sábado, 20 de febrero de 2016

LA BESTIA DEL MAR Y DE LA TIERRA

LA BESTIA DEL MAR Y DE LA TIERRA
usurpador
«Y vi una Bestia surgiendo del mar…» (Ap 13, 1).
Del mar: del mundo, del pecado, de la ignominia. La Bestia primera vive en la obra de su pecado. No conoce la gracia, el cielo, la vida de Dios. Vive en la blasfemia contra Dios, poniendo leyes que niegan el culto debido a solo Dios, que anulan los mandamientos de Dios. Esta Bestia tiene diez cuernos, como la Bestia de Daniel (cfr. 7, 7g), «y sobre sus cuernos diez diademas» (Ap 13, 1b), que indican dominio y realeza: «son diez reyes» (Dn 7, 24), diez gobernantes, que pertenecen a la clase alta de ese reino. Personas con dinero, fama y con gran poder en todo el mundo, no sólo en sus países, quienes forman un reino, una estructura global.
«La Bestia con diez cuernos es la Unión Europea» (MDM, 19 feb 2012), que es «la ciudad grande, Babilonia, la ciudad poderosa» del Apocalipsis (Ap 18, 10b), «con la cual los reyes de la tierra fornicaron y se entregaron al lujo» (Ap 18, 9).
La Unión Europea «ejerce realeza sobre los reyes de la tierra» (Ap 17, 18), quiere dominarlo todo, ya que tiene el poder: el «Dragón le entregó su poder y su trono y su potestad» (Ap 13, 2d).


«El Dragón Grande Rojo, la serpiente antigua» (Ap 12, 9) es el que «persigue a la Mujer» (cfr. v.13), que es la Iglesia de Cristo, y «hace la guerra» (cfr. v. 17) contra los hijos de Dios, descendientes de la Mujer.
«El enorme Dragón Rojo es el comunismo…, el ateísmo marxista…, ha logrado conquistar la humanidad con el error del ateísmo teórico o práctico, que ya ha seducido a todas las naciones de la tierra», construyendo «una nueva civilización sin Dios, materialista, egoísta, hedonista, árida y fría, que lleva en sí los gérmenes de la corrupción y de la muerte» (P. Gobbi, 14 may 1989).
El Dragón Rojo representa una forma de vida en la apostasía de toda verdad, que los hombres obran al admitir las ideas que nacen del comunismo. Es una vida diabólica, propia de Satanás.
El Dragón Rojo se manifestó en Rusia, que es el Oso, la segunda Bestia de Daniel, que es el que se levantó «a comer mucha carne» (cf. Dn 7, 5) con la revolución llena de terror y de violencia.
El Dragón Rojo es también China, que ahora está emergiendo, revelándose al mundo, y que es la que va a orquestar todas las guerras del Anticristo.
El poder comunista no desapareció con la caída del muro de Berlín, sino que cambió de cara, se ocultó de Rusia, el Oso se hizo manso, democrático, para mostrarse ahora, en los tiempos del Anticristo, como una nueva energía, una nueva fuerza en el mundo, que viene de China. Es una fuerza de odio, de destrucción, de apostasía, de dictadura camuflada.
Este poder lo tiene recibido la Bestia de diez cuernos: es decir, el reino del Dragón Rojo se extiende al reino de la Unión Europea. China y la Unión Europea comulgan en una misma filosofía de vida, totalmente contraria a la ley de Dios. En ambas, los hombres son esclavos de unos pocos. No importa cómo vivan los hombres esa esclavitud. La libertad, que tanto esgrimen los europeos, es sólo una forma más de esclavitud al dinero, al alimento, a la salud, al placer, a las culturas, etc… En el fondo, es una idea la que gobierna todo el mundo. Una idea contraria a Dios.
Los hombres, tanto en China como en la Unión Europea, se han acostumbrado a vivir en el pecado, en el rechazo a la ley de Dios, en la idolatría a muchos dioses. Y esto es una esclavitud que proporciona al hombre un poder global: los hombres prefieren antes un plato de lentejas que cumplir con los mandamientos de Dios. Cualquier gobernante que les dé de comer, que les resuelva la salud, que trabaje para hacer de la tierra un paraíso lleno de pecado, lo siguen con los ojos cerrados.
Con este poder del Dragón Rojo, que se extiende por todo el mundo, es fácil introducir el gobierno comunista, el dominio del bien común, sin ningún derecho al bien privado, anulando así toda libertad del hombre.
«Cada nación será absorbida por otra. Lucharán entre sí por el poder. Muchas naciones comenzarán a introducir leyes, que equivalen al comunismo. Entonces vendrá un tiempo, cuando el Dragón Rojo y el Oso controlarán todo, pero muchas personas no se darán cuenta de esto, porque mucha de esta dictadura será ocultada de la mirada pública» (MDM, 30 nov 2012).
China y Rusia lo controlarán todo: «Europa será el primer blanco y después los Estados Unidos de América. El comunismo será introducido y afligirá a aquellos que se opongan al reino del Dragón Rojo» (MDM, 14 feb 2012). «Babilonia caerá y será dominada por el gran Dragón Rojo, China y sus aliados, el Oso, Rusia» (MDM, 19 feb 2012).
La Bestia con diez cuernos, la Unión Europea, es «semejante a un leopardo» (Ap, 2, 2a): obra siempre en la sombra, se esconde, se oculta, cambia de cara, con el único fin de introducirse en todas partes. Quiere estar metida en todos los países, tantos en sus gobiernos como en sus religiones.
Se mueve con «pies de oso» (Ap, 2, 2b), es decir obra con astucia, hábil para engañar: es lo propio del seductor, que emplea el halago y la mentira para hacer creer que algo falso es verdadero.
Y tiene una «boca de león» (v. 2c): está metida en todos los medios de comunicación social. Se mueve por las modas, la propaganda, las culturas, la vida placentera.
El Anticristo es, propiamente, el undécimo cuerno de este reino, el apéndice, un inmiscuido entre las naciones, que tras los diez reyes «se levantará» y «derribará a tres reyes» (Dn 7, 24b).
El Anticristo se levanta en una guerra: hay que poner al mundo de rodillas para que surja en gloria militar y cree una falsa paz. En esa guerra, derriba a tres personajes importantes para el mundo, a tres líderes que pertenecen a la Unión Europea. Los demás, se le someten. Él se levanta imponiendo su dominio, su poder global.
El Anticristo, teniendo en su mano la Unión Europea, controlándola, se presenta al mundo como una amenaza para la Unión Europea. Él es del oriente: viene con toda la fuerza militar de Rusia y China. Tiene poder para conquistar toda Europa.
El Anticristo se levanta como un flagelo mundial: crea un falso fin de la guerra, para después continuarla de otra manera.
Es una persona real, no es una estructura social de pecado, no es un conjunto de poderes o de gobiernos que dominan sobre la tierra. El Anticristo no es la Unión Europea, no es el Impero Romano o la vieja Europa. No es un conjunto de fuerzas del mal, no es la idea de un movimiento, de una ideología o cuerpo moral.
Es un hombre, es «el impío», «el anomos» (2 Ts 2, 8a), el sin ley, el que es ley para sí mismo, que sólo puede ser destruido por la boca del Señor, aniquilado por su venida en Gloria (cfr. v. 8b).
Estamos en el fin de los tiempos: es el fin del dominio del demonio sobre el hombre y toda la creación. El demonio ha puesto sus bestias sobre la tierra para esclavizar a los hombres de muchas maneras. Ahora, en este tiempo de la gran tribulación, pone a su Anticristo, que es el Adversario de Cristo, para rematar su plan diabólico, para llevarlo a su perfección en el mal.
La aparición del Anticristo es, para el creyente, su liberación: el Señor viene a renovarlo todo, a llevar, a la perfección del amor, la obra que comenzó en un principio con el hombre.
El Señor ha mostrado su Misericordia en la caída del hombre en el pecado. Y le ha puesto un camino de salvación en su pecado. Pero, siempre el hombre ha tropezado en la misma piedra, en su soberbia. Ha crecido tanto en esa soberbia, que el tiempo está maduro para un cambio en todas las cosas. Cambio producido por la Justicia de Dios, que da a cada criatura intelectual su tiempo para obrar y arrepentirse de su pecado.
El demonio, en su obra, sólo tiene que hacer una cosa: ponerse como dios en un hombre, para esclavizar a todos los hombres y aniquilar a todos los hijos de Dios. Por eso, al hombre de este tiempo, del fin de los tiempos, sólo le queda una cosa: observar la obra del Anticristo en este mundo.
Y eso significa que ya no es tiempo para planes humanos, para medir y construir un futuro más o menos cercano.
Es el tiempo del fin: todo se acaba. El pecado se acaba. La infestación diabólica se termina. El Dragón será encadenado «para mil años» (Ap 20, 2), y los hombres podrán obrar aquello que Dios quería de ellos desde el principio de la Creación: «se le dará el reino, el dominio y la majestad de todos los reinos de debajo del cielo al pueblo de los santos del Altísimo» (Dn 7, 27).
Es el tiempo de una elección: estar con Cristo o estar con el Anticristo. «Reinar con Cristo durante mil años» (Ap 20, 4) o «ser atormentado día y noche por los siglos de los siglos» (Ap 20, 10d) en el «estanque de fuego y azufre» (v. 10b). Es una elección que toda persona humana tiene que hacer.
El Anticristo se dirige a todos los hombres. Y exige la respuesta y la obediencia de ellos.
El Anticristo se levanta para esclavizar a toda la humanidad. Y Cristo lo va a combatir, montado en su «caballo blanco», para liberar al hombre de esa esclavitud. Aquel que no espere al Señor que viene en Gloria para liberarlo, queda atrapado en las garras del Anticristo.
Aquel que no crea en la Segunda Venida del Señor, la que trae la Nueva Jerusalén, la Ciudad Santa, que debe descender del Cielo como una esposa adornada para su esposo, y así formar la morada de Dios entre los hombres, no podrá comprender estos tiempos del fin. Porque parecerá el fin del mundo y, sin embargo, no es el fin del mundo. No es la Venida del Señor para juzgar. El Señor viene para reinar en Su Gloria, no para el Juicio Universal.
Muchos católicos, al no comprender lo que pasó en el Paraíso, al no entender lo que es el pecado original, tampoco entienden el Apocalipsis.
Dios va a poner un sello al abismo para que el demonio no pueda seducir ya más a las naciones (cfr. Ap. 20, 3). Y entonces pueda cumplirse las profecías del “Gran Papa” o “Pastor Angélico”, que llevará a la Iglesia a su triunfo, teniendo en el mundo al “Gran Monarca”.
El triunfo de la Iglesia terrenal es la Gloria de Dios en la tierra: que el Rey y la Reina de los Cielos, Jesús y María, reinen por un tiempo, con sus cuerpos gloriosos y divinos, en una tierra renovada. El Cielo y la tierra se unen. Esto sólo es posible antes de que el dragón, después de los mil años, sea «desatado por breve tiempo» (Ap 20, 3).
No comprender hacia dónde Dios dirige a Su Iglesia es contemplar lo que hoy vemos en toda la Jerarquía: están construyendo un reino temporal, humano, material, vestidos de talar. Se paran en las realidades temporales, sociales, humanas, y se olvidan de obrar la fe divina. Caen en el mismo pecado de los Apóstoles: ver a Jesús como un Mesías terrenal. Cuando llegó la Pasión del Señor, todos los Apóstoles huyeron, porque no creyeron en la Palabra de Dios.
La Jerarquía que no luche por el Reinado Glorioso de Cristo en la tierra, sino que luche por las injusticias sociales y reformas de los hombres, acaba construyendo, en la tierra, un paraíso lleno de pecado y de toda clase de abominaciones.
Es lo que vemos que está haciendo Bergoglio y todos los que lo siguen en su nueva iglesia, que está clamando ya por un Mesías terrenal.
«Y vi otra Bestia que subía de la tierra…» (Ap 13, 11a).
De la tierra: de la religión del hombre, de lo que el hombre ha construido sobre la tierra. Es la Bestia que vive su propia idolatría, que pone al hombre como el centro de todo, que hace que el hombre se crea dios sobre la tierra.
Tiene «dos cuernos, semejantes a los del Cordero» (v. 11b): es una estructura de carácter religioso: son sacerdotes, Obispos y Cardenales que aparentan ser religiosos, pero hablan como «un dragón» (v. 11c). Hablan sin ley, enseñando fábulas a la gente. Son comunistas y obran con el poder del Dragón Rojo: esclavizando a las almas a la vida de pecado.
Esta Bestia segunda es la masonería en la Iglesia: una Jerarquía infiltrada en la Iglesia con el sólo fin de destruirla desde dentro.
Esta Jerarquía toma su fuerza después del Concilio Vaticano II, llevando a la desobediencia a muchos miembros, especialmente en la Alta Jerarquía, que comanda en el Vaticano.
Son los Obispos las Cabezas de la Iglesia: éstas han sido contaminadas por la doctrina y el poder masónico. Ellos, desde dentro, han levantado una falsa iglesia y un falso Cristo.
El falso Cristo proviene de la falsa doctrina del ecumenismo, de la ecología y de la teología de la liberación. En estas tres vertientes, se inocula todo tipo de herejías, que se enseñan en todos los Seminarios, y que son predicadas por la mayoría de la Jerarquía.
La falsa Iglesia proviene de instalar en el Vaticano un falso papa: Bergoglio. Ellos han destruido el fundamento de la unidad de la Iglesia, que es el Papa, al poner un gobierno horizontal, gobierno de muchas cabezas. Ese gobierno produce división en toda la Iglesia. Y es el principio del cisma en la Iglesia.
Apoyados en este falso papa, ellos intentan gobernar a los católicos con un poder humano, y ofrecerles una estructura religiosa que sea fusión de todas las confesiones cristianas. De esta manera, la verdad ya no es patrimonio de la Iglesia Católica, sino que está en todas las religiones del mundo; y la vida de la gracia desaparece, como medio eficaz para la salvación de las almas, colocándose la vida de pecado, como un valor y un bien que debe ser seguido imperativamente.
Esta Bestia tiene su líder, el Falso Profeta, el cual «hace grandes prodigios» (Ap 13, 13), no verdaderos milagros, pero tampoco ficciones o prestidigitaciones. Con estos prodigios, dirigidos a los reyes del mundo, se quiere congregar a los hombres «a la batalla del Gran Día de Dios Omnipotente» (Ap 14, 14). El demonio conoce que llega el fin de su obra malvada en la creación. Por eso, todo lo mueve para los tres días de tinieblas, que es el gran día del Señor, en donde el Señor, por obra de Su Justicia, hará «perecer cuanto hay sobre la haz de la tierra…, hombres y animales…, aves del cielo y los peces del mar. Yo hará tropezar a los impíos y exterminaré a los hombres de sobre la haz de la tierra» (Sof 1, 2).
La Iglesia ya no camina pisando las huellas ensangrentadas de Cristo, Su Maestro. La Jerarquía no da testimonio de Cristo: son perros mudos que callan las herejías del usurpador. Tienen miedo de perder sus cargos eclesiásticos si se oponen en algo a la doctrina del falso papa. Ya no imitan a Cristo, sino que viven del dinero y del prestigio que les da el usurpador.
Los católicos están contemplando la era del Falso Profeta, la cual contiene multitud de falsos profetas, que hablan para el mundo y que obran su poder de cara al mundo.
Bergoglio, falso profeta, es «un impostor que se sienta en la Iglesia, en Roma» (MDM, 10 abril 2012), un hombre de pecado, «amartia» (2 Ts 2, 3c), el hombre que vive en su pecado, que ama su pecado, que lo obra, que lo justifica, lo ensalza y hace propaganda de él. Es el hijo de la perdición, «apoleias» (v. 3d), el hombre que lo destruye todo, que ataca la doctrina de Cristo, que anula la ley de la Iglesia, que lleva a las almas hacia la total perdición, completo extravío, sin posibilidad de arrepentimiento.
Muchos siguen y creen que Bergoglio ha sido enviado por Dios para gobernar Su Iglesia, porque son incapaces de creer en la Palabra de Dios:
«Nunca creyeron los reyes de la tierra, ni cuantos habitan el mundo, que entraría el Enemigo, el Adversario, por las puertas de Jerusalén» (Lam 4, 12).
No creen que el Enemigo que está destruyendo la Iglesia es el que está sentado actualmente en el Trono de Pedro, y al que todos llaman su papa.
Bergoglio entró por las puertas de la Iglesia para destruirla. Esta verdad no la creen. Pregunten a sus sacerdotes, a sus Obispos, si creen que Bergoglio es un falso papa, un falso profeta, que se pone por encima de Dios para implantar su doctrina de demonios en la Iglesia. Todos les van decir, que no. Que Bergoglio es el papa de la Iglesia Católica.
Pregunten si ellos consideran a Bergoglio como un hombre de pecado, impío, que vive en su pecado y que justifica continuamente sus obras de pecado. La respuesta que van a obtener es que Bergoglio es pecador, como todos, pero está haciendo lo posible para llevar a las almas al Reino de Dios.
Muchos no creen que el Falso Profeta y el Anticristo se tienen que sentar en el Trono de Pedro, gobernando a toda la Iglesia. Este es el escollo en que la Jerarquía se ciega al interpretar las diferentes profecías y el Apocalipsis.
Es una gracia discernir lo que es Bergoglio para Dios: un hombre que no ha sido llamado a la vocación divina del sacerdocio. Un Judas traidor que ha frustrado el designio de Dios sobre él. Un hombre que conserva su forma mental, que no puede aceptar la verdad como es, porque su mente se pone siempre a investigar, a cavilar, a oponer resistencia a la verdad conocida, para quedarse sólo en su idea ya concebida. Un hombre pervertido en su inteligencia humana, contaminada con muchas doctrinas e ideas que no son de Dios. Un hombre que ataca a la Iglesia negando todas las verdades de Fe: no deja una verdad dogmática en pie. Las destruye todas. Y lo hace bajo engaños muy sutiles, que muy pocos se dan cuenta.
Bergoglio ha entrado por las puertas de la Iglesia. Es el enemigo de Cristo, un anticristo, que salió de nosotros, pero no es de los nuestros (cf. 1 Jn 2,19). Si Bergoglio fuera de los nuestros, de la Iglesia Católica, entonces hubiera permanecido en la verdad. Pero, ahí tienen todas las obras blasfemas que ha hecho este hombre en tres años. Para sentir con la Iglesia, “sentire cum Ecclesia”, no es posible sentir con la mente de Bergoglio ni con sus obras en la Iglesia: no se pueden callar las herejías de Bergoglio si uno quiere ser Iglesia..
Bergoglio es lo contrario a lo que es Jesús: escandaliza, enseña a violar la ley de Dios, ataca al magisterio auténtico e infalible, divide a la Iglesia, a los matrimonios, a las familias, a las religiones, a las sociedades.
Estamos viviendo la Gran Apostasía en la Iglesia que culmina en el Gran Cisma: el último cisma de la Iglesia, el mayor de los cismas y divisiones, que va a causar pánico y desconcierto en toda la Jerarquía.
Es un tiempo de cambios sustanciales en toda la Creación. Es una renovación en el Espíritu. Los hombres sólo tiene que hacer una cosa: arrepentirse de sus pecados. Lo demás, no tiene ninguna importancia.
arbolmalo