para que la humanidad se conforme lo más posible con esa estética superior del Universo, lo que es un alto y bello ideal.
Lo que pretenden hacer, por el contrario, es tratar de patronizar al máximo al hombre en todas las cosas, como forma de protesta contra esa estética. Esa protesta se llama: igualitarismo.
La enfermedad de un árbol es más grave que el deterioro de sus frutos. Cualquier persona percibe la enorme suma de errores, crímenes y pecados que fueron cometidos a lo largo de los últimos decenios para tratar de imponer esta ideología.
Pero es especialmente grave esta reducción del género humano ‒género en el que Dios se encarnó‒ al triste estado de decadencia impensable en que se encuentra.
Autor: Leo Daniele

[1] Plinio Corrêa de Oliveira, Revolução e Contra-Revolução, São Paulo, 2009 (Edição comemorativa dos 50 anos da publicação), p. 144.
[2] Ibid., p. 187