viernes, 15 de junio de 2018

Los judíos y el aborto - E. Michael Jones




martes, 12 de junio de 2018

Los judíos y el aborto - E. Michael Jones



Autor : E. Michael Jones
Traductor: Luis Alvarez Primo
Traducción autorizada por el autor.

Nota introductoria del Traductor

     Bernard Nathanson (1926-2011),  médico ginecólogo y obstetra estadounidense de origen judío,  es uno de los dos revolucionarios judíos  protagonistas de la historia que relata el Dr E. Michael Jones  en  uno de los capítulos de su eminente obra El Espíritu Revolucionario de los Judíos y su Impacto en la Historia Mundial.  Como parte de la revolución sexual de fines de los años 1960, Nathanson no sólo lideró la revolución abortista que culminó en la derogación de todas las restricciones al aborto en los EE. UU—con la perversa influencia que esto comportó para el resto del mundo. Además fue el responsable de la ejecución directa y personal de 5.000 abortos  y de otros  60.000 realizados en  su clínica abortista en la ciudad de Nueva York,  integrada por 35 médicos, 85 enfermeras y 10 quirófanos.  Cuando  a fines de los años 1970 y principios de  los 80  Nathanson  tomó conciencia de la magnitud de su crimen, agobiado por la culpa se convirtió al catolicismo y se entregó no sólo a la defensa  de la vida humana inocente sino también a la denuncia de la naturaleza  intrínsecamente política y falsaria   del movimiento abortista mundial.  * Sin ese liderazgo revolucionario típicamente judío, ni la revolución abortista ni el matrimonio homosexual  años más tarde, podrían haber tenido éxito, según la propia manifestación de sus protagonistas.


     Las citas se encuentran en el original en inglés y serán entregadas a quien lo solicite.

luis.alvarezprimo@gmail.com

* Conferencia grabada bajo el título  “Reflexiones de un ex abortista y  ex ateo”, dada en la 13th World Conference on Faith, Life and Family, Irvine California,CA, 1994 de Human Life International)

                            
Los judíos y el aborto

    En 1967 el ginecólogo y obstetra judío Bernard Nathanson fue invitado a una comida de agasajo en la cual el tema dominante fue James Joyce. Durante la comida, Nathanson conoció a otro judío revolucionario de nombre Lawrence Lader. Lader había sido un protegido, y según algunos, el amante de Margaret Sanger, la diva del movimiento eugenésico en los Estados Unidos, quien había fallecido no hacía mucho. Lader habló de Joyce, pero a Nathanson le interesó el hecho de que Lader había escrito un libro sobre el aborto, tema mucho más fascinante para Nathanson que las novelas de los apóstatas irlandeses.

     Nathanson define a Lader políticamente más que con referencia a su etnia. Lader se involucró en la política revolucionaria de Nueva York cuando comenzó a trabajar para el representante legislativo Vito Marcantonio, hombre a quien se sindicaba con vínculos con el Partido Comunista, el cual estaba integrado en su mayoría por judíos de Nueva York. Lader se había divorciado de su mujer y se había convertido en escritor independiente (vocación que pudo financiar con dinero heredado de su padre) y activista de las políticas sexuales de Margaret Sanger, poco después de su regreso de la Segunda Guerra Mundial. Desde el momento en que conoció a Lader, Nathanson vio en él “una revolución en estado de ebullición” y en consecuencia sintió en su interior “una creciente excitación”.

     Nathanson consideró que él mismo despertaba a su propio fervor revolucionario de un modo natural— él hace referencia a un “mecanismo mendeliano”--  porque también él era judío. “La Revolución”, según Nathanson, era otra palabra para decir “jutzpah”: “Descubro mi propia rebeldía honestamente. Como médico dudo que esta cualidad se transfiera por algún mecanismo mendeliano conocido. Pero mi padre la tenía en abundancia, excepto que en su generación y en la comunidad en que fue criado, la llamaban jutzpah **”.

**(N.del T: palabra hebrea jutzpah  significa: descaro, atrevimiento, audacia,insolencia, cinismo.

     Dado que Nathanson considera que “cualquier autor sobre el aborto debe someterse a una disección religiosa”, nos cuenta sobre su sus años de escolaridad en la ciudad de Nueva York.  Concurrió a “un cotizado colegio privado en  el  que   virtualmente el 100 % de los estudiantes eran judíos” y fue alumno en el Colegio Hebreo, donde desarrolló un sentimiento de aversión por el Talmud.

     La instrucción religiosa por aquella época consistía en una agotadora rutina de indigeribles pasajes de la Escritura Hebrea, una memorización absurda de oraciones hebreas para una innumerable diversidad de ocasiones y petulantes lecciones autorreferenciales sobre la raza elegida de los judíos. Las tareas vinculadas al sionismo y las campañas para reunir fondos dejaban pocas energías para la instrucción en la lengua hebrea o para las degradantes excursiones a las regiones arcanas de la fe.

     La experiencia de Nathanson en la Escuela Hebrea lo confirmó en su aversión al Talmud como compendio de opiniones sin sentido que los rabinos imponían a los judíos a fin de mantenerlos bajo su control. En esto, él no difería de los judíos revolucionarios de Rusia durante el período Maslic desde 1860 a 1880, cuando el Iluminismo alemán destruyó la alianza de los judíos con el Talmud y creó el vacío que luego fue llenado con la política revolucionaria mesiánica a la que se convirtieron los judíos.

     Una vez que la religión quedó desacreditada a los ojos de Nathanson, él ya no tuvo otra guía en su vida que sus propias pasiones. Durante su paso por la facultad de medicina tuvo una relación que llevó a un embarazo, que él pagó para que se abortara. La madre del niño le informó a Nathanson con posterioridad que “ella había regateado el precio en una suma de u$d 350 antes del procedimiento”. Ella le devolvió un sobrante de  u$d 150” y desapareció de su vida. La experiencia de procurar el aborto de su propio hijo endureció a Nathanson, haciendo que se volviera cínico respecto de lo que la gente consideraba sagrado—“el matrimonio ahora le parecía un absurdo”— lo cual lo impulsó por la pendiente de la política revolucionaria.

      Nathanson arribó a la revolución por vía de la sexualidad, pero también por vía de su profesión de ginecólogo y obstetra, para la cual él se  consideró destinado por influencia de su padre, quien era médico ginecólogo. La ginecología, unida a su pasión revolucionaria en la Nueva York de los años '60 equivalían a aborto. Después de matar a su propio hijo, Nathanson se sintió más dispuesto a obrar según sus propia y “natural” propensión judía a la revolución. También estuvo más inclinado a actuar en línea con las sugerencias de otros revolucionarios judíos. Nathanson se convirtió en un cruzado a favor del aborto al mismo tiempo que la imagen y las ideas de Wilhelm Reich eran tapa de la revista New York Times. Pronto cualquier obstetra/ginecólogo que se rehusara a admitir la práctica del aborto sería considerado “un pequeño y odioso farsante”. El resentimiento engendraba en Nathanson el deseo de cambiar las leyes a fin de que las mismas se ajustaran a su propia conducta:

     Supongo que enfurecido por mi propia impotencia para ayudar a mis pacientes y, en particular, indignado ante la escandalosa inequidad de condiciones para acceder al aborto, comenzó a gestarse en mí una idea: la necesidad de cambiar las leyes. No había tiempo para el lujo de contemplar la moralidad teórica del aborto o la sensatez de la libertad de elección. Simplemente, algo debía hacerse.

     Dado que Nathanson consideraba el aborto como un acto revolucionario y que él mismo se consideraba un revolucionario por el hecho de ser judío, se convirtió según sus propias palabras, en “un alistado en la Revolución”. En esto, Nathanson se veía influido por el judío de la localidad de Hibbing, Minnesota, Bob Dylan, quien también había procurado un aborto a su novia pocos años antes. Más aún, Nathanson hace uso de las melodías de una canción de Bob Dylan -- “the times they were a changin”— (los tiempos están cambiando) para describir al año 1967 como el annus mirabilis de la revolución, durante el cual él se vinculó a Lader para iniciar la campaña para la “abolición total e irrestricta del aborto”. Yo era un cómplice tan entusiasta y colaborador como el mejor al que un movimiento revolucionario tan profundo como este podía aspirar. Larry y yo y otros dedicaríamos cientos de horas de nuestro tiempo libre a esta causa en los años por venir. Apasionadamente deseaba comprometerme de un modo radical en una causa así. Esto sucedió en 1967. El país estaba siendo sacudido por las convulsiones de la guerra de Vietnam, y los desafíos a la autoridad estaban a la orden del día, especialmente en el orden intelectual en los caldos de cultivo del Noreste. Aunque yo tenía 40 años, creo que secretamente deseaba ser parte de aquel movimiento juvenil que arrasaba el país exigiendo justicia, prometiendo el cambio, “exaltando” el amor. De manera que mi indignación, mi naturaleza rebelde y mi innegable impulso a “unirme a los chicos” se combinaron para precipitarme en la arena pública.

     El movimiento a favor del aborto era parte de la revolución sexual. Sin embargo, la revolución del aborto, era única en su peculiaridad. Coincidía con el ascenso de los judíos de los Estados Unidos a su prominencia cultural tras su ruptura del Código (ético) de Producción (cinematográfica) en Hollywood y  la Guerra de los Seis Días Árabe -Israelí, cuando en la élite WASP (blanco-anglosajón-protestante) del Departamento de Estado (del Gobierno de los EE.UU.) arraigó la opinión de que Israel era un activo estratégico para los Estados Unidos en su búsqueda de asegurar el aprovisionamiento de petróleo en Medio Oriente. El movimiento a favor del aborto adquirió la misma configuración que la revolución en Europa en los tiempos en que Felipe II de España se enfrentó con Isabel de Inglaterra en su disputa por la hegemonía religiosa durante la Contrarreforma. Al igual que la campaña de Isabel de Inglaterra para expulsar a los españoles de Holanda, la campaña para derogar las leyes sobre el aborto en el Estado de Nueva York fue en gran parte el resultado de una alianza de protestantes y judíos en guerra contra los católicos.

     La lista de agrupaciones que participaron en junio de 1970 en una reunión de la National Association for the Repeal of Abortion Laws (Asociación Nacional para la Derogación de las Leyes contrarias al Aborto) más tarde conocida como NARAL o National Abortion Rights Actions League (Liga para la Acción a favor del Derecho al Aborto) así lo demuestra. NARAL siempre operó para “enrolar al clero protestante y judío” a fin de proveer un contrapeso moral a los católicos.

     Carlos Marx sostuvo que la revolución sería conducida por la vanguardia del proletariado, que él identificaba con el Partido Comunista. Pero excomunistas como David Horowitz consideran que la “vanguardia” real de Marx eran los judíos, quienes han estado involucrados en todos los movimientos revolucionarios desde la caída del Templo. Aunque los protestantes se involucraron en el movimiento a favor del aborto, los judíos constituyeron su vanguardia, tal como fueron la vanguardia del bolchevismo en Rusia y de la pornografía en los Estados Unidos. El movimiento para derogar las leyes contrarias al aborto en Nueva York fue esencialmente un movimiento judío que se consideraba a sí mismo una fuerza revolucionaria en lucha contra el oscurantismo cristiano en general y contra la Iglesia Católica en particular. El movimiento a favor del aborto no estaba integrado exclusivamente por judíos, pero no podría haber sobrevivido ni tenido éxito sin el liderazgo judío. El movimiento por los derechos a favor del aborto fue una operación revolucionaria típica y fundamentalmente judía, que movilizó una coalición de judíos y protestantes judaizantes, que los Estados Unidos heredó de las guerras anticatólicas de Inglaterra en el siglo XVI.

      La configuración étnica del movimiento a favor del aborto no fue mera coincidencia. El étnicamente ambiguo Lader era a Lenin lo que Nathanson a Trotsky. Juntos llevaron adelante la cruzada contra los católicos. Poco después de reunirse con Nathanson, Lader explicó su estrategia para conseguir la legalización del aborto mediante el ataque a los católicos. Las fuerzas pro aborto debían “hacer salir al ruedo a la jerarquía católica donde se la pudiera atacar. Ese es el verdadero enemigo. El principal y más grande obstáculo a la paz y a la decencia en la historia”. Nathanson, quien entonces estaba muy  lejos de ser un amigo de la Iglesia, se sorprendió por la vehemencia y la envergadura cósmica del ataque de Lader.

     Lader no dejó de hablar del tema durante el viaje a casa. Su argumentación fue una espeluznante y generalizada imputación sobre la venenosa influencia del catolicismo en los asuntos seculares desde su origen hasta antes de ayer. Yo estaba lejos de ser un admirador del papel que la Iglesia desempeña en la crónica mundial, pero la insistencia e intransigencia de su discurso me hizo pensar en los Protocolos de los Sabios de Sión. Se me ocurrió que si uno sustituía católico por judío (en la prédica de Lader), la misma hubiera resultado el discurso más antisemita que se pudiera imaginar.

     Lader sabía que “toda revolución debía tener un villano”. Históricamente, esos villanos eran los católicos, excepto en Rusia, donde el zar era ortodoxo, el jefe de un estado oficialmente cristiano. “Realmente, no interesa si se trata de un rey, un dictador, o un zar, pero tiene que ser alguien, una persona, contra la cual rebelarse. Será más fácil para la gente a quien queremos persuadir de esta manera. En los Estados Unidos, dijo Lader a Nathanson, el villano no serían los católicos en general, quienes podían dividirse en progresistas y conservadores, sino la jerarquía católica, grupo más reducido sobre el cual se podía hacer foco en el ataque, y con un grado suficiente de anonimato o desconocimiento, de manera que, sin necesidad de mencionar nombres, todos tendrían una idea de quién hablábamos”. Inicialmente, la estrategia dejó perplejo a Nathanson, pero pronto le vio el sentido cuando recordó que “así fue como Trotsky y sus seguidores habitualmente se referían a los estalinistas”.

     Cuando Lader incorporó a Betty Friedan a NARAL (la Liga para la Acción a favor del Derecho al Aborto), ésta aportó consigo las tácticas comunistas aprendidas durante su militancia en el partido. Generar la opinión publica de que las mujeres, independientemente de su etnia, apoyaban el aborto, fue una “táctica brillante” que se correspondía con la táctica comunista del “Frente Popular” de tres décadas atrás y ponía de manifiesto la ascendencia revolucionaria del movimiento a favor del aborto.

     El nuevo frente popular incluía protestantes y judíos, con mujeres como elementos de utilería provistos para las manifestaciones públicas televisadas, en las cuales se atacaba a médicos y a hospitales identificados como objetivos porque eran católicos. Una de las primeras víctimas fue el obstetra y ginecólogo Hugh Barber. Nathanson lo eligió como objetivo a atacar porque “era un católico práctico que había resistido con firmeza el aumento de los criterios psiquiátricos que se proponían para orientar la acción de su departamento. Según Nathanson, “no ha habido… ningún cambio social tan radical en la historia de los Estados Unidos ni tan potente en la vida de las familias norteamericanas, o tan dependiente de un sesgo antirreligioso, para tener éxito, como el movimiento pro aborto”.

     A fines de los años 1970, cuando Nathanson escribió Aborting America (Abortando los Estados Unidos ), “se sintió avergonzado del uso de la estratagema anticatólica”. Nathanson implicó a los judíos en esa “estratagema anticatólica” al llamarla “Shandeh fah yidden” (“escándalo de los judíos”). Como admitiendo la naturaleza étnica de la confrontación, Nathanson se convirtió al catolicismo unos años más tarde, después de convertirse a una posición pro vida. El uso del fanatismo anticatólico con el fin de promover el aborto comportaba mucho más que “la reencarnación del macartismo en su peor expresión”, era un arma finamente calibrada, con un propósito y un diseño plenamente deliberados”.

     Lader dividió a los católicos en dos facciones, progresistas y conservadores y utilizó a los primeros para desacreditar a los segundos. Los “'modernos' católicos a lo Kennedy”, quienes “ya usaban la anticoncepción”, podían ser intimidados, sin mucho esfuerzo, para que adoptaran una posición “pro derecho a decidir”. Entonces, el escenario quedaba montado para el uso del anticatolicismo como instrumento político y para la manipulación de los mismos católicos, dividiéndolos y provocando el enfrentamiento entre ellos”. NARAL (la Liga pro aborto de Lader y Nathanson) aportaría a los medios de comunicación “encuestas de opinión y estadísticas de investigación ficticias, para hacer creer que los católicos norteamericanos abandonaban masivamente las enseñanzas morales de la Iglesia y los dictados de su conciencia católica”.

     Sin embargo, el arma de relaciones públicas más importante fue “la identificación de la filiación religiosa de cada figura pública (usualmente católicos) mientras que “estudiadamente” los medios se abstenían de realizar cualquier identificación religiosa o étnica de los personajes públicos proabortistas.  “Las creencias religiosas del propio Lader “nunca se discutían ni se mencionaban” pero él sí identificó efectivamente a Malcolm Wilson, vicegobernador del Estado de Nueva York en 1970 “como un católico que se oponía con firmeza al aborto”. “Ni yo ni el miembro de la Asamblea Legislativa, Albert Blumenthal”, continuó Nathanson, “fuimos jamás identificados como judíos, ni el gobernador Nelson Rockefeller fue reconocido como protestante” aún cuando el movimiento a favor del aborto estaba integrado mayoritariamente por judíos y “desde el comienzo de la revolución abortista, la Iglesia Católica y sus representantes asumieron un papel coonsiderable en la oposición”.

     Dada la parcialidad liberal de los medios, “era fácil describir a la Iglesia como una institución insensible, autoritaria y belicista, con lo cual, establecer cualquier tipo de vinculación con ella o con cualquiera de las causas que ella sostiene era pasar a ser insoportablemente reaccionario, fascista e ignorante”. Nathanson piensa que los católicos deberían haber denunciado esa intolerancia religiosa en el corazón de esa doble vara; también deberían haber explicado que el campo proabortista era mayoritariamente judío, y que por lo tanto, era ajeno al interés nacional estadounidense porque:

     En la mentalidad del común, los Estados Unidos protestantes son propiamente los Estados Unidos, y si la oposición protestante se hubiera organizado y se hubiera manifestado desde el principio, el permisivismo abortista se habría percibido, de alguna manera, como antiestadounidense, el producto malsano de un conjunto de cuadros revolucionarios judíos desorbitados de la ciudad de Nueva York.

     Por el contrario, no hubo ninguna respuesta católica a la “campaña groseramente anticatólica”. Los católicos se concentraron en explicar cómo el feto es un ser humano, como si la otra parte no lo supiera perfectamente. “No había ninguna organización católica equivalente a la Liga Antidifamación de la B’nai B’rith o la NAACP (Asociación para la promoción de la gente de color)”. La Iglesia Católica “se limitó decentemente (aunque con frutos desastrosos) al tema del aborto”. Al no identificar a los enemigos étnicos, los católicos perdieron la guerra.

     Los medios de comunicación no tenían ningún escrúpulo en ese sentido y se afanaban por comprometerse en flagrantes violaciones de sus propios códigos, imputando el delito racial que ellos acababan de establecer. La “megaprensa” (término de Nathanson) colaboraba porque estaba controlada por judíos y protestantes proabortistas, quienes alentaban a los católicos liberales como la periodista Anna Quindlen del New York Times, deseosa de ascender en una profesión competitiva. “Los medios” dice Nathanson, ignoraron con gran disimulo la intolerancia y el fanatismo cuidadosamente elaborados que nosotros vendíamos. Muchos en los medios eran jóvenes graduados católicos liberales, del tipo que habíamos tenido éxito en separar del rebaño fiel, quienes no iban a poner en riesgo sus posiciones adquiridas en la intelligentsia mediática, incomodando a los liberales con algo tan grosero como una imputación de prejuicios. Los prejuicios eran el mal absoluto cuando hacían referencia a los judíos o a los negros, no si se los dirigía contra los católicos. Pero si nuestras denuncias hubieran tenido un contenido antisemita o contra los negros, habría estallado un estrepitoso coro de aullidos en los medios—tan fuerte como para haber destruido la Liga para la Acción a favor del Derecho al Aborto.

     La estrategia de la Liga para la Acción a favor del Derecho al Aborto (NARAL) fue un claro despliegue de jutzpah. “Pues como simple jutzpah no tuvo parangón moderno”. Nathanson llama al “affair Robert Byrn”  “la campaña anticatólica más irresponsable, cruda e intolerante que NARAL jamás montara”. Byrn, un profesor de Derecho en la Universidad de Fordham, caracterizado por el New York Times “ como “un hombre soltero católico romano de cuarenta años de edad”, se presentó ante el juez Lester Holtzman para solicitar que se lo declarara custodia de los niños no nacidos amenazados por el aborto. Fiel a la característica duplicidad de su doble vara, el New York Times “no caracterizó al juez Holtzman como un judío casado”. Cuando Byrd interpuso un recurso de amparo contra los abortos en los hospitales municipales de Nueva York, el Procurador del Estado, Louis Lefkowitz, decidió oponerse a Byrn, pero nada se dijo del status étnico o religioso de Lefkowitz. Cuando Nancy Stearns, abogada del Centro para la Defensa de los Derechos Constitucionales, trató de lograr que se exigiera a Byrn una fianza de u$s 40.000 por cada mujer a la que se obligara a completar el embarazo hasta el nacimiento del niño, el corresponsal del New York Times , James Brody, cuya identidad étnica quedó oculta en el misterio, “no escribió que Stearns era una judía soltera”. Dado que el New York Times es el diario nacional de referencia para el resto de la prensa escrita, esa doble vara se repitió a lo largo y a lo ancho del país. En Filadelfia, el Philadelphia Inquirer se refirió reiteradamente a Martin Mullen, como un católico romano “archiconservador”, pero nunca caracterizó al gobernador Milton Schapp, la contraparte de Muellen en la guerra en torno al aborto en Pensilvania, como un judío pro aborto. Nathanson destaca que el canadiense Henry Morgenthaler usó su paso por un campo de concentración de Hitler con el objeto de justificar su rol de líder como proveedor de la práctica del aborto en Canadá. Las clínicas de Morgenthaler violaban las leyes canadienses y, sin embargo, “Morgenthaler...es venerado por la mega prensa canadiense” aún cuando él “es tan devoto del maligno anticatolicismo como el exorcista estadounidense, Lawrence Lader”.

     En 1967, aproximadamente en la misma época  que Bernard Nathanson conoció a Lawrence Lader y ambos fundaban la Liga por el Derecho al Aborto (NARAL), el aborto se legalizó en California. El gobernador Ronald Reagan firmó la primera ley que permitió el aborto en los Estados Unidos, pero el proyecto de ley fue escrito y presentado por Anthony Beilenson, el representante legislativo judío por Beverly Hills. Las dimensiones étnicas de la batalla en torno al aborto fueron, si acaso, mucho más encarnizadas en California que en Nueva York. Como en Nueva York, la batalla sobre el aborto separó los campos con una demarcación étnica claramente definida. Como en Nueva York, los judíos en general promovieron el aborto y los católicos se opusieron. Desde el momento en que el aborto se legalizó en 1967, la batalla en torno al aborto en California fue una batalla entre católicos y judíos, tal como treinta años antes los católicos y los judíos se  enfrentaron en una batalla en torno a la cuestión de la pornografía y  la obscenidad en la industria del cine en California.
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Nacionalismo Católico San Juan Bautista