9.2. La destrucción de la familia
Las visiones sobre la vida de
familia son una segunda preocupación importante de los educadores de
sexo. Como la muerte de Mark Twain, el legado de la familia tradicional
es muy exagerado. Calderone y Johnson, por ejemplo, presentan una tabla
mostrando que la llamada familia nuclear ha desaparecido virtualmente.
Lo pretenden probar por el simple recurso de clasificar parejas casadas
cuyos hijos han dejado el hogar, y familias con abuelos residentes y
otros parientes como “no-nuclear”, más semejante a “arreglos
experimentales” que a formas tradicionales. Otros programas, con análogo
formalismo, enseñan que la familia tradicional está desapareciendo. La
clave de la metodología es fácil: ignorar los hechos que fallan en el
soporte de sus tesis y crear otros que lo hacen: por ejemplo, nunca se
menciona el hecho de que los dos tercios de todos los niños americanos
viven con sus dos padres naturales.
Tampoco, el hecho de que, aunque el
divorcio está creciendo, la proporción de familias rotas puede ser poco
más alta que en tiempos anteriores cuando la viudedad, la separación
informal, y la deserción eran más comunes. Habiendo establecido que la
familia tradicional es una reliquia histórica, los educadores llevan a
los niños a discutir sus propias elecciones entre varios estilos de vida
– “comunidades deliberadas, familia ampliada, comunes, grupo de
matrimonios, parejas que viven juntas, paternidad simple…”.
Los programas de sexo no sólo alientan a los estudiantes a optar por estilos de vida opuestos al matrimonio monógamo tradicional con hijos, sino que desacreditan la sabiduría y autoridad de los padres de los propios estudiantes. Reclamando “mejorar la comunicación” entre padres e hijos, ellos alientan a los niños a informar de los problemas de sus familias, incluso preguntándoles a tan corta edad como los seis años si sus padres les molestan o son alcohólicos. Los jóvenes, niños y adolescentes deben divulgar las quejas y sentimientos hacia sus familias para sus clases de sexo.
El calculado asalto a la familia sirve un doble objetivo: reducir su atractivo y desacreditar su autoridad moral. Realmente el problema con las familias es que ellas producen y alimentan niños. Como escribe Kingley Davis “el enlace padre hijo está peculiarmente cerrado” y “al crear hijos un individuo no sólo está creando nuevos seres humanos sino también nuevos y durables enlaces para él”.
El modo más eficaz de limitar el inconveniente deseo de las familias de lo que Davis considera como un excesivo número de niños es “reducir… la identidad de los hijos con los padres, o reducir… la posibilidad de que esta identidad sea satisfactoria”. Y él utiliza uno de los mejores medios para conseguirlo: “el sistema de escuela”, uno de cuyos principales cometidos parece ser alejar a los hijos de sus padres. También sugiere que sea desalentada la maternidad
“si se relevase a los varones de responsabilidad de los hijos y se rechazase la identificación con ellos; pues, sin la ayuda diaria de un hombre, parece probable que pocas mujeres quisieran tener y criar dos o más hijos”. Kingsley Davis. Population Policy and the Theory of Reproductive Motivation.
Otros impedimentos a los nacimientos son, de acuerdo con Davis, “muy altos índices de divorcios, homosexualidad, pornografía, y uniones sexuales libres…”. Davis ve esperanza adicional en “los servicios de bienestar del niño, que han tendido crecientemente a desplazar al padre como un miembro necesario de la familia, y los servicios de salud que se han reído crecientemente de la autoridad de los padres con respecto a la contracepción y el aborto”. Y él anota que estos servicios públicos tienen la peculiaridad de reducir el coste de los niños a sus padres al mismo tiempo que “interponen otras autoridades entre el padre y el niño diluyendo así la identidad padre-niño”.
Claramente, para debilitar o destruir la familia tradicional, la cual no sólo produce niños sino que compite con el moderno entrometido Estado como fuente de soporte y autoridad para los individuos, nada mejor que reforzar el control gubernamental de población. Calderone y Johnson pueden anunciar con optimismo que debido a la declinación de la familia “podemos evolucionar a una era en que el individuo reemplazará a la familia como unidad básica de la sociedad”.
Los programas de sexo no sólo alientan a los estudiantes a optar por estilos de vida opuestos al matrimonio monógamo tradicional con hijos, sino que desacreditan la sabiduría y autoridad de los padres de los propios estudiantes. Reclamando “mejorar la comunicación” entre padres e hijos, ellos alientan a los niños a informar de los problemas de sus familias, incluso preguntándoles a tan corta edad como los seis años si sus padres les molestan o son alcohólicos. Los jóvenes, niños y adolescentes deben divulgar las quejas y sentimientos hacia sus familias para sus clases de sexo.
El calculado asalto a la familia sirve un doble objetivo: reducir su atractivo y desacreditar su autoridad moral. Realmente el problema con las familias es que ellas producen y alimentan niños. Como escribe Kingley Davis “el enlace padre hijo está peculiarmente cerrado” y “al crear hijos un individuo no sólo está creando nuevos seres humanos sino también nuevos y durables enlaces para él”.
El modo más eficaz de limitar el inconveniente deseo de las familias de lo que Davis considera como un excesivo número de niños es “reducir… la identidad de los hijos con los padres, o reducir… la posibilidad de que esta identidad sea satisfactoria”. Y él utiliza uno de los mejores medios para conseguirlo: “el sistema de escuela”, uno de cuyos principales cometidos parece ser alejar a los hijos de sus padres. También sugiere que sea desalentada la maternidad
“si se relevase a los varones de responsabilidad de los hijos y se rechazase la identificación con ellos; pues, sin la ayuda diaria de un hombre, parece probable que pocas mujeres quisieran tener y criar dos o más hijos”. Kingsley Davis. Population Policy and the Theory of Reproductive Motivation.
Otros impedimentos a los nacimientos son, de acuerdo con Davis, “muy altos índices de divorcios, homosexualidad, pornografía, y uniones sexuales libres…”. Davis ve esperanza adicional en “los servicios de bienestar del niño, que han tendido crecientemente a desplazar al padre como un miembro necesario de la familia, y los servicios de salud que se han reído crecientemente de la autoridad de los padres con respecto a la contracepción y el aborto”. Y él anota que estos servicios públicos tienen la peculiaridad de reducir el coste de los niños a sus padres al mismo tiempo que “interponen otras autoridades entre el padre y el niño diluyendo así la identidad padre-niño”.
Claramente, para debilitar o destruir la familia tradicional, la cual no sólo produce niños sino que compite con el moderno entrometido Estado como fuente de soporte y autoridad para los individuos, nada mejor que reforzar el control gubernamental de población. Calderone y Johnson pueden anunciar con optimismo que debido a la declinación de la familia “podemos evolucionar a una era en que el individuo reemplazará a la familia como unidad básica de la sociedad”.