CIEN CAMPAGNOLI'S
Mientras
aguardamos que Duhalde y/o Magoya, finalmente saquen a Mauricio y su
cohorte de lisiados mentales del Gobierno por ineptitud manifiesta, sin
ilusionarnos que con dicho desplazamiento la Argentina detenga su rumbo a
la banquina más próxima, hay algo que nos debemos a nosotros mismos.
Y
es que cuando avizoremos tales cambios, sin importar la identidad del
nuevo Amo, le exijamos como condición de aceptabilidad que se remueva
todo este corroído y nauseabundo Poder al que irónicamente, lo
denominamos Judicial.
Una Nación que se precie de tal, puede
tolerar cualquier cosa insoportable como el dispendio de los Fondos
Públicos, por impericia, exacción y cualesquiera de las formas que se
vienen aplicando desde tiempos inmemoriales como en la nuestra.
Y
tales deformaciones que transcurren como hechos cotidianos e
inadvertidos para el común de la gente, precisamente subsisten y se
fortalecen porque quienes tienen a su cargo la guarda de evitar la
fractura de la Ley, pues son un hato de impresentables, aun peor que
toda esta cáfila de políticos que aburren de solo verlos y sin que para
ello deban pronunciar siquiera un monosílabo de esas rumias que atentan
contra el menos sensible sentido auditivo.
Si el tan postergado
decreto de pasar a toda esta manada “en comisión” y luego de una
brevísima investigación sumaria, poner al desnudo no solo la supina
ignorancia en el manejo de nuestro Derecho Positivo, sino los
aditamentos de vagancia crónica y sus apetencias crematísticas que
saldrían a la luz, con solo indagar el brutal enriquecimiento ilícito
del que todos estos cosos son beneficiarios, al menos la más importante
columna vertebral encargada de aplicar los castigos ejemplarizadores que
nos provee, incluso esta legislación amorfa, sería suficiente para que
dichas normas sean lo suficientemente disuasivas para que no se perpetúe
esta dolorosa conculcación.
Las soluciones para desterrar estos flagelos existen; sólo requerimos del “alguien”, para aplicarlas.
Admito
que suena un tanto ilusorio que una suerte de epifanía, ilumine a un
sujeto con un mínimo de decencia para reemplazar a toda esta “especie
protegida” que nos jode la vida con la misma cotidianeidad que el día
sucede a la noche.
Pero si esta maltrecha y errática, llamésmole
Sociedad, al menos comenzara a familiarizarse con esta idea fuerza,
quizás, quien se apreste a patear este tablero plagado de mocos, tomaría
como una obligación ineludible y antes del desembarco dicho
saneamiento.
Necesitamos Jueces que adeuden su casa por imperio de
algún crédito hipotecario; que concurran a sus despachos temprano en la
mañana; que padezcan incluso alguna estrechez económica; que sean
excelentes Padres y devotos cónyuges.
En otras palabras, que sepan
de las necesidades que padece la mayoría de los Justiciables, porque de
esa forma permanecerían como parte del mismo tejido social de quienes
claman por la verdad frente a sus Estrados.
Y que así se retorne a
lo que hace algunas décadas atrás caracterizó a quienes abrazaron la
carrera, pletóricos de proveer al Bien Común.
Alguna que otra vez,
en mis artículos he citado el ejemplo de un miembro de la otrora
temible Cámara del Crimen de la Capital Federal por la adustez de sus
componentes.
Era un Juez de apellido Madariaga, a quien cuando era
muchacho, encontré en la Sección de Empeños del Banco Ciudad, mientras
recibía la boleta respectiva por haber empeñado su Perramus.
Tenía, si mal no recuerdo, seis hijos y su salario era insuficiente, incluso para su más mínimo decoro.
Hoy
vemos a todos estos impíos, estancieros como esa rata de Galeano que
intervino en la cuestión de la Amia; Freisler que tiene un Haras; y los
demás con idénticas veleidades en otros rubros apestosamente suntuarios.
Pero
existen otros, infortunadamente en un muy reducido número que como el
mencionado en el epígrafe honran sus jerarquías, con la estrechez lógica
de sueldos insuficientes, y a pesar de ello llevan sus incortabilidades
con orgullo.
Y porque son refractarios a las “coimas”, vectoras de los virus que pudrieron mentes y al propio Sistema.
Doy fe que hay muchos más, pero conformémonos con…
CIEN CAMPAGNOLI’S.
Carlos Belgrano