domingo, 25 de junio de 2017

Perón y la Iglesia – Leonardo Castellani

Perón y la Iglesia 

– Leonardo Castellani






Angel Borlenghi judío, socialista y masón, ocupo el cargo de Ministro del interior del gobierno peronista.


 
Almirante Alberto Teissaire vicepresidente durante el 2do. Gobierno de Perón. Mason grado 33
Tengo tres libros sobre la mesa con este título o tema, además del libro Revolución y Contrarrevolución en la Argentina, de Jorge Abelardo Ramos, en el cual el tema está negado, y por tanto “brilla por su ausencia”, como dicen. Ramos sostiene que el “conflicto con la Iglesia” no existió, pues fue solamente un “pretexto decorativo de la reacción oligárquica” (pag. 450). Un poco más que eso fue evidentemente. ¿Qué fue?
  Me disgusta tomar este tema, desautorizado públicamente como estoy por la Iglesia Jerárquica –o algo por el estilo; pero no tengo más remedio. El periodista es un galeote, un esclavo de las “galeras”. Que me valga San Jerónimo, el primer periodista de la Cristiandad. Total, si yo no hablo, hablarán las piedras, las piedras ahumadas. Ya han hablado.
  El mejor de los tres libros es (para nosotros) Infiltración Clerical, de Pablo Baransky, hijo de un noble polaco y cura rural de la Diócesis de San Juan, que es otro título de nobleza; por la sencilla razón de que toma el asunto en solfa, componiendo una especie de novela o mejor dicho crónica humorística de lo que le tocó vivir en la persecución de Perón; o mejor, de los “peroncitos provincianos” con quienes tuvo que arreglárselas en su pobrecita parroquia de Santa Rosa. 


  La actitud es más señoril y también quizá más justa; y por lo demás, todos los datos esenciales del episodio están al final, desde la pág. 175. Muchos curas o canónigos la tomaron demasiado a la tremenda, empezaron a echar humos; y eso no solamente después de los incendios (pues eso fue realmente tremendo) sino desde el principio. No quiero agraviar a mis cofrades, pero el espectáculo que vi de religiosos enterrando apresuradamente ya en 1954 cálices de oro o copones de plata, no precisamente porque fueran de ellos, sino porque eran “el tesoro de Don Bosco o la corona de la Virgen”, era un poco risueño. No está mal esconder la plata, pero hay modos y modos. El autor de Infiltración Clerical no tenía por de contado nada de eso que esconder, y así pudo tomarlo con más calma y en tono risueño, que es el tono más religioso en este caso.


  Los otros dos libros están escritos con criterio totalmente clerical y con poca calma. El del Canónigo García de Loydi es decente, claro y completo. El otro nos gusta menos (nada), parece un leguito fuera de la vaina, se permite reprender públicamente al P. Carbone, y firma con un pseudónimo: Pablo Marsal S. Cuando tantos nombres propios se manosean y califican en su libro, el autor por honradez debe declarar el propio. Uno de los libros parece tener por objetivo la defensa o elogio del Cardenal Copello. El otro, la tesis de que Perón no tuvo la culpa sino “los que lo rodeaban”.



Comandos peronistas con atuendos robados en las Iglesias


  Ramos, califica duramente, aunque soslaya, todo el episodio. Para él la Iglesia Romana hace mucho (no dice cuánto) está al servicio de los diversos imperialismos (por su “identificación” con Mussolini, y después con la Banca Morgan) y es en sí misma una especie de imperialismo moral; los nacionalistas y los clericales y los rosistas (y los católicos) todo es uno; y el clero ha intervenido para estorbar y obstaculizar cada vez y siempre que el país se enderezó por el camino de la grandeza. Es curioso que Ramos en el caso de Perón minimiza o nulifica el “influjo del clero”; al cual en todos los otros casos le atribuye una magnitud exorbitante, que obviamente no posee. No dice que el país está atrasado en electrotecnia por culpa del clero, pero parece pensarlo.

  El influjo del clero existe, no sé si decir “gracias a Dios”; pero es más bien como el Pelente o las pastillas insectívoras Yale, que no ese martillo pilón que Ramitos sueña. Su influencia existe, pero se ejerce más bien por inhalación o “infiltración” (por enseñanza de la doctrina cristiana) que no corporativamente (o por acción política): por la razón sencilla de que el clero en la Argentina es difícilmente un cuerpo; por la otra razón sencilla de que la cabeza es difícilmente una cabeza. El Obispo de Corrientes,  por ejemplo, predicó directamente contra Frondizi en las últimas elecciones: y ganó Frondizi las elecciones.

  Ninguno de los dos libros clericales puede dialogar con Ramitos ni Ramitos con ellos ni con 50.000 más que se hagan por el estilo; porque Ramitos, lo mismo que Perón, no percibe el interior de la Iglesia sino sólo lo exterior, donde están situados también los dos libritos clericales. Y ellos defienden lo exterior, pues de eso viven; y a Ramitos esa corteza le da en el rostro y lo irrita; la cual dicha y dichosa corteza en la Argentina está demasiado desarrollada, y en parte, chuya. El que no percibe sino lo exterior de la Iglesia no puede escribir bien sobre la Iglesia. Quisiéramos ver a la revista oficial Criterio o al diario católico El Pueblo refutando a Jorge Abelardo Ramos… No pueden refutarlo; porque la corteza que Ramos percibe, existe y es repelente; y justamente de esa corteza forman parte los CRITERIOS.

  ¿Por qué, pues, cada vez que a la Iglesia Argentina le ha ido bien, al país le ha ido mal, como en tiempos de Mitre y otros cercanísimos a nosotros; y cada vez que el país agarro el camino ascendente, la Iglesia se plantó en el medio como con Roca y con Perón? –se pregunta Ramos. El planteo es inexacto y ambiguo; sin embargo…

  Para reforzar a Ramos por puro gusto, copiaré dos párrafos del libro “Palabras, Palabras, Palabras” de un ensayista argentino. Dice así en su capítulo “Politización y amoralidad”, pág. 27: “Ser argentino y ser católico se está volviendo dos cosas antagónicas, que Dios nos libre y guarde; sobre todo ser argentino “muy-pero-muy católico”. Cuando más mal le va a la Patria Argentina, más bien y mejor le va a la Iglesia, y viceversa: por lo menos según una “Historia de la Iglesia Católica”, tomo IV, pág. 658, que hemos estado leyendo (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1951, Nº 76). En esa “historia” se asevera que el Papa erigió en la Argentina  en 1830 “la Diócesis de Panamá” que Rosas “déspota y dictador” sostuvo que en 1849-1850 ”una guerra desastrosa con Francia, Inglaterra y el Brasil”, y que “arrastró al país” a ese desastre; que expulsó a los jesuitas “y otros religiosos” (¿cuáles?) y que cuando a la Iglesia le fue realmente bien en este país fue durante las Presidencias de Urquiza y Mitre, y un poco durante Figueroa Alcorta ( ¡que Dios mande a su Iglesia Gobernantes masones!), que fue justamente cuando a la Patria le fue mal. Indica además que hay aquí por lo menos desde 1918 una “Universidad Católica” y un “Partido Católico”; y que el diario El Pueblo es una maravilla: en lo cual último estamos medio de acuerdo.”

  “No repararíamos en este disparate (bastante propio de la “grandiositá spagnuola”, que dice Carducci) si no fuera por el “criterio” usado por el historiador, a saber: que a la Iglesia Católica le va bien cuando un gobierno, masónico o no, le hace regalitos, como el General Mitre, que “le regaló el terreno del Seminario”, dato que creemos erróneo, encima, no de su peculio particular en todo caso. Bien, ahora gracias al General Mitre hay Seminario, pero no hay Seminaristas. Ese “criterio” es indigno de un varón religioso, y aun de un adulto; pero es el criterio del P. Leturia, buen hombre por lo demás, si eso se compadece con el no tener honradez profesional. El mismo criterio es, por lo demás, de los sacerdotes argentinos que bendicen a la vez la bandera de Belgrano, la fábrica de heladeras “Most-Better” y la ley 1420. Los miembros del actual Gobierno y el Dr. Atilio Dell`Oro Maini están excomulgados, si no nos engañamos, en virtud del canon 2334, latae sententiae. De esta excomunión no se hace estado; se hace estado de la excomunión del “Otro”(1) que antes no era “el Otro”; porque mando a pasear gratuitamente a dos Monseñores(2) haciéndolos héroes de golpe…”

  Hasta aquí el ensayista… inédito. Pero volvamos al “Otro”. He aquí lo que pasó, “assicondo noialtri”. El “Otro” no era ateo, como cree Ramos, ni un buen católico justicieramente enrabiado como cree Rebeldía (3), sino católico mistongo, más todavía que San Martín: el cual fue probablemente un católico tibio. Veía a la Iglesia como un organismo político, al cual favorecer por amor de los benditos y bienhadados votos, y el prestigio personal; pues el carecía de toda percepción de las realidades y fuerzas morales. Cosa grave en un político, aunque sea muy vivo. Por otra parte, veía que algo andaba más en la Iglesia indígena, o al menos que ella no era tan divina como pretendía; y eso, más por lo que le cuenteaban que por sí mismo, pues él personalmente con “momias” no quería perder tiempo. Éste fue Perón todo el tiempo, créanme. Fue un argentino típico (4).

  Llegó el momento en que (como Roca) percibió que su poder personal no absorbía ni digería ese otro poder “político” que tenía enfrente, incomprensible para él; que al revés de los “otros” partidos argentinos o entidades políticas, era COLOIDAL a su Justicialismo; y empezó a apretarlo un poco a fin de obtener la “gratitud” que a él le debía, y la adhesión incondicional (de acuerdo con el juramento que hacen los Obispos “reconociendo su Alto Patronato”) que todos tenían que mostrarle… y le mostraban. De hecho intentó dividir el Clero y al Episcopado en “buenos cristianos” y “malos cristianos”, según que fueran peronistas o no. Me consta, porque yo mismo, modestia aparte, fui solicitado por un clérigo vinculado a Remorino (5) a volverme buen cristiano; cosa que yo deseo ser, pero es muy difícil serlo… a gusto de todos.

  Esta nueva actitud fue alimentada rápidamente por muchos “circundantes”, algunos de ellos para llevar el agua a su molino, o mejor dicho, el ASCUA (6) a su sardina, e incluso para hacerlo tropezar al Duce; como de hecho tropezó –tropezó suicidalmente.

  Perón fue el responsable del incendio de las iglesias o templos. “En táctica siempre hay que devolver de inmediato el golpe aunque sea mal y torpemente: peor es quedarse aturdido y no contragolpear” era uno de sus axiomas políticos-militares que él explicaba en sus “clases magistrales”. El golpe en este caso fue la enorme manifestación católica silenciosa de Corpus 1955; que a él le pintaron esencialmente diferente de lo que en realidad fue, para enfurecerlo. Hay indicios de que el Conductor estaba entonces decidido a , aun ansioso de, dar marcha atrás y reconciliarse con los Magnates Eclesiásticos cuando comenzó el humo, es decir, la matanza de Plaza de Mayo; cuyo contragolpe fue el incendio de los templos, que no alcanzó por cierto a los marinos, al contrario, les hizo el juego (7). Al fin y al cabo, Carlos V saqueó a Roma y después se arregló y amigó entrañablemente con Paulo IV –le decía un consejero eclesiástico o eclesiástico consejero, actualmente fuera del país. Pero ya era tarde.
 
  Cuando estuve en Lourdes en 1956, los eclesiásticos franceses, españoles e italianos que allí encontré tenían esta idea (los ingleses, más prudentes, no tenían idea alguna) acerca de la Argentina, paisillo que por un momento se había puesto de moda “Perón favoreció a la Iglesia; después la persiguió; y los católicos LO VOLTEARON.” Yo les decía con modestia: “No es eso exactamente”, pero no discutía con ellos: la Argentina les interesaba menos que Rumania o Bulgaria; pues eso es en realidad la Argentina, excepto para nosotros.

  Pero la persecución fue verdadera persecución, y torpe por añadidura, letra de tango y no mero humo de pajas. No precisamente por haber amenazado (sin tocarlos al fin) los famosos “bienes eclesiásticos”; sino más bien por haber tocado la estructura religiosa tradicional de la familia argentina con el “divorcio”, el derecho natural de los padres de familia con las leyes de enseñanza y al fin la moralidad y decencia pública con escándalos y malos ejemplos de toda clase. Ramos se burla sin razón de este último motivo; y se equivoca al asignar como único motivo real la “fuerza política” de la Iglesia en los episodios históricos de Rivadavia, Roca y Perón.

  Rivadavia, Roca y Perón atacaron a la Iglesia Argentina no por demasiado fuerte sino por demasiado débil. Difícilmente un poder temporal argentino atacará a la Iglesia si esta lucha por los bienes netamente espirituales, en cuyo caso ella es fuerte, porque está en su terreno. Cuando está embarazada con sus bienes materiales, “que son también espirituales” (cosa que yo no dudaría un momento si tuviera alguna parte en ellos, una prebendita cualunque), la Iglesia anda débil e invita al ataque: como pasó con Enrique VIII. Por el contrario, y sin salirnos de Albión, en el famoso asesinato en la Catedral, el Arzobispo Thomas Becket padece martirio por una cosa política aparentemente; pero que en realidad tocaba el corazón de la estructura del Medioevo: los “Fueros” de los Gremios o “Guildas”, nominalmente aquél que estatuía el derecho de que “nadie puede ser juzgado sino por sus pares”; los obreros, por sus gremios; los Lores, por los Lores; los Clérigos, por los Clérigos; los pecheros, por los pecheros; principio capital y sumamente democrático de la organización cristiana medieval. El poeta Eliot pinta al hidalgüelo Becket como terco y un poco mandón; y puede que lo haya sido; más no dilucida bastantemente su “causa”. Uno de los “Tentadores” que salen en el poema dramático podía haberlo dicho derecho: “Estás en hombre político y no en varón religioso: lo que defiendes es tu poder. Eres un ambicioso, aunque sea para la Iglesia. Cristo no fundó si Iglesia para darle poderes temporales” –y el Arzobispo responde: “Te equivocas, you are wrong; defiendo una causa religiosa… y por eso voy a triunfar. Como en efecto triunfó –después de muerto.

  Pero el poeta indica cómo la causa del Prelado se confundía con la del pueblo y los pobres –y no con los tesoros de la Catedral o sus propios feudos de Canterbury: el coro de mujeres proletarias gira y gira en torno al caprichudo hijo de Lord Becket como ovejas aterrorizadas y tercas –y como lobas con hijos- alrededor del “jefe nato, del gran Varón de Iglesia.

  Que los Monseñores no se mostraron muy jefes y se asustaron un poco de más, y que algunos curas hicieron demasiado barullo (instintivamente, sin consigna alguna de arriba) es voz común, y es probable. Yo puedo decirlo, aunque faltando a la modestia, porque aosadas fui el sacerdote más perjudicado materialmente por la persecución peronista y conservé bastante la calma; aunque no tanto como el risueño curita Baransky, mi antiguo Secretario; a juzgar por su risueña crónica o novela o nivola o lo que sea. Fui atropellado como “sacerdote”, y no como “opositor”, por cierto; y el primero de todos. Todavía no le he pasado la cuenta a Aramburu ni a Mons. Laffitte.

La Iglesia Argentina visible ha sido apaleada dos veces en poco tiempo; por lo menos yo fui apaleado dos veces, quizá por demasiado… visible. Nunca escapa el cimarrón si dispara por la loma. Van dos por un camino, y el tercero lo adivino. Pero hay una Iglesia invisible, que Ramitos no conoce, ni puede conocer, no le hago cargos. Las dos son una, como el cuerpo y el alma; aunque ahora en la Argentina parezcan separadas y de hecho estén distendidas. Eso es mala seña, porque la muerte es la consecuencia de la separación del alma y cuerpo; y cuando están distanciados, eso es enfermedad. La Iglesia de Cristo no morirá nunca, aunque pasará “agonía”. Pero el mundo sí morirá un día. Dios nos pille confesados. Por lo menos, así me han enseñado a mí. No puedo decir a Ramitos, ni siquiera brevemente, que cosa es ese “espíritu” de la Iglesia que no morirá: no es como “ese vínculo espiritual que une a SHELL-MEX con el productor argentino.” –que dice en este momento el locutor; no, no es así.

  Para hacer todo mi deber de gacetillero “malgré soi”, juzgaré el libro de Ramos muy brevemente; aunque muy mucho se preste a hablar, en mal y en bien. Es un libro muy bien hecho, de un hombre de talento y de trabajo y de ánimo generoso, lo que se ve al menos: el fondo de él es un gran clamor, y ese clamor es argentino; pero es en cierto modo deforme, a causa de sus prejuicios y su esquema político en demasía simple.

  Se puede decir en suma que su filosofía es deficiente y su historia es certera en general; más sus juicios de personas particulares –Rosas, Mitre, Roca, Irigoyen, Ibarguren, Sánchez Sorondo Matías y Marcelo, Uriburu, Ramón Doll, Castellani, Ernesto Palacio, etc.-son sumarios y terribles. Sin embargo cuando un hombre de ánimo generoso se pone a pensar por sí mismo, puede ir muy lejos; y éste es un hombre que camina, cada uno de sus libros ha marcado un avance en el “ranking” (¿Por qué no decir “rango”, si en Castilla se dice “rango”?) intelectual. Libro deforme y áspero, pero fibroso para personas preparadas y mayores, véanse los lúcidos análisis del final, por ejemplo.

No lo recomendamos a los “criterios”, como ya está dicho.

***
Si Cristo fuese crucificado en Buenos Aires
entre dos ladrones, al tercer día resucitarían los
dos ladrones.







1 Perón.
2 Perón expulsó del país a Monseñor Tato y a Monseñor Bonamín.
3 Una hoja editada por el P. Hernán Benítez.
4 Lo mismo dice Borges. Perón y Borges representan la aparente oposición de los “hermanos siameses”.
5 Canciller de Perón.
6 ASCUA fue un grupo liberal combativo.
7 El 16 de junio de 1955 la aviación bombardeó la Casa de Gobierno y ametralló la Plaza de Mayo, masacrando gran cantidad de civiles. Perón salvó la vida porque se había refugiado en la Secretaría del Ejército. En represalia, ese mismo día el Gobierno hizo detener a más de 100 sacerdotes y permitió el incendio de ocho Iglesias en el centro de la Capital.
Leonardo Castellani: "Dinámica Social" Nº 89, Marzo de 1958, p. 7-9 Citado en Castellani por Castellani, Mendoza, Ediciones Jauja, 1999, Págs. 259-265





Articulo enviado por Santiago Mondino
  
Nota de NCSJB: Dos hechos precipitaron los trágicos acontecimientos sucedidos el 16 de junio de 1955 y avizoraban el derrumbe del régimen Peronista que gobernó la Argentina desde 1946 hasta 1955: el conflicto con la Iglesia y el proyectado convenio con una empresa petrolera norteamericana por el cual se le entregaba una extensa región de la Patagonia. Entre las medidas contrarias a las enseñanzas del Magisterio católico el Estado dispuso la supresión de la enseñanza religiosa obligatoria, el divorcio, la equiparación de hijos legítimos e ilegítimos, se resolvió convocar a una nueva reforma constitucional para imponer la separación de la Iglesia y el Estado entre otras medidas que echarían más leña al fuego. No faltó detalle en esa ofensiva antirreligiosa: hasta se dispuso la reapertura de los prostíbulos. Otras opiniones atribuyen el enfrentamiento de Perón con la Iglesia al disgusto que causó en la dirigencia eclesiástica la presentación en el estadio del club Atlanta -hacia mayo y junio de 1954- del pastor evangélico Theodore Hicks, que realizaba curaciones milagrosas ante nutridas multitudes. Antes de su presentación, el cuestionado "milagrero" había sido recibido personalmente por Perón. Cabe recordar que ya en 1950 grupos católicos habían vivido como una provocación el multitudinario acto efectuado en el Luna Park por la Escuela Científica Basilio, reconocida en aquel tiempo como la vanguardia más activa del movimiento espiritista.
  Esos dos hechos aceleraron la preparación revolucionaria. En junio de 1955, el ambiente estaba ya formado. Solo faltaba el alzamiento popular, juntamente con el de gran parte de las fuerzas armadas.

  Lo cierto es que el conflicto quedó planteado en toda su crudeza el 10 de noviembre de 1954, cuando Perón dijo públicamente, en una reunión de gobernadores, que en la Argentina había curas y prelados que estaban desplegando actividades perturbadoras (lo cual era verdad). Tras nombrar uno por uno a esos sacerdotes que actuaban como enemigos de su gobierno, Perón destacó que pertenecían, principalmente, a tres diócesis del interior: la de Córdoba, la de Santa Fe y la de La Rioja. A partir de allí, la crisis se fue agudizando. Los diarios de la cadena oficialista lanzaron una agresiva campaña contra la Iglesia y pronto el enfrentamiento escapó a todo control. Un dato que es importante remarcar es que el manejo de la prensa estaba en manos del judío y miembro de la Masonería Raúl Apold designado por el judío Ángel Borlenghi, casado con la judía Clara Maguidovich y cuñado del Subsecretario del Interior Abraham Krislavin, ambos masones y socialistas, quien daba órdenes a los periodistas peronistas de que tuvieran una actitud hostil hacia la Iglesia y trataran con simpatía a los judíos, los sionistas y el Estado de Israel. Raúl Apold fue el que designo a cargo del estatizado Suplemento Cultural del diario “La Prensa” al judío Isaac Zeitling Porter, más conocido por su alias de “Cesar Tiempo”, quien introdujo allí a otros judíos como Prilutzky Farny.

  El malestar continuó creciendo y se llegó, en medio de una creciente tensión, a la famosa procesión de Corpus Christi del 11 de junio de 1955. Ese día, luego de una Misa en la Catedral, los fieles católicos comenzaron a recorrer la Avenida de Mayo en nutridas columnas, desafiando la prohibición policial (el régimen peronista había prohibido las reuniones públicas y manifestaciones que no fueran las organizadas por los seguidores del gobierno). La marcha era silenciosa, pero trasuntaba un fuerte espíritu de rechazo al peronismo gobernante. Se advertía de lejos que la columna se había engrosado con sectores interesados especialmente en manifestar contra Perón.

  La procesión llegó hasta el Congreso y allí se disolvió. Posteriormente, ante el estupor general, el gobierno informó que en la plaza del Congreso los católicos, antes de disolverse, habían quemado una bandera argentina. Pronto se supo la verdad: la quema de la bandera había sido hecha, en realidad, por los agentes de una comisaría céntrica con el fin de endilgarse a los manifestantes católicos ese gesto de antipatriotismo.

  En la mañana del 16 de junio de 1955, oficiales de la Aviación Naval atacaron Plaza de Mayo en un intento por terminar con el gobierno del presidente Juan Domingo Perón. El Registro Civil contabilizó oficialmente 169 muertos: 168 por heridas de metralla, balas, quemaduras o explosiones, y uno, el italiano Domingo Stirparo, de 89 años, fallecido por síncope cardíaco. Ninguna bomba alcanzó directamente la Plaza de Mayo, aunque algunas pegaron muy cerca, sobre el borde. Los muertos y heridos por bombas y metralla se produjeron sobre la avenida Paseo Colón. El mayor número de víctimas se generó por los disparos cruzados en la batalla por el Ministerio de Marina. El diario Clarín del día siguiente hizo un recuento de 156 muertos y 846 heridos; publicó, además, los nombres y apellidos con sus internaciones en la Asistencia Pública y en los policlínicos. Lo cierto es que no había ningún acto público, ni se había convocado a nadie y, además, con 200 personas no se llena esa plaza. Se la colma con cien mil, pero esa tarde estaba vacía, porque del lugar se fueron todos apenas se escuchó la primera estampida. No quedaron ni las palomas.

  Sin duda que ese bombardeo fue un acto de grave irresponsabilidad castrense, por las muertes civiles que ocasionó, pero la actitud del ministro de Ejército, el general Franklin Lucero  de sacar tres horas antes al Presidente, sin alertar al personal de la Casa y sin evacuar la zona aledaña indica falta de interés en proteger a los transeúntes, expuestos al bombardeo. “Nosotros, por nuestros servicios de informaciones, ya habíamos sido advertidos con anterioridad”, asumió el Presidente por la cadena de radio.

  En las primeras horas del 15 de junio fueron allanados en Buenos Aires y en el interior, parroquias, asilos, colegios, seminarios, monasterios y todos los locales en que funcionaban centros o círculos de la Acción Católica y clausuradas las sedes de la junta central, consejos femeninos y consejos de hombres.

  El 16 de junio se cumplió la orden de incendiar los templos de la ciudad de Buenos Aires, y otros del interior. La agresión fue realizada por diversos sectores del peronismo, y muy particularmente por las fuerzas de choque existentes en varias reparticiones públicas.

  La curia fue regada con nafta por los peronistas, preparando el incendio que se realizó entre las 15.30 y las 16.45 ante la pasividad de los bomberos que estaban allí desde la mañana. Ese fuego no sólo consumió papeles eclesiásticos, también destruyó para siempre el archivo colonial de la ciudad de Buenos Aires, guardado desde 1600.

  En una sola noche, el 16 de junio de 1955, fueron incendiadas más de una docena de iglesias. El mayor número de iglesias atacadas fue en Buenos Aires.  También hubo hechos similares en algunas ciudades del interior de Argentina.

  No fue un incendio aislado ni un desborde ocasional; por sus dimensiones, su sincronización y sus implicancias, rápidamente encontró impacto internacional en los principales diarios del mundo. Tampoco se puede sostener seriamente que los ataques a las iglesias fueron totalmente espontáneos. Los atacantes conocían las direcciones de los 16 templos, sabían dónde atacar y dónde no. Por ejemplo, se evitó atacar a las iglesias de culto católico ortodoxo y a las del culto cristiano copto, pese a encontrarse ambas en el camino de los incendiarios, y no ser nada fácil distinguirlas de una católica romana.

  La insólita agresión a los templos -conviene recordarlo- se consumó con la pasividad cómplice del Ministerio del Interior, cuyo titular era todavía Ángel Borlenghi. Ni la policía ni los bomberos hicieron el más mínimo gesto para contener a los incendiarios ni para evitar la propagación del fuego. Pero la comprobada participación del vicepresidente Tessaire (masón grado 33 para más señas, a cuyas órdenes partieron desde el Ministerio de Salud Pública y otros edificios del gobierno varios grupos hacia los templos luego siniestrados) no exime al General de suficiente incumbencia en lo que vino.

  La responsabilidad de Perón surge no tanto por sus órdenes directas sino por ser el principal promotor en generar un clima anticlerical, con discursos incendiarios en los que no midió sus palabras, especialmente el del día lunes 13 de junio.

  Una vez consumados los incendios, el gobierno salió a ofrecer cuantiosas sumas destinadas a la reconstrucción de las iglesias: procuraba dejar a la jerarquía eclesiástica neutralizada. Sin embargo, las instituciones católicas lo rechazaron.

  Curiosamente, Perón ordenó una "severa e inmediata" investigación para identificar a quienes habían provocado el incendio y el saqueo de los templos. La investigación se hizo y dio origen a un curioso expediente en el cual se terminó responsabilizando oficialmente de esos sucesos "a una logia masónica antiperonista”.

  Como resultado de esos hechos, Juan Domingo Perón fue excomulgado. Ocho años después, el 12 de febrero de 1963, el fundador del justicialismo dirigió una nota al obispo de Madrid. En esa carta, fechada en la quinta 17 de octubre, Perón pedía que se le levantara la excomunión y se manifestaba "sinceramente arrepentido" de los actos que se le imputaban. La respuesta le llegó en menos de 24 horas. El obispo de Madrid, en nota fechada el 13 de febrero de 1963, le comunicó que su petición había sido satisfecha.




Angel Borlenghi judío, socialista y masón, ocupo el cargo de Ministro del interior del gobierno peronista.



Almirante Alberto Teissaire vicepresidente durante el 2do. Gobierno de Perón. Mason grado 33



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