LAS ACCIONES EN RIO SANTIAGO
Base Naval de Río Santiago, astilleros y Escuela (Fotografía: Isidoro Ruiz Moreno, La Revolución del 55, Tomo II) |
Desde
las primeras horas del día, un importante número de oficiales había
comenzado a llegar a la unidad militar con la idea de sumarse al
movimiento, destacando entre ellos el capitán de corbeta Eduardo
Davidou, comandante del patrullero “King”; su jefe de artillería, el capitán de fragata José Fernández y el comandante del “Murature”,
capitán de corbeta Francisco Pucci. Una vez allí, se encontraron con
las instalaciones en pleno estado de alerta y adoptando precauciones en
espera de un ataque.
La
defensa del área quedó a cargo del capitán de corbeta Carlos
Schliemann, asistido por el capitán del Ejército Juan Carlos Ríos y los
tenientes Roberto Wulff de la Fuente y Jorge Osvaldo Lauría.
Los
cadetes, que habían sido conducidos a la parte posterior del edificio
principal, fueron armados con viejos fusiles Mauser de instrucción y
varios automáticos, destacándose pelotones de patrulla hacia las islas y
piquetes defensivos sobre la línea perimetral de la base y la plaza de
armas, con los que se formó un efectivo cordón defensivo.
La
línea de vanguardia, compuesta íntegramente por elementos del
Regimiento 3 de Infantería de Marina al mando del teniente Juan A.
Plaza, fue ubicada en la zona de los silos y elevadores de granos,
frente a la isla principal, río Santiago de por medio, reforzada por una
sección de marinería a las órdenes del teniente de corbeta Carlos
Büsser, oficiales de la Armada y alumnos de la Escuela Superior.
El
mando de las operaciones fue asumido por el general Juan José Uranga,
oficial valeroso y decidido se había subordinado al almirante Rojas, con
quien tenía un trato más que cordial. Su principal preocupación, era la
carencia de armamento para enfrentar a las fuerzas gubernamentales y la
necesidad de recurrir a los depósitos de reserva en los que se
guardaban las carabinas semiautomáticas Ballester Molina calibre 45 con
doble cargador junto a otros fusiles.
A
poco de recibir la orden de alistamiento, los 120 conscriptos de la
compañía que mandaba Büsser, secundado por un oficial y un cabo,
abordaron las lanchas y cruzaron el riacho en dirección a los elevadores
de granos. A ellos se le agregaron efectivos de Ejército recientemente
incorporados, entre ellos el teniente Ibérico Saint Jean, que pese a
tener más alto grado que el marino, se puso a sus órdenes sin dudarlo.
Mientras
se completaba la movilización, el almirante Rojas ordenó a los
patrulleros “King” y “Murature”, anclados en el canal lateral, ubicarse
frente a la Escuela Naval a efectos de que, en caso de ser atacados,
repeliesen la acción con sus poderosos cañones. De esa manera, pensaba
compensar la falta de artillería y brindar, por ende, una cobertura
adecuada. Impartida la directiva, dos remolcadores se les acercaron
lentamente, para engancharlos y trasladarlos a su nueva posición, tarea
en la que trabajaron aceleradamente las dotaciones de ambas
embarcaciones.
Mientras
tanto, desde La Plata, las fuerzas leales se movilizaban tan rápido
como les era posible, adoptando disposiciones para avanzar sobre la base
naval.
El
gobernador de la provincia, mayor de Intendencia (RE) Carlos Aloé,
había abandonado el palacio gubernamental para dirigirse a la cercana
Jefatura de Policía para hacerse cargo de sus 700 efectivos, sustrayendo
de paso su persona a un posible golpe de mano por parte de comandos
insurgentes. La medida era acertada porque las dos unidades militares de
la capital provincial, el Regimiento 7 de Infantería y el Batallón 2 de
Comunicaciones, se hallaban de maniobras en Magdalena, 70 kilómetros al
sur y no llegarían a tiempo para iniciar el avance y contener a las
tropas sublevadas.
Conociendo
la situación, el ministro Lucero dispuso urgentes medidas defensivas,
ordenando el inmediato regreso de las unidades, lo mismo el Regimiento 2
de Artillería que se hallaba con ellas, movilizando además al
Regimiento 6 de Infantería con asiento en Mercedes y al 1 de Artillería
con base en Junín, todos ellos a las órdenes del general Heraclio
Ferrazzano, comandante de la II División de Ejército a quien secundaba
el coronel Norberto Ugolini, jefe de Estado Mayor de la División.
Tanto
Uranga como Rojas comprendían la necesidad de apoderarse de La Plata, a
efectos de sustraer de manos gubernamentales tan importante plaza. Y a
tal efecto, encomendaron al teniente Büsser embarcar su tropa en varios
camiones y prepararse para avanzar.
En
base a ese plan, se despachó un jeep para inspeccionar el área, cuyo
conductor debía transportar a un oficial para reconocer la zona. Así se
hizo y a su regreso, se tuvo la certeza de que tanto en la cercana
localidad de Ensenada como en el camino de acceso a La Plata se habían
apostado nidos de ametralladoras y gran número de tropas. Uranga quiso
cerciorarse personalmente de ello y partió a bordo de un automóvil
particular acompañado por su ayudante, el capitán Luis A. Garda y sus
dos sobrinos, quienes lo habían conducido esa mañana hasta Río Santiago.
El
vehículo se puso en marcha y a solo tres kilómetros de la base se topó
con dos puestos de ametralladoras apostados a ambos lados del camino
frente a los cuales pasaron sin inconvenientes porque Uranga vestía su
uniforme y eso hizo suponer a las fuerzas policiales que se trataba de
un oficial leal. Ignoraban todavía, que hubiera elementos del Ejército
se habían unido a las fuerzas sublevadas.
Pese
a ello, el general decidió regresar porque sabía que de seguir
adelante, podía quedar aislado, con las tropas leales bloqueándole el
camino. El automóvil dio la vuela y regresó por calles de tierra
paralelas a la ruta.
Uranga
ofreció al alto mando un panorama de la situación, razón por la cual,
se decidió suspender el avance sobre La Plata para adoptar posiciones
defensivas, asegurando el sector del Astillero Naval y los elevadores de
granos.
Efectivos
de la policía de la provincia de Buenos Aires, reforzados por
Prefectura Naval y militantes civiles de las agrupaciones sindicales y
unidades básicas de la capital provincial, se pusieron en marcha hacia
Río Santiago, siguiendo indicaciones directas del Ministerio de Guerra.
Una vez frente a la base, tomaron posiciones cerca de los accesos y
comenzaron a disparar, desatando un intenso tiroteo que se escuchó a
varios kilómetros a la redonda.
La
batalla dio comienzo cuando las fuerzas leales se movilizaron para
envolver a la vanguardia rebelde desplazándose hacia la izquierda,
cubierta por los edificios, mientras se internaba en los pantanos
circundantes.
Eran
las 10.00 de aquella fría mañana de septiembre cuando el general
Heraclio Ferrazzano y el coronel Hermenegildo Barbosa, este último jefe
del Regimiento 7 de Infantería, llegaron a la zona para imponerse de la
situación. Una hora después, cuando los 450 infantes de marina y sus
aliados del ejército consolidaban una cabeza de puente en tierra firme,
Ferrazzano ordenó atacarlos, para obligarlos a retroceder al otro lado
del río Santiago.
Barbosa
dividió sus fuerzas en dos secciones, enviando la primera a ocupar la
estación ferroviaria y la segunda a hacer lo propio con la Plaza
Belgrano, mientras el Regimiento 2 de Artillería, reforzado por una
batería del Regimiento Motorizado “Buenos Aires” y el Batallón 2 de
Comunicaciones, iniciaba su avance por el centro.
Al
verlos venir, los efectivos apostados en el Astillero abrieron fuego,
frenando a las fuerzas que se les venían encima y conteniéndolas hasta
el medio día.
Mientras
se producían los primeros enfrentamientos, un Avro Lincoln procedente
de Morón bombardeó los polvorines de la base sin causar daños. Las
bombas cayeron en el agua y el avión se alejó, repelido por la
artillería de los patrulleros amarrados junto a la Escuela Naval.
Mientras
estos hechos tenían lugar en tierra firme, desde la isla Martín García,
las unidades de desembarco BDI Nº 6 y Nº 11, navegaban hacia la base
llevando a bordo tropas de Infantería de Marina integradas por tres
compañías de aspirantes y personal de la Escuela de Marinería con
asiento en la isla, más la Compañía Nº 2 de Infantería de Marina a las
órdenes del capitán de fragata Juan Carlos González Llanos, quien
viajaba en la segunda.
Un Avro Lincoln se aproxima a vuelo rasante (Imagen: Blog de las Fuerzas de Defensa de la República Argentina - http //fdra.blogspot.com.ar) |
Los
lanchones habían partido a las 10.50 y dos horas después se hallaban
frente a La Plata, dispuestos a ingresar en puerto. Cuatro cazas
gubernistas Gloster Meteor y cinco bombarderos Calquin, detectaron su
presencia y los atacaron, ametrallándolos primero y arrojándoles sus
bombas inmediatamente después. El BDI Nº 11, piloteado por el teniente
Federico Roussillon, recibió toda la furia del fuego.
Las
bombas de los Calquin estallaron cerca, sacudiendo las embarcaciones
con fuerza. Le siguieron a baja altura los Gloster Meteor que
acribillaron indiscriminadamente sus cubiertas, carentes de defensas
antiaéreas. Las lanchas efectuaron maniobras en zigzag y prosiguieron su
avance cuando los atacantes, tras consumir su munición, emprendieron el
regreso a Morón.
La
acción provocó dos muertos y nueve heridos, todos en la BDI Nº 11, que
apenas respondió con fuego de fusilería, nada efectivo, por cierto. Un
proyectil le había destrozado el regulador del motor, provocando su
detención y su posterior varadura dejó parcialmente bloqueado en canal2. Pese a los daños, la embarcación sería reparada y continuaría navegando durante el resto del día.
Los
lanchones atracaron junto al destacamento de Prefectura y desembarcaron
a la tropa bajo el fuego de los efectivos leales. Las compañías se
desplegaron por los pantanos en dirección a la Escuela Naval, intentando
cubrirse en los montes. La Compañía Nº 2 de Infantería de Marina, al
mando del teniente Oscar López intentó unirse a la defensa del edificio
principal del establecimiento. Los recibió el encargado de vigilancia,
teniente de navío Roberto Wulff, quien les ordenó formar para
distribuirlos inmediatamente después hacia diferentes sectores.
Los
infantes se hallaban conmocionados por los ataques aéreos y por eso se
desbandaron cuando un Gloster Meteor pasó sobre ellos, sin efectuar
disparos. Alejado el peligro, los volvieron a formar y marcharon
directamente hacia el frente.
Pasado el mediodía, el “King” y el “Murature”, se ubicaron junto al muelle, frente a la Escuela Naval, arrastrados por los remolcadores.
Desde la lengua de tierra próxima a los elevadores de granos, en la
orilla opuesta, recibieron intenso fuego, sufriendo las primeras bajas.
Un impacto alcanzó el puente del “King” provocando algunos destrozos y a
punto estuvo de alcanzar a su comandante. Los que no tuvieron la misma
suerte fueron el marinero Mateo Viña, muerto por un disparo calibre 7,65
en el pecho y el cabo primero Raúl Torres, gravemente herido en el
rostro, junto a al cañón Bofors que servía.
En
el “Murature” la metralla alcanzó de lleno al cabo Balsante, también
herido en el rostro; al suboficial artillero Victorio Rodríguez y al
marinero Luis Palena, que cayó sobre un reloj Rokord desde el puente de
señales, manchando con su sangre al comandante. Los remolcadores también
fueron alcanzados pero sin mayores consecuencias y pudieron seguir
avanzando en dirección a los muelles.
Inmediatamente
después de atracar, los patrulleros desembarcaron muertos y heridos
mientras sus comandantes se dirigían al edificio del Liceo para
presentarse ante su director, capitán de navío Carlos M. Bourel y
recibir directivas. Bourel los puso al tanto del lugar en el que se
hallaban ubicadas sus tropas y les ordenó abrir fuego sobre las
posiciones enemigas.
Los
patrulleros dispararon con tanta violencia, que al batir el área, las
fuerzas leales se vieron obligadas a evacuar el sector mientras sufrían
considerables bajas en sus filas. Mientras eso ocurría, la gente de
Büsser, cuerpo a tierra, las tiroteaba desde los astilleros.
Se
combatía intensamente en Río Santiago cuando la Base Aérea de Morón
partió un Avro Lincoln piloteado por el vicecomodoro Islas. La aeronave
llevaba al capitán Hugo Crexell como apuntador y su misión consistía en
intimidar a los rebeldes y mostrarles la capacidad destructiva de la que
disponía el gobierno.
El
aparato se aproximó volando alto sobre las destilerías de Dock Central y
una vez sobre el objetivo abrió sus compuertas y dejó caer sus bombas
iniciando inmediatamente maniobras de evasión. Las cargas se fueron
largas y cayeron en aguas del canal, sin consecuencias.
En
previsión de este tipo de ataques, los edificios principales fueron
acondicionados, cubriéndose sus aberturas con colchones y todo tipo de
elementos, a efectos de evitar las esquirlas y las astillas de los
vidrios destrozados.
Un I.Ae-24 Calquin se dispone a atacar Río Santiago |
A
las 14.30 dos Avro Lincoln y un Calquin, volvieron a atacar, pero sin
éxito. Al darse la alarma, la oficialidad, que había hecho de la
Dirección de la Escuela Naval su cuartel general, se al suelo, bajo de
mesas y escritorios, mientras las explosiones sacudían la tierra.
El
almirante Rojas, en cambio, mantuvo una actitud serena, elogiada por
sus asistentes al término del conflicto. Según cuenta Isidoro Ruiz
Moreno, mientras duró el bombardeo permaneció de pie, bromeando con sus
subalternos que lo observaban incrédulos desde el piso en especial, el
teniente Jorge Isaac Anaya y el ayudante del almirante, teniente de
navío Oscar Carlos Ataide, a cubierto ambos bajo un escritorio que había
pertenecido al general Justo José de Urquiza. Desde esa posición,
mantenía contacto telefónico con el capitán Adolfo Grandi, que comandaba
las tropas que combatían en el Astillero, siguiendo las alternativas
del combate.
Las
primeras bombas cayeron en el agua sin estallar porque debido a la baja
altura a la que volaban los aviones, sus espoletas no tuvieron tiempo
de armarse. Le siguieron nuevas incursiones, todas ellas repelidas por
fuego cruzado del “King” y el “Murature” que, a esa altura, se habían
convertido en los principales bestiones de la defensa antiaérea. Una
bomba estalló cerca del primero alcanzando su casco con las esquirlas en
tanto dos de los aparatos atacantes recibieron impactos de distinta
consideración: el Calquin uno que le atravesó de lado a lado el ala
derecha, cerca del fuselaje y el Avro Lincoln otro en la torreta
inferior. El primero se estrelló cerca del Club de Regatas de la Plata, pereciendo el piloto y su acompañante y el segundo se alejó echando humo en dirección al frigorífico “Armour”.
Mientras
tenían lugar estas acciones, una escuadrilla de seis Calquin al mando
del capitán Jorge Costa Peuser, desertó hacia las filas rebeldes. La
integraban los capitanes Valladares, Marcilese, Pérez, Abdala y Crespo,
quienes habían aterrizado ese mismo día en Morón, provenientes de El
Plumerillo, provincia de Mendoza para reforzar a la Fuerza Aérea leal.
Recibida
la orden de bombardear Río Santiago, los aviones arrojaron sus bombas
al agua y siguieron vuelo hacia Tandil, para unirse a las filas
revolucionarias. El hecho no pasó desapercibido en Morón donde, en horas
de la tarde, Crexell y sus asistentes comenzaban a preocuparse por las
defecciones, el potencial de fuego de los patrulleros y la impericia de
los pilotos gubernistas durante los ataques.
Y
no era para menos ya que un detenido análisis de la situación pudo
determinar que ninguna de sus bombas había logrado impactos, dos aviones
habían sido alcanzados al menos media docena había desertado,
incluyendo los recién llegados de El Plumerillo.
El
Comando de Represión dispuso una misión de bombardeo sobre las
posiciones rebeldes en Córdoba y en cumplimiento de esa directiva, el
jefe de la FAA, brigadier Juan Fabri, despachó los dos Avro Lincoln
piloteados por los capitanes Ricardo Rossi y Orlando Cappellini a los
que nos referimos en el capítulo 9.
Los
pilotos decolaron a las 12.30 y una vez en el aire, hicieron una pasada
rasante sobre la pista y cortaron comunicación con la torre. Una hora
después se hallaban sobre la Escuela de Aviación Militar, en la
provincia de Córdoba, solicitando autorización para aterrizar.
Dos
horas después harían lo propio otros tres aparatos comandados por el
capitán Fernando González Bosque y los primeros tenientes Manuel Turrado
Juárez y Dardo Lafalce que como se ha dicho, incrementaron
considerablemente el poder de fuego de las fuerzas revolucionarias.
Las
acciones en Río Santiago se prolongaron hasta bien entrada la noche.
Las fuerzas leales, al mando del general Ferrazzano habían hostigado la
base y sus instalaciones durante toda la jornada, disparando sus
poderosos cañones y morteros sobre los patrulleros y los principales
edificios.
A
las 17.00, la Infantería de Marina, siguiendo instrucciones directas de
Rojas, comenzó a cruzar el brazo de agua que separa el Astillero de la
Escuela. Allí se encontraba el teniente Carlos Sommariva, soportando
sobre su posición, dentro de los galpones la presión de las fuerzas de
Ferrazzano cuando llegó el capitán Grandi para transmitirle la orden de
que debía dirigirse al ferry y cruzar a la Escuela. En el momento en que
ambos oficiales hablaban una bala dio de lleno en Grandi y lo arrojó al
piso. Sommariva pensó que lo habían matado pero grande fue su sorpresa
cuando lo vio ponerse de pie y seguir hablando. El proyectil había
impactado en un botón de su chaqueta, salvándole milagrosamente la vida.
A
una indicación de Sommariva los infantes de Marina corrieron hacia el
ferry atravesando las rampas en las que se construía la fragata “Libertad”.
Lo hicieron por secciones, muy profesionalmente, primero los
conscriptos, después los suboficiales y finalmente los oficiales,
quienes permanecieron hasta último momento cubriendo la retirada
mientras el fuego se intensificándose en torno a ellos. El ferry cruzó y
depositó a los conscriptos en la orilla opuesta mientras la oficialidad
contenía al Ejército como mejor podía.
Cañones del Regimiento 7 de Infantería abren fuego sobre los patrulleros "King" y "Murature" |
Entre
los combatientes de primera línea se hallaba el teniente Menotti
Alejandro Spinelli, veterano del 16 de junio, que durante el repliegue
pasó junto al casco de la “Libertad”, cuando varios disparos enemigos
perforaban su estructura. En plena construcción, la soberbia
embarcación, orgullo de la Armada Argentina, recibía su bautismo de
fuego.
A
las 18.00, el ferry que guiaba el teniente Julio Santoianni regresó al
Astillero para recoger a la oficialidad. La embarcación se arrimó al
extenso espigón norte y la tropa comenzó a embarcar presurosamente,
cubierta por el fuego de los patrulleros.
Cuando
todo el personal estuvo a bordo la nave se alejó del muelle y regresó a
la Escuela, posibilitando que las avanzadas del Ejército al comando del
mayor Horacio Rella, cumpliendo órdenes directas del general
Ferrazzano, alcanzara los accesos al astillero. Una hora después, la
artillería se ubicaba a retaguardia, en el sector de descampados del
Ferrocarril General Roca, guiada desde los puestos de observación y
reglaje apostados en las torres de la iglesia y el Palacio Municipal de
Ensenada.
Eran
las 20.00 horas cuando los cañones comenzaron a ser acondicionados para
apoyar el asalto de las tropas que se había planificado para el día
siguiente. La Base Aérea de Morón, por su parte, dio por finalizadas las
operaciones de ese día debido a la imposibilidad de operar de noche.
Cuando
los relojes señalaban las 21.00, el capitán Crexell se encaminó hasta
un automóvil ubicado en la playa de estacionamiento de la unidad para
dirigirse al Ministerio de Marina a presentar su informe al almirante
Cornes. Lo acompañaban los vicecomodoros de Marotte y Síster, con
quienes comentaba las alternativas de la jornada cuando, repentinamente,
desde un Calquin estacionado frente a ellos, alguien abrió fuego.
Los
oficiales se arrojaron a tierra en el preciso momento en que el avión
carreteaba hacia la pista para remontar vuelo salvando providencialmente
sus vidas porque en el momento de disparar, el aparato se hallaba
apoyado sobre el patín de cola y eso hizo que la ráfaga pasara sobre sus
cabezas, sin alcanzarlos.
Las antiaéreas del
"King" y "Murature" responden
(Imagen: Blog de las Fuerzas de Defensa de la República Argentina) |
Carente
de artillería, sabía que las fuerzas del general Ferrazzano acabaría
por imponerse, reduciendo a cenizas las instalaciones navales. Era
necesario evacuar el lugar y alejar a las tropas mar adentro si lo que
se quería era evitar una masacre.
La
decisión contrarió al capitán de navío Luis M. García quien protestó
enérgicamente porque, según sus palabras, estaba allí para combatir
hasta el fin y no para retirarse. Rojas lo tranquilizó, explicándole que
la situación era insostenible y que para seguir la lucha, había que
embarcar y hostigar al enemigo desde el mar. García comprendió y Rojas
pasó a explicar el plan.
Con
la llegada de la noche, el combate cesó. Las tropas del ejército
cambiaron posiciones, evacuaron a los heridos y procedieron a recobrar
energías distribuyendo el rancho entre la tropa. Por el lado rebelde, se
impartieron las órdenes pertinentes al embarque de los efectivos
mientras en la Dirección de la Escuela, el almirante Rojas, ayudado por
los tenientes Jorge Isaac Anaya, Oscar Carlos Ataide y Jorge Osvaldo
Lauría, procedía a quemar la documentación para evitar que cayese en
manos del enemigo.
Rojas
escribió una nota al general Ferrazzano, que dejó sobre su escritorio.
La misma decía, entre otras cosas, que las instalaciones y edificios de a
Base Naval y su Escuela eran patrimonio de la Nación y por ende,
propiedad del pueblo argentino: “Abrigo
la esperanza de que en esta ocasión no se repitan los hechos
bochornosos que ocurrieron cuando fuerzas del Ejército ocuparon el 16 de
junio pasado el Ministerio de Marina, el que fue saqueado como botín de
guerra, no distinguiéndose entre bienes del Estado y bienes privados”.
Cerca
de las 20.00, cuando las fuerzas leales procedían a acondicionar la
artillería para apoyar el asalto final, el “Murature” terminaba de
embarcar a la tropa y a la tripulación de su gemelo “King”,
imposibilitado de navegar a causa de las reparaciones a las que estaba
siendo sometido al momento de estallar la revolución.
Cuando
todo estuvo listo, la nave aligeró amarras y con el personal en sus
puestos de combate enfiló hacia el Río de la Plata en silencio total de
radio, apuntando sus cañones hacia las posiciones enemigas. La
embarcación encaró hacia el canal de acceso con el propósito de escoltar
a los lanchones BDM y BDI en los que seguía embarcando el personal de
la base y con un solo motor encendido, maniobró para abandonar el puerto alejándose lentamente aguas adentro, sin ser atacado.
El
almirante Rojas fue el último en embarcar. Lo hizo en el BDI Nº 11,
acompañado por el general Uranga y su estado mayor integrado por los
capitanes Abel Fernández, Luis Miguel García, numerosos oficiales y su
asistente del crucero “9 de Julio”, el suboficial Alfredo Bavera. La
embarcación debía ser la última en zarpar pero como el BDT Nº 6 presentó
fallas técnicas, debió hacerlo antes.
A
las 21.00 horas Rojas ordenó zarpar. El guardiamarina Adolfo Arduino, a
cargo del timón, estaba tan nervioso por su presencia que tuvo cierta
dificultad en alejarse del muelle. Primero se separó un poco pero al
cabo de unos minutos, chocó contra él. Volvió a repetir la maniobra y
por segunda vez volvió a embestir contra el apostadero, lo mismo una
tercera vez hasta que el capitán Jorge J. Palma, preocupado, solicitó
hacerse cargo. Su par, el capitán Sánchez Sañudo lo contuvo recordándole
que Arduino era el comandante en esos momentos y que era él, el
encargado de efectuar la maniobra y así lo entendió aquel.
Finalmente
zarparon. La embarcación se alejó de la costa y con las luces apagadas
navegó por el canal para introducirse en la rada y ganar la inmensidad
del río, rumbo al Pontón “Recalada”. Fue en ese momento cuando extenuado
y aún tenso, Rojas bajó a los camarotes, se acostó sobre una litera y
se quedó profundamente dormido.
El
BDT 6 tardó dos horas en reparar sus desperfectos y una vez subsanados,
partió también (23.00 horas), dejando completamente vacía a a Base
Naval.
Imágenes
Patrullero ARA "King" (P.21) amarrado en puerto (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima) |
Patrullero ARA "Murature" (P-20) gana aguas abiertas en el Río de la Plata. Fue nave
insignia del almirante Rojas hasta su trasbordo al crucero "La Argentina" el 18 de septiembre de 1955 (Imagen: gentileza Fundación Histarmar. Historia y Arqueología Marítima) |
Notas
1 En 1982 el almirante Carlos Büsser
condujo las fuerzas de ocupación del archipiélago malvinense durante la Operación Rosario.
2 Jorge E. Perren, Puerto Belgrano
y la Revolución
Libertadora, p. 187.
Publicado 20th January 2013 por Alberto N. Manfredi (h)