viernes, 10 de junio de 2016

A LAS VUELTAS CON EL MAGISTERIO.

A LAS VUELTAS CON EL MAGISTERIO.


Resultado de imagen para Imágenes Padre Alvaro Calderón
    Lo que estamos intentando desde esta página, es que la perplejidad ante la contradicción que demuestran los Papas conciliares con respecto a todo el Magisterio anterior, no nos haga desaparecer a la Iglesia misma, que esencialmente es Madre y Maestra.
     Hace el P. Álvaro Calderón en su libro “La lámpara bajo el celemín”, la siguiente pregunta:  “La cuestión que nos plantea el magisterio conciliar es la siguiente. En nuestro combate en defensa de los dogmas tradicionales hemos llegado a rechazar públicamente nuevas doctrinas que, si no son explícitamente enseñadas por el Concilio, al menos parecen estar aprobadas y fundadas en documentos conciliares. Ahora bien, es un dogma tradicional que “el sagrado magisterio ha de ser para cualquier teólogo en materia de fe y de costumbre la norma próxima y universal de la verdad” (Pio XII, Humani Generis, DS 3884). Por lo tanto ¿no es ilegítimo, incoherente y subversivo que, pretendiendo defender la tradición, arguyamos públicamente contra la autoridad de un Concilio Ecuménico?.

       La respuesta a esta pregunta es esencial para que no se nos produzcan los siguientes problemas. 1.- Si es un magisterio contradictorio, pues han fallado y esto demuestra la vacancia de la sede petrina y probablemente la de las sillas episcopales (sedevacantismo). 2.- No puede fallar, por lo tanto tenemos que aceptarlas como vienen y adaptarnos. 3.- El magisterio es una actividad intelectual de hombres y como tal puede tener fallas; la “infalibilidad” es en sí misma una “novedad” que hay que tomar con pinzas (algunos lo descartan directamente), o es la “excepción”, y el fiel debe poner a juicio las enseñanzas de la jerarquía sobre las bases de una “materia” de fondo doctrinaria, una “verdad objetiva”. 4.- Debemos atenernos a la doctrina anterior al Concilio y juzgarlo a la luz de esa tradición.
      Estas dos últimas son las que se han hecho comunes entre las personas del ambiente “tradicional”, creando una especie de actitud “desconfiada” ante la Iglesia y obligando a cada uno a ser perito o teólogo para juzgar la corrección de las enseñanzas de la Iglesia. Ser una especie de revisores o controladores de la ortodoxia.
     Uno de los principales problemas en esta forma de ver las cosas, es ¿quién decide qué es lo ortodoxo? Muchos dirán que hay que estar a la doctrina tradicional, pero ¿cuál es la doctrina tradicional? Pues ya vemos que en muchos puntos, no hay acuerdo sobre esto, aun entre los de un mismo grupo con respecto a puntos en concreto. Y esto en virtud de que una de las grandes tareas del Magisterio Eclesiástico es definir justamente esto; es decir, cual es la doctrina tradicional.
    En fin, la solución sedevacantista es la más simple para rápidamente sacarse el problema y no niego que es tentadora. Pero nos deja en una soledad que se enfrenta a la “promesa” y, puede producir duros frutos de desesperación, y de hecho, los produce. El tiempo pasa y la prueba pone en duda la vigencia de aquella promesa. La Iglesia se hace “invisible”.
    La segunda pone en sitio a la inteligencia. Resulta que debemos creer algo distinto a lo que siempre se dijo, es más, debemos aceptar lo contradictorio, no sólo con el pasado, sino aun en el presente. Debemos abandonar una forma conceptual y filosófica realista por una idealista. Debemos receptar los principios filosóficos del liberalismo que fueran expresamente condenados por San Pio X. Pero fundamentalmente debemos renunciar al ejercicio de la inteligencia en una “confianza islámica”, parece que Dios mismo puede ser contradictorio. Esto es lo que se llama “línea media”, y esto quiere decir que no se hacen modernistas, pero tampoco enfrentan al modernismo; se deja a la inteligencia flotando en la incertidumbre y en la perplejidad, dando un voto de confianza voluntario. La línea media es una enfermedad de la inteligencia y no una aceptación o no del novus ordo. Esto último es un simplismo para categorizar y encasillar. Normalmente se produce porque la inteligencia sede ante las razones de “orden” social que priman sobre la verdad. Es la típica reacción conservadora.
    Y la tercera, nos hace desconfiados de nuestra Madre y Maestra, y aun peor, nos convierte en jueces de lo que deberíamos ser súbditos, cayendo en una nueva clase de historicismo. Si esto que se produce hoy es normal – falla humana – debe haber ocurrido muchas veces antes. Y ponemos a juicio también el pasado que estaba seguro. Ya Trento es revisable y por qué no el Concilio Vaticano I, y muchas otras cosas. Se rompe el principio de unidad de criterio y la Iglesia estalla en mil pedazos.
    Hay tradicionalistas que piensan que Trento es un endurecimiento dogmático que quita la frescura medieval, y allí quieren volver. Como si se pudiera. Trento es la respuesta a la reforma protestante, es la respuesta adecuada al momento histórico, donde los dogmas que siempre se sostuvieron en el amor, ahora puestos en duda, había que formularlos como leyes obligatorias.
     La infalibilidad no era necesaria antes (porque nadie la ponía en duda), recién en el Concilio Vaticano I, y ya comienza a molestar.
      Este tradicionalismo es criticado con razón, por erigirse en magisterio. Pero entendámonos, el defecto mayor, es convertir a la teología en magisterio. Me explico: nosotros tenemos la revelación y aquella primera tradición apostólica, que obran como “máximas” para enfrentar la vida en la historia. De estas máximas, principios, verdades fundamentales, o como quieran llamarlas, surge una ciencia que es la teología. Pero fundamentalmente todos los hombres tienen  que tener un guía o pastor, que ante los avatares históricos, ante los embates renovados de las fuerzas del mal, nos digan cómo deben ser enfrentados ya y hoy, con órdenes claras. Esta última actividad es el Magisterio de la Iglesia que es quien recibe el carisma del espíritu Santo. No el teólogo, sino el Pastor (que puede o no ser ambas cosas). Y el teólogo debe entender que estas órdenes (consejos, etc.), que son inspirados, deben ser tenidas en cuenta como fuente para su ciencia. No es el Pastor quien consulta al teólogo, sino al revés, porque es el Pastor quien recibe el carisma (esta inversión se dio grandemente en el Concilio Vaticano II con los famosos “peritos” que se impusieron a los “pastores”, y terminaron en una pastoral guiada por filósofos, y no por el Espíritu).
     Debemos entender la acción de la Iglesia con las analogías Cristianas, Cristo no compara a su Iglesia con un aula de estudiosos o con la Academia griega; es un rebaño, que transcurre una existencia en el espacio y el tiempo, sujeto a miles de avatares cotidianos y urgentes, y los que nos promete es darnos un Pastor que la guíe, un Pastor con un carisma especial.
      La asistencia del Espíritu Santo a esta Madre y Maestra nos fue prometida, y no nos fue prometida como un asunto de excepción, sino como un asunto “normal”. Nadie piensa que se tiene que andar cuidando de su madre y de su padre, están allí para proveer el bien. A ellos se nos pide obediencia. Y a la Iglesia con mayor razón.
      Dejemos de lado, por ahora, las distinciones finas de esta asistencia del Espíritu Santo - que la hace infalible - de si es cuando está sentado en tal o cual lugar, o cuando pone cara de, o con el dedo alzado. Lo normal es que el Papa, la jerarquía y el cura de nuestra parroquia, estén asistidos por el Espíritu Santo para aconsejarnos y enseñarnos. Sino, Cristo nos ha metido en un verdadero problema y tenemos que hacernos de una gran biblioteca, estudiar teología, latín, historia sagrada y otras cosas más, para saber si estos señores no nos están engatusando. Él no nos dice “vean si guardan la ortodoxia”; nos da unos consejos para que miremos cómo es el Buen Pastor y cómo el mercenario. Es risible ver cómo los Buenos Pastores sabían descubrir a los lobos y desde que tenemos “teólogos”, no hay más lobos, parecen todos ovejas pardas.
      De hecho, las feligresías tradicionalistas no están compuestas ni mínimamente por intelectuales y son muy pocos los sacerdotes intelectuales. La casi totalidad de estas feligresías son personas que hartas de mercenarios, descubrieron buenos pastores, vieron sus frutos y los siguieron. No hace mucho, en medio de la tormenta mediática de acuerdo o no, paré la oreja en un sermón de Mons. Fellay a ver que decía a los seminaristas sobre la cuestión. La cuestión es que el sermón era una dolida arenga para los seminaristas, dirigida a ¡no cometer pecados veniales! Y bastante humillado, me di cuenta que esa era la solución: curas sin pecados veniales.
      Por otra parte, el problema del modernismo, son esos miles de curas llenos de pecados.
       
      Si no ¿qué sería de los simples? Y ¡qué profusión de maestritos!

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     Tratando de concluir en este punto, digamos que el entendimiento del Magisterio Eclesiástico, está sufriendo en los medios tradicionales una influencia de la interpretación jurídica liberal (y no menor causa de esto es que está lleno de abogados “pensando”). ¿Qué quiero decir con esto?:
     Los abogados nos hemos acostumbrado a que las leyes son restrictivas de la libertad y que hay que interpretarlas de modo restringido o restrictivo, para impedir un poder tiránico. Es un buen criterio para las leyes humanas, que normalmente tienden a prohibir una serie de actos. Cuando entendemos que el gobierno es un “mal necesario”, pues restringimos su poder lo más que se pueda, separamos poderes, etc. Si entendemos que el gobierno es algo bueno, pues no nos asustan las “sumas de los poderes públicos” (“limitados por el asesinato” decía chuscamente Alberto Falcionelli). Lo cierto es que aplicar una interpretación restrictiva a una ley de “amor”, es una buena estupidez.
    La asistencia del Espíritu Santo al Pastor de la Iglesia, que es el Papa, mediante el carisma de la infalibilidad, es una ley de “amor”. No nos debe preocupar tanto el restringirla para dar menos poder o para limitarlo. Es un poder para el bien el que tiene. Un poder dulce. Como el de la madre. Pero claro, ahora hay que restringir estos poderes de amor, porque la propaganda ha hecho estragos y ha demostrado que los padres abusan de los hijos y hay “violencia familiar”. Todo poder es malo y pongámosle límites.
   El poder del Papa es bueno y para bien, no se trata de ponerle límites desde los subordinados, se trata de que su “buena acción” pastoral sea lo más eficaz posible. No somos una banda de “ciudadanos” poniéndole límites al posible tirano. El buen pastor,  es siempre bueno para las ovejas, el problema es que se duerma, lo limiten, o le hagan creer que se tiene que autolimitar para que sus ovejas “maduren”. Y entonces los lobos engordan. Hoy tenemos tradicionalistas coincidiendo con ultra modernistas en que hay que limitar el poder del Papa.
   El problema que enfrentamos hoy es justamente el contrario de lo que se está planteando. La prédica liberal ha hecho estragos en el ejercicio de la autoridad, y todas las autoridades están defeccionando. Los padres ya no son más padres, los gobernantes no gobiernan, los curas no son más curas, los obispos no son pastores y el Papa… (casi piso en falso) no es más la autoridad de la Iglesia. No sólo las ideas condenan el ejercicio de toda autoridad magisterial, sino que ya leyes concretas comienzan a penalizarla y gravemente, anunciando el cumplimiento de profecías que ya no resultan tan arcanas. Es tal la presión, que se produce la auto-censura. Las autoridades defeccionan en masa.
   Y en medio de esto ¿tengo que soportar que alguien se preocupe por el “ultramontanismo”? Sin duda tengo que hacer unas precisiones para que la intención de este escrito resista estas acusaciones (las que serán bienvenidas y aceptadas como búsqueda de precisión), pero realmente, estar preocupados por esto ante el hecho palmario de que el problema reside en la defección de toda autoridad; pues es un poco loco.
    Me dirán entonces que se trata del viejo axioma, ya contemplado, de que la baja de la autoridad, implica la suba del “poder”, el viejo dicho contrarrevolucionario del “termómetro social”,  que se demuestra con las tiranías democráticas. Pero ni siquiera esto ocurre en la Iglesia. Es cierto que en el ámbito pequeño del poder Vaticano se producen algunos abusos en medio de una anarquía que desborda, siendo lo más llamativo la anarquía;  pero la Iglesia como institución universal a defeccionado de todo su poder y jurisdicción ante las naciones hasta quedar reducida a una triste ONG; ya sea por vía liberal, ya sea de manos de Carlitos Schmidt con su derecho internacional (que se pone de moda entre los defeccionantes cristingos, que aprovecho para saludar).
    Se ataca la enfermedad con más enfermedad. Si el Papa es malo, pues que sea menos Papa. Y es justamente al revés, porque es malo en razón de no querer ser Papa como se debe ser. No tengo problemas en otorgar a Francisco la mayor infalibilidad; él es que tiene problemas con eso. Él no la quiere. Nadie quiere tener el peso de la autoridad. Si uno pudiera provocar que este pescado diga algo autoritario, dogmático, para ser creído por todos los fieles y con fuerza de verdad… pues no se equivocaría. Simplemente no quiere ni puede decirlo. No quiere por liberal en el sentir, y no puede por liberal en lo filosófico.
    A medida que los gobiernos son malos, todos prefieren el más débil, el más liberal, es decir, el más malo. Ahora están felices porque tienen a Macri y se han sacado la “tiranía” de los K (ni era para tanto la tiranía, que se sufría entre muchos mimos burgueses) y la solución es el afloje liberal.

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    En muchos, estas desprolijas reflexiones han causado curiosidad o repulsa. No me anima el gusto por teologizar, lo que me anima en estas líneas tan criticables es el consejo de que lean “La Lámpara Bajo el Celemín”, del cual sale en breve una próxima edición. Es un libro arduo y de alguna manera novedoso; en el sentido de atender a la “novedad” de lo que ocurre. Pero como dijimos en anterior artículo, no estamos para ideas temibles. No queremos libros arduos y trabajosos, que hagan sudar, queremos más “literatura”. Se lo pierden.

    Es más, con el libro leído, podrán ponerme “la tapa” y mandarme a desdecir en varias cosas. Y lo haré con gusto. Por ahora me mantengo imprudente por lo más, y no por lo menos.