domingo, 27 de marzo de 2016

REVISTA CABILDO Nº38 AGOSTO 2004- EDITORIAL; CRIMEN Y CASTIGO

Publicado por Revista Cabildo Nº38
Mes de Agosto de 2004-3era.Época
 REVISTA CABILDO Nº30
AGOSTO 2004-
EDITORIAL;
CRIMEN Y CASTIGO
 
EN uno de los tantos y penosos gangueos verbales, con los que intentó justificar su incumplimiento del deber de reprimir el delito perpetrado en la legislatura porteña, nuestro primer setentista sostuvo que no deseaba que lo llamaran asesino, y que no estaba dispuesto a que su nombre se asociara con tan feo epíteto.
Tarde se acordó el bisojo de preservarse la fama. A esta altura de su gestión, de varios asesinatos pasados, presentes y potenciales es responsable en alto grado. Por lo pronto, de los cometidos por las bandas marxistas, cuya ofensiva guerrillera contra la patria asume como propia, rehabilita y homenajea en cuanta circunstancia pública y oficial se le presenta o fabrica.
 


La Argentina no había conocido antes, con la magnitud que ahora se patentiza a diario, la trágica insolencia de un mandatario que se encolumna tan explícita, alevosa y soezmente con los responsables del terrorismo rojo. Al honrarlo como lo honra, con sus crímenes carga.
Mas si estos son de antaño y por su grave culpabilidad no prescriben, siquiera moralmente hablando, los de hogaño no son de menor monta. Agraviar y ultrajar a las Fuerzas Armadas mientras se subsidia y protege el anarco-piqueterismo; despojar a la Policía de sus cargamentos reglamentarios y legítimos, en tanto se permite que las milicias populares desplieguen públicamente sus armas y atrocidades; someter a la población al vejamen diario de las facciones de¬satadas del bandolerismo izquierdista; consentir y justificar el asalto de comisarías, la invasión de propiedades, la extorsión pública, el saqueo y las coacciones más burdas; abdicar de la elemental responsabilidad de custodiar los espacios públicos, entregándolos al despliegue furioso de la prostitución, la contranatura y el bolchevismo, naturalmente aliados; conceder las rutas, los puentes, los caminos y las plazas al capricho ideológico de unos caudillejos pseudopobres con masas rentadas y chantajeadas; abandonar toda preservación del bien común, sometiéndose a las presiones de una marea cuyos dirigentes oscilan entre el vulgar pillaje y la ramería en los medios gráficos, son otros tantos nombres del asesinato actual, del homicidio político presente, de la violenta perversidad ejecutada ahora mismo contra la nación entera. Física sangre ha costado ya, pero más fieras aún son las sangraduras del espíritu que viene acarreando. Al permitirlo como lo permite, también con estas culpas debe ser acriminado el presidente.
De asesinatos pasados, presentes y potenciales lo hacemos responsable. Entre estos últimos, ocupan el primerísimo y lacerante puesto todas las víctimas del aborto que, cada vez más indecentemente, este gobierno va propiciando y legalizando. Se valga para ello de circunloquios, de diagnósticos casuistas, de artilugios leguleyos, de supuestas excepciones que sientan jurisprudencia, de argumentos emocionalistas y fictos. O se valga alevosamente de jueces abortistas, cobijados por un redil monstruoso de funcionarios, entre quienes ocupa la vanguardia la primera ciudadana, tan fruslera de empaque, cuanto baladí de conocimientos y contradictoria de principios. Los inocentes que fenezcan tras estas maniobras aborteras, pesarán también sobre los hombros crapulosos del gobernante que no vaciló en alinearse tras la cultura de la muerte. Mas permítasenos cesar aquí este ingrato enunciado de alevosías. Porque razón lleva Virgilio cuando dice en su Eneida que "aunque tuviera cien bocas y cien lenguas, y mi voz fuese de hierro, no podría enumerar todas las formas del crimen".
Va de suyo que toda fechoría merece un castigo. No hablamos del reservado a Dios, que sólo a El compete, sino del meramente humano, aquí en la tierra. Lo tiene ya el presidente al quedar obligado a colocarse ante el país y ante la historia, el rudo sayo de cómplice activo de esta triple criminalidad que acabamos de retratar. El castigo de ser sindicado por los varones de bien como fautor, cooperador y partícipe de la destrucción espiritual y moral dominante. Castigo por el crimen de patricidio, que no será objeto de la gran novelística rusa, porque acabará como en los pequeños saínetes con la retirada burlesca del gandul. Entonces, hasta el mismo aire dejará de ser espeso y agobiante, como lo es en cada sitio donde una perrería se comete. Nosotros soñamos y luchamos por ese día de aire puro. Porque la patria volverá a tener su cielo, o quedará la tierra cubierta de cenizas. •
Antonio Caponnetto