Crónicas del Tercer Gobierno de Sancho
EL VOCERO MAPUCHO
Llovía en la Ínsula Agamáurica. El Gobernador de Facto Sancho se había
levantado y caminado cien metros para ir a la Catedral de Santa Hebe (donde el Poliordinario
del lugar guardaba en un relicario las deposiciones que la Santa efectuara en
pleno altar mayor hacía unos años, cuando todavía su hijo adoptado la llamaba
Mamá Hebe y ninguno de ellos había sido imputado por robos reiterados y
compartidos) para rezar sus únicas oraciones del día, que consistían en tres
Avemarías, dichas en el latín de su infancia, cuando iba a Misa los domingos y
todavía los sacerdotes eran conocidos por sus apellidos y no por sus nombres.
Pero cuando recién iba terminando la segunda Avemaría, su Gurú Edecán lo palmeó
en su gobernadoril hombro y le susurró:
‒ Esplendencia, ya ha llegado el postulante a vocero del Reyno. Lo espera
en la Casa Amarilla.
Fastidiado y rezando a toda velocidad su última oración, Sancho se
incorporó con no poco esfuerzo y le preguntó al inoportuno Gurú:
‒ Serás Garca, ¿hace falta tener voceros todavía? ¿No alcanza con los
oficialistas escribas del Gran Diario Insularino?
‒ No, Eminencia. Ya la gente no lee ni los nombres de las calles. Ahora se
impone tener interpretadores de 140.
‒ ¿Cómo 140? ¿No era que debíamos achicar la Planta de Acomodados,
Chupamedias Estatales y Amantes Estables, que nos han ido legando todos los
gobiernos anteriores de la Ínsula? ¿Ahora vamos a contratar a otros 140
parásitos?
‒ Omnipotencia, 140 no es la cantidad de empleados, sino de caracteres que
utilizan para comunicar sus regios decretos. Ahora los verá.
Apuraron el paso de vuelta a la Casa Amarilla, sita en Perro Balcarce 50,
para lo cual atravesaron el Falso Cementerio de las Cruces Falsas y el Falso Teatro
de Operaciones de Soldados Falsos. “Todo
un síntoma de lo que es esta ínsula”, volvió a pensar Sancho, como cada vez
que sorteaba ambos rectángulos que parecían estar erigidos a plena luz del día para
que nadie los viera.
Ya reingresados y saludados por los dos coquetos uniformados de la nueva
Policía de la Ciudad, con sus impecables vestidos de payasos recién estrenados
por capricho del intendente Larrata, quien ahora le pedía al Gobernador una
tercera policía para –por fin‒ poder hacer frente a los piquetes constantes en
la Avenida Mayor, Sancho y Serás Garca vieron al único joven que se había
postulado para el cargo de vocero.
Se extrañó Sancho. ¿No era que había
tanta desocupación en Agamáurica, y apenas una persona quiere empezar a
trabajar?, susurró como al pasar y al pesar.
‒ Reverencia, los jóvenes de hoy tienen otras profesiones. Ahora quieren
ser expertos en relaciones humanas, chefs, preparadores de cerveza artesanal,
artesanos de mostacillas, paseadores de perros, webmasters, programadores de telefonía, desarrolladores de
aplicaciones y depiladores a la cera negra, pero no voceros.
‒ ¿Y qué hago si preciso un carpintero, porque se me rompe la pata de mi
sillón? ¿Dónde lo encuentro?
‒ Pone un aviso en buscounlaburante.com
y vienen de Asunción del Paraguay en 24 horas. Pero si precisara un frutero
tardaría un día más, porque llegan desde Perú o desde Bolivia. Por eso le
aconsejo no romper patas de sillones ni comprar un cuarto de tomatitos cherry, Su
Decencia.
Sancho suspiró y pidió que se acercara el joven; el cual, visto de cerca,
tenía un aspecto algo zaparrastroso.
‒ Buen día, querido. ¿Cómo te llamás?
‒ Lihué Morfolanerca, Señor Gobernador. Soy vegano.
‒ ¿Liqué?
‒ No, Liqué no, Lihué. Lihué Morfolanerca, hijo de Giussepín Morfolanerca y
vegano. Bueno, ustedes nos decían “vegetarianos”.
‒ Claro, el querido tano que tenía una fiambrería en el Bajo… ¿Pero cómo se
le ocurrió ponerte ese nombre?
‒ No, me había puesto otro nombre. Lihué me lo hice agregar por el nuevo
Código de Convivencia. Es que en realidad mis ancestros no son italianos,
Excelencia. He descubierto, en la Universidad de las Santas Viejas Apañaladas
de la Plaza, que en realidad yo soy descendiente de los indios mapuchos.
‒ ¿Qué son los capuchos?
‒ Gobernador… los mapuchos son el pueblo de fumadores originarios más
antiguo que pobló esta ínsula.
‒ Ajá. Y se nota que vos estás bien fumado, muchacho.
‒ Gracias, se sonrojó el joven, que no había entendido realmente lo que
Sancho había querido decirle.
‒ ¿Por qué querés el puesto de vocero de la Ínsula?
‒ Porque de esa manera mi voz sería la de todos aquellos que no tienen
posibilidad de ser escuchados. Porque sería en realidad el vocero de los
marginados, de los sin techo, sin pan y sin iPhone 7; porque sería realmente el
grito ancestral de la masa germinal que lucha por su independencia y es hija de
la Pachamama y la Ayaguasca, hija del dios Sol y la diosa…
Sancho recordó que el Gurú le había interrumpido su última Avemaría para escuchar
a este individuo, que parecía ignorar que el puesto de vocero es para
manifestar lo que otros le dicen y no lo que él pensaba, y con el rostro
inflado de furia le espetó y le esputó a la vez:
‒ ¡Pero acabála con esa monserga colorada, lihueano o luterano, morfador-de-nerca!
¿Quién sos vos para venir a hacerme perder tiempo con tus tonterías de
universitario repetidor? ¡Hijo de la Pachamama y la Ayaguasca! ¡Lo será la
vieja que te metió esas ideas en la cabeza! ¡Aquí somos todos hijos de la Cruz
y de la Espada! Y ahora vas a escuchar lo que es un grito ancestral…
El alarido se escuchó amplio, esbelto, categórico. Fue un pedagógico y
sublime grito de descarga para Sancho, quien con sólo una única palabra
(“¡Fuera!”) hizo desaparecer al mapucho de aspecto algo zaparrastroso y hasta
su inequívoco olor algo dulzón de cigarrillo armado con mano temblorosa.
Serás Garca, con sus pantalones mojados como consecuencia del miedo que
sintió, salió de atrás de un macetón, y aún temblando, le preguntó al
Gobernador si podía ir a cambiarse.
‒ ¿Cambiarse? ¿Te das cuenta los riesgos de cambiar por cambiar? Andá, mal
menor, y llamame a Miguel Celulario, el Escribiente del teléfono cismático, que
quiero dictarle el siguiente
Decreto.
Visto y considerando que los jóvenes de hoy en día no entienden que antes
que pontificar deben aprender, que antes de declarar deben estudiar, y que antes
de llamar la atención para decir falsedades deben recluirse para imbuirse de la
verdadera historia,
Ordeno:
1. Que se abra una Facultad de Maestros en Serio, para que los aspirantes a
maestros de la nueva generación de jóvenes sepan qué deben enseñarles.
2. Que el cuerpo docente de esta nueva Facultad sean los ancianos que han
vivido la historia y la recuerdan bien, para que transmitan a los docentes en
formación la verdad que vivieron y no las mentiras que los libros de texto nos han querido hacer creer.
3. Que, luego de egresados los profesores bien formados y enviados ya a las
escuelas, vuelvan a bien educar a todos los maleducados que se creen voceros
vocacionales y en lugar de levantarse para rezar tres Avemarías, se ponen a
revisar las redes sociales.
Luego de lo cual, y ya recompuestas la calma y el alma de Sancho, dio
nuestro Gobernador la señal de los festejos, que consistieron aquel día en
repartir garrote, garrote y garrote al que roba, al que le cambia los uniformes
a la policía, y a los que arrancan las cruces falsas de los cementerios falsos,
pero que recuerdan héroes MUY verdaderos.
Rafael García de la Sierra,
en humilde imitación de Dan Yellow.