miércoles, 21 de marzo de 2018

CABILDO Nº 11/3º EPOCA-OCTUBRE AÑO 2000 EDITORIAL Impunidad y Desgobierno


Hemos resuelto colgar a nuestro modesto blog, artículos que publicara la REVISTA CABILDO a  comienzos de su TERCERA EPOCA. Comenzando con el Nº 10 por cuanto carecemos de los anteriores. En principios editaremos las secciónes de su "EDITORIAL" confeccionadas por su director Dr. ANTONIO CAPPONNETO y "MIRANDO PASAR LOS HECHOS" de VICTOR EDUARDO ORDOÑEZ, ambas reseñas pasadas de fines del siglo 20 y comienzos del presente. Además de traer recuerdos tristes y dolorosos, ya sufridos por nuestros muy olvidadizos compatriotas simplemente insistimos en tratar de evitar "nuevos tropiezos" con nuevos "CAMBIOS" prometidos e inocentemente creidos por un gran porcentaje de todo Argentino. Deseamos tambien recordar que "El LIBERALISMO ES  PECADO" y en ellos se nutre nuestra formación tanto de civiles como militares que hayan sido nuestros gobernantes con posterioridad a 1852. Por demás estar decir el orgullo noble y patriota que sentimos ante el desempeño del gupo periodístico de la revista, (patriotas, que sin renta ninguna y esfuerzo providencial difunden la verdad),  defendiendo de la tradición religiosa católica, pretendiendo mantener la patria en los fundamentos reales que originaron su principio,  y la familia para cumplir con los fundamentos de toda auténtica y sana comunidad.  

CABILDO Nº 11/3º EPOCA-OCTUBRE AÑO 2000

EDITORIAL



Impunidad y Desgobierno
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Quienes entienden de estadísticas señalan, entre perplejos y resignados, la abrumadora cantidad de policías muertos por causa de la delincuencia en los últimos lustros de democrático curso. Cantidad alarmante y creciente, que supera con holgura el número de caídos en la misma guerra antisubversiva.
Acotan además las frías cifras, que los responsables de tamaños homicidios, una vez capturados o identificados, resultan personajes de frondosos prontuarios, cuyas libertades se han vuelto posibles por la acción combinada de leyes irresponsables, de juzgados negligentes, de penitenciarías cómplices y de ideólogos del permisivismo social.





Pero nada se precisa entender de porcentajes o guarismos —pues está a la vista casi diariamente— para constatar con estupor que las fuerzas de seguridad son agredidas y vejadas por cuanta manifestación política organizan las izquierdas. En tales casos, que suman muchos, el escarnio es la norma, el ultraje lo habitual, el ataque físico moneda corriente y el vejamen a la autoridad el corolario natural de tamañas provocaciones. Se consuman entonces, osada y ostensiblemente, no pocos delitos —como el de daño agravado, atentado a la autoridad e intimidación pública— sin que salga nadie ya no a castigarlos como se debiera, sino siquiera a señalarlos. Tanto o más que la acción de los ofensores, irrita ver la inacción policial, a todas luces ordenada y planificada por el poder político que la comanda, como si lo inherente a las fuerzas del orden fuese servir de desahogo y descargo a la mugre marxista o de blanco inánime al atropello de cualquier turbamulta. Tan grande es la parálisis mental y moral a la que han sido acostumbrados los cuadros; tan riesgosa es la sanción institucional, mediática e ideológica que les espera si reaccionan condignamente; que han optado por ofrecerse como víctimas antes que por cumplir con sus obligaciones y aplacar a sus victimarios. Se ofrecen en sacrificio vano porque ya no se les permite ofrecerse a la sociedad como sus guardianes celosos. La fábula de los derechos humanos pesa más que el deber de defenderse ante los inicuos.
Entre la delincuencia común y la política, los insurrectos imponen su ley por las calles, conscientes de que el menosprecio a la jerarquía es el principio y el reaseguro de la revolución permanente. Los mandos civiles entretanto —verdaderos y últimos responsables del caos y de la lenidad pública — han hecho de la impunidad un mandamiento y de la cobardía un blasón. Pero el que no castiga el mal incita a que se cometa, decía Leonardo Da Vinci. Y tal vez como escuchándolo apuntó Fierro estas palabras a los gobernantes: "a sigún los tiempos andan, debieran cuidarnos algo".
Pero he aquí el otro síntoma que acongoja y humilla. No tiene el país quien lo conduzca y lidere, quien lo acaudille o guíe simplemente, ya no hacia el proverbial destino peraltado, sino hacia la más elemental supervivencia como nación soberana. Quien fungía hasta ayer de vicepresidente es un pícaro contumaz, de antecedentes tan crapulosos como sus enjuagues actuales y sus futuros previsibles; un conocido maniobrador de tretas y encubridor de trapisondas largas, al que sólo la imbecilidad colectiva puede atribuir una eticidad que la razón rechaza y la experiencia niega. Quien dice actuar de Presidente es nada más que el polichinela de los poderes mundiales, el arlequín del Fondo Monetario Internacional, el disciplinado recaudador vernáculo de las regalías que exigen los invasores extranjeros; una mezcla de telonero de entracto y de gólem borgiano en la comedia urdida por los enemigos de la patria. Por eso, tras la crisis de la renuncia de Álvarez, se apresuró a visitarlo Kissinger, en uno de sus viajes de inspección, para exigir con desparpajo el clima de tranquilidad que reclaman los negocios y las inversiones. Como se apresuró Tony Blair a requerir la docilidad necesaria que las finanzas imponen, confiando las ordenanzas del caso a un tal Stephen Byers. Cómodo y apto en su papel de desgobernante, el Presidente parece encarnar ese ideal que sintetizara Plinio el Joven en su Epístola Octava: "no hacer nada, no ser nada".
Es inadmisible que la Nación tenga que vivir entre la impunidad y el desgobierno. A la primera ha de contrarrestarla esa genuina justicia, que no en vano empuña espada; al segundo, el sentido genuino del mando, que es donación y servicio. Ideales ajenos y extraños a la oligarquía partidocrática que se reparte el poder, pero que habitan aún en el alma sencilla de los criollos honrados.
Son esos criollos los que tendrán que combatir a estos anarquistas en una Nueva Reconquista. Porque cuando los gobernantes carecen de legitimidad de ejercicio, se convierten en usurpadores y expoliadores.
Dirá alguno que tal Reconquista es una utopía. La palabra, en recta etimología, alude a un lugar que no existe. Y nosotros la queremos y la forjaremos aquí, en el espacio más entrañable de todos los que existen. En esta tierra argentina que Dios plantó sobre Hispanoamérica, no para muladar de demócratas sino para alcázar de varones y mujeres de bien.

Antonio Caponnetto