lunes, 28 de marzo de 2016

Las “medias verdades” del 24 de Marzo


Las “medias verdades” del 24 de Marzo

Ante el enorme descrédito que sufren los mercaderes de la memoria por su vinculación con el kirchnerismo, ¿verdaderamente estamos más cerca de derrumbar las mentiras impuestas sobre la década del 70?



David Rey 
Escribe: David Rey
Hoy parece fácil, tras décadas de reduccionismo histórico, echar un vistazo a nuestra historia reciente y por lo tanto acceder a una conclusión tan acabada como incontrastable. El 24 de Marzo que se conmemora todos los años en Argentina no sólo adolece de las inconsistencias propias de la subjetividad con que se construye “la memoria” sino que además capciosos intereses han obrado por la prefiguración de un pasado no precisamente ajustado a la verdad de los hechos en sí. De hecho, el “gran logro” de los mercenarios setentistas no consiste tanto en haber logrado una reescritura falsaria de las últimas décadas como en haber impuesto una interpretación estrafalaria de los hechos en sí.
Pero… tras la caída del kirchnerismo, máximo artífice de “la memoria” respecto de los setenta, ¿en qué condiciones queda “el relato” que supo promocionarse desde todos los meridianos?
La psicosis setentista presenta, grosso modo, dos perspectivas historiográficas: una “activa” o recalcitrante, la otra “pasiva” o más bien presumiblemente civilizada. La primera no acepta ningún cuestionamiento: en el año 1976 un grupo de rancios militares – a las órdenes de Estados Unidos – realizó un sanguinario Golpe de Estado con el fin sistemático no sólo de interrumpir la floreciente democracia argentina sino además de aniquilar las miles de “almas idealistas” que luchaban por la libertad, los valores democráticos, el amor al prójimo, la patria socialista. Cualquier forma de cuestionamiento a esta proyección histórica es inmediatamente amonestada con los peores calificativos.
La perspectiva “pasiva” casi que no varía en prácticamente nada con la “activa”, aunque sí suele conceder cierto margen para el cuestionamiento de determinados aspectos. Es una postura más diplomática, no encasillada en un fanatismo tan ciego como ridículo. Por caso, esta mirada de la historia acepta que, en verdad, no fueron 30 mil los desaparecidos sino que se remite al guarismo que sendas investigaciones supieron arrojar; que “se mató gente de ambos lados”; que “también” hay víctimas del “otro bando”, y que efectivamente se vivió una guerra entre el Estado argentino y las organizaciones armadas (aunque no las califiquen como terroristas).
Parece, pues, que felizmente estamos frente de una postulación ideológica que posibilita y auspicia el debate, más aún cuando se ostenta el nombre de reputados representantes de la talla de Graciela Fernández Meijide, Héctor Leis, Ceferino Reato, Claudio Avruj, etc. Es una perspectiva, la “pasiva”, que a primera vista “amenazaría” el predominio de la perspectiva “activa”, y justamente por su gran aceptación social nada menos que en tiempos donde el descrédito se cierne implacable sobre los sectores progresistas más recalcitrantes. Acaso el kirchnerismo, propagador del revanchismo setentista, ahora les significa una pesada losa imposible de arrastrar.
Pero, contra todo augurio, es válido hacer una aclaración: no sólo que “el cuento” es el mismo más allá de alguna variación eventual, sino que para sorpresa del desprevenido el poder y la eficacia del renovado relato setentista es notablemente superior al activo o recalcitrante – en fin, su piedra basal. Acaso la psicosis setentista, en voz de sus diplomáticos paladines, concede una parte de la razón a quien cuestione determinados argumentos aunque sin perder el monopolio de la razón original, es decir, conservando intacto el pérfido basamento filosófico que disfraza los miles de homicidios que cometieron las organizaciones terroristas en los setenta y que auspició un sinnúmero de atropellos a nuestras instituciones durante cuarenta años, justamente los cuarenta años que “celebra” la feligresía progresista respecto del Golpe de Estado del 24 de Marzo de 1976.
La descarada mentira oficial respecto de los años setenta, luego de granjearse la adhesión de millones de personas de escasa formación y gran proclividad para el resentimiento, ha sido reemplazada por la “media verdad”, menos caricaturesca pero doblemente dañina, ya que apunta a doblegar el sentido común de un público con mayor nivel educativo. El tonto ha de conmoverse, por ejemplo, ante las diatribas disparatadas de la empresaria corrupta Hebe Bonafini, mas no aquel que conserve cierto bagaje cultural. Para este último, entonces, ha sido oportuno pasar de la mentira propiamente dicha a la “media verdad”, que no es justamente una verdad por la mitad ni tampoco una historia contada a medias, sino una forma más fina e ingeniosa de insistir con la misma mentira.
Por más concesión que exista por parte del interlocutor afín a la media verdad, los estigmas de siempre prevalecen intactos:
·         No son, pues, 30 mil desaparecidos sino considerablemente menos. Más allá de que nadie indague el porqué de la desproporción del guarismo original, en definitiva los desaparecidos, según la perspectiva “pasiva”, siguen siendo tales sin que en ningún momento se cuestione la calidad de los mismos, es decir, las circunstancias y las razones de sus desapariciones. Ergo, continúan siendo jóvenes idealistas que fueron víctimas de la borrachera homicida de tres generales. La realidad, por su parte, nos indica que en su gran mayoría los desaparecidos fueron criminales al servicio de organizaciones terroristas dirigidas desde Cuba, Chile y Palestina, financiadas tanto por los países precisados como gracias a los multimillonarios secuestros perpetrados en nuestro país. Esto, no se menciona.
·         En esta misma línea, la media verdad en ningún momento repara en un aspecto no menor: las desapariciones de personas no comenzaron el 24 de Marzo de 1976, sino mucho antes. En rigor, se contabilizan ya 900 desapariciones antes del Golpe de Estado del General Videla, y no precisamente por cuenta del Ejército sino nada menos que del gobierno constitucional del fallecido General Juan Domingo Perón como de su esposa Isabel. Cae de maduro que se insiste con endilgarle todos los muertos a los militares con el deliberado propósito de exculpar de toda esta historia al Peronismo y por extensión a toda la clase política argentina.
·         La media verdad ha cooptado incluso a reputados pensadores que están en las antípodas del relato progresista (nótese su gran eficacia), y que si bien reniegan de todo argumento capcioso en torno a los 70, al momento de opinar sobre los desaparecidos rechazan de inmediato dicha modalidad (impuesta por el Peronismo) y aseguran que “habría que haber juzgado a los terroristas conforme a derecho”. Pues bien… ¿a qué derecho? Los nuevos paladines del relato, aunque más diplomáticos, acaso no recuerdan que el presidente Cámpora abolió la Cámara Federal en lo Penal, único organismo jurisprudencial con competencia para juzgar delitos tipificados como de terrorismo; tampoco recuerdan que todos los jueces de dicha dependencia fueron perseguidos cuando no asesinados por ERP o Montoneros, al punto que debieron exiliarse los pocos que quedaron vivos. ¿Quién, entonces, iba a juzgar a los terroristas? Va de suyo que el Ejército argentino estaba dispuesto a vencer una guerra irregular declarada por las organizaciones terroristas al Estado Nacional mucho antes de 1976, la situación era extrema y no había margen para otra opción que no fuera pelear. Hasta el mismo Galimberti, jerarca montonero, supo reconocer que “si los militares hubieran peleado con ‘el código’ bajo el brazo, no hubieran ganado la guerra”.
·         Efectivamente, el nuevo relato sí reconoce que en los setenta hubo una guerra. Pero en ningún momento explica qué clase de guerra fue y cuáles fueron específicamente las partes enfrentadas. La media verdad apenas nos habla de que “hubo muertos de los dos lados” y que “ambos bandos protagonizaron una guerra sucia”. Bien. Pues sí fue una guerra sucia, pero la que llevaron a cabo las organizaciones terroristas a partir del año 1969 con el secuestro y posterior asesinato del General Aramburu, y no la lucha de nuestras Fuerzas Armadas por combatir a un enemigo tan sádico y homicida como para camuflarse nada menos que entre la población civil o escudarse con sus propios hijos. Pues sí fue una guerra entre “dos bandos”: de un lado las organizaciones terroristas de ERP y Montoneros, y del otro el Ejército Nacional Argentino.
·         Que el nuevo disfraz del progresismo aparente diplomacia y apertura hacia el debate no lo libra del cinismo y el morbo de siempre, y esto es algo que queda de manifiesto inmejorablemente con el tema que corresponde al cacareado “robo de bebés”. La periodista Analía Argento, por ejemplo, ha publicado un libro titulado nada menos que “La guardería montonera”, donde narra las peripecias que debieron atravesar los hijos de los terroristas ILEGALMENTE transportados de un lado a otro según los “objetivos” homicidas asignados a sus padres. Claro… la autora nos cuenta lo triste de haber vivido así, pero en ningún momento nos menciona que los terroristas alojaban a sus hijos en “guarderías” para ellos irse a poner bombas, asesinar a mansalva, suicidarse con cianuro, secuestrar inocentes, torturar secuestrados, cobrar rescates millonarios, etc. La media verdad también insiste con que fueron los militares quienes planearon un “Plan Sistemático de Apropiación de Menores”, todo lo cual, como “sin querer” lo demuestra Argento en su libro, fue totalmente al revés, es decir, fueron los mismos terroristas quienes plasmaron y llevaron adelante ese plan siniestro… y nada menos que con sus propios hijos.
En fin, podríamos escribir un libro si pretendemos realizar una contabilidad respecto de las significativas omisiones que, a pesar de una supuesta apertura, el relato sostiene de forma dogmática. El cuento es el mismo, salvo que varían sus pregoneros. Tras el tremendo descrédito que acarrea estar emparentado al kirchnerismo, el progresismo ha optado por cambiarse el disfraz, simplemente.
Durante años pudieron mentir tan insistentemente que incluso hasta materializaron dicha farsa setentista. Hoy el campo de acción requiere de otra estrategia, el público a cooptar presenta otras exigencias. Si alguien pensaba que la tropa progresista estaba en retirada… deberá pensarlo otra vez. Lejos de ser un acercamiento a la verdad histórica, la media verdad es, en realidad, una doble mentira, ya que mientras que concede una parte de la razón al interlocutor por otro lado reafirma la mentira argumental allí donde no podría llegar de modo directo. Indirectamente, entonces, la media verdad consigue implantar en el público, por ejemplo, el supuesto o la idea de que los terroristas fueron “jóvenes idealistas” y que los militares unos genocidas, que hubo terrorismo de Estado pero no terrorismo, que luchaban por la libertad y no para imponer una dictadura comunista…
En fin, claramente, el objetivo de la media verdad no varía al de la mentira en sí: exculpar a los terroristas de antaño de todos sus crímenes, posicionarse en los cargos de poder, llenarse los bolsillos de dólares y cargar todas las municiones contra el mismo chivo expiatorio de siempre: nuestros militares. En fin, continuar con “su” guerra sucia, la que no pudieron ganar con las armas hace cuarenta años frente al Ejército Nacional.
Bajo ningún punto de vista, entonces, debemos tomar “a la ligera” el ostensible “retraimiento” que este último tiempo viene observándose respecto del fanatismo con que supo promocionarse una visión distorsionada de la historia. El hundimiento del kirchnerismo supo arrastrar consigo a sus más visibles adláteres, pero la escoria progresista persiste infecciosa en la superficie, mientras que – tras el temblor – adopta nuevas formas y vomita otras palabras… aunque sin alterar en lo más mínimo la misma esencia falsaria y homicida de siempre.

 Saludo Atentamente;


Dr. José Santiago Di Bari
Mendoza, Argentina