domingo, 27 de agosto de 2017

1.3. El tercer paso es la extensión de la moral puritana

1.3. El tercer paso es la extensión de la moral puritana

 

 Nos hallamos ante un modo peculiar de entender los elementos morales que afectan directamente al ámbito privado. Este tipo de moral comienza en las comunidades calvinistas que son el fundamento del pietismo inglés; posteriormente se va imponiendo en los diversos grupos luteranos y, por último, tiene un influjo significativo en el catolicismo por medio del jansenismo. Se trata de la idea peculiar de formar una sociedad de puros para la cual se requiere una represión social muy fuerte sobre determinados comportamientos que se van a considerar socialmente reprobables y excluyentes de tal sociedad. La exclusión se va a centrar en el campo de la sexualidad y así llega a tocar lo íntimo del hombre. La moral sexual se fundamenta entonces en la censura social que reclama la propia represión de los afectos.
 

Es un cambio muy profundo en la forma de comprender la moral que va a organizar la forma de vivir la moral sexual hasta el siglo XX. Se pierde la articulación básica entre la experiencia moral de autorrealización y la justicia, se produce una sensibilidad desorbitada en el campo sexual, algo muy distinto del s. XVI en donde las cuestiones morales se centraban en el tema de la justicia.
El aspecto en el que se produce el giro de concepción es fundamentalmente el deseo. Este hecho requiere alguna explicación por la relevancia que va a tener en todo el argumento. La realidad del deseo en Lutero se comprende radicalmente de forma negativa a modo de concupiscencia pecaminosa, por consiguiente es una realidad que se considera imposible de sanar y que, siendo radicalmente egoísta, hay que saber vivir con ella, por lo que sólo cabe evitar sus signos exteriores. Lutero lo hacía en relación a la beneficencia, una ayuda exterior dirigida a otra persona, acto al cual reducía la caridad. Con el calvinismo, esas muestras de la acción de Dios en el hombre se reinterpretan como signos de predestinación. El sentido de toda esta serie de coordenadas de interpretación coincidentes queda en un especial modo práctico de juzgar los afectos que podría expresarse así: no se puede evitar el deseo que en sí es perverso, pero se puede cohibir el acto. El deseo debe ser reprimido exteriormente en cuanto tiende a expresarse en un comportamiento visible, para ello, para impedir sus manifestaciones exteriores, es necesario fomentar una fuerte censura social. Todo ello tiene un profundo sentido religioso muy peculiar en el cual el mandato divino es el que refuerza socialmente la idea humana del cumplimiento del deber.
En primer lugar, hay que decir que el principio de esta moral puritana procede de la fuerza secularizadora, porque surge del olvido de la realidad de la gracia. La insistencia en la represión de actos exteriores tiene como causa la desesperación de la bondad del deseo, se cree a éste radical e inevitablemente corrompido. Por el contrario, la auténtica visión cristiana piensa en la gracia como la promesa de la Nueva Alianza que Dios establece en el corazón. Por tanto, la gracia es la única que puede salvar el deseo desde su interior como una nueva presencia que guía nuestros afectos hacia el Amor del Padre. La inclusión en el decálogo del mandato "no desearás" es debido, dentro de la perspectiva teológica, a un modo de anunciar la necesidad de la gracia que renueva el corazón del hombre para unirlo a la voluntad de Dios.
En la práctica real de la moral puritana se extiende cada vez más un conjunto de ideas estoicas que impregnan la comprensión de la moral en sus claves culturales. Esta nueva síntesis crea la idiosincrasia específica de lo que se denomina moral moderna. En ella la virtud se reduce a fin de cuentas a la obediencia al deber y el papel de los afectos que no se olvida, se reduce a ser el poder ser estorbos de un proceso de deducción racional.
Con este conjunto de influencias se determina el contenido real que puede definir la moral puritana. Podemos presentarla a modo de una ecuación: Dios = moral = prohibición = represión sexual. Por fundarse en una serie de igualdades es una ecuación reversible por la cual la mención de cualquiera de sus elementos evoca inmediatamente a los demás. Es un sistema que funciona todavía en la mentalidad de una gran mayoría de personas en nuestra civilización occidental. Se transmite a modo de prejuicio cultural con una gran efectividad. Esta ecuación adquirió una fuerza notoria porque tiende a unir experiencias muy significativas para el hombre: la religiosa, la de obligación y el misterio de la sexualidad. El gran problema que provoca en la mentalidad de las personas es perder los matices que conduce irreversiblemente a un mutuo empobrecimiento de cada elemento.
Para resolver las dificultades que nos ofrece, hay que comenzar negando que esta ecuación tenga un fundamento cristiano. Más bien es una profunda deformación de su mensaje y un auténtico obstáculo para la comprensión del Evangelio. En ella se dan dos términos especialmente perniciosos que conviene desmontar, nos referimos a las dos primeras igualdades: Dios = moral; moral = prohibición. Dios es evidentemente más grande que la experiencia moral del hombre, su grandeza y su revelación es mucho mayor que la dimensión moral de la experiencia cristiana, lo contrario es un moralismo inadecuado. La segunda igualdad, la que corresponde a la reducción de la moral a lo obligado, es una herencia del nominalismo de la cual se sigue el principio de que "algo es bueno, porque está mandado". Es una concepción que influye mucho en toda la reforma. En tal perspectiva, la necesidad de un mandato para superar la indefinición propia de la voluntad, remite al voluntarismo divino: toda ley es una expresión de una voluntad imperativa de Dios, que debe imponerse por el imperio de la ley moral a la voluntad del hombre. El legalismo consiguiente centrado en un puro cumplimiento de un comportamiento exterior, será el que insistirá en la represión de los deseos pues éstos son el principio principal del que puede venir el peligro de la trasgresión.