jueves, 4 de julio de 2019

APARECE LA TRIPLE A

Perón desata el terrorismo de Estado

Córdoba. La imagen capta a un escuadrón de la Triple A a punto de entrar en acción


El 21 de noviembre de 1973, el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen llegó al garaje de Marcelo T. de Alvear 1272 con la intención de retirar su automóvil.
Camino al ascensor saludó a Bruno de Vita, el encargado del estacionamiento y una vez dentro oprimió el botón que lo condujo hasta el primer piso.
Solari Yrigoyen, descendiente de figuras ilustres de la historia nacional1, se detuvo junto a su modesto Renault 6 patente U-13352, estacionado en la cochera 621, extrajo las llaves de su bolsillo y abrió la puerta. Sentado frente al volante, se desabrochó el saco, acomodó su portafolio en el asiento contiguo, miró su reloj –eran las 12:50- y procedió a encender el motor.
Bruno de Vita se encontraba en la planta baja, supervisando la labor de los diez empleados a su cargo cuando una terrible explosión sacudió el edificio hasta los cimientos. Seguido por varios empleados corrió rampa arriba y se introdujo en la nube de humo que cubría el nivel superior2.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando vio el Renault completamente destrozado, con la parte delantera en llamas y varios autos dañados a su alrededor. Sin embargo, lo único que le interesaba era el estado del senador.
Solari Yrigoyen yacía inmóvil en el interior. Presentaba grave quemaduras y tenía las piernas prácticamente destrozadas.
 
Lo primero que De Vita hizo fue apagar el motor, que se hallaba todavía encendido, muy acelerado y luego abrió la puerta para sacar al legislador.
Con la ayuda de uno de los empleados, lo condujo rampa abajo y después de cruzar el garaje, salió a la calle solicitando auxilio. La gente que pasaba por el lugar quedó espantada al ver el estado en el que se encontraba Solari. Sangraba por muchas heridas, tenía quemaduras y su traje estaba hecho girones.

Una persona que se acercó a ayudar detuvo un taxi y partió con el herido hacia el Instituto del Diagnóstico, situado a poca distancia.
-No entiendo como las personas que atentaron contra el senador pudieron pasar desapercibidas por el control –le explicó De Vita a la prensa-. Lo único que cabe suponer es que alquilaron una cochera y estacionaron el coche en cualquiera de los cinco subsuelos para llegar, luego en ascensor, al lugar del atentado. La operación debe haber sido muy bien estudiada porque siempre hay gente distribuida en todos los pisos del edificio y debe haber sido muy rápida para no despertar las sospechas del control. Por otra parte, el senador entraba y salía constantemente de la playa y es muy difícil saber si había salido más temprano. Eso sí, en el momento de la explosión, el senador se aprestaba a salir y por las heridas que presentaba debe haber penetrado en el auto y al poner la llave de encendido y arrancar se produjo la explosión.

A pocos de la explosión, se hicieron presentes varios patrulleros de la Federal, cuyos efectivos establecieron un cordón de seguridad para alejar a periodistas y curiosos3. Junto con ellos llegaron agentes del 2º Cuerpo de Vigilancia y un camión de la Brigada de Explosivos con el personal que debía inspeccionar del edificio y examinar del automóvil. 
Mientras tanto, en el Instituto del Diagnóstico, Solari Yrigoyen era sometido a una compleja intervención quirúrgica. La misma estuvo a cargo de un equipo encabezado por el Dr. Di Napoli y finalizó a las 17:45, cuando el facultativo brindó el primer parte médico. Se lo dio primero al ex presidente Arturo Umberto Illia, que fue uno de los primeros en hasta el lugar y luego habló con el periodismo.
Al parecer, había encontrado complicaciones en ambas piernas, sobre todo la izquierda aunque las mismas eran recuperables, quemaduras de consideración y varias fracturas, un cuadro delicado que hacía factible una segunda operación.
Para entonces habían llegado hasta el Instituto los senadores Fernando De la Rúa, Carlos H. Perette4, Amadeo Ricardo Frúgoli del conservadorismo mendocino y Alberto M. Fonrouge, conservador popular.
Pasadas las 8 p.m., cuando aún no había anochecido, hicieron su arribo Ricardo Balbín, Raúl Lastiri, José Antonio Allende (presidente del Senado) y el ex canciller Miguel Ángel Zavala Ortiz. A las 20:30, la seguridad del sanatorio debió ser reforzada.

El garaje de Marcelo T. de Alvear 1272 donde ocurrió el atentado

(Imagen: "La Prensa")

Como era de esperar, la primera en pronunciarse para repudiar el hecho fue la mesa directiva del Comité Nacional de la UCR. Los bloques de diputados y senadores también lo hicieron, así como políticos, legisladores, jueces, la CGT y diversas entidades, entre ellas la Asociación de Viajantes de Industria y Comercio.
El legislador fue intervenido en otras tres oportunidades antes de permitírsele regresar a su hogar5.
¿Qué había ocurrido? ¿Quién cometió el atentado? De momento nadie lo sabía aunque se tenían indicios.
A mediados de noviembre, Perón envió al Congreso la ley de Asociaciones Profesionales que le otorgaba poderes ilimitados al sindicalismo.
En la sesión del 19 de noviembre, Solari Yrigoyen, vicepresidente del bloque radical, criticó duramente la ordenanza acusándola de totalitaria, autoritaria y burocrática.
A través de ella, el Estado se arrogaba el derecho de supervisar en su totalidad la actividad sindical, limitaba las huelgas, imponía la conciliación obligatoria, permitía controlar tanto las retribuciones como los gastos de la organización y se atribuía la primacía de otorgar y/o retirar personerías gremiales a los sindicatos.
Era un mecanismo perverso que terminaba con la autonomía de los gremios, los subyugaba y convertía en fuerzas de choque del régimen.
La alocución de Solari Yrigoyen enfureció a Perón y lo llevó a adoptar medidas extremas. 
La mañana siguiente al debate –martes 20-, el senador entró en su estudio jurídico, sito en Lavalle 1438 y le preguntó a su secretaria si había algo para él.
Esta tomó un sobre del escritorio y se lo extendió.

-Solo llegó esto – le dijo.

Solari vio que estaba dirigido a su persona y que el remitente indicaba la sede del Comité Nacional de la UCR, Tucumán 1660 y lo abrió.
Para su desconcierto vio que en su interior solo había un papel en blanco con una sigla en grandes caracteres: A.A.A.
Extrañado, le pidió a su secretaria que llamase a la Casa Radical para averiguar pero la persona que atendió no pudo evacuar sus dudas. Nadie le había enviado nada desde allí y mucho menos ese mensaje.
Dos días después, ocurrió el atentado.
Tanto Solari como el bloque opositor sabían que Lorenzo Miguel había estado presente en el conclave pero ignoraban que a poco de abandonar el Congreso manifestó que desde ese momento, el legislador radical era el enemigo público número uno de la clase trabajadora. 
Al tiempo que llegaban expresiones de repudio desde todos los sectores políticos e intelectuales, Isabel Perón visitó el Instituto del Diagnóstico para interiorizarse sobre el estado del paciente.

-¿Pero que pretenden hacer de este país –le preguntó ni bien entró en la habitación- ¿Una Cuba, un nuevo Chile?

Era una manera un tanto ingenua de desviar la atención del verdadero responsable. También Lorenzo Miguel tuvo la osadía de visitar el nosocomio, oportunidad en la que le dijo a la esposa del senador:

-Yo no tuve nada que ver6.

El mismo día en que Hipólito Solari Yrigoyen era intervenido por quinta vez (7 de enero de 1974), desconocidos vestidos de civil arrojaron bombas incendiarias contra la imprenta en la que se imprimía el diario “Mayoría” y los Talleres Gráficos Cogtal, que hacía lo propio con “El Mundo”7.
La gente se preguntaba sobre lo sucedido cuando el 29 de enero, un comunicado firmado por una ignota Alianza Antiimperialista Argentina (AAA) dio a conocer una lista de personas a ser ejecutadas en el lugar donde se las encontrase. Conformaban la misma: Omero Cristalo (alias J. Posadas); Hugo Bressano (alias Nahuel Moreno, dirigente del PST, Partido Socialista de los Trabajadores); los abogados Silvio Frondizi, Mario Hernández y Gustavo Roca; Mario Roberto Santucho (cabecilla del ERP y dirigente del PRT, Partido Revolucionario de los Trabajadores); los sindicalistas Armando Jaime, Raimundo Ongaro, René Salamanca y Agustín Tosco; Rodolfo Puiggrós; el abogado Manuel Gaggero (director interino del diario “El Mundo”); Ernesto Giudice, miembro renunciante del Partido Comunista; Roberto Quieto, Julio Troxler, ex-subjefe de policía de la provincia de Buenos Aires y militante del Peronismo de Base; los coroneles Luis César Perlinger y Juan Jaime Cesio; el obispo de La Rioja, monseñor Luis Angelelli; el senador nacional Luis Carnevale; Francisco “Paco” Urondo, artistas, intelectuales y periodistas, entre ellos Julio Cortázar, Rogelio García Lupo, Tomás Eloy Martínez, Jacobo Timerman, Magdalena Ruiz Giñazú, Norman Briski, María Elena Walsh, Norma Aleandro, Horacio Guarany, Héctor Alterio, Luis Brandoni, Pepe Soriano, Mercedes Sosa, Leonardo Favio, Miguel Ángel Estrella, Jaime Dávalos, el total del grupo folklórico Los Trovadores, Osvaldo Pugliese (reconocido comunista), Alberto de Mendoza, Marilina Ros, los hermanos Gerardo y Hugo Sofovich, Nacha Guevara, Bernardo Neustadt, Jorge Cafrune y varios más, a quienes acusaban de subversivos, marxistas e inmorales. Incluso el periodista conservador Carlos Burone y el legendario Martín Karadajián, cabeza del popular programa de lucha libre "Titanes en el Ring", se hallaban señalados como opositores (aun cuando el último era un confeso peronista) y si bien no estaban condenados a muerte, padecieron todo tipo de apremios, boicots e impedimentos para desarrollar su trabajo8.  
En un principio la opinión pública quedó desconcertada porque la denominación “Antiimperialista” remitía a una organización de extrema izquierda, como las que venían operando desde 1970, pero la banda corrigió ese defecto y en los días siguientes comenzó a llamar las cosas por su nombre: Alianza Anticomunista Argentina, una organización de extrema derecha clandestina, que pasaría a la historia por su ferocidad y sus siglas: AAA, las Tres A o simplemente Triple A.
¿Quiénes eran? ¿Se trataba de gente que combatía por un ideal o eran mercenarios? ¿Operaban de motu proprio o tenían a alguien detrás? En muy poco tiempo sería develado.



El primer escollo con el que un investigador se topa al indagar en estos temas es la deshonestidad de los historiadores argentinos. Grandes falsarios carentes de objetividad, a todos los mueven las pasiones y los intereses cuando no el odio y la rivalidad. Su característica principal es una necedad patológica, el temor de llamar las cosas por su nombre, su tendencia a influenciar sobre el lector y su compulsiva negación de todo aquello que les es contrario, no les gusta o no les conviene.

Son particularidades propias de todo “intelectual” y “ensayista” latinoamericano, pero en la Argentina esas características parecen potenciarse.

En nuestro país no existe el historiador objetivo; al que no lo mueve el tinte político, lo impulsa el rechazo al que piensa diferente, el ardor patriotero, la justificación personal o una estupidez extrema.

Vaya como ejemplo León Rebollo Paz, autor de un libro sobre la guerra del Paraguay donde afirma cosas tan falsas como que los argentinos no querían el enfrentamiento, que prácticamente fueron empujados por Brasil e Inglaterra (la infaltable Inglaterra, a la que no pueden dejar de mencionar y endilgarle todos nuestros males), que fue la nación guaraní la que inició la contienda y que de ella nada obtuvimos salvo la muerte de miles de compatriotas, pérdidas y terribles deudas. Incluso hay quienes siguen sosteniendo, sin que se les caiga la cara, que solo las tropas brasileras participaron en el saqueo de Asunción en tanto las argentinas se mantuvieron fuera de la ciudad, ajenas a la ignominia.

Para información del lector, las mismas tomaron parte activa del asalto; incluso el botín capturado fue exhibido en el puerto de Buenos Aires antes de ser rematado por firmas nacionales9.

Esta sarta de mentiras, extraídas de una sola fuente, el archivo del Museo Mitre, son apenas un ejemplo de cómo se ha hecho historia en nuestro medio. Ahí están también Felipe Pigna y Osvaldo Bayer, con su tedioso sesgo político y Horacio Verbitsky con su parcialismo, sus intereses personales y su malicia.

El caso de las Tres A, como el de la guerra de la Triple Alianza, es uno de los más significativos.

Autores de todas las tendencias, han intentado desviar la atención del problema endilgándole a López Rega y sus laderos toda la responsabilidad.

Desde Horacio Salvador Paino, hasta el oficial de la policía retirado, Rodolfo Peregrino Fernández, pasando por periodistas, historiadores, analistas y politólogos, todos apuntaron en esa dirección, desligando al líder justicialista de de la culpa. Quienes se han atrevido a mencionarlo, lo han hecho con tibieza y cobardía endilgándole cierto conocimiento de los hechos y alguna participación menor, muy de costado. Dos de los casos más elocuentes son Ignacio González Janzen en su obra La Triple A, y Marcelo Laraquy en López Rega. El peronismo y la Triple A.

Para sorpresa de quien esto escribe, han sido los investigadores de izquierda, sin ligazón con el movimiento justicialista, quienes se han atrevido a llamar las cosas por su nombre. 

Sergio Bufano, Laura Teixidó, Andrea Robles, Juan L. Besoky, Alejandro Guerrero, Román Frondizi, son algunos.

Absurdos como el de Carlos Kunkel intentando desligar al líder justicialista con argumentos elementales, han sido refutados con fundamento.

“Perón ni remotamente tuvo que ver con la Triple A. La señora de Perón, no creo. Ese tipo de estructuras empezaron a operar después de la muerte de Perón”10.

La mentira es una de las principales herramientas de los políticos pero cuando la misma es tan burda y evidente, deja de serlo para convertirse en complicidad. Es como decir que Himmler creó las SS sin conocimiento de Hitler o que el Gran Consejo Fascista hizo lo propio con los Camisas Negras sin que Mussolini se enterara.

¿Acaso ignora este señor que la Triple A atentó contra Hipólito Solari Yirigoyen en noviembre de 1973; que en abril de 1974 asesinó a Liliana Ivanoff, que el 11 de mayo acribilló en Mataderos al sacerdote Carlos Mugica, que el 28 de ese mes fusiló en Pilar a Oscar Dalmacio Mesa, Antonio Moses y Carlos Domingo Zila, militantes del PST secuestrados en Pacheco; que el 2 de junio fue ejecutado Rubén Poggini, del PC, mientras pegaba carteles en la vía pública; que cuatro días después se hizo lo propio con la militante estudiantil Gloria Moroni?¿Puede ignorar lo que le ocurrió a Ana Guzzetti, la periodista del diario “El Mundo” después de interpelar personalmente a Perón durante una conferencia de prensa? Lo sabe; lo sabe muy bien pero se hace el burro, por no decir otra cosa.

La Triple A fue creada y organizada por instrucciones directas de Perón. No deben esperarse citas, ni fuentes, ni documentos oficiales que confirmen esta afirmación pues las gestiones se hicieron de palabra y a puertas cerradas, pero el hecho es que la orden partió de él.

Negar esta verdad es como decir que la represión luego del golpe de Estado de 1976 no existió.

Ya en sus primeros gobiernos el líder justicialista había eliminado a muchos de sus opositores y a gente que le estorbaba, el primero de ellos, Juan Duarte, a poco del fallecimiento de Evita. El Dr. Juan Ingalinella, militante comunista de Rosario fue otro, lo mismo los presos políticos que perdieron la vida en el penal de Av. Las Heras a causa de las torturas, las personas ejecutadas en Florida, al norte del Gran Buenos Aires, la masacre de los pilagás, en Formosa y muchas más.

Dos décadas después, la Argentina se hallaba sumida en la violencia, el terrorismo y la anarquía. Perón estaba decidido a ponerle fin y para ello recurrió a los mismos métodos que utilizaban las bandas subversivas.

Necesitaba la persona indicada para poner en marcha la operación y una vez más López Rega resultó el hombre ideal. Leal, obsecuente, rencoroso, mediocre y extremadamente ambicioso, sus escasas luces y el rechazo que la gente sentía por su persona, hacían de él una figura clave.

Solari Yrigoyen convalece en el Instituto del Diagnóstico. A su lado Ricardo Balbín

Quienes argumentan que no existen pruebas documentales de que Perón estaba detrás de todo aquel plan solo buscan una madera donde asirse.
El conductor del movimiento era demasiado astuto para mostrarse; por nada del mundo iba a menoscabar su imagen y su investidura; los ejemplos de Mussolini y Hitler aún estaban latentes en la memoria de la humanidad, de ahí la necesidad de una cabeza de turco. 

Como dijimos anteriormente, su valet, su secretario personal y mayordomo, era el hombre indicado y a él le encomendó la misión.
Hijo de inmigrantes españoles, López Rega había nacido en Buenos Aires, casualmente un 17 de octubre, el año 1916.
Tras cursar sus estudios primarios y secundarios, trabajó en una tintorería, luego como vendedor y finalmente ingresó en la Policía Federal, donde alcanzó el grado de cabo 1º. Fue por esos años que se interesó por las ciencias ocultas y el espiritismo, de ahí su apodo de “El Brujo”, pasión que volcará en la redacción de varios libros11, los cuales, en su momento de gloria, llegarían a venderse en kioscos y librerías de Buenos Aires.
José López Rega
Se dice que fue custodio de Perón y de hecho, existe una fotografía de los años 50, donde se lo ve subido al estribo del vehículo en el que se desplaza el líder junto a uno de los generales Sosa Molina, ambos de uniforme.

Se casó con Josefa Flora Maseda Fontenla el 19 de junio de 1943, es decir, dos semanas después de la asonada del GOU y de esa unión nació su única hija, Norma Beatriz, el 17 de febrero de 1945, quien desempeñará un importantísimo rol en el último gobierno justicialista como pareja de Raúl Lastiri primero y esposa de Jorge Conti después.
Hay quienes aseguran que la inclinación de Lópe Rega por las ciencias ocultas lo vinculó a María Estela Martínez de Perón durante su agitado viaje a la Argentina en 1965 y que fue ella quien le habló de él a Perón; otros dicen que fue cantante de tango, algo dudoso dado lo aflautado de su voz y que perteneció a la logia ocultista Anael, fundada por el propio Perón en 1954, frustrados sus intentos de anexar el Brasil de Getulio Vargas.
Cierto o no, López Rega viajó a España y al poco tiempo, el exiliado líder lo convirtió en su mayordomo y secretario. A partir de ese momento, comenzó su carrera ascendente como hombre de confianza del fundador del movimiento y no pararía hasta su estrepitosa salida del país en 1975.
Elevado a los más altos cargos, dueño de un poder ilimitado, Perón lo había preparado todo para que los males del mundo recayeran sobre él. En aquella reunión secreta debieron haber conversado largo y tendido.
Posiblemente Lastiri y Osinde hayan estado presentes junto a alguna otra persona, si es que la hubo. Y de ahí partió la directriz de poner en marcha el terrorismo de Estado.
Poco después tuvo lugar la cumbre con los gobernadores en el Salón Blanco de la Casa Rosada, donde fue distribuido el Documento Reservado (Rucci acababa de ser asesinado) e inmediatamente después comenzaron los preparativos.
Jorge Osinde. Estuvo reunido con Perón
en Gaspar Campos cuando se decidió la
organización de la Triple A

Perón siguió de cerca las alternativas, impartió las órdenes y seleccionó personalmente al personal que habría de formar parte de la organización, primero en aquella reunión del 8 de octubre de 1973, en Gaspar Campos, cuando se llevó aparte a 300 oficiales del Ejército (al parecer dados de baja por justicialistas), para decirles que muy pronto los iba a necesitar y escogiendo al resto en reuniones privadas.
Fue en una de esas charlas que les encomendó a López Rega y Osinde, elaborar una lista de nombres y los urgió a trabajar con celeridad.
Lo primero que hicieron fue reunir a los custodios de Perón y ponerlos al tanto de la operación. Dos de ellos, Rodolfo Eduardo Almirón y Juan Ramón “Chango” Morales, fueron reincorporados a la Policía Federal con sus grados de oficiales y asignados a la estructura. 
Debe haber sido en ese momento que los aludidos pensaron en el comisario Villar, quien había pasado a retiro el 3 de enero de ese mismo año, luego de protagonizar una serie de hechos que habían minado su imagen (Cordobazo, Vibozazo, incidente con la policía cordobesa el 22 de mayo de 1971, huelga del 22 de octubre de 1972 en la misma provincia, velatorio de los guerrilleros muertos en Trelew, en la Capital Federal).
En este punto, la trama se enreda pues los protagonistas y quienes investigaron los hechos, brindan distintas versiones.
Según el policía arrepentido Rodolfo Peregrino Fernández, el comisario Villar fue una de las principales vertientes en la formación de la Triple A. Entre el personal que aportó, Fernández menciona al principal Jorge Muñoz, a los inspectores Jorge M. Vieyra, Gustavo Elklund y Félix Farías, al subinspector Eduardo Fumega, un principal de apellido Bonifacio y el principal retirado Tidio Durruti.
Siguiendo el relato, Almirón y Morales, quienes revestían como custodios personales de López Rega desde la asunción de Cámpora, contactaron al principal José Famá, supuesto pariente del ministro de Bienestar Social y reclutaron a varios civiles, algunos de ellos delincuentes comunes y antiguos represores de los primeros gobiernos peronistas como Antonio Melquíades Vidal (alias “Tony”) y el comisario retirado Héctor García Rey, a quienes se sumó el suboficial Edwin Fanquasohn.
Las personas que aportaron el mayor número de civiles a la organización fueron Alberto Brito Lima, líder del ultraderechista C. de O.; la vehemente Norma Kennedy y Julio Yessil cabeza de la JPRA, designado para ese puesto por el mismo Perón. Rodolfo Peregrino Fernández también menciona al periodista Antonio Rodríguez Villar, futuro director de Selecciones de Readers’ Digest en México, quien al parecer tenía libre acceso a comisarías y dependencias policiales12.
La guardia de korps de López Rega pasó a formar parte de la custodia de Perón.
De pie, a la derecha, luciendo barba, Rodolfo Almirón. Sentado, Miguel Ángel
Rovira. En torno a ellos, cuadros que formaron la Triple A

Otro “arrepentido”, Horacio Salvador Paino, autodenominado organizador de la agrupación, nos ofrece una versión distinta
Su libro, Historia de la Triple A, más parece un folletín expiatorio que un trabajo serio. Allí cuenta cómo llegó a López Rega a través del periodista Jorge Conti13, quien a mediados de junio le envió un telegrama convocándolo a su despacho en el Ministerio de Bienestar Social.

De acuerdo con su relato, aquella fría mañana de otoño, su madre lo despertó temprano para entregarle el mensaje.

-¿Qué pasa? – preguntó medio dormido.

-Un telegrama para vos. Tenés que presentarte en el Ministerio de Bienestar Social.

Paino miró el reloj que había sobre su mesa de luz y vio que aún no eran las 8. Se incorporó, tomó el papel y lo leyó.
Vivía junto a su mujer y su progenitora en un departamento de la localidad de Bernal, sobre la calle 9 de Julio porque se hallaba sin trabajo.
Horacio Salvador Paino
En su relato, el aludido confunde las fechas porque en su texto afirma: “Hacía dos días que Cámpora ya no era presidente. Ya sin fe en mis compañeros de lucha, le había escrito una larga carta al General en la que le recordaba mi eterna lealtad, mi paso por la Escuela de Infantería, el Colegio Militar (cuatro años como oficial instructor) y demás hechos que acreditaban mi fervor peronista”14.

Paino vio que el telegrama estaba firmado por Conti y que requería su presencia esa misma mañana. Sin perder tiempo se duchó, se afeito, se vistió y luego de un desayuno frugal, partió hacia la Capital Federal.
Por entonces, el Ministerio de Bienestar Social era una fortaleza, “una verdadera ciudad” en la que trabajaban unas diez mil personas.
Siempre siguiendo su relato, ingresó por la entrada de la calle Defensa y después de preguntar en la guardia, caminó hasta los fondos, donde se encontraban los ascensores. Una vez dentro, oprimió el botón Nº 1 y al llegar a ese piso salió a un pasillo sobre el que daban numerosas oficinas. Por tratarse de una zona restringida, debió enseñar el telegrama repetidas veces.
A Conti lo vio ni bien salió del ascensor, haciéndole señas con el brazo en alto (circulaban muchas personas por el lugar).

-¿Cómo te va, Painito –le dijo cuando lo tuvo a su lado- Esperame en la oficina que tengo una reunión con Lopecito.

Parecía mentira; menos de un año atrás, ese mismo personaje era un obscuro notero televisivo, un simple movilero que como tantos otros, salía a la calle, micrófono en mano, a cubrir los eventos del día con sus características preguntas sin sentido. El haberse quitado el saco frente a las cámaras, a pedido de la multitud, mientras se esperaba la llegada de Perón a la residencia de Gaspar Campos en 1972, fue el puntapié inicial de su meteórica carrera.
Paino conocía a Conti y esa relación acabaría por convertirse en amistad. Siguiendo sus indicaciones, ingresó en el despacho y al ver allí a otra persona, se presentó.

-Paino, mucho gusto.

-Rubén Mattías – respondió su interlocutor.

Se trataba de una oficina importante, alfombrada y muy bien amueblada, en la que además del gran escritorio, destacaban confortables y mullidos sillones.

-¿Así que Jorge es el asesor del ministro?

-Asesor y amigo. Y parece también que es amigo suyo, pues me habla siempre muy bien de usted.

-La verdad es que lo aprecio mucho –respondió Paino, y enseguida agregó- ¿De quién fue la idea de citarme?

-Creo que se debe a dos causas: a Jorge y a una orden que Perón le dio a Lopecito; ¡y aquí todos muy contentos con ello!

-Y yo más que usted, porque ya estaba perdiendo la fe en los compañeros.

-Bueno, ahora la va a recuperar.

“Y a una orden que Perón le dio a Lopecito”. Retenga el lector esa frase porque en lo que resta del libro, Paino no volverá a nombrar al líder justicialista.
En ese momento llegó Conti y luego de tomar asiento, comenzó a hablar. Durante la siguiente hora y media, Paino fue puesto al tanto de los movimientos del Ministerio, el nombre de sus jerarcas y las funciones que realizaban.
Conti era director de Prensa; Carlos G. Alejandro Villone secretario privado de López Rega; un sujeto de apellido Villar, su secretario y Juan Ramón Morales (alias “Chango”), jefe de la custodia.

-¡Painito, estás trabajando en el Ministerio! – dijo Conti.

El aludido se lo agradeció con efusión porque desde hacía tiempo estaba desocupado. Se le explicó que a partir de ese momento pasaba a desempeñar la jefatura de Administración, Organización, Prensa, Difusión y Relaciones Públicas de la cartera, lo que lo calificaba como funcionario categoría 23 y que cobraría un sueldo de $500.000, además de viáticos.

-¿Estás conforme?

-¡Cómo no lo voy a estar! – respondió Paino exultante.

-Es un cargo que lo da el presidente y el decreto ya lo tiene Lastiri para la firma.

-¡No sabés cuanto te lo agradezco!

-¿Cómo andás de plata?

-Mal. Al escuchar eso, Conti extrajo un fajo de billetes de su bolsillo y se lo extendió.

-Tomá –le dijo- Para que vayas tirando.

Eran $200.000, lo que le venía muy bien.

-¡Gracias viejo! -fue la respuesta.

Finalizada la reunión, Conti le pidió que lo acompañara. Salieron con Mattías de la oficina y tomaron por los corredores, hacia un despacho cercano. El alto jerarca le presentó a la custodia de López Rega, entre quienes se encontraban Rodolfo Almirón, Juan Ramón Morales y Miguel Ángel Rovira.

-Este es el nuevo jefe de Prensa y hombre de confianza de la casa.

Se saludaron estrechándose las manos y luego pasaron a una oficina contigua donde se encontraban Carlos Villone y su secretario Villar (¿Antonio o Norberto?), quien acabó por ser despedido por militar en la Alianza Popular Federalista de Francisco Guillermo Manrique.
Al salir de allí, se dirigieron hacia el último despacho; Paino intuyó quien era su ocupante y experimentó cierto nerviosismo, pero lo disimuló bien. Al llegar, Conti golpeó la puerta y abrió.

-Paino, es un gusto tenerlo con nosotros.

López Rega, el hombre más poderoso del régimen después del mismo Perón, se puso de pie extendiéndole la mano.

-Señor ministro –respondió Paino-, muchísimas gracias por su deferencia.

-Gracias a usted –respondió sonriente el titular de la cartera.

-A sus órdenes, señor ministro.

Acto seguido, tomaron los tres asiento 

En su libro La Triple A, Ignacio González Janzen cuenta los hechos de otra manera.

El 20 de junio de 1973, en Ezeiza, se inició la escala­ da de la derecha. Todos los grupos subordinados a Ló­pez Rega y a la burocracia sindical desplegaron sus fuer­zas para controlar la multitudinaria recepción a Perón. Fueron ellos, encabezados por Rucci y Miguel, así como dos provocadores de la talla de Jorge M. Osinde y Nor­ma Kennedy, los que impusieron un dispositivo que pre­tendía evitar la aproximación de las columnas de la ten­dencia revolucionaria. Adjudicaron a sus planes una enorme importancia política —erigirse en guardia pretoriana de Perón— y reclutaron para ello a elementos parapoliciales, paramilitares, mercenarios extranjeros, guardaespaldas sindicales y activistas de extrema de­recha.

En ese primer “estado mayor” de la federación de grupos de derecha se destacaron, también, Manuel Damiano, Luis Rúbeo, Alberto Brito Lima, Julio Yessi, Felipe Romeo, Eduardo Auguste y José Miguel Tar­quini —jefes e “ideólogos” de pequeñas bandas—, así como un buen número de ex oficiales del Ejército como Ciro Ahumada, Mario Franco, Fernando del Campo, Roberto Chavarri, Mariano Smith y el general Miguel Ángel Iñiguez. El resultado de ese “bautismo de fuego” —según la cuidadosa investigación de Horacio Verbitsky— fue tre­ce muertos identificados, y aproximadamente 400 heri­dos.

El caos y fuego a discreción provocado por Iñi­guez y Osinde no acabó con el “enemigo”, pero frustró la recepción de Perón y dejó un tendal de víctimas entre el pueblo peronista. Desde ese 20 de junio en adelante, los ataques, aten­tados, agresiones, secuestros y crímenes perpetrados por la derecha se convertirían en un cruento recuento, primero intermitente y luego cotidiano. Rucci y López Rega compartieron, pese a sus agrias disputas, la jefatura de esa “policía interna” de neto corte fascista. La com­petencia entre ellos concluyó el 25 de septiembre de 1973, cuando Rucci fue emboscado por la guerrilla.

Des­de entonces, López Rega quedó como jefe supremo de los escuadrones de la muerte, a los que reforzó con una “Unidad Especial” formada por mercenarios, y el apo­yo de los nuevos jefes que impuso en la Policía Federal. El “hombre clave” en la organización terrorista forjada por López Rega fue el comisario Alberto Villar, un oficial especializado en contrainsurgencia de acuerdo al modelo de la Interpol promovido por los Estados Unidos.

Villar estructuró las fuerzas antiguerrilleras de la Policía Federal y las dirigió personalmente durante la dictadura militar. Su nombre era sinónimo de la repre­sión antiperonista; en agosto de 1972 encabezó el asalto a la sede central del Partido Justicialista, donde eran ve­lados los restos de mártires de Trelew, para apoderarse de los féretros.

Despedido por Cámpora, fue reincorpo­rado por López Rega como Jefe de la Policía Federal. El comisario Villar se rodeó de la escoria de tres generaciones de policías: un centenar de hombres en su mayor parte dados de baja deshonrosamente, procesa­dos e incluso encarcelados por delitos comunes, desde el asalto a la extorsión, el contrabando, el tráfico de dro­gas y la trata de blancas.

Los oficiales que acompañaron a Villar en la ejecu­ción de este capítulo de la guerra sucia, fueron, entre otros, los comisarios Luis Margaride, Esteban Pidal, Elio Rossi y “el Chacal” Héctor García Rey; el subcomisario Juan Ramón Morales; el subinspector Rodolfo Eduardo Almirón Cena; los suboficiales Jorge Ortiz, Héctor Montes, Pablo Mesa, Oscar Aguirre y Miguel Ángel Rovira. Margaride se inició en la policía en 1933 y en el mo­mento de ser ascendido a comisario general contaba en su hoja de servicios con 62 “distinciones”, entre las que se destacaba su participación en la represión político-sindical. López Rega lo designó subjefe de la Policía Federal.

La “Unidad Especial” de la Triple-A que cometió los asesinatos de las víctimas de mayor renombre —polí­ticos, legisladores, dirigentes de base, sindicalistas com­bativos, intelectuales y religiosos progresistas— fue en­ cabezada por Morales. Jefe de la Brigada de Delitos Federales de la Policía Federal a principios de los años sesenta, Morales era el arquetipo del oficial corrompido y vinculado a la delin­cuencia. Junto con Almirón Cena y los suboficiales José Vicente Lavia y Edwin Farquarsohn, se asoció con la banda de Miguel “el loco” Prieto para efectuar asaltos, secuestros, contrabando y todo tipo de delitos graves. Morales y Almirón Cena, descubiertos al ser deteni­do Farquarsohn cuando extorsionaba a un comerciante, procedieron a eliminar a sus cómplices fusilándolos en descampado; el mismo método que utilizarían diez años más tarde para asesinar a cientos de argentinos.

López Rega designó a Morales jefe de la custodia de Bienestar Social, y a Almirón Cena responsable de la seguridad de Isabel Martínez. Los jefes de otros comandos de la Triple-A también se desempeñaron como funcionarios de Bienestar So­cial: el teniente coronel (RE) Jorge Manuel Osinde en la Secretaría de Deportes; Julio Yessi, presidente del Insti­tuto Nacional de Acción Cooperativa; Jorge Conti en Prensa junto con Salvador Paino, Roberto Vigliano y José Miguel Vanni. Las oficinas de “El Caudillo”, publicación dirigida por Felipe Romeo y financiada por López Rega, en la avenida Figueroa Alcorta (Palermo Chico) fueron el “cuartel general” de Morales y Almirón Cena, hasta que en forma casual las descubrió el teniente del Ejército Juan Segura.

La denuncia del oficial, que motivó una investigación del juez federal Teófilo Lafuente, no sirvió para nada: López Rega fue informado a tiempo por sus amigos militares y ordenó que sus agentes desalojaran el edificio. Algunos autores insisten en que la Triple-A comenzó a operar después de la muerte de Perón. Pero lo cierto es que la organización terrorista se manifestó públicamente en noviembre de 1973, asumiendo su responsabilidad en el atentado contra el senador radical Hipólito Solari Yrigoyen, uno de los abogados que intervinieron en el caso Trelew15. 

¿Y Perón? Bien, gracias. Otra prueba de encubrimiento y falta de honestidad por parte de un autor.
Continuando con el relato de Paino, en los días que siguieron a su encuentro con López Rega, comenzaron a sumarse nuevos integrantes a la naciente organización, entre ellos César Viglino, Roque Escobar González, Juan Suárez Assin -a quien califica de nefasto personaje y colaborador de numerosos gobiernos antiperonistas-, Carlos Juan y tres mujeres de las que solo aporta el nombre, Olga, María Josefina y Mónica.
En esos días conoció a otros funcionarios del Ministerio como Pedro Vázquez y el ingeniero Celestino Rodrigo, futuro titular de la cartera de Economía; a Eduardo Salvador Rainieri, jefe de la sección Automotores quien se decía sobrino e López Rega; Rubén Benelvas, Miguel Ángel Tarquini y un personaje al que todos llamaban “Cabezón” López.
Llegado el mes de julio, Paino recibió instrucciones de organizar la fiesta del “Día del Niño” en la Residencia Presidencial de Olivos, oportunidad en la que pudo hablar directamente con Perón.

-¿Está conforme con su puesto, Paino? – le preguntó sonriente el líder.

-Muy conforme, mi General.

-Yo también lo estoy con usted, Lopecito me habló muy bien de su trabajo. ¡Hay que tener cuidado con los trepadores!

-Lo tengo en cuenta, mi General.

-¡Hasta pronto! – dijo el futuro presidente antes de alejarse por los jardines en compañía de su esposa.

-Adiós señora – dijo Paino dirigiéndose a ella- Fue un placer.

La vida de Paino había cambiado radicalmente. Gracias al nuevo trabajo, vivía junto a su mujer y dos sobrinos en un confortable departamento en Tres Arroyos 871, pleno barrio e Caballito; se había provisto de indumentaria y mantenía contacto seguido con el coronel Jorge Suárez Nelson, casado con una prima política suya.
Al día siguiente, López Rega ordenó entregarle un Rambler 0 Km provisto de todos los adelantos de la técnica, entre ellos un equipo Motorola de última generación. La campaña electoral se hallaba en su apogeo y todo parecía girar en torno a ella.
Una mañana, Paino recibió la orden de buscar a López Rega en el Aeroparque. Fue en el auto del propio ministro, conducido por un miembro de su custodia y cuando viajaban de regreso, el titular de la cartera le dijo, luego de un prolongado momento de silencio:

-Paino, mañana a las 9 lo espero en mi despacho. Venga directamente, sin protocolo.

-¡Cómo no, señor. Allí estaré!

Llegó a la mañana siguiente, apenas pasadas las 7 a.m., y a la hora indicada, se dirigió a la oficina principal.

-Buen día, señor ministro – dijo al ingresar.

-Buen día, Paino –respondió López Rega y luego agregó- Mirá, vos y yo somos viejos peronistas y gozás de toda mi confianza, así que vamos a tutearnos y dejemos los títulos a un lado. Sentate y servite un café.

-Como vos lo dispongas – respondió el agente y tomando una taza, procedió a llenarla.

-Mirá, Paino –siguió hablando el ministro- yo sé que vos fuiste un oficial de gran futuro, instructor del Colegio Militar con cursos de perfeccionamiento y que, sobre el tema de la seguridad, sabés mucho. El terrorismo está tomando un auge impresionante y pienso que las medidas de seguridad del Ministerio son muy incompletas. ¿Qué te parece?

-…pienso lo mismo que vos y me voy a permitir decirte que si los terroristas se proponen hacernos pasar un mal rato, lo van a lograr.

-Te pido que revises el sistema y hagas lo que corresponda. Luego de ello tengo otra cosa para proponerte. ¿De acuerdo?

-Quedate tranquilo y dejalo en mis manos.

Fue la primera conversación a solas que Paino tuvo con su superior y eso, a la larga, le acarrearía problemas con Conti. Al principio, no se preocupó porque el periodista devenido en jerarca carecía de militancia política y sus capacidades intelectuales no eran tan elevadas como se creía. Su estrella ascendente había sido fruto de la obsecuencia y todo el mundo lo sabía.
Por esa razón, sin prestarle demasiada atención al tema, se abocó de lleno a la tarea encomendada.
Lo primero que hizo fue aislar la oficina de López Rega limitando el acceso a una sola entrada, la cual estaría vigilada por un conserje y personal de la custodia. Mandó tapiar una escalera, retiró el personal civil armado que circulaba por los pasillos, lo reemplazó por agentes uniformados, distribuyó credenciales para ingresar al Área Restringida y estableció horarios y turnos rotativos para los custodios, cuyo número ascendía a la friolera de 154 efectivos.
El Ministerio de Bienestar Social se convirtió en
una fortaleza desde la cual Perón puso en marcha
el terrorismo de Estado

Cuando le detalló esas medidas al titular de la cartera, este se manifestó completamente de acuerdo y se lo agradeció efusivamente.
La relación entre Paino y López Rega se fue estrechando. Una vez cada quince días almorzaban con Lastiri, Norma López Rega, Conti, Villone, los ministros Alberto Juan Vignes (Relaciones Exteriores) y Benito Llambí (Interior); lo hacían en un salón contiguo y allí hablaban de la situación que atravesaba la nación y los peligros a los que Perón estaba expuesto, recayendo la temática siempre en lo mismo: la urgente necesidad de contar con un Primer Ministro que hiciese las veces de fusible entre el futuro presidente y las Fuerzas Armadas.

Pronto se supo que López Rega había confeccionado una lista de personas que le estorbaban entre las que, según Paino, se encontraban Rucci, el filósofo católico nacionalista Jordán Bruno Genta que, entre otras iniciativas, había imbuido de ese espíritu al Ejército y sobre todo a la Fuerza Aérea Argentina de cuyos manuales de contrainsurgencia era autor; el padre Carlos Mugica, el Dr. Silvio Frondizi, el Dr. Tomás Fernández, gerente general de Canal 11 y gran número de artistas, en especial, Jorge Cafrune.
Reunidos nuevamente en su despacho, se abordaron varios temas, todos vinculados al terrorismo y la guerra interna.

-El terrorismo sigue matando inocentes y tratando de convertir al país en un campo de batalla –dijo López Rega-, pero con una diferencia.

-¿Cuál? – preguntó Paino.

-Que existen solamente el ejército terrorista y nosotros, que nos llenamos la boca hablando de Patria y de nuestra lealtad al General y no hacemos nada.

-¿Qué podemos hacer? Están las Fuerzas Armadas y la Policía.

-Pero las Fuerzas Armadas no mueven un dedo y yo creo que sólo buscan tener víctimas para convertirse en victimarios.

-¿Y cuál es tu idea?

-Crear una organización que pueda combatir al terrorismo en su propio terreno, con sus mismas armas: con su falta de ética y moral. Lo que por sus reglamentos y leyes no pueden hacer las Fuerzas Armadas ni la Policía.

-¿No te parece que ello puede desembocar en un verdadero caos? ¿En un drama terrible? 

-Creo que tenemos que correr el albur si somos patriotas y lo queremos al General.

Según Paino, en esos momentos sintió que en su interior renacían las gloriosas horas del Colegio Militar y las clases de adoctrinamiento nacionalista dictadas por Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast).

-¡Estoy de acuerdo! –dijo pleno de entusiasmo- ¿Qué querés que haga?

-¡Yo sabía que no me ibas a fallar! –contestó entusiasmado López Rega- Mirá, quiero que me hagas el organigrama de un grupo de ataque, con sus fuents de información y todo lo que vos creas conveniente. Que sea completo. Con sus directivos. ¡Con todo!

-¡Perfecto! –fue la respuesta- Dejalo en mis manos. Voy a tomarme un par de días para trabajar tranquilo. El ministro se puso de pie y rodeando su escritorio, estrechó en un abrazo a su interlocutor.

-Tomate los días que quieras, mi viejo. ¿Qué es lo que necesitás? ¡Nunca me pedís nada!

-¡Si! Te voy a pedir algo.

-Ya lo tenés. ¿Qué es?

-Que siempre seas mi amigo.

Como dice Paino, un nuevo abrazo selló el acuerdo, el cual, con el paso del tiempo habría de convertirse en un pacto de sangre y traición.
NI bien salió del despacho, el agente se encaminó a la oficina de Conti, donde ingresó luego de golpear. Le contó lo que López Rega le había pedido y le dijo que no se aparecería por el Ministerio durante algunos días.

-¡Es la oportunidad, Painito! –le dijo el ex periodista- ¡No la desaproveches!

Paino se abocó de lleno a la tarea. Trabajó durante tres días sobre tratados, reglamentos y normativas y cuando hubo reunido toda esa información, trazó una serie de gráficos que le permitieron estructurar la organización.
La reunión en la cual explicó los procedimientos se llevó a cabo un lunes por la mañana en el despacho de López Rega. Allí se encontraban, además del ministro, Carlos Villone, Jorge Conti, Demetrio Vázquez, Pedro Vázquez y Juan Ramón Morales, quienes escucharon atentamente la explicación.

-¡Paino, te felicito! –dijo el titular de la cartera cuando su subalterno terminó de hablar- ¡Captaste mi idea en todo!

Los presentes le estrecharon la mano y palmearon su espalda en señal de aprobación y mientras lo hacían, Demetrio Vázquez preguntó:

-¿Qué nombre tendrá? – se refería a la organización.

Alguien señaló una revista sobre el escritorio del ministro en la cual se leía “Asia, África y América. Tres continentes para un nuevo mundo” y entonces Villone dijo:

-Puede ser Alianza Anticomunista Argentina.

-Es muy largo –respondió López Rega –la llamaremos Triple A.

Fue el propio ministro el que llenó los casilleros con diferentes nombres y al finalizar, dio por terminada la reunión.

-Gracias señores. La reunión ha terminado. Que se queden Villone y Paino, tenemos que arreglar problemas de forma.

Ni bien el personal se retiró, incluso el propio Conti, López Rega se concentró en la segunda parte del informe, esa que describía las directivas del grupo, el armamento y la distribución de los cuadros. La misma establecía:

                          PERSONAL                                                ARMAMENTO

1 Chofer (responsable del auto) Pistola 45 mm. 1 Jefe de Grupo Ametralladora Steiner Pistola 45 mm. 2 Tiradores Escopeta Itaka Pistola 45 mm. 1 Granadero 8 granadas checas de gran poder Pistola 45 mm. 1 Apoyo Metralleta Browning Pistola 45 (explosivos)
En cuanto a las directivas, estas consistían en:

a) Los hombres de cada Grupo obedecen únicamente las órdenes de su Jefe de Grupo y, en ausencia del mismo, las del hombre de apoyo.
b) Lo único fundamental es el cumplimiento de la misión impuesta.
c) Cada hombre será provisto de una metralleta que sólo exhibirá en caso necesario ante la máxima autoridad de la repartición con la que exista un problema.
d) Terminantemente prohibido cualquier tipo de comentario.
e) En caso de ordenarse una ejecución, cada miembro del Grupo efectuará un disparo sobre la víctima en un órgano vital. TODOS serán responsables de la ejecución.
f) En caso de utilizarse explosivos, serán manipulados EXCLUSIVAMENTE por el hombre preparado a tal efecto (Apoyo).
g) Las armas serán retiradas de la armería antes de cada operativo (menos las pistolas) y reintegradas luego del mismo.
h) El no cumplimiento de las presentes directivas traerá como consecuencia la separación y juzgamiento del personal que incurrió en falta.

-Necesitamos las armas – dijo Paino cuando el alto jerarca terminó de leer el informe.

-¡Compralas! No hay ningún problema.

-Aquí no podemos. Sería como ponerlos sobre aviso antes de empezar a operar.

Al escuchar la respuesta, Villone asintió con la cabeza.

-¿Y qué solución tenés?

-Si vos me autorizás, me voy a poner en contacto con un paraguayo que vive cerca de tu yerno y que anda en el negocio de las armas.

-De acuerdo. Luego me informarás qué pasa.

En tanto Paino se ponía en contacto con el traficante paraguayo, el Ministerio alquiló una oficina en Chacabuco 145 1º piso y otra en Carlos Calvo y Luis Sáenz Peña, incorporando tiempo después los apartamentos de Telma en Valentín Gómez y Bulnes y María Josefina, sobre la calle Arenales.
Rodolfo Roballos, que en esos momentos desempeñaba la jefatura de Administración fue el encargado de proveer los fondos (al igual que Villone, llegaría a ocupar la cartera tras la renuncia de López Rega en 1975) en tanto, en los talleres del Ministerio situados sobre la calle Suárez, los mecánicos acondicionaban los primeros automotores asignados a la operación, dos Rambler Classic dotados de dispositivos de defensa y ametralladoras laterales en la parte posterior.
Perón saluda a Rodolfo Almirón. Entre ambos, Miguel Àngel Rovira.
El viejo líder escogerá uno a uno a los integrantes de la Triple A

Con respecto a los primeros, los mismos se accionaban desde el tablero y uno de ellos permitía el lanzamiento de aceite y clavos “miguelitos” sobre el pavimento a efectos de dificultar la persecución de otros vehículos. En cuanto a las ametralladoras traseras, iban montadas a ambos lados del baúl y disparaban a través de pequeños orificios donde se hallaban dispuestas sus bocas. Un rectángulo marcado en el espejo retrovisor indicaba cuando los perseguidores se ponían a tiro y eso les permitía calibrar el fuego.
Como se intuía que los perseguidores iban a ser fuerzas del orden, los caños apuntaban a las parrillas y capot y no a sus ocupantes. A tal efecto se realizaron pruebas en zonas descampadas las cuales arrojaron resultados positivos; los proyectiles perforaban el casco a la altura de la parrilla e inutilizaban completamente el motor.
Se los equipó también con transmisores de radio Motorola conectados en la misma frecuencia y sistemas de seguimiento que permitían rastrear los móviles policiales cuando se desplazaban.


El traficante de armas paraguayo vivía sobre Av. Figueroa Alcorta, a escasos metros del departamento de Lastiri; se trataba de un intermediario de escasa capacidad, que operaba con partidas reducidas, detalle conveniente porque permitía disimular la operación.
De esa manera, se adquirieron 10 escopetas Itaka, 20 ametralladoras Steiner con sus silenciadores incorporados, granadas y explosivos, con sus correspondientes accesorios; dos rifles 30.30 con mira telescópica, municiones y repuestos.
Un contacto fue el encargado de llevar el pedido y luego de un par de días, pasar por el presupuesto. La cifra era alta pero no exorbitante: 50.000 dólares, a pagar al contado contra entrega en la ciudad paraguaya de Pedro Juan Caballero, en el extremo norte del país, sobre el límite con Brasil.
Como garantía, a efectos de evitar que el dinero y el traficante “desapareciesen” misteriosamente, su esposa y su hija fueron retenidas en Buenos Aires, lo que significaba, bajo amenaza de muerte.
Una vez informado, López Rega ordenó dar curso a la transacción. El día que Paino le llevó la novedad, abrió un cajón de su escritorio y le entregó cinco paquetes de 100 dólares más un monto extra para gastos.
Paino en persona encabezó el viaje. El mismos e hizo en dos autos y una camioneta, una caravana que atravesó Buenos Aires, Santa Fe, Chaco y Formosa, para cruzar al Paraguay por Puerto Bermejo.
Después de traspasar Asunción, los argentinos tomaron la ruta 2 que conduce a Caaguazú y antes de llegar a esa ciudad, se desviaron hacia el norte, por la 3, con destino a Coronel Oviedo.
Luego de un día de viaje, habiendo pasado por Guayabí y Santa Rosa del Aguaray, alcanzaron la ruta 5 que une Pozo Colorado, Concepción y Carlos Juan Caballero y doblando por ella hacia el este, anduvieron un largo trecho para llegar a destino cerca del mediodía, luego de cruzar los campos de Cerro Corá, punto emblemático donde pereció heroicamente Francisco Solano López en la última batalla de la guerra de la Triple Alianza. 
Los vehículos se desplazaron por las calles de Pedro Juan Caballero hasta un galpón ubicado en la periferia, donde eran esperados para entregarles el arsenal y proceder a su cobro.
La camioneta entró de culata, seguida por los dos automóviles y una vez cerrado el portón, comenzó la carga.
Como se ha dicho, la ciudad se hallaba en el límite con Brasil. Una calle la separaba de Ponta Porá, al otro lado de la frontera y el movimiento comercial era intenso.
Completada la carga, se realizó el pago y pocas horas después, emprendieron el regreso. Solo se detuvieron a merendar a mitad de camino y luego de hacer noche en Asunción, siguieron hasta Buenos Aires, haciendo unos pocos altos en paradores al costado de la ruta.
En la ciudad fronteriza de Pedro Juan Caballero, Paraguay,
se obtuvieron las armas
(Imagen: Wikipedia)

El armamento fue depositado el primer piso del Ministerio de Bienestar Social, en tanto el material explosivo fue trasladado hasta el tercer subsuelo, adoptándose para ello, las precauciones del caso.
Los días siguientes fueron dedicados a la instrucción, tanto teórica como práctica, lo que les permitió a los cuadros confraternizar y familiarizarse con el armamento. Se efectuaron prácticas de tiro en zonas descampadas, técnicas de intercepción de vehículos, secuestros e interrogatorio, ejercicios físicos y entrenamiento en tácticas de combate, lucha cuerpo a cuerpo y hasta nociones elementales de primeros auxilios.

Como dice Paino, la custodia pasó de ser un grupo amorfo y aburguesado a otro organizado, capaz de realizar operaciones en conjunto. A partir de ese momento, se les exigió a todos llevar cabello corto, disciplina, actitud y mucha convicción.
Cuando todo estuvo listo, una vez organizada la estructura, se procedió a la formación de los grupos.
Para entonces, López Rega había mandado acuñar medallas identificatorias, un símbolo mágico perteneciente a la civilización sumeria, conformado por tres grandes letras “A” que se tocaban en el vértice superior en línea vertical descendente y un reverso dividido en cuatro cuarteles, dos rojos, y dos blancos.
La Triple A quedó constituida de la siguiente manera:

Jefe: José López Rega
Asesor: Horacio Salvador Paino
Secretario: Demetrio Vázquez
Administración (fondos): Rodolfo Roballos
Automotores: Antonio Rainieri
Emergencias Sociales (Médicos): Eladio Vázquez
Enlace I: Carlos Villorio
Enlace II: Jorge Conti

Villorio, en su condición de primer enlace, tendría a su cargo las tareas de difusión, influenciando sobre la prensa escrita y el periodismo en general (tenía a su disposición las instalaciones de Canal 11). También estarían a su cargo los grupos de apoyo del cual la JPRA encabezada por Julio Yessi, era el principal.
Bajo la jurisdicción de Jorge Conti se hallaban los grupos ejecutivos16, ocho en total, organizados de la siguiente manera:

Grupo A: Rodolfo Almirón
Grupo B. Miguel Ángel Rovira
Grupo C. “Coquibus” (nombre clave de Rodolfo Almirón)
Grupo D: “Cabezón” López
Grupo E: Edwin D. Farquarsohn
Grupo F: Rubén Pascucci
Grupo G: José Miguel Tarquini
Grupo H: Roque Escobar

Cada grupo estaría integrado por cuatro hombres y un jefe y todos respondían a Conti, Paino y López Rega.
La organización, a nivel nacional, contaba con importantes puntos de apoyo en el interior, a través de los cuales, se cubría buena parte de la geografía nacional.
Paino señala al Consejo Nacional Universitario (CNU) en Chaco y Formosa, la Brigada Lacabane en Córdoba, integrada por elementos del CNU y la UOM; el mismo sindicato metalúrgico en Buenos Aires y JAIME DE NEVARES en Neuquén.
Si, Jaime de Nevares, el obispo que pasó a la historia como el paladín de los derechos humanos en la Patagonia era, según Paino, el jefe de la Triple A en Neuquén.
A nivel provincial, la organización contaba con la UOM en San Martín, Avellaneda y Bahía Blanca; el Taller “Los Alpes”, propiedad de un tal Vitale en Mar del Plata y un Dr. Spinelli en La Plata.
La mención de Monseñor de Nevares nos lleva a formular nuevos planteos. ¿Es posible que el obispo de Neuquén haya sido realmente parte de la organización terrorista? ¿Tuvo que ver con su accionar en la región patagónica?
Que el libro es tendencioso, lo dijimos al comienzo, que intenta expiar culpas propias y desligar a Perón de los hechos, también, pero que Paino estuvo relacionado con la formación de la agrupación y tuvo vínculos con el Ministerio de Bienestar Social y su titular, López Rega, eso es verdad, moleste a quien moleste.
Sin embargo es justo aclarar que a lo largo de su vida tuvo serios problemas psiquiátricos y que los mismos, según la carta de lectores firmada por Bárbara Tarquini, hija de José Miguel, aparecida en “Pagina 12 el 1 de febrero de 2007, constan en la causa penal de la Triple A Nº 6511.
Según la misma, el médico legisla Jacinto H. Cuccaro dejó asentado: “... la afectividad está disminuida, el juicio y la admisión de ideas alterados por un contenido delirante de tipo persecutorio”17.
Cierto o no, verdadero o falso, enfoque parcial o total, escrito viciado y subjetivo, lo cierto es que hacia fines de agosto la Triple A estaba lista para ser lanzada a las calles y de todo lo actuado, López Rega brindaba detallados informes a Perón y Osinde cuando a puertas cerradas, departían durante horas en Gaspar Campos y Olivos18.



Imágenes

Guardia personal de Perón. Almirón y Rovira se desplazan
por las calles de Buenos Aires en un vehículo perteneciente
al Ministerio de Bienestar Social. Por expresa indicación del
líder, pasarán a formar parte de la temible organización.
Obsérvese el arma que esgrime Rovira

Perón se dispone a ofrecer una conferencia
en el área restringida del Ministerio de Bienestar Social
(Imagen: Horacio Salvadro Paino, Historia de la Tripel A)

La Triple A y sus jefes en una reunión de gala. Desde la izq.
Rodolfo Almirón, Jorge Conti, Miguel Ángel Rovira, José
López Rega, Edwin Fanquashon y una persona no identificada
(Imagen: Sergio Bufano y Laura Teixidó, Perón y la Triple A)

El célebre telegrama de Conti convocando a Paino
(Imagen: "Gente y la Actualidad")

El comisario Alberto Villar fue
convocado por el propio Perón
a Gaspar Campos. Lo designó
subjefe de la Policía Federal y
le encargó reforzar y asesorar
el grupo. Aportará su gente y
su experiencia

Raúl Guglielminetti del SIDE
Rodolfo Peregrino Fernández
lo vinculó a la Triple A

Eduardo Alfredo Ruffo, alias
"Zapato"

El temible Aníbal Gordon del
Servicio de Inteligencia del Estado.
Peronista furioso, fue incorporado a
la organización a fines de 1974

Cúpula de la Triple A custodiando a Isabel durante un acto en 1974


Notas
1 Por línea materna, Hipólito Solari Yrigoyen era sobrino bisnieto de Leandro N. Alem y sobrino nieto de Hipólito Yrigoyen. Su padre, Edelmiro Cecilio Solari (1897-1970) fue dirigente radical y activista universitario. Su hermano Edelmiro también militó en la UCR y su hijo Conrado es diplomático.
2 El estacionamiento ocupaba un edificio de cuatro pisos y cinco intercomunicados a través de un ascensor, escaleras y rampas. El primer piso disponía de 22 cocheras y estaba destinado exclusivamente a los propietarios; el resto se alquilaba por día o por horas.
3 Ni siquiera los propietarios de los vehículos estacionados pudieron acercarse. Recién lo hicieron cuando finalizaron los peritajes.
4 Vicepresidente de la Nación de 1963 a 1966.
5 La última operación tuvo lugar el 9 de diciembre y estuvo a cargo de los doctores Luis Bragadini y Pedro Yáñez. Solari Yrigoyen abandonó el nosocomio el lunes 17 de diciembre, sabiendo que volvería a ser operado entre el 7 y el 8 de enero.
6 Marcelo Larraquy, “Se cumplen 44 años del estallido de la primera bomba de la Triple A”, Infobae, 20 de noviembre de 2017
7 Sergio Bufano y Laura Teixidó, op. Cit., p. 221. Citan a Latin American Studies Association, p. 122.
8 Al parecer Karadajián se negó a participar en un programa infantil organizado por el Ministerio de Bienestar Social y eso le granjeó la enemistad e su titular.

9 Ver al respecto: Alberto N. Manfredi (h) “La guerra del Paraguay. El crimen más horrendo de la historia de América. La infamia de los historiadores argentinos”, La Voz de la Historia
10 “Clarín”, 24 de enero de 2007. 
11 Fueron algunos Astrología Esotérica. Secretos develados (1962),  la novela iniciática Alpha y Omega  (1963) y El sabio hindú (1977).

12 Rodolfo Peregrino Fernández, Autocrítica policial, Cuadernos para la democracia, pp. 9 a 14.
13 Jorge Héctor Conti, nacido en Buenos Aires en 1942, esposo de Norma López Rega tras el fallecimiento de Lastiri. No confundir con Jorge Horacio Conti, respetable periodista nacido en Pergamino, en 1935, jefe del Departamento de Extensión Regional de la Universidad Nacional del Litoral en la década del sesenta y miembro del staff de Radio LT10 cuyo estudio mayor lleva su nombre. Su fotografía ha sido utilizada erróneamente para ilustrar notas referidas al anterior.
14 Cámpora gobernó hasta el 13 de julio de 1973. Según Paino, el telegrama le llegó una fría mañana de junio.

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