LA ODISEA DEL “ISLA DE LOS ESTADOS”
El 9 de mayo el FAS resolvió llevar a cabo una serie de
ataques contra la flota enemiga alistando numerosas escuadrillas de Skyhawk A4B
y A4C, Mirage V-Dagger, Learjet, Hércules, Boeing 707 y hasta un Hansa 125.
Los primeros en decolar fueron los Learjet del reorganizado
Escuadrón Fénix quienes tuvieron a su cargo maniobras de diversión para atraer
sobre sí a las PAC interceptoras y los radares de la
Royal Navy, y abrir camino a los
cazabombarderos y cisternas que debían operar en la zona de combate. El Hansa
125, al comando del vicecomodoro R. Quiroga (primer teniente Aníbal Dante
Poggi, alférez R. Mariani), tendría a su
cargo una misión de control aéreo táctico.
Las aeronaves movilizados ese día fueron los A4C del Grupo 4 de Caza
que organizados en secciones de cuatro, tres y dos aparatos respectivamente,
efectuaron salidas para interceptar y atacar blancos navales.
La primera de ellas, integrada por el capitán Jorge O.
García, los tenientes Jorge R. Farías y Jorge E. Casco y el alférez Gerardo G.
Isaac, despegó de San Julián a las 15.40 hs. bajo el indicativo “Trueno”,
seguida por los “Cóndor” del capitán Mario Jorge Caffaratti, el primer teniente
Jorge Daniel Vázquez y el teniente Ricardo “Tom” Lucero y los “Fortín” de los teniente
Ernesto R. Ureta y Daniel A. Paredi. Volarían cubiertos por los Mirage V-Dagger de
las secciones “Puma” y “Jaguar” con el mayor Juan Carlos Sapolsky, el primer
teniente Jorge Daniel Senn, el capitán Raúl Ángel Díaz y el teniente Mario
Miguel Callejo la primera y el vicecomodoro Luis Domingo Villar, el capitán
Norberto R. Dimeglio el primer teniente César Fernando Román y el teniente
Gustavo E. Aguirre Faget, la última.
Ninguna de ellas alcanzó los objetivos debido a las pésimas
condiciones climáticas. Aún así, los “Trueno” del capitán García decidieron
seguir su avance hacia la zona de combate, sobrevolando la isla
Gran Malvina a bajo nivel, en medio de lloviznas y nieblas que iban aumentando
a medida que se aproximaban a los blancos.
Al
noreste de Puerto Argentino, el destructor “Coventry” y
la fragata “Broadsword”, captaron dos ecos que se aproximaban
en medio de la borrasca. Se trataba de los Learjet de las secciones
“Litro”
(capitán Miguel Arques, teniente Eduardo Cercedo y teniente Oscar
Domínguez) y
“Pepe” (mayor Ricardo González, capitán Ricardo Ceaglio), a quienes les
dispararon tres misiles Sea Dart (14.17Z) que erraron por amplio margen,
permitiéndole a los aviones alejarse de regreso a su base.
La escuadrilla “Trueno” siguió hasta el
archipiélago de las Sebaldes, al noroeste de la Gran Malvina, donde la misión
terminaría en tragedia.
Debido a las pésimas condiciones climáticas, los aviones de
Casco (matrícula C-313) y Farías (matrícula C-303) se estrellaron; el primero,
en la cara noroeste de los acantilados de las islas Jasón del Sur, también
llamadas De los Salvajes (51º12’23’’S, 60º53’26’’O), y el segundo, al sudoeste, en
las aguas que dan frente a sus playas.
Los restos de Casco serían hallados por efectivos de la
Royal Navy en 1999, con su carga de bombas
intacta y el piloto en su cabina. Farías nunca fue encontrado1.
El capitán del “Coventry”, David Hart-Dyke, reclamaría los
derribos convencido que los misiles que había disparado contra los Learjet de las
secciones “Litro” y “Pepe” habían alcanzado a los Skyhawk, pero no fue así. Su
buque y el “Broadsword” (objetivos de la escuadrilla “Trueno”) se hallaban muy
cerca de Puerto Argentino cuando tuvieron lugar los hechos, a una considerable
distancia de las Islas Sebaldes, por lo que sus Sea Dart jamás pudieron llegar
hasta ellos.
Aquel no fue un buen día para la Argentina ya que en el
aeropuerto de la capital malvinense fueron averiados un Puma de la Prefectura Naval,
otro del Ejército y un Bell UH-1H de esta última arma.
Al día siguiente tuvo lugar una nueva tragedia naval que si bien no tuvo la magnitud de la del crucero “General Belgrano”, fue igual de significativa en lo que a pérdida de hombres y material logístico se refiere.
Durante la noche del 9 al 10 de mayo, el ARA “Isla de los
Estados” navegaba aguas del Estrecho de San Carlos, en dirección a Bahía King
(Puerto Rey), después de descargar pertrechos en Bahía Zorro (Fox Bay) durante
buena parte del día.
En capítulos anteriores hemos visto al transporte integrando
la flota argentina durante el Operativo “Rosario” y las tareas de alije y
descarga que estuvo realizado en Puerto Argentino los días posteriores a la
ocupación.
Construido en astilleros de Gijón, España, en 1975, cinco años después se incorporó a la Armada Argentina, adoptando el nombre de la
legendaria isla que había inspirado a Julio Verne una de sus mejores
novelas2.
Con su eslora de 180 metros, su velocidad máxima de 14 nudos y
sus 3980 toneladas de desplazamiento, efectuaba el servicio interisleño
transportando personal militar, armamento, suministros y víveres para las
dotaciones apostadas a lo largo del archipiélago. Vale destacar que fue la
primera embarcación argentina en atracar en Puerto Stanley el día de la
invasión, hecho que tuvo lugar a las 12.00(hora argentina) del 2 de abril.
El 27 de marzo, el buque había cargado equipos, raciones y
material de logística para la
Compañía de Ingenieros 9 en Puerto Deseado y al día siguiente
se hallaba en Puerto Belgrano, de donde zarpó junto a la fuerza de tareas
argentina que iba a ocupar las islas, siempre al mando de su capitán, Tulio Néstor
Panigadi.
Capitán y buque quedaron sujetos al control del Apostadero
Naval Malvinas, cuyo jefe era el capitán de fragata Adolfo A. Gaffoglio.
El coordinador y asesor militar designado por la Armada para embarcar en la
nave y hacer las veces de enlace fue el capitán de corbeta Alois Payarola que
estuvo secundado en sus funciones por el suboficial radiotelegrafista Rubén
Torres y el cabo primero enfermero Orlando Cruz.
Durante el Operativo “Rosario”, el “Isla de los Estados” integró
el grupo de tareas GT 40.2 junto al rompehielos “Almirante Irizar” y el buque
de desembarco “Cabo San Antonio” (nave insignia del almirante Büsser),
navegando en la retaguardia de la flota.
Una de las tareas que se le encomendaron después de la
ocupación fue el sembrado de minas marinas que llevó a cabo durante el mes de abril,
aplicando, como lo explica Jorge Muñoz, un sistema elaborado e ideado por el
mecánico del “Bahía Buen Suceso”, Domingo Chillemi.
Se trataba de veinticinco artefactos esféricos de 400 kilogramos de
explosivos, anclados a una amarra sujeta a un peso que se asentaba sobre el
lecho marino y los dejaba flotando a unos tres metros debajo de la superficie.
Se colocaron todos en la entrada de Puerto Groussac, frente a la capital
insular y se planificó hacer lo mismo en San Carlos y Bahía Agradable pero el
general Menéndez descartó la idea, interesado solamente en proteger aquel
punto.
Otra de sus actividades fueron las tareas de alije, debido a
que la grúa con pluma real de 20 toneladas de la que estaba dotado, constituía
la herramienta ideal para esos trabajos en buques de
carga, tal como aconteció con el “Río Cincel”, el “Río Carcarañá”, el
“Formosa”, el “Bahía Buen Suceso” y el “Mar del Norte”.
En
días posteriores al 1 de mayo, el transporte continuó sus tareas
habituales llevando armamento hasta el Estrecho de San Carlos. En
uno de esos viajes, el transporte se detuvo en un punto intermedio entre
el
islote Oeste y la isla Calista y allí tomó contacto con el “Río
Carcarañá” que
virando en redondo, comenzó a seguir su estela mientras se desplazaba
hacia
Bahía Fox.
Una serie de alertas rojas demoraron los trabajos de
descarga, que comenzarían a las 23.00 hs. del 3 de mayo, después de que las
bordas de ambas se colocaran una junto a la otra (18.30). El “Isla de los Estados” comenzó a llenar sus bodegas con el material
que le fue pasando el “Río Carcarañá”, el cual consistía en un vehículo CTR TT-24 de la Prefectura Naval
que viajaba con su conductor, marinero Jorge Eduardo López; tambores de
combustible y varias cajas de municiones.
La tarea finalizó a las 14.30 del día 4, cuando se le ordenó
al “Río Carcarañá” fondear en Puerto Rey, una amplia ría sobre la costa
occidental de Lafonia3, a mitad del Estrecho de San Carlos y
aguardar ahí nuevas instrucciones. Mientras tanto, el “Isla de los Estados” se
desplazaría hasta Bahía Fox para descargar tambores de gasoil, nafta y JP1.
Los buques tendrían un tercer encuentro en Puerto Rey, hasta
donde también llegó el “Forrest” llevando víveres. Allí pasaron la noche,
después que el “Río Carcarañá” transfiriera otra carga de tambores de
combustible al transporte de la
Armada en medio de una fuerte tormenta. Para esa tarea,
contaron con efectivos de la III Brigada
de Infantería que habían llegado al lugar esa misma mañana, a bordo del
“Monsunen”.
Las naves permanecieron fondeadas en el lugar por espacio de
cinco días hasta que el 9 de mayo por la mañana sus radios captaron un
desesperado aviso de alerta proveniente de alta mar. Nadie a bordo sabía su
origen como tampoco quien la emitía, ignorantes de que en esos momentos el
“Narwal” estaba siendo atacado dentro de la Zona de Exclusión.
Al día siguiente, lunes 10 a
primera hora, el “Río Carcarañá” procedió
a pasar al “Isla de los Estados” la cohetera SAPBA de fabricación
nacional desarrollada por CITEFA, utilizando para ello la pluma para 50
toneladas de la
que estaba dotado, trabajo que supervisaron especialmente los capitanes
Edgardo
Dell´Elicne y Tulio Néstor Panigadi.
La poderosa pieza de 25 toneladas, estaba montada sobre un
vehículo Fiat 6x6 y disponía de varios cañones con los que podía disparar en
salva e incluso individualmente, proyectiles que superaban los 20 kilómetros de
distancia. Junto con ella, pasaron los efectivos militares encargados de
operarla, capitán Marcelo Sergio Novoa y sargento ayudante Víctor Jesús Benzo.
Siguiendo el relato de Muñoz, después del mediodía el “Forrest”
zarpó con destino a Puerto Argentino en tanto el “Río Carcarañá” finalizaba su
descarga y se apretaba a levar anclas. Fue poco después que el capitán de este
último invitó a su colega del “Isla de los Estados” a cenar a bordo de su
buque, lo mismo al coordinador naval Alois Payarola y al primer oficial José
Esteban Bottaro.
Durante aquella agradable cena, Dell Elecine le sugirió a
Panigadi que no viajase de noche porque la intensa lluvia le iba a impedir la
visión. Según su consejo, lo más acertado sería hacerlo al día siguiente, con
las primeras luces, idea con la que Panigadi no estuvo de acuerdo.
El capitán del “Isla de los Estados” escuchó respetuosamente
sus consejos pero se excusó amablemente de seguirlos, argumentando que los
vientos habían amainado y por consiguiente, el peligro se reducía. Por esa
razón, iba a aprovechar lo cerrado de la noche para navegar hasta Puerto
Howard, a donde llegaría al amanecer y ahí esperaría nuevas instrucciones. Y
así fue como a las 21.00 horas, el “Isla de los Estados”, con su dotación
completa, levó anclas y se hizo a la mar, ganando lentamente las frías aguas
del estrecho.
La que navegaba por San Carlos esa noche también era la fragata HMS
“Alacrity”, que el almirante Woodward había enviado hacia allí para cerciorarse
de que la bahía en la que los británicos pensaban desembarcar sus fuerzas,
estuviese libre de minas.
Se trataba de un recorrido de altísimo riesgo durante el
cual, su comandante, el capitán Christopher Craig, debería desplazarse de norte
a sur por el estrecho y luego remontarlo hacia su desembocadura, después de
recorrer las aguas de la bahía, donde su gemela, el HMS “Arrow”, la estaría
aguardando4.
De acuerdo a instrucciones recibidas antes de la misión, al
pasar frente a las posiciones argentinas de Bahía Fox, el capitán Craig ordenó
lanzar bengalas luminosas con el fin de mantener en tensión y alerta a la
guarnición allí acantonada.
Así se hizo, efectivamente y de ese modo, durante su viaje de regreso, los argentinos vieron iluminarse fantasmagóricamente el
sector sin que se desencadenase ningún ataque sobre sus posiciones dado que la
fragata siguió hacia el norte, perdiéndose en la obscuridad.
A las 22.20 (01.25Z), el operador del radar informó a Craig
que tenía un eco en sus radares, el cual parecía señalar la presencia de un buque
desconocido.
Una nueva bengala dejó a la vista al “Isla de los Estados”
cuando navegaba hacia la isla Cisne con las luces apagadas, efectuando
espaciados barridos con el radar.
El capitán Craig impartió una serie de directivas y a las
22.25 (01.25Z) ordenó abrir fuego.
El cañón Mark 8 apuntó hacia el barco enemigo y disparó sucesivamente una docena de proyectiles de 4,5 pulgadas que
impactaron en la banda de estribor. A bordo de la nave argentina se produjo un incendio de proporciones que
en el término de pocos minutos alcanzó los tambores de combustible5,
las bombas almacenadas en las bodegas y las cargas de la cohetera CITEFA.
Tremendas explosiones sacudieron la noche, destrozando el
interior del barco y generando una impresionante bola de fuego que fue vista
desde Bahía Fox y otros puntos, en ambas orillas.
El transporte naval comenzó a inclinarse rápidamente.
Al momento del ataque, la mitad de la tripulación se hallaba
en sus puestos en tanto la otra, descansaba en sus camarotes.
En el puente de mando, el capitán Payarola tomó el micrófono
de la radio y con voz agitada solicitó al “Forrest” que pidiese a las baterías
costeras que dejasen de disparar ya que pensaba que el fuego que recibían era
propio. El angustioso llamado fue captado por Claudio Mazzi, tercer oficial del
“Río Carcarañá”, quien puso al tanto a sus superiores de lo que estaba
aconteciendo.
El “Isla de los Estados” se hundía rápidamente por estribor
cuando el marinero Alfonso López corría por el puente de mando. Ante de llegar,
un nuevo impacto alcanzó de lleno ese sector, obligando a los tripulantes a
alejarse de allí.
López corrió hasta el puente y en medio de las llamas y el
humo sofocante, ayudó a sus superiores (Panigadi y Payarola) a ponerse de pie.
En el lugar yacían tendidos los cuerpos de varios hombres, casi todos muertos.
El buque se inclinaba peligrosamente cuando López, ayudado
por el camarero Héctor Omar Sandoval y el capitán Payarola, arrojó al agua una
de las balsas inflables. Una vez concretada la acción, Payarola que se
encontraba allí, obligó a ambos a arrojarse a ella y ante sus dudas (no querían
abandonar el barco sin él), insistió. Los dos marineros se miraron y ante un
nuevo exhorto del oficial, procedieron a obedecer. Sandoval cayó al agua en
tanto López lo hizo en el centro de la balsa.
Dada la inclinación que presentaba el “Isla de los Estados”,
Payarola perdió el equilibrio y cayó al mar, lo mismo el capitán Panigadi y el
primer oficial Bottaro a quienes López pudo localizar flotando, gracias al
resplandor de los incendios. Estirándose hacia ellos los ayudó a subir a la
balsa, no así a Sandoval y a Payarola, a quienes había perdido de vista.
Los
tres náufragos comenzaron a remar con fuerza y celeridad, intentando
alejarse del desastre y evitar que la succión del buque los
arrastrase hacia el fondo del mar. Diez minutos después, el “Isla de los
Estados” desapareció bajo las aguas llevándose consigo a los muertos y
heridos
que se hallaban a bordo y a quienes flotaban cerca de su casco.
Caía una fina y helada llovizna cuando la obscuridad y el
silencio invadieron el lugar.
Desaparecido el transporte, los tripulantes de la balsa
recorrían los alrededores en busca de sobrevivientes y en esas estaban cuando
veinte minutos después, repararon en una luz distante que parecía flotar sobre
las aguas. Era el capitán Payarola que, con su linterna en la mano, hacía
señales luminosas solicitando auxilio.
El oficial nadó hasta ellos y una vez a bordo, relató
extenuado que al caer al mar, se había aferrado a otra balsa semihundida en la
que se encontraban los marineros Antonio Máximo Cayo y Manuel Oliveira, de
quienes debió alejarse porque la misma no iba a resistir el peso de tres
hombres.
Panigadi, Bottaro, López y Payarola pasaron la noche
achicando el agua que entraba en la balsa y remando con mucho esfuerzo
intentaron alcanzar la costa, a la que recién divisaron con las primeras luces
del 11 de mayo. Desesperados por llegar, comenzaron a remar con mayor
intensidad comprobando que la corriente les impedía aproximarse. Fue entonces
que Panigadi, conmovido por la experiencia vivida, solicitó más abrigo dado que
el frío lo estaba afectando profundamente. Viendo aquel cuadro, Payarola y
López, quienes trabajaban afanosamente tratando de achicar el agua con sus botines, le
gritaron que continuase remando, a efectos de mantenerlo ocupado y evitar de
ese modo que entrase en desesperación.
Cuando se encontraban a 40 metros de la costa los
náufragos comprobaron que la balsa se estaba hundiendo y que era más el agua
que entraba que la que sacaban. Entonces Panigadi, enajenado a esa altura y
desesperado por alcanzar la orilla, saltó del bote y comenzó a nadar sin que
López y Payarola pudiesen detenerlo. Casi enseguida hizo lo propio Bottaro, que
llevaba puesto el chaleco salvavidas, para alcanzarlo y evitar que la corriente
se lo llevase.
Los que quedaron en la balsa siguieron remando y cuando se
hallaban a 20 metros
de la costa, el militar se arrojó al mar y tirando con fuerza de una soga
enroscada en la proa, arrastró a la embarcación hacia la orilla. Una vez en
tierra, comenzó a recoger el cabo, tarea que suspendió súbitamente cuando distinguió
el cuerpo de Bottaro flotando inerte en las aguas.
Desesperado por no perderlo, Payarola se arrojó al mar y
nadó hasta donde aquel se mecía. Logró tomarlo por el chaleco y
tirando con fuerza, lo fue llevando a la rastra hacia la playa, abrigando la
esperanza de que todavía estuviese con vida.
El bravo oficial sacó a Bottaro del mar y después de
arrastrarlo por el pedregullo y la arena, lo depositó en lugar, convencido de que podría revivirlo.
Abocado estaba a esa tarea cuando la voz de López llegó
hasta él.
-¡Capitán! ¡Panigadi se nos va!
Cuando Payarola alzó la vista, el capitán del “Isla de los
Estados” se alejaba arrastrado por la corriente que en esos momentos acababa de
invertir el rumbo.
Panigadi, completamente extenuado gritaba solicitando ayuda
pero al cabo de unos minutos su voz se apagó y su cuerpo, enredado entre las
traicioneras algas de la costa, las célebres “kelpers”, desapareció tragado por
el mar.
Siguiendo instrucciones de Payarola, López se arrojó a las
aguas heladas y después de nadar varios metros, haciendo un esfuerzo supremo,
logró hacer pie y caminar en dirección a la playa.
Pese a que estaba agotado, ayudó a Payarola a arrastrar a
Bottaro hasta un lugar más protegido y allí intentaron reanimarlo sin
conseguirlo. El primer oficial del transporte falleció algunos minutos después,
víctima de un paro cardíaco, en medio de espasmos y contracciones, cuando una
intensa lluvia se abatía sobre ellos.
Los dos sobrevivientes se acurrucaron en un principio de
pozo que habían comenzado a cavar con los remos pero les resultó imposible
descansar, no solo por la lluvia y el frío intenso sino porque todavía estaban
profundamente conmovidos por la experiencia vivida.
Los días que siguieron fueron dignos de una novela de
aventuras, con dos náufragos perdidos en una isla remota, sin recursos y lejos
de todo contacto.
Con
el viento y la lluvia arreciando, en la mañana del 11 de
mayo López y Payarola abandonaron el improvisado refugio en el que
habían pernoctado
y echaron a caminar por un suelo pedregoso que les hizo sumamente
difícil el desplazamiento (durante el naufragio, habían perdido un botín
cada uno).
Caminaron por espacio de una hora hasta que, a lo lejos,
alcanzaron a ver una vivienda con un galpón contiguo. No lo sabían todavía pero
se hallaban en la mayor de las islas Cisne, frente a las costas de la Gran Malvina, al sur de Puerto
Howard, en medio del Estrecho de San Carlos.
Encontrar ese asentamiento en un islote perdido en medio de
la nada, fue una bendición. Sin dudarlo un instante se encaminaron
hacia allí, esperando encontrar alimentos y abrigo que les permitiesen
sobrevivir. Cuando llegaron hicieron una breve inspección de los alrededores y
después de abrir la puerta de la casa, comprobaron que la misma estaba
abandonada.
Ya en el interior se quitaron las ropas y las pusieron a
secar puesto que las mismas, no solo estaban empapadas sino también heladas.
Hallaron unas bolsas de harpillera y lana de ovejas que había allí y
cubriéndose con ellas, se echaron sobre dos camastros y se quedaron
profundamente dormidos.
Se despertaron antes de la salida del sol y con mucha
alegría, pudieron comprobar que su ropa interior se había secado y que en la
alacena de la vivienda había alimentos (frutas secas, avena, mermelada, leche
en polvo y azúcar), complemento ideal para el par de raciones individuales que
habían conservado ambos al producirse el naufragio.
Era 12 de mayo y más no se podía pedir. Estaban eufóricos y
aliviados por el hallazgo y por eso, la falta de elementos para hacer fuego no
fue un contratiempo, menos cuando en el exterior descubrieron agua potable
dentro de un tanque que recogía la lluvia.
Después de racionar con prudencia, los dos náufragos salieron de recorrida, a efectos de explorar los alrededores y ver si había
habitantes en el lugar. Como no hallaron nada regresaron a la cabaña y se
pusieron a conversar.
Jorge
Muñoz explica al detalle las peripecias de aquellos hombres. La
experiencia vivida, la soledad y la poca posibilidad de que
alguien los encontrase hicieron nacer en ellos una profunda amistad.
Durante la noche, después de los almuerzos o
las recorridas de exploración, se detenían a conversar y recordar viejas
anécdotas, a fin de matar el interminable paso del tiempo. Payarola habló de
sus experiencias en la Armada,
de su familia y su juventud; López rememoró su Finisterre natal, allá en
España, sus correrías infantiles en La Coruña, su viaje a la Argentina en 1940, a poco de finalizada
la guerra civil, su ingreso en la Prefectura
Naval en 1957, su paso
a la flota mercante y su familia, compuesta por su esposa, Rosa y su hijo
Manuel, con quienes vivía en un pequeño departamento de Avellaneda, cerca del
estadio del Club Atlético Independiente.
El establecimiento rural en el que habían encontrado refugio
se hallaba en la punta de una península en forma de aguja, sobre la costa norte de
la isla, justo en la mitad de su extensión, donde formaba una importante bahía
con otra saliente de mayores proporciones que se extendía al noreste.
El establecimiento disponía de varios corrales ubicados
detrás del gran galpón, en dirección sur y contaba con un muelle bastante
extenso que se adentraba en la ría desde la costa oriental de la península.
El jueves 13 de mayo por la mañana, al mejor estilo Robinson Crusoe y
Viernes, Payarola y López se confeccionaron calzados con cueros de oveja y echaron a caminar hacia el lugar en el que habían desembarcado y donde
yacía el cuerpo del malogrado Bottaro.
Lo hicieron durante una hora y media, bordearon la bahía en dirección sudeste, hasta alcanzar el
lugar. Una vez allí, desde un terreno elevado, pudieron divisar a lo lejos, la
importante silueta del “Río Carcarañá”.
Presas
de viva excitación, se pusieron a hacer señas con palos
y bolsas que habían traído especialmente desde el establecimiento rural,
sin
lograr que los vieran. Cerca del medio día, después de dos horas de
infructuosos
intentos, alcanzaron a distinguir a una nave menor que avanzaba
directamente hacia el mercante. Era el “Forrest” que al comando del
teniente de navío Rafael
G. Molini, buscaba posibles sobrevivientes del desastre.
Desalentados y extremadamente cansados, a las 16.00 horas
emprendieron el regreso a la cabaña sin perder las esperanzas de que en algún momento
lograrían llamar la atención de quienes los buscaban.
Mientras eso sucedía, desde el “Río Carcarañá” y el
“Forrest” hombres en permanente vigilia oteaban el horizonte con sus
prismáticos en tanto los radares del primero efectuaban constantes barridas
para ubicar a los náufragos.
El viernes 14 de mayo fue un día de vientos y e intensas lluvias
pese a lo cual, Payarola y López se dirigieron nuevamente a los peñascos para
insistir con las señas. Lo intentaron por espacio de dos horas pero dado el
clima imperante, acabaron por desistir. Al día siguiente, con mejor tiempo,
improvisaron una suerte de baliza utilizando la tela color naranja del bote
salvavidas y como en las oportunidades anteriores, regresaron nuevamente a la
cabaña para racionar y pasar la noche sin haber logrado llamar la atención de
su gente.
Cuando a la mañana siguiente se despertaron, desayunaron y
esperaron dentro de la propiedad hasta cerca del mediodía.
Era una jornada de sol radiante y cielo despejado, algo que les dio ciertas
esperanzas e hacerse ver. Una vez en aquella suerte de atalaya que formaba el
terreno elevado, comenzaron a agitar la tela naranja al tiempo que hacían señas por medio de un espejo.
A bordo de ambas embarcaciones las tripulaciones vigilaban
el horizonte cuando desde el “Forrest”, alguien creyó distinguir una luz en la
lejanía. Habían dado con los sobrevivientes del “Isla de los Estados” poniendo
fin a su odisea.
Desde las dos naves se dispararon bengalas e inmediatamente
después, la de menor calado puso proa hacia la isla.
Demás está decir que la alegría de los náufragos fue
inenarrable.
El “Forrest” llegó a la costa y de él descendieron varios
marinos, para ayudarlos a embarcar y recoger el cadáver del oficial Bottaro.
Los dos únicos sobrevivientes del “Isla de los Estados”
habían sido rescatados pero el drama, no había finalizado.
Notas
1 Los restos del teniente Casco fueron encontrados en la
Isla Jasón del Sur, cuando un equipo del
Ministerio de Defensa británico recorría el archipiélago junto a la policía
local en busca de municiones sin detonar. En el mes de mayo de 2008 fueron
devueltos a la Argentina
junto a un pedido de disculpas formal por los años que habían transcurrido sin
ser devueltos.
Al momento de ser hallado, el
cuerpo carecía de identificación por lo que, una vez en Buenos Aires, la Cancillería lo remitió
inmediatamente a la Fuerza Aérea
y esta al Banco Nacional Genético del Hospital Durand, donde se los sometió a
un examen de ADN. En junio de ese año, se pudo determinar que se trataba del
teniente Jorge Eduardo Casco, oriundo de Roque Sáenz Peña, provincia de Chaco.
Por deseo de su familia, sus restos fueron sepultados en el cementerio de
Puerto Darwin, en las islas Malvinas, en una ceremonia con honores militares.
El brigadier Gordon Moulds, comandante de las British Forces South Atlantic
Islands, previo responso en el aeropuerto de Puerto Argentino, a cargo del
monseñor Michael McPartland, presidió la ceremonia. Estuvieron presentes
dura, quienes viajaron en un vuelo especial
desde el Aeroparque Metropolitano de la Ciudad de Buenos Aires al que concurrieron
autoridades nacionales, militares y religiosas.
Fue el primer vuelo humanitario que llevó al archipiélago los restos de un combatiente argentino muerto durante la guerra.
Fue el primer vuelo humanitario que llevó al archipiélago los restos de un combatiente argentino muerto durante la guerra.
2 El faro del fin
del mundo, escrita en 1901 y editada por primera vez (por entregas) entre
el 15 de agosto y el 15 de diciembre de 1905 en la “Revista de Educación y
Recreo” de París.
3 Sector sur de la Isla Soledad.
4 Debía hacer observación y rescatar a los
sobrevivientes del “Alacrity” en caso de ser hundida.
5 Contenían 325.000 litros
gasolina para aviones.
Publicado 26th February 2015 por Malvinas.Guerra en el Atlántico Sur