jueves, 14 de julio de 2016

Las banderas de Belgrano (a propósito de los colores de la insignia argentina)

Las banderas de Belgrano (a propósito de los colores de la insignia argentina)

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Hace algunos días, aquí y aquí, publicamos unas entradas referidas a los orígenes de la bandera nacional argentina. A raíz de los comentarios y preguntas surgidas, damos a conocer ahora un artículo enviado por su autor, perteneciente a un libro de reciente aparición titulado Luces y sombras de Mayo, que puede enriquecer el planteo.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi

Las banderas de Belgrano
por Prudencio Bustos Argañarás*
               Los ejércitos enviados por la Junta porteña constituida en 1810 para someter a los pueblos del virreinato en nombre de Fernando VII, enarbolaban la misma bandera que las tropas a las que se enfrentaban, es decir, la española. Ello era así por cuanto la contienda que se estaba librando era una guerra civil entre súbditos del mismo rey, lo que creaba grandes problemas para identificar en la batalla a propios y ajenos.[1]
               Advertido de ello, el 27 de febrero de 1812 Manuel Belgrano escribió al Triunvirato desde las cercanías de Rosario, informándole que “siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional”.[2]
              

 Los triunviros desaprobaron la decisión por considerarla “una influencia capaz de destruir los fundamentos con que se justifica nuestras operaciones”, le exigieron “la reparación de tamaño desorden” y le ordenaron que
haga pasar como un rasgo de entusiasmo el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocultándola disimuladamente y subrogándola con la que se le envía, que es la que hasta ahora se usa en esta fortaleza y que hace el centro del Estado, procurando en adelante no prevenir las deliberaciones del gobierno en materia de tanta importancia.[3]
               La enviada por el Triunvirato, “que hasta ahora se usa en esta fortaleza”, no era otra que la española, como lo demuestra la carta del ingeniero militar inglés Juan de Rademaker, enviado a Buenos Aires por la corte lusitana. Está fechada el 10 de junio de ese mismo año, y al relatar su partida de regreso, dice que “a bandeira espanhola ainda se ve nas baterias, despendindose pela ultima vez do Rio da Prata”.[4]
               El 27 de junio siguiente, al enterarse de que Belgrano, ya jefe del Ejército del Norte, había vuelto a izar su bandera en Jujuy, lo amonestó severamente advirtiéndole que “esta será la última vez que sacrificará hasta tan alto punto los respetos de su autoridad”. La reacción del Triunvirato era congruente con el tratado firmado el 20 de octubre del año anterior con Francisco Javier de Elío, al que se lo reconocía como virrey, se reafirmaba la unidad de la nación española y se reiteraba el compromiso de no admitir otro monarca que Fernando VII. Belgrano respondió disculpándose y aclarando, respecto a la bandera, que “la he recogido y la desharé para que no haya ni memoria de ella”.[5]
            No he hallado ningún documento en que se mencionen el orden y la distribución de los colores de esa primitiva bandera, pero existen dos que fueron usadas por Belgrano en el Alto Perú, una blanca con una banda celeste en medio y otra celeste con una banda blanca en medio. Ambas fueron halladas en 1885 en la capilla de Titiri, perteneciente a la parroquia de Macha, en la Provincia de Potosí, en donde fueron escondidas después de la derrota de Ayohuma. La primera se exhibe en el Museo de la Casa de la Libertad de la ciudad de Sucre, mientras que la segunda fue donada a la Argentina por el gobierno de Bolivia en 1896 y se encuentra en el Museo Histórico Nacional de Buenos Aires.
            En lo personal, opino que la bandera enarbolada por Belgrano en las márgenes del Paraná tenía dos franjas, blanca arriba y celeste abajo, como la que aparece en el retrato que el general se hizo pintar en Londres por Francois Casimir Carbonnier en 1815. Fundamento mi presunción en que la lógica indica que el artista reprodujo la enseña que el mismo Belgrano le indicó.
Ahora bien, más allá de su distribución, resulta pertinente preguntarse cuáles fueron las razones que movieron a Belgrano a elegir esos colores que hoy lleva nuestra bandera nacional. Habida cuenta de que el prócer no dejó ninguna indicación al respecto, solo nos es permitido exponer conjeturas. Algunos afirman que se inspiró en los colores del cielo, mientras otros sostienen que tomó los del manto de la Virgen María en las imágenes en que se la venera como la Inmaculada Concepción.
Como tercera hipótesis, me inclino a pensar que la elección provino del proyecto de Belgrano de coronar como rey de estas tierras a un vástago de la Casa de Borbón, lo que enseguida relataré. Fundo dicha sospecha en que esta dinastía tiene como propios los citados colores, al punto que la banda de los caballeros de la Orden de Carlos III es exactamente igual a la que llevan los presidentes argentinos.
            La Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III, instituida por dicho monarca el 19 de setiembre de 1771 para premiar notables servicios prestados a la Corona y confirmada por el Papa Clemente XIV el 21 de febrero de 1772, dispone que los caballeros que pertenecen a ella lleven “una banda de seda de 101 milímetros de ancho de color azul celeste, con una franja central de color blanco, de 33 milímetros de ancho. Dicha banda se unirá en sus extremos mediante un rosetón picado, confeccionado con la misma tela que la banda, del cual penderá la venera de la Real Orden. La venera es una cruz ensanchada con cuatro flores de lis, que lleva en el centro un óvalo con la imagen de la Inmaculada Concepción, Patrona de la Orden, lo que abona una de las teorías antes expuestas. La rodea la divisa “Virtuti et merito”.
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Banda, rosetón y venera de la Orden de Carlos III
Esto puede confirmarse a través de los retratos de Carlos IV y sus hijos, de Fernando VII, del duque de San Carlos, del cardenal Luis María de Borbón y Villabriga, etc., en los que todos ellos, hasta el más pequeño, aparecen con una banda cruzada sobre su pecho con los mismos colores de nuestra bandera, como así también de las de Guatemala, Nicaragua y El Salvador.
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Carlos IV, su familia y Fernando VII, pintados por Francisco de Goya
            La vocación monárquica de Belgrano fue una constante a lo largo de su vida. Ya en 1808 militaba en el grupo de los carlotinos, que propiciaban la designación como regente de la infanta Carlota Joaquina de Borbón, hija de Carlos IV y mujer del entonces infante don Juan de Portugal. En un informe dirigido al conde de Linhares el 15 de noviembre de 1808, el agente lusitano Felipe Contucci incluía en dicho grupo a más de un centenar de personas. Además de Belgrano, la lista comprendía a Mariano Moreno, Saavedra, Paso, Azcuénaga, Chiclana, Posadas, Beruti, los Pueyrredón, los hermanos Gregorio y Ambrosio Funes y muchos más.[6]
También estaban Nicolás Rodríguez Peña, Juan José Castelli e Hipólito Vieytes, quienes el 20 de setiembre de 1808 enviaron, junto con Belgrano y Beruti, una Memoria a la princesa, acusando al vizcaíno Martín de Álzaga de no haber cesado, desde 1806, “de promover partidos para constituirse en gobierno republicano so color de ventajas, inspirando estas ideas a los incautos e inadvertidos”.[7] Es bien sabido que Álzaga fue ahorcado cuatro años más tarde junto con otros treinta y siete hombres, acusados de preparar una de las tantas conspiraciones que hubo en esa etapa de nuestra historia.
            Como el intento de nombrar regente a Carlota Joaquina se complicaba a causa de la oposición de su marido y del gobierno inglés, que en definitiva lo harían fracasar, Belgrano probó suerte con el infante don Pedro Carlos de Borbón y Braganza, primo hermano de aquella. Esta vez fue él mismo quien le escribió al conde de Linhares el 13 de octubre de 1808 pidiéndole que “no se difiera un instante su venida”, ante el temor de que “corra la sangre de nuestros hermanos, sin más estímulo que el de una rivalidad mal entendida y una vana presunción de dar existencia a un proyecto de independencia demócrata”.[8]
            Tampoco prosperó este proyecto y un año más tarde Belgrano retomó el intento de persuadir a Carlota Joaquina. El 13 de agosto de 1809 le informaba alarmado acerca de la revuelta ocurrida en La Paz, a la  vez que le advertía que “si V.A.R. no se digna tomar la determinación de venir a apagar el incendio (…) han de crecer los males que ya estamos padeciendo. Los momentos son los más preciosos para que V.A.R. tome la mano en estos dominios”.[9]
            El 23 de junio de 1810, siendo ya vocal de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias del Río de la Plata a nombre del Rey Nuestro Señor don Fernando VII[10], escribía en El Correo de Comercio: “por patricios entendemos a cuantos han tenido la gloria de nacer en los dominios españoles, sean de Europa o sean de América, pues que formamos todos una misma Nación y una misma monarquía, sin distinción alguna de nuestros derechos y obligaciones”.[11]
               Dos meses más tarde partió al mando de un ejército destinado a someter al Paraguay. Luego de salir airoso de una escaramuza en el pueblo de Candelaria, arengó a la tropa con estas palabras:
Soldados: vais a entrar en territorios de nuestro amado Rey Fernando VII que se hallan oprimidos por unos cuantos facciosos (…) manifestad con vuestra conducta, que sois verdaderos soldados de nuestro desgraciado Rey (…) haced palpable a los pueblos y habitadores de la banda septentrional del Paraná, la notable diferencia que hay de los soldados del Rey Fernando VII, que le sirven y aman de corazón y son gobernados por jefes que están poseídos sinceramente de esos sentimientos nobles, a los que solo tienen el nombre del Rey en la boca, para conseguir sus malvados e inicuos fines. Soldados: paz, unión, verdadera amistad con los españoles amantes de la Patria y del Rey; guerra, destrucción y aniquilamiento a los agentes de José Napoleón, que son los que encienden el fuego de la guerra civil (…) haced que estos pueblos os deban el uso de sus derechos, arrancadles las cadenas y haceos dignos de la patria a quien servís y del infeliz Rey a quien aclamáis.[12]
            Él mismo relató años después que durante la batalla de Tacuarí, al ser intimado a rendirse por parte del coronel Manuel Atanasio Cabañas, “contesté que por primera y segunda vez había dicho a sus intimaciones que las armas de Su Majestad el señor don Fernando VII no se rinden en nuestras manos”.[13] Luego de ser derrotado le escribía al mismo Cabañas, asegurándole ser “vasallo de Su Majestad el Señor don Fernando séptimo”, y añadiendo que “aspiro a que se conserve la monarquía española en nuestro patrio suelo”.[14]
               A fines de 1814, el director Posadas envió a Belgrano y a Bernardino Rivadavia a España, con la misión de felicitarlo por su restitución en el trono y manifestarle “las más reverentes súplicas para que se digne dar una mirada generosa sobre estos inocentes y desgraciados pueblos, que de otro modo quedarán sumergidos en los horrores de una guerra interminable y sangrienta”. A causa de la actitud cerrada de Fernando, que se negó a recibirlos, Rivadavia y Belgrano le escribieron a su padre Carlos IV, exiliado en Roma, “a fin de conseguir del Justo y Piadoso Ánimo de su Majestad la institución de un Reino en aquellas provincias y cesión de él al Serenísimo señor Infante don Francisco de Paula, en toda y la más necesaria forma”.[15]
               La petición, que fue llevada por el conde de Cabarrús, iba acompañada de un proyecto de Constitución para el Reino Unido del Río de la Plata, Perú y Chile redactada por Belgrano, cuyo artículo 1° disponía que “los colores de su pabellón serán blanco y azul celeste”.[16] Huelga aclarar que la petición no fue concedida, a pesar de las presiones que sobre el ex monarca ejercieron su mujer, María Luisa de Parma, y Manuel Godoy.
            Durante las sesiones del Congreso de Tucumán, antes de ser declarada la Independencia, Belgrano propuso la creación de una monarquía y la coronación de un descendiente de la dinastía incaica. Es obvio que la idea no tuvo éxito, a pesar de que fue apoyada por muchos congresales, pues de inmediato el grupo se fracturó entre quienes propiciaban instalar la capital en el Cuzco y los porteños, que querían que estuviera en Buenos Aires.
            Tres años más tarde Belgrano seguía empeñado en reinstaurar una monarquía. En 1819, luego de sancionada la constitución unitaria que las provincias rechazaron, le decía en carta a José María Paz que se había opuesto al sistema republicano, pues “no teníamos ni las virtudes ni la ilustración necesarias para ser República y que era una monarquía moderada lo que nos convenía. No me gusta ese gorro y esa lanza en nuestro escudo de armas, y quisiera ver un cetro entre esas manos”.[17]
            A nadie debe sorprender que Manuel Belgrano, al igual que José de San Martín y la mayor parte de los próceres de aquellos años, fuesen partidarios del régimen monárquico, el único que habían conocido y el que existía por entonces en todo el mundo, con la sola excepción de los Estados Unidos, cuyo futuro era aún una incógnita. Aclaremos por otra parte que el sistema que propiciaban, a diferencia del absolutismo que Fernando VII había restablecido en España, era una monarquía atemperada y controlada por un parlamento, a semejanza del que imperaba en Inglaterra y que rige hoy en todas las monarquías europeas.
Prudencio Bustos Argañarás
* Miembro de Número de la Junta Provincial de Historia de Córdoba.

[1] La visión del autor acerca de los acontecimientos de mayo de 1810 está expuesta en el libro Luces y sombras de Mayo (Córdoba 2012, 2ª edición).
[2] El mismo Belgrano había sido quien, catorce días antes, había enviado una nota al triunvirato pidiendo autorización para sustituir la escarapela roja que llevaban sus hombres por una con los colores blanco y azul-celeste. El gobierno accedió a ello el día 18, disponiendo que de allí en más “deberá componerse de los dos colores blanco y azul celeste, quedando abolida la roja con que antiguamente se distinguían”.
[3] Cfr. CALVO, Carlos, Annales historiques de la révolution de l’Amérique latine, volumen 2, París 1865, pág. 28.
[4] Cfr. GANDÍA, Enrique de, Historia de las ideas políticas en la Argentina, tomo III, Las ideas políticas de los hombres de Mayo, Buenos Aires 1965, págs. 213 y 214.
[5] Cfr. CALVO, Carlos, op. cit., págs. 28 y 29.
[6] Cfr. LOZIER ALMAZÁN, Bernardo, Proyectos monárquicos en el Río de la Plata 1808-1825, Buenos Aires 2011, pág. 53.
[7] Cfr. INSTITUTO NACIONAL BELGRANIANO, Documentos para la Historia del general don Manuel Belgrano, vol. 3, parte 1, Buenos Aires 1998, pág. 20.
[8] Cfr. ibíd., pág. 61.
[9] Cfr. CORIGLIANO, Francisco, “Buenos Aires y Boston: dos focos revolucionarios, dos ciudades pioneras en el camino hacia la Independencia”, en El bicentenario de la Revolución de Mayo, Mar del Plata 2010, pág. 22.
[10] El propio Belgrano confiesa que no formó parte de quienes promovieron la Revolución de Mayo. “Aunque no siguió la cosa por el rumbo que me había propuesto –relata en su autobiografía–, apareció una junta de la que yo era vocal, sin saber cómo ni por donde” (cfr. BELGRANO, Manuel, Fragmentos autobiográficos, Buenos Aires 2007, pág. 24).
[11] Cfr. GANDÍA, Enrique de, op. cit., tomo III, pág. 193.
[12] Cfr. Gazeta de Buenos Ayres, 3 de enero de 1811.
[13] Cfr. Ibíd., pág. 187.
[14] Cfr. Biblioteca de Mayo…, op, cit. tomo 14, Buenos Aires 1963, pág. 66.
[15] Cfr. GANDÍA, Enrique de, op. cit., tomo III, págs. 221 a 227.
[16] Cfr. MÁRQUEZ, Armando Mario, “Manuel Belgrano jurista: Proyecto de Constitución para el Reino Unido del Río de la Plata, Perú y Chile”, en Segundo Congreso Nacional Belgraniano, Buenos Aires 1994, pág. 287.
[17] Cfr. Anales del Instituto Belgraniano Central, Nos 1 a 4, Buenos Aires 1979, pág. 137.