viernes, 17 de agosto de 2018

EL ESTADO SERVIL





EL ESTADO SERVIL


CONSERVANDO LOS RESTOS II


Segunda entrega

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HILAIRE BELLOC
III

EL ESTADO SERVIL

Traducido por Bruno Jacovella (Buenos Aires 1945)
Si no restauramos la institución de la propiedad, no podremos menos de restaurar la institución de la esclavitud; no hay otra salida”
SINOPSIS DE “EL ESTADO SERVIL”
INTRODUCCIÓN
EL TEMA DE ESTE LIBRO. Fue escrito para sostener la tesis de que la sociedad industrial, tal como la conocemos, tiende al restablecimiento de la esclavitud. Secciones en que se dividirá el libro.
SECCIÓN I
DEFINICIONES. Qué es la riqueza y por qué es necesaria al hombre. Cómo se la produce. El significado de Capital, Proletariado, Propiedad, Medios de producción. Definición del Estado Capitalista. Definición del Estado Servil. Qué es y qué no es. El restablecimiento del status en sustitución del contrato. Cómo lo servidumbre no es una cuestión dé grado si no de especie. Sumario de estas definiciones.
SECCIÓN II
NUESTRA CIVILIZACIÓN FUE ORIGINARIAMENTE SERVIL. La institución de la servidumbre en la antigüedad pagana. Su carácter fundamental. Una sociedad pagana la dio por supuesta. La institución, perturbada por el advenimiento de la Iglesia de Cristo.
SECCIÓN III
CÓMO LA INSTITUCIÓN SERVIL FUE DISUELTA POR UN TIEMPO. El efecto subconsciente de la Fe en la materia. Los elementos capitales de la sociedad económica del paganismo. La Villa. La transformación del esclavo agrario en el ciervo cristiano. Después, en el labriego cristiano. La correspondiente erección del Estado Distributivo a través de la Cristiandad. Está casi terminada a fines de la Edad Media. “No fue la máquina la que nos hizo perder nuestra libertad, fue la pérdida de un pensamiento libre”.
SECCIÓN IV
CÓMO SE MALOGRÓ EL ESTADO DISTRIBUTIVO. Este fracaso comenzó en Inglaterra. La historia de la decadencia de la propiedad distributiva hasta dar en el capitalismo. La revolución económica del siglo XVI. La confiscación de la propiedad territorial de los monasterios. Qué hubiera podido suceder si el Estado la hubiese conservado. Está comprobado que una oligarquía se apoderó de esta tierra. Inglaterra es capitalista antes de producirse la revolución industrial. Por tanto, la industria moderna, originaria de Inglaterra, se ha desarrollado en un molde capitalista.
SECCIÓN V
EL ESTADO CAPITALISTA, A MEDIDA QUE SE INTEGRA, PIERDE ESTABILIDAD. Por su naturaleza, sólo puede ser una fase transitoria entre un estado estable anterior y otro estado estable posterior de la sociedad. Las dos tensiones internas que lo vuelven inestable. a) El conflicto entre su realidad social y su base moral y legal. b) La inseguridad y penuria a que condena a los ciudadanos libres. Los pocos poseedores pueden conceder o negar los medios de vida a los muchos desposeídos. El capitalismo es tan inestable, que no osa proseguir hasta su conclusión lógica, pero procura disminuir la competencia entre los poseedores, y la inseguridad y penuria entre los desposeídos.
SECCIÓN VI
LAS SOLUCIONES ESTABLES DE LA ACTUAL INESTABILIDAD. Las tres únicas ordenaciones sociales estables que pueden sustituir al inestable capitalismo. La solución Distributiva, la solución Colectivista, la solución Servil. El reformador no preconizará abiertamente la solución de la servidumbre. Sólo quedan las soluciones Distributiva y Colectivista.
SECCIÓN VII
EL SOCIALISMO ES LA MÁS FÁCIL DE LAS SOLUCIONES VISIBLES AL ARDUO PROBLEMA CAPITALISTA. Contraste entre el reformador que preconiza la distribución y el reformador que preconiza el Socialismo (o Colectivismo). Las dificultades que se oponen al primer tipo, trabaja a contrapelo, el segundo trabaja a favor del pelo. El colectivismo es una consecuencia natural del capitalismo. Recurre a la vez al capitalista y al proletario. A pesar de todo, veremos que la tentativa colectivista está condenada al fracaso y a engendrar algo muy diferente de lo que se proponía: el Estado Servil.

SECCIÓN VIII

TANTO LOS REFORMADORES COMO LOS REFORMADOS ESTAN PROMOVIENDO EL ESTADO SERVIL. Hay dos tipos de reformadores que trabajan en la línea de menor resistencia. Son el Socialista y el Hombre Práctico. El Socialista, a su vez, es de dos clases: el Humanista y el Estadígrafo. El Humanista querría confiscar la propiedad de los poseedores a la vez que establecer la seguridad y la posibilidad de bastarse para los desposeídos. Se le deja hacer lo segundo estableciendo condiciones de servidumbre. Se le prohíbe hacer lo primero. El Estadígrafo se muestra enteramente conforme mientras puede manejar y organizar a los pobres. Ambos se encuentran encauzados hacia el Estado Servil y sonsacados de su Estado Colectivista ideal. En tanto, la gran muchedumbre, el proletariado, sobre la cual trabajan los reformadores, aunque conserva el instinto de la propiedad, ha perdido toda experiencia de ésta y se halla sujeta mucho más a la ley particular que a la ley de los tribunales. Es exactamente lo que sucedió en el pasado durante el tránsito de la esclavitud a la libertad. La ley particular resultó más poderosa que la pública en los comienzos de la Edad Media. Los poseedores recibieron bien los cambios que ratificaban su propiedad y todavía garantizaban más sus rentas. Hoy día los desposeídos recibirán bien cualquier cosa que los mantenga en una condición de clase asalariada pero que también aumente sus salarios y su seguridad sin insistir en la expropiación de los poseedores.

APÉNDICE. Que muestra la inutilidad de la propuesta colectivista de “comprar la parte” del capitalista en lugar de expropiarla.

SECCIÓN IX

COMENZÓ YA LA VIGENCIA DEL ESTADO SERVIL. La manifestación del Estado Servil en las leyes o proyectos de leyes será de dos géneros: a) Leyes o proyectos de leyes que obliguen al proletario a trabajar; b) Operaciones financieras que remachen con más fuerza el dominio de los capitalistas sobre la sociedad. Por lo que respecta al a), lo encontrarnos ya actuando en disposiciones tales como la Ley de Seguros y proyectos tales como el Arbitraje Obligatorio, la imposición de los convenios de la Trade Union y el establecimiento de “Colonias de Trabajo”. etc., para “los que no pueden ser ocupados”. Por lo que respecta al b), vemos que los llamados experimentos “municipales” o “socialistas” de adquirir los medios de producción han acrecentado ya y siguen acrecentando continuamente la subordinación de la sociedad al capitalista.

CONCLUSIÓN

I

PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN

Podrá excusarse quizás al autor, al aparecer la segunda edición de este libro, que agregue, a guisa de prefacio, unas pocas palabras acerca de la tesis que sostiene y el método de acuerdo con el cual se desarrolla la misma.

Parece ser necesario proceder en tal forma por cuanto una confrontación minuciosa de los juicios críticos y otras manifestaciones de opinión que llegaron al autor lo han convencido de que hay en su alegato partes susceptibles de interpretarse torcidamente. Sería una lástima corregir tales malas interpretaciones introduciendo modificaciones en un libro terminado; unas pocas palabras escritas aquí a modo de prefacio servirán suficientemente al propósito.

Primero: Deseo señalar que la tesis del libro no se vincula en modo alguno con la acusación común que se hace a los socialistas (vale decir, los colectivistas) de que la vida en un Estado socialista se encontraría tan sometida a la regulación y el orden, que resultaría indebidamente opresiva. Nada tengo yo que hacer en el presente libro con esta objeción común a la reforma que preconizan los socialistas, ni tampoco afecta ella en ningún punto mi cometido. Este libro no discute el Estado socialista. E, inclusive, constituye la médula de mi tesis la afirmación de que, en el plano de los hechos, no nos aproximamos nosotros en absoluto al socialismo, sino a un régimen social muy diferente, a saber: a una sociedad en la cual la clase capitalista será aún más poderosa y gozará de mucho mayor seguridad que al presente; una sociedad en la cual la masa del proletariado no se verá sujeta a determinadas regulaciones, en sentido tiránico o beneficioso, sino que cambiará de status, perdiendo la libertad legal que tiene hoy y viéndose sometida al trabajo obligatorio.

En segundo término, ruego a mis lectores no crean que he tratado de sentar esta tesis a modo de una admonición o un cuadro sombrío. En ninguna parte del libro digo que el restablecimiento de la esclavitud haya de ser una cosa mala comparada con nuestra inseguridad presente, y nadie tiene derecho a leer semejante opinión en este libro. Al contrario, digo con bastante claridad que, según mi modo de pensar, la tendencia hacia el restablecimiento de la esclavitud se debe meramente al hecho de que las nuevas condiciones pueden ser halladas más tolerables que las que rigen bajo el capitalismo. Cuál régimen social haya que preferir razonablemente —el restablecimiento de la esclavitud o la conservación del capitalismo—constituye un vasto tema para otro libro; pero esa alternativa no concierne a este volumen ni a la tesis en él sostenida.

Finalmente, ruego a aquellos de mis lectores que son socialistas por convicción que no interpreten mal mi juicio acerca de lo que está llevando a cabo su movimiento. Los escritores más capaces y sinceros del socialismo británico, escribiendo sobre este libro, dijeron que el autor había tomado erróneamente por socialismo la “Reforma Social” de los políticos profesionales, y que si bien esa “Reforma Social” puede tender al restablecimiento del trabajo obligatorio en beneficio de una clase poseedora, en cambio el socialismo no tenía tal intención ni tendencia.

Ahora bien, en ningún momento incurrí yo en ese error. Lo que dije en este libro es que, en el plano de los hechos, no nos acercamos al objetivo de los socialistas (cosa, por lo demás, muy clara y sencilla: la transferencia de los medios de producción a poder de políticos para que los administren en nombre y provecho de la comunidad); dije que, de hecho, no nos estamos aproximando a la propiedad colectiva de los medios de producción, sino que, al contrario, estamos acercándonos velozmente al establecimiento del trabajo obligatorio para una mayoría de individuos sin libertad ni propiedad, en beneficio de una minoría libre de propietarios. Y digo que esta tendencia se debe al hecho de que el ideal socialista, en conflicto con el capitalismo, al cual, empero, simultáneamente informa, produce una tercera realidad muy diferente del ideal socialista, a saber: el Estado servil. Como es importante dejar bien aclarado este punto, y tal vez requiera una metáfora, presentaré una.

Un viajero sinceramente deseoso de sustraerse al clima frío de las montañas concibe el plan obvio de dirigirse al sur, donde encontrará tierras más bajas y cálidas. Ejecutando este proyecto, se da con un río que corre hacia el sur, y se dice: “Si viajo por este rio, alcanzaré mi objetivo más prontamente”. Uno que estudió la naturaleza de esa región montañosa puede decirle: “Está usted en un error. Los mismos males de los cuales está tratando de huir, las montañas, se hallan de tal modo estructurados, que al poco tiempo los tendrá usted desviando nuevamente el curso de este río hacia el norte. Y, en efecto, si usted mira su brújula, verá que ha entrado ya en el gran recodo”.

El viajero es el socialista. El sur al que desea llegar es el Estado colectivista. El río es la moderna “Reforma Organizada”. La comarca septentrional donde el río de la montaña encontrará finalmente un lecho tranquilo es una sociedad asentada sobre el trabajo obligatorio.

Un hombre que hablara así al viajero no negaría la sinceridad de su propósito de dirigirse al sur ni su creencia de que el río lo llevará allá; lo único que negaría sería el hecho de que el río lo lleve efectivamente allí.

No hay más que una diferencia en este paralelo, a saber: que el viajero de la metáfora, al ser convencido de su error, puede dejar el río y llegar al sur por tierra. Esto equivaldría, en el caso del socialista, a una política de confiscación, con incautación de los medios de producción que se hallan en poder de sus actuales poseedores y su transferencia a poder de políticos para que los administren en nombre y provecho de la colectividad.

Yo no niego en ninguna parte de mi libro que esto sea idealmente posible, tal como es idealmente posible que el día de mañana todos los ingleses hagan voto de guardar silencio durante veinticuatro horas y lo cumplan. Lo que digo es que nada parecido o que se le acerque se ha llevado o se está llevando a cabo. Y aun más —lo que es de capital importancia—, digo que, con cada nuevo paso que damos en el sentido de las normas actuales de cambio en nuestra sociedad industrial, más y más difícil tornamos la posibilidad de desandarlos, de abandonar los métodos aceptados y de perseguir el ideal colectivista. El camino de la confiscación, el único por el cual puede el socialismo alcanzar su meta, se vuelve más y más remoto cada vez que se sanciona una nueva y positiva reforma económica, emprendida, recuérdese bien, con el apoyo y por el consejo de los mismos socialistas.

Tales son, pues, los tres puntos principales en que, según mi modo de pensar, se han producido malas interpretaciones, contra las cuales espero me sea dable poner en guardia al lector. En resumen:

1.— La mala interpretación de que usé el término “servil” en un sentido más o menos retórico de “vejatorio” u “opresivo”, cuando sólo traté de usarlo dentro de los límites de mi definición, vale decir: llamando trabajo “servil” al que se impone, no en virtud de un contrato, sino por la coacción de una ley positiva, se halla anexo al status del trabajador y se ejecuta en beneficio de otros que no se hallan sometidos a tal coacción.

2.— La mala interpretación de que se anuncia el advenimiento del Estado servil solamente como una admonición o una señal de peligro: mi misión en este libro es decir cómo y por qué estamos aproximándonos a él, no si debemos aproximarnos.

3.— La mala interpretación de que formulé erróneamente los fines y convicciones de los socialistas. Estos fines y convicciones son harto sencillos, y no sostengo yo que sean ilusorios o dudosos, sino que, en el plano de los hechos, no nos encaminamos hacia ellos y que el efecto de la doctrina socialista en la sociedad capitalista consiste en la producción de una tercera cosa distinta de las dos que la engendraron, vale decir: el Estado servil.

Además de estos tres puntos principales, y teniendo en cuenta algunas críticas menos inteligentes suscitadas por el libro, debo mencionar una o dos cuestiones más.

La primera: mi argumento de que la esclavitud fue transformada paulatinamente y que el viejo Estado servil pagano se aproximaba paulatinamente a un Estado distributivo bajo la influencia de la Iglesia católica, no es un alegato especial destinado sólo a dar satisfacción a mis correligionarios, sino un hecho histórico evidente, que cualquiera puede corroborar por sí mismo, y que muchos consideran, más que como un progreso, como un perjuicio causado a la humanidad por el advenimiento de esta religión. Sea la institución servil una cosa mala o buena, lo cierto es que, en el hecho, desapareció paulatinamente a medida que se desarrollaba la civilización católica; y que, en el hecho, también comenzó paulatinamente a renacer dondequiera la civilización católica cedió terreno.

Tampoco dije que la meta de un Estado distributivo completamente libre se hubiese alcanzado nunca. Sólo dije que estaba en proceso de formación cuando la fractura de nuestra civilización europea unitaria en el siglo XVI detuvo su curso y la reemplazó paso a paso, en este país especialmente, con el capitalismo.

La segunda: los ejemplos del rápido incremento de la regulación estatal y la iniciativa económica del Estado o el municipio, entre nosotros, no invalidan, notoriamente, mi demostración. Hasta tanto, o a menos que, estén fundadas en una, política de confiscación, constituyen un ejemplo tan apropiado de socialismo como la explosión de la pólvora lo puede constituir de la guerra. Son “esfuerzos socialistas” o “comienzos” o “experimentos socialistas” en igual medida en que los fuegos artificiales del Palacio de Cristal son esfuerzos “militares” o “comienzos” o “experimentos militares”. El socialismo, ciertamente, implicada tales regulaciones y tales empresas municipales, en la misma medida en que la guerra implica la explosión de la pólvora, pero no constituyen aquéllas su esencia en absoluto, la cual consiste en confiar en manos de los políticos lo que hoy es propiedad privada. Cuando la gestión económica de la municipalidad y el Estado, acompañada de regulación municipal y estatal, se funda en empréstitos en lugar de fundarse en la confiscación, y aún más, en empréstitos ideales para evitar la confiscación, no estamos sino ante una negación del socialismo; y tuve ya ocasión de mostrar cómo las tentativas de disimular la índole capitalista de tales operaciones mediante el artilugio de los fondos de amortización y cosas por el estilo son lógicamente inútiles, pues no se puede “comprar la parte” del capitalismo.

No necesito indicar las providencias que se adoptaron, inclusive en el breve plazo transcurrido desde que vio la luz mi libro, en el sentido que éste se propone explicar. Tenemos ya Comisiones de Salarios en una gran industria; y pronto las tendremos en otras. Tenemos ya el registro del proletariado, con nombre, domicilio, traslado de residencia, naturaleza de la enfermedad cuando está enfermo, “simulación de enfermedad”, real o supuesta, propensión a este o aquel vicio (como ser alcoholismo), hábitos domésticos, naturaleza del empleo, y así sucesivamente, sin que falte casi nada; registro impuesto por las clases más pudientes, que son las beneficiarias efectivas de la “Poll Tax”, en que se funda aquel mismo. En las Bolsas de Trabajo tenemos un sistema que pronto será también completo y mediante el cual todo miembro de la clase proletaria se verá finalmente y en modo similar registrado como obrero, sus tendencias a la rebelión contra el capital, conocidas, y la frecuencia de las mismas anotada, hasta qué punto está dispuesto a servir al capitalismo, si ha rehusado servir y cuándo, y en este caso, dónde y por qué.

Será de interés para el lector observar, en medio de las vicisitudes y reacciones de los años últimos, el perfeccionamiento paulatino de este sistema del registro y fiscalización del proletariado, con su necesaria y fatal progresión hacia la meta del trabajo obligatorio.

Me parece, sin embargo, que, por mi mismo libro, tengo el deber de indicar al lector el significado de las páginas finales. En la sociedad europea ningún cambio llega a su plenitud si no se generaliza antes en toda Europa. No estando generalizado, así, el capitalismo, pues se ha desarrollado en grados muy distintos en distintas partes de Europa, el advenimiento de la servidumbre, por consiguiente, es una probabilidad que difiere en grado según los distintos sectores de la sociedad europea. Evidentemente, el ejemplo de libertad económica que den otras partes podrá, en el futuro, transformar, y de seguro limitará, tales sectores de la vida europea que están deslizándose hacia el restablecimiento de la esclavitud. Pero la tendencia al restablecimiento de la esclavitud como una evolución necesaria del capitalismo se hace notoria dondequiera tiene poder el capitalismo, y en ninguna parte más que en este país.

Hilaire Belloc

Rings Land, Shipley, Horshatn, Sussex, 1913

II

PREFACIO A LA TERCERA EDICIÓN

Este libro apareció por primera vez el año que precedió a la guerra. No se había abatido esta catástrofe sobre nosotros, cuando una segunda edición se hizo precisa. Los años anormales que siguieron no eran nada propicios al pensamiento económico en general, que se hallaba demasiado absorbido por las perturbaciones económicas inmediatas. Pero me dicen que se reclama ahora una tercera edición, y me alegro de que así sea, pues tengo la convicción de que el tema que trata es la cuestión política capital de nuestros días.

No he cambiado nada en el texto, ni siquiera los términos de uso corriente antes de la Guerra, por cuanto las cuestiones de interés pasajero afectan poco una exposición general de esta índole y la tendencia general a que se refiere. Ni siquiera modifiqué el párrafo en que digo que el colectivismo de Estado no puede mostrar ningún ejemplo probatorio, pues la Revolución rusa, que se produjo cuatro años después de aparecer la primera edición, no dio lugar a un Estado colectivista, sino, por el contrario, a un Estado que en su casi totalidad —unas nueve décimas partes— fue por él mismo reconocido corno un Estado de propietarios rurales.

Tampoco ha parecido que valiera la pena subrayar, por ser obvios a todos, los puntos en los cuales se ha avanzado, a partir de la primera edición, un paso hacia el Estado servil, a saber: el rápido crecimiento del monopolio, por una parte, y por otra, las nuevas disposiciones destinadas a asegurar al proletariado el necesario sustento y la tranquilidad respecto al porvenir; a lo cual podría agregarse la exigencia creciente de una maquinaria estatal que haga imposible la acción conjunta al proletariado.

En determinado momento, a decir verdad, creí conveniente añadir algunas palabras acerca del término “propiedad”, a fin de hacer ver que una distribución amplia de la propiedad en porciones insignificantes, no sólo no debilitaba, sino que más bien reforzaba al capitalismo. Todos poseen algo. Hasta el vagabundo, creo yo, posee sus botines rotos.

La esencia del capitalismo radica en su negativa a conceder la propiedad a la mayoría en porciones significativas y en la declinación de las pequeñas haciendas. Como lo he dicho, había pensado en determinado momento aclarar mejor esto mediante unas pocas páginas de exposición más extensa. Pero me resolví, tras algunas vacilaciones, a dejar las cosas como estaban, considerando que aquellas personas a quienes interesa el alegato en favor de la pequeña propiedad —aquéllas a quienes nuestra prensa capitalista aturde con la sola mención del número de los tenedores de acciones ferroviarias o títulos de la deuda pública— no eran las más indicadas para sostener una discusión en materia de economía.

1º de enero de 1927. Hilaire Belloc