miércoles, 15 de marzo de 2017

GUERRA CONTRA DIOS





GUERRA CONTRA DIOS

¿IGUALDAD ENTRE EL HOMBRE Y LA MUJER?

Mirando, día tras día, las noticias y los eventos que se van desarrollando en este disparatado mundo, no puedo dejar de quedar perpleja observando la intervención de la mujer en todo ésto.
Siendo mujer, esposa, madre, no puedo más que sentir dolor y vergüenza por esas mujeres que tanto se denigran, tanto buscan desaparecer como femeninas; se puede observar cuando se manifiestan cuánto odio hay en sus corazones, tan apartadas de Dios sólo buscan declararle una guerra incesante; reconociendo, eso sí, a la Iglesia Católica como verdadera, ya que sus balas de cañón siempre apuntan hacia allí, reclamando un fin a la violencia, cuando en realidad la ira es lo que las motiva, el rechazo hacia la figura de Nuestra Santísima Madre es lo que más se puede advertir en este último lapso.
El día 8 de Marzo he podido observar, atónita, con indignación, impotencia y gran pena, manifestaciones a modo de “huelga” o paro (como se dice aquí en Argentina), ejemplos más que aberrantes en donde se ha blasfemado contra Nuestra Santísima Madre; y en todo el mundo, como en España, con parodias de las procesiones religiosas. 


Tan denigrantes, tan faltas de moralidad, de respeto, de temor de Dios, que realmente me da vergüenza ajena colocar los enlaces de dichas noticias; por lo cual, no pienso colaborar con tremendo pecado…

Lo curioso de todo ésto, lo encontré en el portal Periodista Digital, que fue lo que me motivó a realizar este artículo.

Ustedes se preguntarán ¿por qué? Y simplemente mi respuesta será a través de su título:

“La discriminación de la mujer en la Iglesia es real, y además, palpable. Es constitucional”

“¡Mujeres católicas, id a la huelga!”

“Urge ya movilizar a las mujeres católicas, a que, con todos los medios a su alcance, decidan declararse en huelga”

Veamos qué dice:


Quehaceres importantes para la vida doméstica, no reguladas por leyes laborales o profesionales, incapacidad para reunirse sin consentimiento de sus propios maridos, costumbres ancestrales de entretenimiento del tiempo en cuestiones carentes de interés o de contenido, —a tenor de lo que pensaban los varones—, su condición de sumisas,…impidieron o dificultaron las huelgas femeninas.

Los tiempos están cambiando, y para el día ocho de marzo se anuncia con carácter universal, una convocatoria de huelga, más o menos simbólica o significativa, de mujeres reivindicadora de sus derechos fundamentales por su condición de personas, entre otros, el de la propia vida y la de sus hijos.

¿Cuál es, o debería ser la actitud de la mujer, por mujer, y además como parte integrante que es de “Nuestra Santa Madre la Iglesia”? ¿Alcanzó en esta cuantos derechos y deberes les corresponde ejercer como miembros activos, conscientes y adultos de la comunidad eclesial, en santa y justa igualdad con el hombre-varón? Es posible que estas sugerencias contribuyan al planteamiento de un tema de tan colosal importancia:

La mujer en la Iglesia, en calidad de institución religiosa, y a la vez, de Estado político independiente, carece de los mismos derechos que el hombre. La constitución eclesiástica —Código de Derecho Canónico— así lo establece, avalado por argumentos proporcionados por la Biblia, los Santos Padres, papas y obispos, teólogos “oficiales” y pastoralistas, que jamás podrán aseverar que su reconocimiento y aceptación han de tener y exigir la categoría de “dogma de fe”.

La discriminación de la mujer en la Iglesia es real, y además, palpable. Es constitucional. No le será posible no solamente ejercer como sacerdote, sino, en la práctica, acceder a los puestos de responsabilidad en la institución, como Nuncio-Nuncia en las correspondientes embajadas, ni estar al frente, o ser responsable, de dicasterios, organismos o instituciones a las que el hombre, por serlo y por aquello de “vir baptizatus”, cuenta con plenos derechos, “némine discrepante”.

Más aún, en el caso insólito de que a alguno o alguna se le ocurra mostrar su discrepancia con lo así establecido “por los siglos de los siglos”, es decir, desde anteayer, les aguardan descalificaciones y condenas “en esta vida y en la otra”, al margen, o sobre, cualquier interpretación disculpadora o misericordiosa.

Así las cosas y ante panorama tan amargo y ensombrecido, nada razonable, que prescinde de los evangelios, urge ya movilizar a las mujeres católicas, a que, con todos los medios a su alcance, decidan declararse en huelga, manifestarse y hacer uso de cuantas medidas legales se precisen para llamar la atención y contribuir a solucionar el problema en beneficio propio, de sus hijos e hijas, de toda la comunidad eclesial y como ejemplo de la convivencia en general.

Con ponderaciones evangélicas, una y más huelgas femeninas estarían justificadas, a la vez que “indulgenciadas” y con bendiciones religiosas, aun echando en falta las representaciones oficiales de los estamentos jerárquicos.

Ni de irreflexivos, insensatos, frívolos o irreligiosos podrían ser catalogados los convencimientos de que en semejantes huelgas y manifestaciones se habrían hecho presentes personajes femeninos del Antiguo y Nuevo Testamento. De entre sus mujeres, destacaría la Santísima Virgen María, “Madre de Dios y madre nuestra”, la mayoría de cuyos versículos de su canto “El Magníficat” habrían de utilizarse como otros tantos eslóganes de radiante actualidad.

Aunque a algunos santos misóginos todavía les escandalizaran tales gestos y adoctrinamientos, a otros seguramente que les servirían de puntos de reflexión bíblica, al dictado de los comportamientos exigidos e impuestos por los nuevos tiempos conciliares, no faltando además las bendiciones fraternales del papa Francisco.

Mientras tato, es de esperar que los obispos católicos no “pasen” de largo de estas huelgas y manifestaciones, que a algunos de ellos hasta se les ocurra “procesionar” entre sus feligreses y feligresas, con o sin sus atuendos protocolarios, siendo imprescindible adoctrinar, antes o después, a sus diocesanos acerca de las enseñanzas seriamente teológicas, en las que jamás aparecerá la mujer discriminada en relación con el hombre, candidata “ipso facto”, a ser sujeto de la violencia machista.

Siendo mínimamente consecuentes, las huelgas y las manifestaciones extraordinarias, a favor de los derechos de la mujer en igualdad con el hombre-varón, habrían de celebrarse también en los claustros de los monasterios de monjas, y en los pasillos y estancias del resto de las comunidades religiosas en la diversidad de denominaciones, fines y propósitos. Las normas y las reglas dictadas por santos y santas fundadoras habrán de revisarse, cristianizarse y humanizarse a la luz de los principios reivindicados por el Vaticano II y por quienes participan de la organización de nuestra referencia.

“¡Mujeres, y más, las católicas, a la huelga!”, pudiera, y debiera, tener tanto o más ecos de piedad y de religión como cualquier otra jaculatoria contenidas en los devocionarios todavía hoy al uso…


***


Ustedes como yo, deben haber quedados con los ojos fuera de órbita.

Desencajen, pues, la mandíbula y luego lean lo que la Verdadera Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo nos enseña, no éste mamarracho del Concilio Vaticano II, que lo único que ha hecho es llevar a la destrucción total de la fe verdadera.

Una sociedad bien ordenada no puede existir sin la diversidad y jerarquía de las condiciones. La Iglesia no engaña al pueblo con el incentivo de la igualdad absoluta de dones físicos, intelectuales y morales, con el igualitarismo de condiciones sociales y de bienes. La Iglesia no engaña a la mujer con la mentira de la liberación femenina, basada en una igualdad antinatural. Estas igualdades son imposibles.

Por más que digan y hagan, los revolucionarios nunca podrán poner término a las naturales desigualdades.

Sólo la Santa Iglesia establece la verdadera igualdad; sólo el catolicismo iguala a los hombres enseñándoles su origen común, su naturaleza creada y redimida por igual, su destino igualmente eterno de felicidad o de desdicha.

Los revolucionarios se atribuyen resueltamente la invención y la defensa de la igualdad. Es la estrategia de Satanás: reivindicar para sí y los suyos el prestigio de las palabras, mientras trabaja por aniquilar las ideas y conceptos expresadas por ellas.

Los revolucionarios hablan mucho de igualdad, y sólo aspiran a la más absoluta como injusta dominación, en la cual unos pocos ejercerán un tiránico gobierno sobre la gran masa de sometidos por la fuerza y el miedo.

La Iglesia Católica habla poco de igualdad, pero la practica. La realidad expresada por esa palabra nunca faltó en los siglos verdaderamente cristianos, cuando regía el derecho católico y la “filosofía del Evangelio gobernaba las Naciones”. Esa realidad que responde a la palabra igualdad falta realmente en las sociedades que apostatan del catolicismo y adoptan el nuevo derecho.

Si hoy nos hemos ocupado de la igualdad, es para reivindicar lo que Jesucristo nos legó, para devolver a las palabras el verdadero valor y el concepto exacto que encierran, y para aquilatar en las ideas el brillo obscurecido por la nube del error y el polvo de la falsa filosofía.

SER MUJER…



¿Qué es la mujer?

Dice Santo Tomás: “Del corazón del hombre tomó Dios la substancia para formar a la mujer. No la tomó de la cabeza, porque no fue hecha para dominar, ni de los pies, porque tampoco debe estar sujeta a la esclavitud ni al desprecio. Fue creada para amar y para ser amada por el hombre”(S.T. I, q.92, a.2 y 3).

¿De dónde entonces tomó Dios a la mujer? Del costado de Adán, de su corazón…, porque al igual que del corazón traspasado de Cristo brotó un torrente de amor hacia los hombres que fueron los Sacramentos, la mujer, saliendo del costado de Adán, nace para amar y ser amada.

Este pensamiento de Santo Tomás nos enseña lo que la fe, la Iglesia ve en cada una de ustedes: “un ser hecho para amar y ser amado”, para colaborar con el hombre en la creación misma de Dios.

El género humano ha llegado a tal grado de decadencia que todo lo embrolla, todo lo confunde, todo lo degrada. El hombre moderno, y al decir hombre me refiero tanto al sexo masculino como al femenino, ya no conoce su grandeza, pisotea sus prerrogativas.

La creación del hombre y de la mujer es la joya de Dios, la obra maestra de las manos divinas, el primer hombre y la primera mujer, cada hombre, cada mujer.

Varón y mujer forman una naturaleza humana: la naturaleza total humana.

¿Hay algo común y algo distinto en el varón y en la mujer?

Dos opiniones extremas —y ambas falsas— resumen todas las ideas que se han formado en este campo tan turbado por las pasiones:

Una es la del común de las gentes, más expresada con los hechos que con las palabras; representa más una actitud de vida que algo reflexivo: el hombre es propiamente un “animal racional”, mientras que la mujer pasa a ser un animalito vistoso, agradable a ratos. Y ésto no sólo lo profesan los hombres, sino lo más asombroso es que, también las mujeres cuando se comportan no como lo que son, sino como animalitos que sólo buscan satisfacer sus pasiones, haciéndose agradables a los hombres…

Otra es la del feminismo, el cual enseña que no hay ninguna diferencia entre el hombre y la mujer.

Ambas posturas son falsas, fruto de intereses o resentimientos, y no de una sincera búsqueda de la verdad.

Esta se encuentra en un justo equilibrio, es decir, que hay entre el hombre y la mujer algo de común y algo de distinto.

Lo común: la mujer, ante todo, es criatura racional como el varón. Es también ante todo, persona humana y no la concupiscencia del hombre. Tiene el mismo origen, ha sido redimida igualmente por Cristo y tiene un mismo fin último que el hombre.

Lo distinto: son las dotes, los modales y aptitudes exclusivas de la mujer (físicas y espirituales), cuyo conjunto constituye la femineidad.

La mujer antes de Cristo

¿Qué era antes de la venida de Cristo la mujer?

Menos que una esclava, porque el esclavo podía comprar su libertad…, mientras que la mujer estaba bajo la tutela perpetua de sus parientes masculinos, nada poseía en propiedad, de nada podía disponer por sí sino bajo la autoridad de aquel que era su tutor, no intervenía para nada en el gobierno de la familia, y mucho menos en los negocios industriales y comerciales. No podía siquiera enterarse de las leyes que se trataban en el Senado, y si llevaban una mala conducta, un tribunal formado por sus conocidos podía condenarla hasta con la muerte…

¿Qué hacía entonces para ocupar su tiempo? Lujo, fiestas, placeres, se rodeaban de sus esclavas y esclavos, el peluquero, el perfumista, el confitero, con todo lo que eso significa de vida degradada, concubinatos, divorcios, adulterios…, para caer tiempo después en el otro extremo de obtener una equiparación absoluta con el hombre.

Una madre, cuenta Cicerón, provoca a su yerno para que se divorcie, y después desvergonzadamente se casa con él cuando el matrimonio con su hija se ha roto.

La menor razón era causa suficiente para divorciarse. En una sátira se alude a esto diciendo: “Partid, vuestro aspecto nos disgusta. ¡Os sonáis con tanta frecuencia! Partid inmediatamente. Esperamos una nariz menos húmeda que la vuestra”.

Y Séneca decía que la castidad es una prueba de fealdad. Las mujeres cuentan su edad no por los años sino por el número de sus maridos…

La Mujer después de Cristo

Pero viene Cristo, y la mujer se hace católica.

¡Qué diferencia entre la mujer pagana y la mujer cristiana!

La transcripción de un párrafo de Tertuliano, autor cristiano de los primeros siglos nos lo enseña:

“Esta mujer va a visitar a los hermanos en los más pobres reductos; se levanta durante la noche para rezar y asistir a las solemnidades de la Iglesia; se acerca a la sagrada mesa o penetra en las prisiones para besar la cadena de los mártires, para lavar los pies de los santos… En las fiestas, están muy lejos de ellas los himnos profanos y los cantos voluptuosos. A diferencia de las paganas, que llenas de comida y de vino, no pueden digerir y vomitan para comenzar a comer de nuevo, invoca a Jesucristo, y se prepara a la templanza por la salutación divina. Nadie la ve en los espectáculos ni en las fiestas de los gentiles. Permanece en su casa, y no se muestra afuera sino por graves motivos: para visitar a los hermanos enfermos, para asistir a un santo sacrificio, para escuchar la palabra de Dios. Nada de sortijas para las manos que tiene que soportar el peso de las cadenas. Nada de perlas ni esmeraldas para adornar una cabeza amenazada por la espada de la persecución”.

Así era la mujer cristiana en la primera edad del Cristianismo, así se preparaba la mujer católica tanto para la muerte valerosa en el martirio, como para una vida santa.

Así debe ser quien es mujer y católica en el mundo de hoy.

Y en su catolicismo, la mujer también es diferente al hombre, ella:

1) Tiene naturalmente más piedad que el hombre:

Es más rezadora, hay normalmente más mujeres rezando en las iglesias que hombres (desde los primeros tiempos: al pie de la Cruz, sólo San Juan y el resto mujeres…, la Verónica).

2) Tiene naturalmente más fe que el hombre.

La mujer cree y necesita creer.

El hombre discute las verdades, para la mujer esas verdades forman un edificio con cada cosa en su lugar…

3) La mujer tiene naturalmente más corazón que el hombre.

En ella domina la sensibilidad y la delicadeza. Su corazón es teatro del dolor, sobre todo cuando es madre…

Todas estas armas dio Dios a la mujer para su misión mientras vive aquí en la tierra:

Tiene fe para convertir.

Tiene esperanza para consolar.

Tiene caridad para salvar almas.

***


Todo ésto es lo que me hace sentir verdaderamente mujer; ésto debe reflejar nuestro corazón (no lo que este mundo invertido y fuera de foco propone, no las mentiras que nos quieren hacer creer), irradiar aquello que es propio de nuestra naturaleza: somos así, como el Señor nos creó, y a Él queremos servir y a María Santísima queremos imitar…