sábado, 31 de agosto de 2019

LA SALIDA DE BUSTOS Y DEBRAY


Ciro Bustos y Regis Debray
detenidos en Camiri

El 27 de marzo, el Che dejó asentado en su diario que el combate de Ñancahuazu tenía una enorme repercusión en radios y medios de difusión, se refirió también a los bombardeos con napalm y a los dos mil hombres que los rodeaban en un radio de 120 kilómetros, estrechando el cerco a cada minuto. También dejó constancia que tras las declaraciones de los desertores y el prisionero, “Tania” había sido identificada, perdiéndose con ello dos años de buena y paciente labor. El Ejército había descubierto el jeep de la guerrilla en el garaje de Camiri y la policía allanado su domicilio en La Paz, donde halló documentación 
comprometedora y varias fotografías, entre ellas una en la que se la veía junto al presidente Barrientos y el general Ovando.
Para la joven agente, no había marcha atrás; era evidente que no podía regresar a la capital y no quedaba más remedio que retenerla en la guerrilla como una combatiente más.
La que también se hizo presente en la zona de operaciones fue la Cruz Roja (dos médicos y cinco uniformados sin armas), con el fin de retirar los cadáveres de los soldados abatidos, pero como la tregua impuesta por el Che había vencido, se tomó al personal prisionero y se lo retuvo un tiempo hasta que las condiciones estuvieron dadas como para permitirle seguir.


En horas de la tarde, llegó a la finca de Calamina un camión militar repleto de soldados, lo que no fue impedimento para que los combatientes guevaristas acompañasen al equipo sanitario hacia el lugar donde se encontraban los cuerpos.

Al ver el estado de los mismos, los médicos decidieron dejarlos allí y regresar al día siguiente con el fin de incinerarlos, sin embargo, dado el cuadro de situación, lo harían bastante tiempo después, razón por la cual, los muertos permanecerían tirados varios días más, a merced de las aves de rapiña y las inclemencias del tiempo.

El 28 de marzo fue el día en que Debray planteó por primera vez su intención de dejar la guerrilla. El Che, que de movida pescó el asunto, apuntó en su diario que el filósofo galo estaba demasiado ansioso “por ir a servir a la causa en otros escenarios”, en una palabra, comenzaba a darse cuenta que una cosa era combatir al capitalismo desde la comodidad de París, esgrimiendo como armas una máquina portátil y papel y otra, muy diferente, hacerlo en el campo de batalla, corriendo los riesgos que esta implicaba y padeciendo los rigores propios de una contienda.



El francés planteó con demasiada vehemencia lo útil que podía ser fuera.



El Che venía madurando desde hacía tiempo la idea de dejarlos salir y de ese modo, pudiesen llevar a cabo las misiones que les había encomendado, a Bustos, la de organizar la guerrilla en el norte argentino y a Debray, conseguir el aval del ambiente intelectual y la izquierda europeos.

Mientras tanto, el equipo de Moisés Guevara continuaba trabajando en el acondicionamiento de las cuevas y “Benigno”, enviado en misión de exploración a la zona de Pirirenda, aún no había regresado. Lo haría a media mañana siguiente, procedente de Tiraboy, donde según informó, no encontró nada salvo huellas de campesinos.

Luego de una semana de exploración, el Che creyó que las condiciones estaban dadas para efectuar un cambio de posición y sacar de la zona a Bustos y Debray.

La madrugada del 2 de abril, después de dedicar todo un día a esconder el arsenal capturado, la columna invasora se puso en marcha hacia Muyupampa, precedida por su vanguardia, que había salido una hora antes.

Para entonces, había varios enfermos entre los combatientes, dos de ellos “Alejandro” y “Tania”, quienes se encontraban aquejados por altas fiebres; aún así, continuaron marchando como el que más, casi sin emitir sonido y de ese modo, llegaron a un caserío, Ñancahuazu arriba, donde se detuvieron a recuperar fuerzas y alimentarse. Compraron cerdo, maíz, pollo y papas y luego de una reparadora ración en caliente, siguieron adelante, dejando a los enfermos en las inmediaciones, al cuidado de dos compañeros sanos.

El 17 de abril, el Che cometió el peor error de toda la campaña, dividió su columna en dos, con el objeto de dejar a los enfermos en una y posibilitar a la otra mayor celeridad en los desplazamientos. Se desprendía de un tercio de su destacamento, ignorando que esa medida, a la larga, resultaría fatal.

El escogido para comandar la nueva sección fue “Joaquín” (Juan Vitalio Acuña Núñez), el más veterano de la fuerza, hombre de vasta experiencia guerrillera, surgido del campesinado, integrante del primer comité del Partido Comunista Cubano y veterano de Sierra Maestra, donde había sido jefe de la retaguardia del Che y comandante de la Columna 4.

Las instrucciones que le dejó el Che eran precisas: debía efectuar un recorrido por los alrededores y mantenerse en la zona, sin entablar combate, aguardando su regreso. Quedaría a cargo de los enfermos (“Tania”, “Alejandro”, Moisés Guevara aquejado de cólicos) y la tan menospreciada resaca, integrada por los cuatro efectivos que había traído el líder minero, una forma elegante de desprenderse de ellos, que para nada servían.

En un intento por justificar a su compatriota y dejar a Francia bien parada, Pierre Kalfon dice en su libro que Ciro Bustos era quien más acuciaba por abandonar la guerrilla. Eso no es así. Hemos visto lo que el Che apuntó de puño y letra en su diario con respecto al francés, el 28 de marzo, lo mismo el día anterior, cuando anotó: “La salida de la gente es muy difícil ahora (se refería al revuelo producido después del primer combate); me dio la impresión de que no le hizo ninguna gracia a Dantón cuando se lo dije. Veremos en el futuro”.

La columna se desplazó durante toda la noche y la mañana del 19 de abril llegó a Matagal, un caserío algo mayor que el anterior, sobre el cruce de dos caminos, al que hallaron semi abandonado. Varias personas habían huido ante su presencia y solo quedaban algunos ancianos y enfermos junto a los pocos animales que criaban.

El Che apostó dos puestos de vigilancia, uno en cada extremo del caserío y se dispuso a recorrer sus calles mientras su gente se ponía a cocinar.

Cerca del mediodía, sus hombres apresaron a un extraño que por su apariencia y forma de moverse, despertó serias dudas en el comandante guerrillero.

El sujeto lucía un traje gris de verano, camisa blanca, corbata azul, mocasines de cuero marrón y un bolso colgando del hombro, con su cámara fotográfica dentro. Llegó al lugar montado a caballo, guiado por tres niños indígenas a los que había contratado en Lagunillas, luego de romper el cerco impuesto por el Ejército.

Se trataba de George Andrew Roth, uno de los personajes más enigmáticos de toda esta historia, un inglés, con pasaporte chileno, que decía ser periodista y venía a entrevistar al legendario líder revolucionario, así como Herbert Matthews lo había hecho con Fidel Castro en Sierra Maestra. Era el “presente griego” al que se refiere el Che el 19 de abril.



 A las 13.00 la posta nos trajo un presente griego: un periodista inglés de apellido Roth que venía, traído por unos niños de Lagunilla, tras nuestras huellas. Los documentos estaban en regla pero había cosas sospechosas: el pasaporte estaba tachado en la profesión de estudiante y cambiado por la de periodista (en realidad dice ser fotógrafo); tiene vista de Puerto Rico y luego confesó haber sido profesor de español para los alumnos de ese cuerpo; ante las preguntas sobre una tarjeta del organizador en Bs. As. Contó que había estado en el campamento y le habían mostrado un diario de Braulio donde contaba sus experiencias y viajes. Es la misma historia de siempre. La indisciplina y la irresponsabilidad dirigiendo todo1.



Al Che no le dio buena espina aquella presencia y mucho menos cuando explicó los motivos de su viaje. Si a ello sumamos el hecho de que al menos tres campesinos del lugar habían acudido a las autoridades para delatarlos y cobrar las recompensas, comprenderemos que su preocupación era apremiante y su estado de ánimo dubitativo.

A Debray, Roth le pareció sincero y a Bustos un loco lindo, arriesgado y entusiasta, que lo único que deseaba era dar un golpe periodístico que elevara su cotización en la prensa2.

El tiempo le daría la razón al comandante. El inglés era un agente de la CIA, enviado a la región para cumplir una misión especial: esparcir una substancia química a lo largo del camino y sobre todo, cerca los guerrilleros, para que se adhiriese a su indumentaria y pudiese ser detectada por los perros rastreadores. Así lo han demostrado los historiadores cubanos Adys Cupull y Froilán González, explicando que fue el primer paso de lo que se luego se dio en llamar la Huella Técnica, un método de inteligencia que comprometía también a la división canina de pastores alemanes especialmente entrenados para seguir el rastro3.

En realidad Roth respondía a ese nombre pero su verdadera identidad jamás fue descubierta, ni su procedencia, ni su verdadera función dentro de la Central. Había viajado desde Santiago de Chile, previo paso por Buenos Aires, donde se entrevistó con Moisés García, corresponsal del “Time Live” para América del Sur y personal de la embajada norteamericana, así como con el agregado de Prensa de la legación británica.

Llegó a La Paz el 10 de abril y tras varias reuniones con autoridades y agentes de la Central de Inteligencia en la capital boliviana, pasó a Santa Cruz de la Sierra para seguir hasta Camiri, donde pasó la noche en el Hotel “Londres”. Desde allí siguió hasta Lagunillas y una vez alcanzado ese destino, alquiló el caballo y contrató a los tres niños para que le hicieran de guía. Lo acompañaron hasta la pequeña localidad dos camarógrafos argentinos, Hermes Muñoz y Hugo López, de CBS de Nueva York, quienes debieron permanecer en el lugar por no contar con la autorización y los medios necesarios para circular por la región4.

El Che tenía urgencia por deshacerse de ese individuo y desprender de una vez a Bustos y Debray.

Al parecer, se reunió con su compatriota a solas y le habló de un plan que acababa de presentarle el francés, para utilizar al recién llegado en su condición de periodista. Ellos lo acompañarían y para evadir a la ley, se harían pasar como parte de un equipo de prensa. Le comentó luego que sospechaba del inglés y cuando le confió que deseaba deshacerse de él cuanto antes, Bustos presentó sus reparos.



-¿Y dónde está la gracia de ponerse en manos de un agente enemigo? –sin embargo, enseguida agregó- Pero, Ramón, yo hago lo que usted me ordene5.



Había que esperar; Debray iba a hablar con el inglés y luego se decidiría al respecto.

Como se ha dicho, a “Dantón” el “periodista” le pareció sincero y después de su conversación, volvió a plantear -urgido como estaba-, la conveniencia de salir con él. “Carlos aceptó de mala gana”, apuntaría el comandante en su diario.

Decidida la partida, el grueso de la columna se despidió de la vanguardia, incluidos los cuatro elementos de la “resaca” y pasado el mediodía, se puso en marcha hacia Muyupampa

Muyupampa


Acamparon al caer el sol y racionaron en caliente. La noche, como las anteriores, se presentó fría y seca, algo que Bustos, Debray y Roth padecían de manera especial, por no contar con la indumentaria adecuada.

El Che se apiadó de su compatriota y al verlo temblar, le extendió su pesado gamulán checoslovaco, el mismo que luce en la fotografía junto al jeep, en compañía de “Tuma”, cuando viajaban hacia el teatro de operaciones.

Había llegado la hora de separarse, de desprenderse de la columna, de la que el “Pelado” había sido parte durante casi dos meses, incluso como combatiente.



-Toma el mando y vete por las lomas –le dijo el Che-. Trata de evitar las poblaciones y camina de noche. Móntate una guerrillita en retirada. Si logras salir de la zona militar, aléjate para el lado que sea. Si caen presos, lo fundamental es ocultar la presencia de cubanos aquí; por ahora, también la mía.



El Che se detuvo unos instantes, acariciándose la barbilla con los dedos y después de meditar unos segundos, sentenció:



-Pero, bueno, si tú ves que lo saben, dispáralo de una vez por todas y trata de hacer mucho ruido. Así volveré a ser yo mismo y a usar de nuevo mi biona.



Bustos agrega que el comandante quiso darle también una pistola pero después lo pensó mejor y no lo hizo porque si los detenían, eso empeoraría las cosas para ellos.

Se estrecharon en un abrazo y se despidieron, deseándose suerte. El “Pelado” se dirigió a “Papi” y después de hacer lo propio con él, estrechó contra su pecho, uno a uno a “Tuma”, “Pombo”, el “Chino” y “Urbano”, quienes habían estado observando la escena en silencio6. Echaron a andar por los caminos, escoltados por un destacamento seleccionado especialmente por el Che, para guiarlos hasta la vanguardia y brindarles protección.
Un par de horas después, dieron con la gente de “Miguel”, en el camino de Muyupampa, que hacía escasos minutos acababa de tomar prisionero a un grupo de pobladores que patrullaban los accesos.
A los guerrilleros les resultó en extremo fácil desarmarlos y sacarles información. El ejército ocupaba el pueblo y sus habitantes querían evitar un enfrentamiento, de ahí la celeridad del jefe guerrillero al establecer una emboscada en el sendero para neutralizar la salida de las tropas, enviar al “Ñato” a informar al Che y poner a los prisioneros a disposición de “Inti”.
El “Ñato” fue y volvió con la orden del comandante, de cancelar la operación, pero tanto Debray como sus compañeros decidieron continuar pues de acuerdo a su parecer, el paso del tiempo solo empeoraría la situación y de ese modo, la maniobra de salida se tornaría impracticable. Y en eso llevaban razón pues el cerco del Ejército se estrechaba cada vez más y los bombardeos de la aviación tendían a intensificarse.
Aquella noche de luna llena, en la que era posible ver varios metros a la distancia, el argentino, el francés y el inglés se desprendieron del grupo guerrillero en dirección al sendero y enfilaron directamente al pueblo, distante dos o tres kilómetro adelante.
A mitad de camino decidieron internarse en el bosque, para evitar ser vistos. Bustos pretendía poner en práctica las instrucciones del Che, en cuanto a moverse como una pequeña columna guerrillera, pero Roth se negó, arguyendo que por tener salvoconducto, no era necesario esconderse de nadie.
Se produjo entonces, una breve discusión que fue zanjada con la intervención de Debray. Insistía el británico que por tener sus papeles en regla, “blanqueaban” todos su situación, cosa que el francés, en su desesperación por salir del lugar, apoyó con bastante insistencia.
Retomaron la marcha y continuaron, sin mayores incidencias, hasta que la luna se ocultó y todo se volvió penumbra; una penumbra profunda y agobiante en la que nada se distinguía.
Una vez más el frío fue un tormento para los viajeros, tanto, que Roth comenzó a temblar y al hacerlo, le castañeaban los dientes. Bustos le dio un trozo de madera para que lo mordiera y Debray le pasó un pullover que le sobraba, aliviando en parte, su situación.
Debido a la obscuridad imperante, los viajeros hicieron un alto y se dispusieron a pasar la noche, en espera de las primeras luces. Se sentaron sobre la hierba, entre ramas, hojas y rocas, agotados por la larga caminata y ahí se encontraban, ateridos por la helada, rodeados por la espesura, cuando al cabo de un tiempo, creyeron distinguir unas voces. Primero sonaban tenues y distantes pero a medida que pasaban los minutos, se fueron tornando claras y airosas.
Un grupo de hombres avanzaba por el camino, iluminando sus pasos con linternas. Eran los integrantes de la patrulla de vecinos que el grupo de “Miguel” había tomado prisionero; los habían liberado antes de tiempo y ahora regresaban a sus hogares, hablando animadamente, apurados, seguramente, por dar parte a las autoridades.
Ni Debray, ni Bustos entendían porqué el jefe de la vanguardia había quebrado las normas, dejando ir a esa gente casi detrás de ellos, pero apenas pudieron seguir cavilando porque, de manera repentina, Roth se incorporó y sin darles tiempo a nada, se largó barranca abajo, en dirección al camino.

… en un súbito arranque, el inglés se desprende del apretado grupo y se deja caer por la pendiente, antes de que nosotros pudiéramos ponerle la mano encima, chocando contra el ramaje y los troncos de los árboles, haciendo un batifondo de órdago, como si un alud arrastrara el cerro, para ir a caer en el camino, justo al paso de los liberados parlanchines, que enmudecen de pánico y se encomiendan a Dios resignados, mientras él se pone de pie, sacudiéndose la ropa, y se larga a decir a grandes voces que nosotros oíamos perfectamente desde arriba, aferrados a los árboles: “¡Buenas noches, señores! ¿Me podrían decir, por favor, a cuantos kilómetros está el pueblo y si podré encontrar allí un taxi?7

El grupo se detuvo en seco, paralizado por el terror, temeroso de encontrarse de nuevo ante los guerrilleros.

-¡Buenas noches tenga usted, señor! –dijo el primero -¡Ahisito nomás, pues, que ni a una legua está!

-¡No señor, taxi no, ¡qué ha de haber! Mañana ha de haber, señor! – agregó otro8.

Y casi a los apurones retomaron la marcha y se alejaron lo más rápido posible en dirección al pueblo.
Debray y Bustos descendieron la pendiente e increparon al inglés por su modo de proceder, pero obviando la perorata, el hombre insistió en seguir adelante, cosa que el argentino cuestionó porque, de acuerdo a lo que el Che le había aconsejado, debían moverse con un poco más de cautela. Intentó exponer su parecer pero Debray lo interrumpió, manifestando su acuerdo con Roth y sin más que agregar, echaron a andar ambos, sin dar mayores explicaciones. Al “Pelado” no le quedó más remedio que seguirlos, aún en desacuerdo con aquel proceder.
Alcanzaron el pueblo, cuando las primeras luces comenzaban a asomar.
El marco geográfico mostraba a las claras que estaban llegando a destino: espacios abiertos, terrenos deforestados, corrales, edificaciones cada vez más frecuentes, hasta que el camino se transformó en la calle de acceso a Muyupampa, una avenida ancha y corta, flanqueada por casas de adobe y una sola planta, de estilo colonial, “…con pequeñas ventanas cerradas con persianas o contraventanas de madera, con un escalón de piedra en la puerta y una estrecha vereda de lajas a lo largo”9.
Los viajeros entraron por el sur, moviéndose cautelosamente en la penumbra, hasta una edificación que cerraba la cuadra, doscientos metros más adelante. En sentido opuesto, avanzaba decididamente un pelotón militar que al notar su presencia, detuvo su marcha y se abrió en dos columnas, tomando una por la derecha y otra por la izquierda. Son efectivos al del capitán Pacheco, recientemente llegados al lugar.
Bustos y sus compañeros intuyeron problemas pero aún así, siguieron como sin nada, tratando de no hacer ningún movimiento que pudiese poner nerviosos a los militares.
Los soldados continuaron su avance, bien pegados a las paredes y cuando los hubieron rebasado, se cerraron en círculo en torno a los forasteros y les ordenaron detenerse.

-¡¡Alto!! – rugió el oficial a cargo –¡Están arrestados!

Se pararon los tres en seco, en medio de la calle, imaginando las posibles reacciones que aquella tropa podía tener. Roth intentó dialogar con el uniformado a cargo pero éste lo hizo callar y les ordenó vaciar sus bolsos sobre la calle.

-¡Ahora los documentos! ¡Colóquenlos junto al resto de las pertenencias!

Los detenidos se apresuraron a acatar la directiva y cuando acabaron de dejar sus papeles en el piso, les mandaron retirarse un par de metros y quitarse la ropa.
Obedecieron, como era de esperar en un caso como ese, pero el pudor los hizo mantener las medias y los calzoncillos.

-¡¡Toda la ropa!! – volvió a aullar su captor - ¡Las medias también!

De esa manera, quedaron los tres como Dios los trajo al mundo, parados, en medio de la calle, frente a un pelotón de soldados muy poco amistosos y a la vista de cualquier transeúnte que atinase a pasar por el lugar.
Los soldados revisaron todo minuciosamente, las cámaras, la documentación, el contenido de los bolsos y cuando hubieron terminado, les permitieron vestirse otra vez, para llevarlos hasta la alcaldía, donde el Ejército había montado su puesto de mando.

Después, rodeados de soldados, terminamos de caminar la corta calle para ser conducidos a la alcaldía, en donde la partida militar se había acantonado. Era un edificio antiguo, con galería al frente, a pocos pasos de la esquina, ante una pequeña plazoleta10.

Pese a la hora, el alcalde (sub-prefecto Justico Curcuyá González) se hizo presente, acompañado por otros funcionarios y tras inspeccionar la documentación de los forasteros, procedió a  interrogarlos, destacando por sobre todo sus buenos modales. Según el relato de Bustos, montó un tribunal de emergencia integrado también por el oficial a cargo y comenzó a indagar.
Roth fue el primero en hablar, explicando cómo había obtenido el salvoconducto y los papeles que le permitieron llegar hasta allí; el francés solicitó un teléfono para comunicarse con su embajada y cuando se le dijo que no había ninguno, se limitó a esperar, en tanto Bustos permaneció callado todo el tiempo que pudo pues no quería que su acento lo delatase. Ser un extraño, completamente desconocido, capturado en circunstancias confusas y para más, compatriota del jefe invasor, no era algo oportuno en esos momentos.
Afuera, en la calle, se había congregado una pequeña multitud, urgida por averiguar lo que estaba ocurriendo.
Debray, Bustos y Roth llegaron a Muyupampa en horas de la madrugada

Cuando el alcalde finalizó su labor, mandó llamar a dos o tres mujeres entre el gentío y les pidió que preparasen un desayuno para aquellos hombres, porque hasta después de las nueve no encontrarían un medio para salir de la población. Además, había que esperar instrucciones de la IV División, que acababa de ser informada de lo acontecido.
Las mujeres fueron y volvieron con carne salteada con cebolla, huevos fritos, pan recién horneado y café, un banquete que a aquellos tres náufragos en medio de la nada, les pareció el manjar de los dioses.
Estaban terminando ya cuando, entre los curiosos que se habían congregado frente a la alcaldía, aparecieron los integrantes de la patrulla civil que la noche anterior, habían sido detenida y desarmada por los hombres de “Miguel”.  La indignación se apoderó de ellos al ver como los trataban, de ahí sus gritos e intentos de ingresar a la dependencia por la fuerza.

-¡Estos cojudos son de la guerrilla! –gritó uno ni bien los reconoció.

-¡Son de la guerrilla! – repitió otro mientras los soldados intentaban contenerlos.

Fue necesario mucho esfuerzo para evitar que la gente irrumpiese en el edificio.
Ante semejantes acusaciones, el oficial a cargo ordenó a sus hombres detener a los extranjeros y llevarlos hasta el patio interior, para retenerlos allí, en calidad de incomunicados.
Bustos describe al lugar como un cuadrilátero empedrado, rodeado por una galería sostenida por columnas de metal, donde los pusieron bajo custodia.
Les mandaron pararse frente a una columna y permanecer allí, quietos, bajo la atenta mirada de un soldado cada uno.
Bustos y Debray deben haber pensado muchas cosas en ese momento; sabían que corrían peligro y que estaban a merced de sus captores. Solo un hecho fortuito podía salvarlos de la muerte y el mismo se produjo pocos minutos después, cuando menos se lo esperaban.
Notas
1 Ernesto “Che” Ghuevara, El Diario del Che en Bolivia, op. Cit., 19 de abril de 1967.
2 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 353.
3 Adys Cupull y Froilán González, La Cía contra el Che, Editora Política, La Habana,1993, pp. 13-14.
4 Ídem.
5 Ciro Roberto Bustos, op. Cit., p. 354.

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