martes, 14 de febrero de 2017

LA IZQUIERDA Y EL TETAZO

Mirando pasar los pechos


LA IZQUIERDA Y EL TETAZO

Desde la caída del Muro de Berlín, la izquierda viene predicando que los nuevos desclasados, el “nuevo sujeto de la liberación” no es más el proletariado ‒asimilado finalmente por el “welfare state” burgués‒ sino las “minorías sexuales”, como las llamaba el finado politólogo marxista, y asesor de los Kirchner, Ernesto Laclau (muy bien rentado profesor argentino en la Sussex University, UK).
Marxistas de viejo cuño leninista y estalinista, si aún sobreviven dichas especies, y guevaristas “homofóbicos” no debieran escandalizarse por este “destape” de la izquierda. La izquierda es tan libertaria como totalitaria. Promueve las libertades liberales ‒quitarse el “top and down” playero‒ pero las impone a sangre y fuego, llegado el caso.



Y el caso llegó a las playas de Necochea, a las costas de Corrientes y al asfaltado Obelisco porteño y sobrevendrá en cualquier plaza donde un aquelarre de lesbianas, Vilmas Ripoll y compañía logren armar “lío” revolucionario. La izquierda hace escarnio de los derechos de mujeres y de hombres que no quieren ‒ni ellas, ellos, ni sus hijos‒ ver pechos, trastes o lo que fuere y les impone tanto adiposidades decadentes como ideología estéril. Si otros tiempos corrieran, la hoz y el martillo señalaran nuestra enseña patria y Macri fuera Stalin ‒perdón por el exabrupto político‒ los policias de Necochea hubiesen sido fusilados y las mujeres “reaccionarias” enviadas a las saludables soledades patagónicas.



La izquierda usa y abusa de la democracia liberal inoculando el veneno socialista y agnóstico. Es comprensible pues así la pensó y la diseño Lenin. Estoy de acuerdo en lo de abusar de la democracia pues ésta no es otra cosa que una incorregible prostituta que adultera todo y en todo peca. Un patriota recto y una res-publica católica matarían dos pájaros de un tiro si extirparan la “democacarasia” ‒P. Castellani dixit‒ pues acabarían también con la izquierda.



Carentes de la antropología más sumaria, menos aún de arcanos como la gracia, el pecado, el mal, la caída original y la redención, la izquierda y las “individuas de la comunidad mamaria” (revista Barcelona dixit) no advierten que andar en cueros por la calle azuza a los machos cabríos, que los hay y son incorregibles sin el “agua y la sal”, y paradójicamente favorecen la “cosificación” del cuerpo femenino que dicen defender “soberanamente”. Sobre el cuerpo no hay “soberanía” sino “autodominio” que es decir casi lo mismo pues quien ordena las pasiones inferiores en vistas de las potencias superiores ejerce una serena soberanía sobre su orden íntimo. Inútil pedir esta intelección a caletres tan escasos como los de tales mujeres.



Mostrar todo no es soberanía sino desquicio e indicador evidente de que la revolución sexual no comenzó por la inversión del sexo biológico sino por la adulteración del espíritu. La rebelión de la intimidad seca los lazos que vinculan interioridad con pudor, armonía interior con porte exterior, razón por la que en el progreso de la degradación puede llegarse hasta límites impensables. Como enseñaba Calderón Bouchet, lo propio de la izquierda es la negación y su lógica constante es la radicalización pues primero comenzó segando la luz en el espíritu, homicidio semejante al del ángel rebelde del tiempo primigenio.

Ernesto Alonso