1 DE MAYO. COMIENZA LA LUCHA EN MALVINAS
Cuando
el alto mando británico planificó el primer ataque a
Puerto Argentino, la capital malvinense era una fortaleza sembrada de
nidos de ametralladoras, piezas antiaéreas y armas de artillería pesada
distribuidas principalmente en torno al aeropuerto y las alturas
inmediatas.
Por entonces, los kelpers la estaban pasando mal y debían andar con cuidado ya que los
soldados argentinos recelaban de todo, disparándole a cualquier cosa que se
moviera. Por ejemplo, la residencia del presbítero Spraggon fue acribillada a
balazos, lo mismo la pensión de la señora Stella Perry, sobre la calle John
Street, donde el huésped Howard Jonson encontró su ropa acribillada.
Por
las noches, los argentinos cortaban la energía eléctrica
y efectuaban patrullas, registrando alguna que otra vivienda buscando
indicios de resistencia. Casi todas las propiedades fueron sometidas a
requisas pero al cabo de un tiempo, el timorato
general Menéndez ordenó suspenderlas.
Por el contrario, el general Jofre no estaba dispuesto a permitir que órdenes torpes y actitudes
demagógicas entorpecieran sus planes (el buen trato a los isleños por ejemplo) y en ese sentido, alentó los procedimientos y participó en algunos interrogatorios.
Una tarde, el odontólogo Watson y su esposa Catherin
llegaron encontraron la cerradura de su domicilio forzada y a varios soldados revisando sus
pertenencias. Lo peor fue cuando al verlos aparecer, el conscripto que
montaba guardia descorrió el
seguro de su arma y le apuntó directamente a la mujer.
Por otra parte, el superintendente de Educación de las islas,
John Fowler, se hallaba sumamente angustiado porque su esposa acababa de dar a luz y el temor de que algo les ocurriese lo tenía
aterrorizado. Después de escuchar por la BBC que la guerra era inevitable, construyó una suerte de refugio en su casa de piedra de Road Ross West, la avenida costanera de
Puerto Argentino y dispuso todo para instalarse en él. En esos días adelgazó varios kilos y una notoria palidez puso en evidencia su angustia, lo mismo la de su mujer.
Gerald Check, del Servicio Aéreo del Gobierno de las Islas
(FIGAS), también la pasó mal. Estuvo bajo arresto domiciliario y finalizada la
guerra contó que numerosas áreas quedaron restringidas para los pobladores.
Confesaría más tarde haber experimentado las mismas sensaciones que los
franceses, holandeses y belgas durante la Segunda Guerra
Mundial y aportó datos esclarecedores con respecto a la ocupación.
El 27 de abril por la mañana una
patrulla argentina irrumpió a punta de pistola en su domicilio, amenazó a la familia y con voz de pocos amigos un
oficial le informó que en menos de
diez minutos iban a ser transferidos.
Su
esposa e hijas se pusieron a llorar y él, muy asustado,
comenzó a temblar. Temeroso de que lo fueran a deportar al
continente preguntó si habían hecho algo malo y que les iba a pasar,
pero el oficial a cargo solo se limitó a
decir una palabra: “interior”.
Por
la cabeza de Check pasaron muchos pensamientos. No dejaba de suponer
cosas terribles después de todo lo que había escuchado acerca
de los desaparecidos y la brutalidad del régimen militar, pero no le
quedó más
remedio que obedecer.
Los argentinos lo sacaron de su casa y lo subieron a un
vehículo en el que fue conducido hasta el puesto de la Policía Militar.
Una vez allí, supo que lo acusaban de pertenecer al movimiento de
resistencia y haber llevado a cabo actos de sabotaje, cosa que negó
rotundamente. Unos días antes compareció ante el general Jofre quien le
dijo que las fuerzas de seguridad lo
vigilaban de cerca porque sabían que pertenecía a la organización local
de
defensa y era miembro del Comité de las Islas. También estaban al tanto
de sus aptitudes
para disparar.
Fue deportado a Bahía Zorro junto a otras 13 personas,
las cuales fueron alojadas en la casa de Richard Cockwell, el administrador del lugar,
quien junto a su esposa Giselda, intentó atender a los prisioneros lo mejor que
pudo. La casa se hallaba atestada y las comodidades no
eran suficientes.
Los argentinos hicieron frecuentes patrullajes en ese punto
y allanaron las pocas viviendas del lugar en busca de aparatos de radio. Ignoraban
que los habitantes del caserío guardaban uno en el más
absoluto secreto, cuidándose incluso, de que lo supieran los niños. Lo
desarmaban durante el día y lo volvían a armar por las noches para escuchar las
últimas novedades, establecieron guardias y horarios.
Fueron días duros, sin
ninguna duda, no tan dóciles para los pobladores como los militares y el
periodismo obsecuente han pretendido hacer creer. Solo en la Argentina la gente
hablaba, como lo hace hoy, del “amable” trato a los kelpers.
Lejos de allí, en Gran Bretaña, el mariscal del aire Sir Michael Beetham y el comandante general de las fuerzas
terrestres, Sir Edwin Bramell, recelaban del plan de bombardeo a la Argentina
continental
que el alto mando intentaba poner en práctica. Lo creían impracticable o
extremadamente arriesgado y lo cambiaron a último momento por un
objetivo mucho más efectivo: destruir la pista de Puerto Argentino con
bombarderos de largo alcance Vulcan B MK-62.
La unidad había sido reducida el mes anterior a
solo tres escuadrones, el 44, el 50 y el 101, todos con base en
Waddington, condado de Lincolnshire, Inglaterra y allí se encontraban
cuando estalló el
conflicto. El 9 de abril, su personal fue puesto en estado de alerta y
los aparatos a ser acondicionados después de veinticinco años de no
operar.
En
ese sentido, se revisaron y repararon los equipos de
reabastecimiento aire-aire, los puntos de fijación delanteros con los
lanzamisiles Skybolt, sus correspondientes conductos de refrigeración en
las
alas y los dispositivos de navegación con sistemas inerciales Carrousell
que ya
habían sido utilizados por los aviones cisterna Victor K2. Previo a su
envío al Atlántico Sur se le instalaron mecanismos extra de
contramedidas electrónicas por medio de contenedores y perturbadores
Westinghouse AN/ALQ-101, montados sobre pilares subalares.
Seis de un total de diez aparatos fueron seleccionados para misiones de ataque,
los bombarderos matrícula XM391 y XM612 del Escuadrón 44; los XM598 y XM654 del Escuadrón
50 y los XM391 y XM597 del Escuadrón 101, quedando el XM654 como reserva en tanto llevaba a cabo sus tareas habituales.
Para
pilotearlos, el alto mando seleccionó cinco tripulaciones, dos
para el Escuadrón 50, una para el 44 y otra para el 101, dejando una
quinta de reemplazo, que también formaba parte del recientemente
disuelto Escuadrón 9. Las mismas
venían de tomar parte en los ejercicios “Red Flag”, que la USAF organizó
en la base de la Fuerza Aérea de
Nellis, estado de Nevada, hacia donde habían sido despachados
en febrero de 1982.
Entre el 14 y el 17 de abril comenzaron los entrenamientos
tácticos de bombardeo, con reabastecimiento en vuelo por medio de aviones Victor
K2 con asiento en Marham. Sus tripulaciones efectuaron entre 16 y 18 horas
diarias de prácticas con bombas de 1000 kilogramos en
la Isla de Man,
el Cabo Wrath y las aguas próximas a Yorkshire, realizando vuelos a baja altura y
reabastecimientos aéreos.
El 28 de abril los aviones
recibieron la orden de alistamiento. Como se ha dicho, para ese entonces, el máximo jefe de la RAF, el mencionado Michael
Beetham, había logrado disuadir al gabinete de guerra en cuanto a atacar las bases
continentales argentinas dado que desde el punto de vista logístico, la
operación iba a ser extremadamente riesgosa. Entre otras cosas
se iban a necesitar setenta y seis aviones cisterna a los que resultaría
imposible alojar en la isla Ascensión.
Se decidió acometer el aeropuerto malvinense con el
objeto de neutralizar su pista y detener el tráfico aéreo con el continente.
Cuando estalló la crisis, los viejos bombarderos nucleares iban a ser desguazados y reemplazado posiblemente, por el mucho más
moderno cazabombardero Tornado IDS. La guerra de las Malvinas evitó que eso
sucediera y obligó a los mandos a emplearlos como bombarderos convencionales,
dotándolos, como se ha dicho, del armamento y el equipo adecuado.
Las
aeronaves llegaron a la base norteamericana de Wideawake
a las 09.00Z del 29 de abril, comandados por el capitán John Reeves
(avión matrícula XM598) y el primer teniente Martin Whiters (XM607),
enviándose de regreso al XM597 que los acompañaba como reemplazo en
vuelo.
El viaje se hizo sin escalas, con el apoyo de
reabastecedores Victor K2, con los cuales se realizaron dos cargas aéreas antes de su aterrizaje.
En el lugar los esperaba el comandante militar de la isla,
capitán Alistair C. Montgomery, quien dio a las tripulaciones la bienvenida y
las puso al tanto de las últimas novedades.
La primer misión “Black Buck” comenzó a las 23.50Z del 30 de abril cuando once aviones cisterna Victor
K2 despegaron de Wideawake, con intervalos de un
minuto entre uno y otro, seguidos detrás por los Vulcan XM598 del capitán John
Reeve y el XM607 del teniente Martin Whiters.
Con nueve toneladas de explosivos
cada uno, los pesados aeroplanos levantaron vuelo atronando la atmósfera, iniciando un trayecto de 6280 kilómetros
sobre el océano, en dirección sur, con la pista de la capital malvinense como
objetivo.
- Vamos a llevar a cabo un maldito trabajo – informó el
teniente Whiters una vez en aire, mientras efectuaba un primer control del
panel y ajustaba el rumbo virando levemente hacia el oeste.
A poco de despegar, el
aparato del capitán Reeve comenzó a experimentar fallas. Al no poder sellar
debidamente la ventanilla de visión directa, el comandante informó la novedad a la torre de control y enseguida se le
ordenó regresar.
Whiters debió seguir solo y en esas condiciones
estableció el primer contacto con el primer Victor, a 12.000 metros de
altitud, cuando la cota adecuada para el reabastecimiento aéreo era de 8000.
Para evitar inconvenientes, las aeronaves descendieron hasta los 9300 metros tratando de lograr mayor margen de maniobrabilidad.
Debido a la turbulencia, el Victor
perdió contacto momentáneamente aunque para alivio de ambas tripulaciones, lo recobró poco después. Se intentó la
maniobra nuevamente pero al hacerlo, el embudo rompió la lanza del avión
cisterna y eso obligó a los mandos a reemplazarlo inmediatamente por otro.
El
Victor K2 matrícula SL189, al comando del primer teniente
Bob Tuxford (Escuadrón 57), logró aproximarse al bombardero y acoplar
sin inconvenientes. Casi al instante comenzó a transferir el
combustible, completando los 9200 galones (41.823 litros) en
aproximadamente 20 minutos.
Whiters y su tripulación,
el copiloto Peter L. Taylor, su radarista Robert D. Wrigth, el navegante Gordon
C. Graham., el ingeniero de vuelo Hugh Prior y el instructor de reabastecimiento
en vuelo R. J. Russell, respiraron aliviados.
A 300
millas del blanco el Vulcan abrió las compuertas e
inició el descenso a bajo nivel (unos 90 metros), intentando minimizar el
riesgo de detección por parte de los radares. A 25 millas, su piloto
realizó el último examen y después de comprobar que todo se hallaba en orden (blanco
apuntando, escotillas abiertas, alas paralelas y nivel de vuelo), trepó hasta los 10.000 pies
(3000 metros)
e inició la corrida final.
Cuando se encontraban a solo dos millas del aeropuerto, la
computadora de bombardeo puso en marcha el mecanismo de lanzamiento y a las
04.32Z (01.32 hora argentina), las 21 bombas de 1000 libras comenzaron
a caer con un lapso de 4 segundos entre una y otra, en diagonal a la pista.
En Puerto Argentino eran las 01.20 (04.20Z) cuando el radar
vigía del GADA 601 detectó
un objeto aproximándose por el noreste.
Mientras se ponían en estado de alerta a las secciones de
artillería, aparecieron en pantalla otros dos ecos que junto al anterior, se
acercaban a 200
kilómetros en la misma dirección.
Tras una comunicación telefónica con el CIC, se confirmó que
no había aviones propios volando en la zona, por lo que todas las alertas
fueron maximizadas y las unidades de artillería prontas a abrir fuego.
A las 01.25 (04.25Z) los ecos del radar eran cinco y
avanzaban a 800
kilómetros por hora desde el noreste. Cinco minutos
después, los mismos aumentaron a seis sin que ninguno respondiera a los pedidos
de identificación efectuados por el CIC. Para la gente apostada en tierra, no quedaron dudas que se trataba
de un ataque aéreo.
Las secciones de artillería se hallaban listas a abrir fuego
cuando a las 01.32 (04.32Z) los ecos desaparecieron. Casi enseguida, se escuchó
una explosión que sacudió las instalaciones del aeropuerto seguida por otras
catorce de igual intensidad. Las defensas antiaéreas no alcanzaron a responder
y cuando lo hicieron, era demasiado tarde.
En las tierras de Green Match y las alturas de Fitz Roy,
los comandos de la Compañía
601 a
las órdenes del mayor Mario Castagneto observaban la escena atónitos. Desde allí, los
resplandores ofrecían un espectáculo estremecedor, seguidos inmediatamente por el tétrico sonido de
las detonaciones.
Por su parte, los tripulantes del “Formosa” que habían
estado descargando equipos y provisiones durante el día anterior, vieron desde cubierta la aterradora escena.
Alertados por las alarmas, quienes dormían saltaron de las cuchetas y
subieron presurosamente las escaleras para mirar por la borda. Alcanzaron a ver el fuego y el humo elevándose desde un
galpón y las grandes llamaradas que se alzaban de un depósito de combustible.
Las bombas cayeron en forma oblicua, tal como había sido
planeado, estallando 15 de las 21 que se arrojaron. Dos de ellas lo
hicieron más tarde, a las 03.29 (06.29Z), como consecuencia del retardo de sus
espoletas y las cuatro restantes quedaron enterradas en la turba, sin
explotar. Sin embargo, solo una había impactado la pista, abriendo un boquete
de 20 metros
de diámetro en uno de sus costados. Las restantes erraron todas pero produjeron daños
considerables en el mencionado galpón y en los depósitos de combustible, además
de averiar el avión del gobernador.
Como consecuencia del ataque resultaron muertos los
conscriptos Guillermo V. García y Héctor R. Bordón, de la Fuerza Aérea y
heridos varios efectivos apostados en las inmediaciones.
El general Menéndez se despertó sobresaltado a causa de las
explosiones y los fogonazos. Cuando llegó al lugar, se le informó que había
muertos y heridos y que se estaban evaluando los daños.
Watson, el médico odontólogo de Puerto Argentino, sintió que el piso
de su vivienda se estremecía y John Fowler creyó que las paredes de su casa se iban a
desplomar (en esos momentos avivaba el fuego de su hogar).
Según Alexanders Betts, a las 01.30 (04.30Z) de aquella
madrugada, todo el pueblo se despertó y por la dirección de la que provenía el
sonido de las explosiones, dedujo que el blanco del ataque había sido el
aeropuerto.
Casi en el mismo momento en que el Vulcan lanzaba su
mortífera carga, el radar Skyward para control de tiro lo detectó pero
Hugh Prior logró anularlo utilizando el equipo ALQ-101 de a bordo.
Tras
arrojar las bombas, Whiters viró bruscamente hacia estribor
y en plena maniobra trepó a nivel de crucero económico, colocando sus
aceleradores en consumo mínimo hasta situarse fuera del alcance de los
misiles Tiger-Cat.
A 400
millas al sur de Río de Janeiro estableció contacto con el
primer Victor K2 que debía reabastecerlo en su vuelo de regreso, encuentro
realmente oportuno ya que había consumido más combustible del
calculado y necesitaba engancharse urgentemente.
Todo
parecía marchar bien cuando se detectaron fallas en el
traspaso. El fuel oil comenzó a derramarse y al salpicar el parabrisas,
impedía la visión del piloto. Habían acoplado mal y el combustible se
estaba
derramando, generando la consabida angustia en la tripulación.
Whiters puso en marcha el limpiaparabrisas pero de nada
sirvió. Entonces Wright subió hasta la cabina y haciendo un esfuerzo supremo, alcanzó a ver que la cesta estaba mal
conectada.
Siguiendo sus indicaciones, Whiters maniobró para tomar distancia y al cabo de
unos segundos se volvió a acoplar. Esta vez la operación fue exitosa y de ese
modo, el Victor pudo transferir los 22.000 litros que los
agotados tanques del Vulcan tanto necesitaban.
El bombardero aterrizó en Wideawake a las 15.45Z (12.45),
dieciséis horas después de su partida, en lo que fue la misión de bombardeo más
larga de la historia. La operación demostró a los argentinos que sus oponentes
eran capaces de lanzar ataques a grandes distancias pero dejó muchas dudas acerca
de su eficacia al no haber cumplido su objetivo.
Tres horas después, un Sea Harrier del “Hermes” efectuó
reconocimiento fotográfico a gran altura, constatando los daños que
presentaba la pista. Ese día, la
BBC propaló la falsa noticia de que los aviones de la RAF habían inutilizado el
aeropuerto malvinense, dejándolo completamente inoperable. Los argentinos
lograrían reparar los daños y lo seguirían utilizando hasta el fin del
conflicto.
A poco de producido el bombardeo, trece buques del grupo de
batalla de la Task Force,
encabezados por sus dos portaaviones, ingresaron en la zona de exclusión total.
A bordo del “Hermes”, los Sea Harrier del Escuadrón 800
hacían los controles previos mientras una febril actividad
tenía lugar en torno a ellos. Algunos de sus pilotos llegaron a cubrir períodos
de doce horas en el interior de sus cabinas, atentos a la orden de
decolar.
Cerca de las 07.45 (10.45Z),
las unidades navales se hallaban a 95 millas al este-noreste
de Puerto Argentino con el “Invencible” encargado de la defensa aérea y numerosas patrullas proporcionando “techo”
a la flota.
Los doce aparatos del
“Hermes” fueron lanzadas al ataque, nueve de ellas hacia la capital de las islas y las tres
restantes en dirección a Darwin y Prado del Ganso, cubiertas desde el este por otros cuatro cazas del “Invencible”.
El Escuadrón de ataque 800 despegó entre las 07.48 (10.48Z)
y las 07.57 (10.57Z), encabezado por su comandante, el capitán de corbeta Andy Auld, piloteando el avión matrícula XZ494. Inmediatamente detrás partió el
dinámico teniente de fragata David Morgan a bordo del ZA192, seguido por el
capitán de corbeta Mike S. Blisset (ZA193), el teniente de fragata Ted. H.
Ball (XZ450), el capitán de corbeta Gordon J. “Gordy” Batt (XZ459), sus
iguales en el rango Anthony Ogilvy (XZ500) y Neil Thomas (XZ496), el
teniente Clive Morrell (XZ492), el capitán de corbeta Rod Fredericksen (ZA191), los tenientes Martin Hale (XZ460) y Andy McHarh (XZ457) y finalmente el teniente de fragata Robert Penfold (XZ455) que se vio demorado por fallas mecánicas.
Los cazas se reagruparon sobre la flota y pusieron
rumbo sudoeste, volando a baja altura en dirección a Punta McBride, punto recostado sobre la
costa noreste de la Isla
Soledad, 20
millas al norte del aeropuerto malvinense. Mientras eso
sucedía, el almirante Woodward ordenaba a los portaaviones retirarse a 100 millas de la costa, fuera del alcance enemigo.
Volando bajo y a alta velocidad, la formación alcanzó la
saliente (11.05Z) y unos metros más adelante se dividió en tres, la sección Roja al mando de Ogilvy, con
Batt, Thomas y Morrell; la Negra,
encabezada por Auld e integrada por Morgan, Blisset y Penfold y la Tartan comandada por
Fredericksen, a quien seguían Hale y McHarg.
La primera se elevó a 3 millas del aeropuerto y
una vez ubicados los emplazamientos antiaéreos, dejó caer sus bombas.
La Negra,
al mando de Auld, apareció desde Monte Low (5 millas al noroeste de la
pista), bombardeando el aeropuerto con explosivos de racimo, percusión y
acción retardada.
Finalmente, los Tartan del capitán Friedericksen, estuvieron sobre Darwin volando a 30 pies
de altura, distinguiendo en el pequeño aeródromo de Prado del Ganso a los nueve
aviones de su dotación, algunos de los cuales se aprestaban a despegar. Lo que
no vieron fue helicópteros, cosa que llamó poderosamente la atención de su jefe.
Los Sea Harrier arrojaron sus cargas y sin perder un
instante pusieron rumbo noroeste, enfilando hacia Cabo Delfín, en el extremo norte de
la Isla Soledad.
Pero en esta ocasión hubo respuesta antiaérea. El avión del
teniente Morgan fue alcanzado por un proyectil 20 mm que
le perforó el timón de deriva, agujereando con las esquirlas los de
profundidad. Además, un misil Tiger-Cat le pasó muy cerca, forzándolo a efectuar un brusco giro
para esquivarlo. En ese mismo momento fue enganchado por el radar de
otra batería pero logró evadirse arrojando hilos de aluminio.
La escuadrilla de aviones Pucará carreteaba sobre la pista de Prado del Ganso cuando la aeronave de su comandante hundió su
rueda delantera en un pozo y se clavó de nariz, impidiendo el despegue de la sección.
El
teniente Hernández y otros pilotos se aprestaban a
ubicarse en las cabinas de sus unidades cuando los Sea Harrier pasaron
en formación cerrada arrojando sus bombas desde una altura de 20 metros.
Los proyectiles
comenzaron a estallar, obligando al personal a tirarse al
suelo y cubrirse sus cabezas con las manos. La turba parecía saltar e
incluso flamear
por las explosiones.
Hernández alzó la cabeza y vio a su amigo, el
teniente Daniel Jukic, muerto en la cabina de su Pucará. El avión se hallaba partido en
dos y se incendiaba, con su carga de municiones detonando
amenazadoramente. Buscando un lugar más seguro, se
incorporó y corrió a través de un campo lleno de bombas Beluga sin
estallar, tratando de ganar uno de los refugio que se habían levantado
cerca de la pista. Estaba
herido porque una esquirla le había rozado su pierna izquierda, pero
logró a
llegar aún cuando las bombas de fragmentación inglesas estallaban aquí y
allá.
Cuando las explosiones cesaron, el personal salió de los
pozos y corrió hacia la pista, hallando un cuadro realmente estremecedor. Jukic
yacía sin vida en su cabina, lo mismo ocho de sus mecánicos, los cabos Duarte,
Rodríguez, Carrizo, Montaño, Maldonado, Vara, Peralta y Brajich, cuyos cuerpos
se hallaban desparramados en torno al aparato. Una Beluga había estallado entre
ellos matándolos al instante e hiriendo a varios más, quienes fueron
cargados en un helicóptero Chinook y evacuados hacia la ciudad cabecera ni bien
se pudo volar. Un día realmente negro para las fuerzas argentinas.
Hernández
partió esa misma tarde junto a su jefe de sección para atacar dos
fragatas que merodeaban cerca de la costa pero las mismas se
habían replegado al ser hostigadas por una formación de aviones Dagger.
De ahí volaron hasta la capital malvinense a donde llegaron en menos de
diez minutos, pero se retiraron sin aterrizar porque el radar les
informó que dos Harriers los perseguían.
Volaron primero hacia el oeste, a muy baja altura y poco
después aterrizaron en la Estación Aeronaval “Calderón”, sin ser
detectados.
Después del bombardeo, la formación
Tartan enfiló hacia su portaaviones, donde aterrizó a las 08.55 (11.55Z), tras un vuelo sin novedades.
El bombardeo causó considerables daños, tanto en
Puerto Argentino como en Prado del Ganso. En la capital destruyeron
los aviones de la flotilla aérea de las islas, entre ellos los Cessna 17Z matriculados en
Malvinas con las siglas VPFAR, VPFAS y VPFBA, uno de ellos propiedad de la
gobernación (recibieron impactos de esquirlas y proyectiles de cañones Aden de 30 mm). Un Islander ZA
matrícula VPFAY del Servicio Interisleño, fue destruido por una de las bombas
de Morgan, pero los Aermacchi MB-339A de la Armada quedaron intactos y apenas fueron
salpicados por el barro que arrojaron sobre ellos cargas sin detonar.
De
los doce Pucará de Prado del Ganso, tres se hallaban en
vuelo de reconocimiento al momento de producirse el ataque; el de su
jefe de sección
se accidentó, el matrícula A-527 del teniente Jukic fue destruido y los
otros
cuatro dañados, el A.502, que sería reparado y volvería a operar y los
matrícula A-517, A-506 y A-507, que al quedar inutilizados serían
montados sobre
tambores de combustible y colocados junto a las pistas a modo de
señuelos. Los tres restantes se encontraban en la Estación “Calderón”.
Cuando las secciones Roja y Negra llegaron al “Hermes”, lo
hicieron en formación de escolta, con sus tanques de combustible prácticamente
vacíos. Pese a los pulgares en alto y las sonrisas, los pilotos lucían tensos y agotados, lo que quedó en evidencia al bajar de sus cabinas.
Una vez de regreso en el portaaviones, los Sea Harrier
fueron rearmados con misiles Sidewinder y a las 16.30 (19.30Z) dos de ellos
volvieron a despegar (tenientes Penfold y Hale), con la misión
de interceptar un ataque de la aviación argentina.
Fue entonces que el almirante Woodward decidió despachar las
primeras unidades navales para cañonear el litoral malvinense. El HMS
“Glamorgan”, destructor Clase County de 5400 toneladas de desplazamiento, izó
sus insignias de combate y seguido por las fragatas HMS “Arrow” y HMS
“Alacrity”, se apartó de la flota y se encaminó hacia el litoral para iniciar el ataque.
Desde las primeras horas de la mañana operaban en las islas
patrullas del SAS y el SBS que los británicos habían desembarcado días antes
por medio de helicópteros. Debían averiguar la situación imperante en el
archipiélago, las posiciones del enemigo, el armamento del que disponía y el
número de tropas apostadas.
Tres de esas patrullas se posicionaron en torno
a Puerto Argentino mientras las restantes se dedicaron a observar otros
sectores como Puerto Darwin, Prado del Ganso, Puerto Howard, Fitz Roy y Bahía
Zorro. Operaban durante la noche y se escondían durante el día en refugios que ellos mismos
construyeron, lo que no quita que de tanto en tanto efectuasen alguna actividad diurna.
Según relataron posteriormente algunos de sus integrantes,
en cierta oportunidad se hallaba una de esas secciones dentro de su escondite
cuando un helicóptero argentino se posó sobre ellos,
generando la consabida tensión. Al cabo de unos minutos el aparato
remontó vuelo y se alejó
del lugar, sin percatarse de su presencia. La versión fue puesta en duda
por algunos autores de esa nacionalidad y más parece una fábula que un
hecho real.
La información que pasaron esas avanzadas fue bastante
fidedigna en cuanto a posiciones, tipo de armamento y defensas antiaéreas pero erraron en cuanto al estado sanitario en que
se hallaba el enemigo, su aprovisionamiento, las municiones y la moral que imperaba en sus filas.
En ese sentido, los malvinenses les fueron de gran utilidad
ya que vistiendo ropas civiles los comandos se infiltraron entre ellos y simulando realizar distinto tipo de actividades, se aproximaron a los objetivos para seguir de cerca los movimientos, pasando posteriormente sus observaciones en clave1.
Sea como fuere, a las 16.15 hora
argentina (19.15Z) el “Glamorgan” y sus escoltas tomaron posiciones e iniciaron el cañoneo, probablemente orientados desde las islas por esas patrullas.
La guerra había tomado cuerpo y la escalada de violencia
parecía incontenible.
Notas
1 Hay quienes también ponen en duda esa versión.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur