Crónicas de la historia
Espinosa y el crimen de Puerto Madryn
El empresario Raúl “Cacho” Espinosa. foto: archivo el litoral
Por: Rogelio Alaniz
La noche del 30 de enero de 2003, en la
ciudad de Puerto Madryn, alrededor de las 21 horas, fue asesinado en la
puerta de la casa de su suegra y delante de su propia esposa, el
empresario Raúl “Cacho” Espinosa, titular de la empresa Pesquera San
Isidro y enfrentado desde hacía unos meses con Conarpesa, una de las
principales contribuyentes de las campañas electorales de Néstor
Kirchner en Santa Cruz y de los políticos peronistas en Chubut,
contribuciones que, como se denunció posteriormente, se hacían a cambio
de beneficios contantes y sonantes.
Según declaraciones de Lorena Gabarrús, -segunda
esposa de Espinosa y embarazada al momento de cometerse el crimen- al
instante de descender del auto para abrir el portón, su marido fue
atacado por un hombre armado de una pistola nueve milímetros que le
disparó a quemarropa y luego huyó a pie por calle Lewis Jones y en
dirección a calle 25 de Mayo.
Cabarrús, quien intentó defender a su marido,
describe al asesino como un hombre de casi un metro noventa de estatura,
“desdentado y estrábico”. El presunto asesino, luego identificado como
José Domingo Segundo, alias “El Vizco”, se acercó caminando hacia el
portón que Espinosa intentaba abrir, lo interpeló por su apodo y cuando
éste se dio vuelta lo abatió de un disparo. Acto seguido, intentó
rematarlo pero se le trabó el arma. Herido de muerte, Espinosa intentó
defenderse y forcejeó con el sicario, pero finalmente se derrumbó en
medio de la calle y delante de su esposa y su suegra Leonilda Goñi,
quien salió a la puerta de su casa al escuchar los disparos.
De pescados, mariscos y cocaína
Espinosa quedó tendido al lado del auto y, según
informaciones de su suegra, se encontró a un costado del cuerpo una
billetera con un documento de identidad a nombre de Oscar Ojeda, aunque,
como se pudo corroborar luego por la foto, se trataba en realidad de
Ademar Araujo, quien precisamente presenció el operativo criminal desde
una esquina, y al momento de ser interpelado por los vecinos se dice que
intentó disimular su presencia convocando por teléfono a una
ambulancia.
Espinosa fue asesinado cuatro meses antes de que
Kirchner asumiera como presidente, un candidato al que Espinosa aportaba
para sus campañas electorales, aunque para fines de 2002 se hallaba
distanciado debido a la rivalidad cada vez más agresiva que sostenía con
Conarpesa, la empresa pesquera que él había integrado hasta el momento
en que, por razones nunca aclaradas del todo, decidió separarse para
fundar Industria Pesquera San Isidro.
Precisamente, tres meses antes de su muerte, Espinosa
se había reunido con Elisa Carrió, quien viajó a Puerto Madryn para
tomar conocimiento acerca de los negociados de las empresas pesqueras,
los acuerdos con funcionarios de gobierno, particularmente en el tema de
los codiciados permisos de pesca. A las denuncias por la disputa de
permisos de pesca, Carrió sumaba los negociados del narcotráfico,
operativos y maniobras que en más de una ocasión habían adquirido estado
público ya que los cajones de langostinos y merluzas y otros pescados
de mar no eran más que una máscara para comerciar cocaína, como se pudo
verificar en su momento en el célebre “Operativo Langostino”, que
permitió verificar que las cajas de pescados tenían en su interior
cocaína, 600 kilos en este caso.
En su momento, Elisa Carrió explicó que el negocio de
la cocaína se iniciaba en Bolivia, continuaba en Puerto Madryn y desde
allí se conectaba con Europa. En estas investigaciones además de Carrió
estuvo Graciela Ocaña, ambas apoyadas por dirigentes patagónicos del
Ari, apoyo que no impidió que luego Carrió fuera imputada, una verdadera
ironía del destino, ya que en el crimen de Espinosa todos los acusados
fueron absueltos cumpliéndose así el principio, tan discutido entre los
autores de novelas policiales, del crimen perfecto.
En su momento, Lorena Cabarrús recordó que su marido
había recibido algunas amenazas telefónicas y que en una reunión con
Julio de Vido éste le advirtió que su vida podía correr peligro. También
se refirió a las maniobras empresarias para adquirir Pesquera San
Isidro, maniobras que incluyeron a Alicia Martínez, primera esposa de
Espinosa. Según Cabarrús, su marido y los empresarios pesqueros en
general negociaban con De Vido, Claudio Uberti y Rudy Ulloa.
Un crimen perfecto
Parodiando a García Márquez, el asesinato de Espinosa
fue la crónica de un crimen anunciado, aunque en este caso el crimen no
fue por razones pasionales sino por intereses en las que en un primer
momento parecían están directamente involucrados los empresarios de
Conarpresa y funcionarios de la gestión kirchnerista.
Conarpesa es una tradicional empresa pesquera fundada
a mediados de los años setenta del siglo pasado, cuyos directivos son
Fernando Álvarez Castellanos, su hijo Juan Álvarez Cornejo y Héctor
Antonio, hijo del financista y aventurero empresario y político Jorge
Antonio, un personaje que en más de un aspecto se parecía mucho a Lázaro
Báez, aunque en este caso su lealtad no haya sido con Néstor sino con
Juan Domingo.
La Justicia pudo dar con los autores materiales del
crimen pero no con los responsables intelectuales, aunque a nadie se le
escapa que, por ejemplo, un lumpen despreciable como el Vizco Segundo no
pudo haber cometido ese crimen sin cobertura e instrucciones precisas.
Algo parecido puede decirse de sus cómplices Ademar Araujo, José Remigio
Guevara y Bernardo Benjamín Bustos.
La investigación debe de haber sido complicada y
peligrosa porque a lo largo del proceso fueron catorce los jueces que se
apartaron de la causa. El magistrado Juan Eduardo Meani denunció las
presiones recibidas y, como se dice en estos casos, si te he visto no me
acuerdo. En 2015 el jurado integrado por Patricia Reyes, José García y
Marcela Nieto di Biase, absolvieron a todos los imputados. A todos.
Seguramente para los señores jueces no eran
suficientes las pruebas presentadas. Valieron poco y nada las pruebas
presentadas, la certeza de que los sicarios fueron contratados por
“alguien” quien ofreció 80.000 pesos para los hermanos Araujo y 400 para
Segundo, el supuesto autor real de los disparos. Hay pruebas y
testimonios de reuniones en Buenos Aires de alojamientos en un hotel que
ahora no existe y de instrucciones precisas para asesinar a Espinosa.
Nada de ello alcanzó para que los principales imputados materiales
pudieran ser condenados. Tal como se presentan los hechos no queda otra
posibilidad que postular que a Raúl “Cacho” Espinosa lo asesinó Mandrake
el Mago, el conde Drácula o Caperucita Roja.
Todo esto no iría más allá de una crónica policial
con sicarios y personajes del hampa empresario, si no estuvieran
vinculado con ellos a través de lazos económicos y políticos, las
principales espadas del kirchnerismo santacruceño que en 2003 se
preparaba para desembarcar en Buenos Aires en un periplo que se iba a
extender durante más de diez años, un tiempo más que generoso para
perpetrar el saqueo de recursos públicos en una escala que transforma a
los operativos langostinos en inofensivos y modestos robos de gallinas.
¿Y Conarpesa? Bien y gracias. Sus titulares andan
libres como tiernas palomas, disfrutan de los codiciados permisos de
pesca con independencia de que en estos años han llovido denuncias
acerca de sus negocios turbios y, en particular, su relación con el
narcotráfico. Para Lorena Cabarrús no hay dudas acerca de quiénes fueron
los asesinos de su marido, pero para la Justicia todos los imputados
fueron declarados inocentes. En el camino los muchachos se dieron
algunos gustos. Por ejemplo, adquirieron una yegua de carrera a la que
bautizaron con el nombre de Karrió. Con K para que no queden dudas.