La ideología de género y la destrucción del hombre (I)
17/08/17 12:05 am
Aunque
la raíz inmediata de la ideología de género se coloca en el contexto de
la cuestión femenina, su más profunda motivación debe buscarse en la
tentativa de la persona humana de liberarse de sus condicionamientos
biológicos y en último término, de su naturaleza, tal como Dios la creó.
Toda la antropología cristiana tiene su base y punto de partida en
los tres primeros capítulos del Génesis. En ellos aparece claramente una
verdad revelada: el hombre fue creado por Dios con una naturaleza
determinada y concreta; naturaleza hecha a imagen y semejanza de Dios.
La humanidad se articula pues, desde su origen, sobre lo femenino y lo
masculino, que son así revelados como pertenecientes ontológicamente a
la creación y al ser del hombre.
Algunos conceptos básicos sobre la identidad sexual
Los especialistas distinguen tres aspectos entrelazados entre sí en
la identidad sexual de la persona. Estos tres aspectos son: el sexo
biológico, el sexo psicológico y el sexo sociológico. Es decir estos
tres aspectos no son comportamientos estancos, porque en el hombre y en
la mujer existe una profunda unidad e interdependencia entre las
dimensiones corporales, psíquicas y espirituales.
- El sexo biológico viene principalmente determinado por los cromosomas XX en la mujer y XY en el varón. Estas bases biológicas intervienen profundamente en el organismo, como se ve en las diferencias estructurales, hormonales y funcionales del cerebro masculino y el femenino.
- El sexo psicológico son las vivencias psíquicas como varón o como mujer. Esa conciencia psicológica se suele formar a los dos o tres años y coincide habitualmente con el sexo biológico, aunque haya excepciones a causa de la educación que se haya recibido.
- El sexo social o civil es la percepción del sexo por el entorno. En esto hay muchos cambios, ya que esa percepción social es fruto de procesos históricos y culturales: hace unos siglos no se concebía que una mujer fuera militar, por ejemplo.
El concepto de la ideología de género
Según esta ideología, no existiría una identificación entre sexo
genético y el ser hombre o mujer, sino que más bien habría que decir que
es el mismo ser humano quien va determinando su “género” acorde con
los deseos e inclinaciones de su voluntad. Los defensores de la
ideología de género sostienen que no existe una naturaleza humana que
haga a unos seres humanos, varones y a otros, mujeres.
Esta ideología defiende que las diferencias entre el hombre y la
mujer, a pesar de las obvias diferencias anatómicas, no corresponden a
una naturaleza fija, sino que son unas construcciones meramente culturales y convencionales, hechas según los roles y estereotipos que cada sociedad asigna a los sexos.
Esta ideología siempre habla de género y nunca de sexo porque para ellos, el término sexo hace
referencia a la naturaleza, e implica dos posibilidades: varón o mujer;
que son las únicas posibilidades derivadas de la dicotomía sexual
biológica. Mientras que el término género procede de la lingüística y
permite muchas variaciones: masculino, femenino, neutro….
Según Judith Butler, defensora de esta ideología: “El género es
una construcción cultural; por consiguiente, no es el resultado causal
del sexo, ni tan aparentemente fijo como el sexo”[1].
Al teorizar que el género es una construcción radicalmente
independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre
de ataduras. En consecuencia varón y masculino podrían significar tanto
un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo
masculino como uno femenino. Esta ideología afirma que no existen
sexos, sólo roles: orientaciones sexuales que son cambiantes a lo largo
de la vida de la persona.
El Papa Benedicto XVI a lo largo de varios discursos y escritos, dijo al respecto:
“La ideología de género es la última rebelión de la creatura contra su condición de creatura.
Con el ateísmo, el hombre moderno pretendió negar la existencia de una
instancia exterior que le dice algo sobre la verdad de sí mismo, sobre
lo bueno y sobre lo malo. Con el materialismo, el hombre moderno intentó
negar sus propias exigencias y su propia libertad, que nacen de su
condición espiritual. Ahora, con la ideología de género el hombre
moderno pretende librarse incluso de las exigencias de su propio cuerpo:
se considera un ser autónomo que se construye a sí mismo; una pura
voluntad que se autocrea y se convierte en un dios para sí mismo…
En la actualidad, existe sólo el hombre en
abstracto, que después elije para sí mismo, autónomamente, una u otra
cosa como naturaleza suya. Se niega a hombres y mujeres su exigencia
creacional de ser formas de la persona humana que se integran
mutuamente. Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia
como realidad preestablecida por la creación. Pero, en este caso,
también la prole ha perdido el puesto que hasta ahora le correspondía y
la particular dignidad que le es propia. Allí donde la libertad de hacer
se convierte en libertad de hacerse por uno mismo, se llega
necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre
—como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios— queda finalmente
degradado en la esencia de su ser…
En esa perspectiva de un hombre privado de su alma y, por tanto, de una relación personal con el Creador, todo lo que es técnicamente posible se convierte en moralmente lícito, cada experimento resulta aceptable, cada política demográfica consentida, cada manipulación legitimada”[2]
El concepto de identidad de género es una invención ideológica carente de fundamentación empírica, tal como probaremos más adelante.
Los precedentes de la ideología de género
Si hacemos marcha atrás y revisamos un poco la historia de los
últimos doscientos años, encontraremos a filósofos y pensadores como
Rousseau y Sartre, que en cierto modo son los que establecen las bases
filosóficas que luego se desarrollarán en la ideología de género.
El filósofo J. Rousseau (s. XVIII), con la visión del “natural
salvaje”, presenta al ser humano natural como inocente y asexuado. Lo
mejor es no intervenir en su desarrollo ni con estrategias educativas ni
con presiones sociales. La naturaleza se instruye a sí misma y solo hay
que dejar que cada uno, naturalmente, se vaya desarrollando. Todo lo
que venga de ese modo ha de ser bienvenido. La libertad es dejar que
suceda lo que naturalmente tenga que suceder.
J. P. Sartre (s. XX), al señalar que la existencia precede a la
esencia, deja abierto el camino para que el “yo” pueda ser el
constructor de sí mismo determinando qué experiencias vivir. El ser
humano no se debe a nadie ni a nada, está arrojado en su existencia y
sus acciones brotan de una libertad que se vive como una condena. La
persona está antes y más allá de sus acciones, y por tanto sus acciones
tampoco son, en último término, definitorias. La esencia como realidad
natural que se recibe no impone nada, pues la existencia le precede. Si
la esencia precediera a la existencia, el ser humano debería, de alguna
forma, atender a esa esencia y dejaría de ser libre. En Sartre, con lo
dicho, una malentendida defensa de la libertad le lleva a la renuncia de
la esencia.
Ya más cercano a nosotros tenemos a Simone de Beauvoir (1908-1986), en cuya obra, El segundo sexo
(1949), (con una enorme difusión en la sociedad del momento y en los
movimientos feministas de los años setenta), mantenía de forma radical,
que la mujer no nace, sino que se hace. Sobre la base de un feminismo igualitarista
las mujeres renunciaron a su esencia, negando radicalmente la
existencia de una feminidad o de ciertos rasgos femeninos innatos.
Los movimientos feministas preceden históricamente a la ideología de
género, y aun siendo cosas muy distintas, aquéllos son la base
sociológica que crea el humus adecuado para que esta surja.
Las feministas igualitaristas (al estilo Simone de Beauvoir) lograron
que la sociedad asumiera la idea de que trabajar en casa, ser buena
esposa y madre era atentatorio contra la dignidad de la mujer, algo
humillante que la degradaba, esclavizaba e impedía desarrollarse en
plenitud. Y que, para ser una mujer moderna era preciso previamente
liberarse del yugo de la feminidad, en especial, de la maternidad,
entendida como un signo de represión y subordinación: la tiranía de la
procreación. De este modo, se generaba cierto desprecio hacia las
mujeres que trabajaban en su casa o cuidaban de sus hijos, las cuales
resultaban estigmatizadas, considerándolas poco atractivas o
interesantes y nada productivas para la sociedad; frente a aquellas
otras mujeres que renunciaban a la maternidad o al cuidado personalizado
de sus vástagos desde sus primeros días de vida, las cuales aparecían
ante la opinión pública como heroínas, auténticas mujeres modernas, que
lejos de esclavizarse perdiendo el tiempo en la atención a sus retoños,
se entregaban plenamente a su profesión, por la que lo sacrificaban
todo, lo que las liberaba y convertía en estereotipos de la emancipación
femenina.
Leyes como la del aborto o la ley de igualdad, mediante la
utilización de términos contradictorios, como la “salud reproductiva”,
referida paradójicamente a las técnicas tendentes a evitar la
reproducción a toda costa, fueron expuestas a la sociedad como la
fórmula justa para liberar a la mujer y favorecer su desarrollo personal
y profesional, cuando realmente lo que consiguieron fue su
autodestrucción, afectando a su esencia y dignidad de manera
irreversible. Como resultado de esto, muchas mujeres tendieron a ocultar
su sensibilidad femenina/maternal como si fuera un defecto humillante y
adoptaron una postura cuasi masculina simulando ser agresivas y
competitivas en sus trabajos, yendo en último término en contra de sus
verdaderos deseos.
Muchas mujeres se esforzaron por cumplir sus funciones exactamente
como un hombre; y su naturaleza rechazada, reprimida, luego se hizo
valer y surgieron las depresiones, la ansiedad, la insatisfacción, la
frustración e infelicidad, porque, la feminidad luchaba por salir. Como
afirmaba García Morente: “ser mujer lo es todo para la mujer; es
profesión, es sentimiento, es concepción del mundo, es opinión, es la
vida entera. La mujer realiza un tipo de humanidad distinto del varón,
con sus propios valores y sus propias características y sólo alcanzará
su plena realización existencial cuando se comporte con autenticidad
respecto de su condición femenina”.
Por vez primera el movimiento feminista iba contra sí mismo, contra
su propia razón de ser, y se desnortaba autolesionando a las mujeres a
las que en un principio defendió. La mujer asumió de forma espontánea, y
sin queja alguna, que los roles masculinos eran los justos y oportunos,
que debía imitarlos para lograr la igualdad y adoptando un
comportamiento y, en ocasiones, un aspecto varonil, se traicionó a sí
misma, sacrificando el alma femenina, a cambio de ser aceptada en el
universo masculino.
La ideología de género: origen, significado y consecuencias
Actualmente, nos hallamos plenamente sumergidos en la tercera etapa de todo este proceso: el denominado feminismo de género. El término feministas de género fue acuñado por Christina Hoff Sommers[3], con el fin de distinguir el feminismo radical surgido hacia fines de 1960, del anterior movimiento feminista de paridad (que cree en la igualdad legal y moral de los sexos).
El feminismo de género pronto encontró una favorable acogida en un
buen número de importantes universidades donde se pretendió elevar los
“Gender Studies” a un nuevo rango científico
Según este feminismo de género, el objetivo ya no es ser igual al hombre, porque la propia noción o concepto de hombre sería una construcción social inexistente en la realidad. Se trata ahora de destruir todo lo relativo a la naturaleza,
negar cualquier influencia de la biología en nuestra configuración
sexual, abstracción hecha de las diferencias fisiológicas externas, cuya
importancia es minimizada hasta el extremo. Toda diferencia pertenece a
la cultura o es una “construcción social”. El objetivo propio de esta
ideología consiste en liberarse de estas construcciones plenamente y
asumir, ejerciendo una libertad absoluta, la tendencia sexual que se
desee en cada etapa o momento de la vida.
Es evidente que de este modo, el feminismo (en sentido propio) está
llegando a su fin, porque la liberación deseada comprende
indiscriminadamente tanto a mujeres como a varones. Las feministas de
género no buscan la mejora en la situación de la mujer, sino la
anulación radical de las diferencias hombre-mujer, anulación de lo
femenino y lo masculino y, en consecuencia, la desnaturalización extrema del ser humano.
Además, las feministas de género insisten en la desconstrucción[4]
de la familia, no sólo porque, según ellas, esclaviza a la mujer, sino
porque condiciona socialmente a los hijos para que acepten la familia,
el matrimonio y la maternidad como algo natural. Queda claro que para
los propulsores del género las responsabilidades de la mujer en la
familia son supuestamente enemigas de la realización de la mujer. El
entorno privado se considera como secundario y menos importante; la
familia y el trabajo del hogar como “carga” que afecta negativamente los
proyectos profesionales de la mujer.
Para eliminar las clases sexuales es necesario que la mujer se rebele
y se adueñe del control de la reproducción y de la fertilidad humana en
general. Ya no hay procreación, fruto del amor entre un hombre y una
mujer, sino reproducción biológica. El sexo debe quedar absolutamente disociado de la maternidad y la fecundidad. Los denominados derechos reproductivos implican que la mujer debe tener el control pleno de su fertilidad, principalmente a través de la anticoncepción y el aborto.
Con la renuncia voluntaria a la maternidad, pero sobre todo con el
aborto, la mujer se desubica respecto de sí misma y entra en una
profunda crisis de identidad que la conduce a la infelicidad. Como
señala Janne Haaland: “la cuestión esencial no es sólo de orden
práctico sino también antropológico: las mujeres nunca se sentirán
felices si no toman conciencia de hasta qué punto la maternidad define
al ser femenino, tanto en el plano físico como espiritual, y expresan
esta realidad con la reivindicación del reconocimiento social. Ser madre
es mucho más que la intensa y vivida experiencia de dar a luz y criar a
un hijo: es la clave para la toma de conciencia existencial de quienes
somos”.[5]
La mujer no tiene porqué querer lo mismo que quiere el hombre. Existe
una nueva generación de mujeres que evitan los altos cargos o las
jornadas laborales enteras porque no les proporciona la satisfacción
personal que ansían. Prefieren trabajos más sencillos para poder dedicar
mayor tiempo al cuidado de los hijos y de una adecuada valoración de la
maternidad. Muchas mujeres, apoyadas por sus maridos, evalúan sus
prioridades y deciden a favor de la familia, no como una forma de
sacrifico o autoinmolación, sino por puro placer personal, como una vía
de autorrealización que las llena de felicidad.
El sexo y la naturaleza humana creada por Dios
El doctor Johm Money (defensor de la ideología de género) sostenía
que el sexo es cambiable con la educación si se actúa desde el
nacimiento y si las operaciones de cambio de genitales se realizan antes
de los 18 meses. Pasados los 18 meses, el sexo biológico impondría la
subjetividad, es decir, establecería la diferencia de género
masculina-femenino. Con esta visión Money creó en 1950 el término
“género”, y la influencia de sus estudios en la ideología de género es
absoluta.
Para demostrar su teoría, Money realizó una intervención quirúrgica
en el año 1966 sobre dos hermanos Bruce y Brain que había nacido al
mismo tiempo. Bruce había sufrido, debido a un accidente, la amputación
del pene. Money argumentó que al ocurrir antes de los 18 meses se podía
llevar a cabo un cambio de sexo y que no supondría problema alguno
siempre y cuando no le dijeran nada sobre la intervención y fuera
educado como una niña. Los padres siguieron las indicaciones del médico.
Hasta en tres libros Money propuso este caso como el ejemplo
paradigmático de sus teorías, y por ello recibió reconocimiento social,
distinciones y financiación para sus investigaciones.
Bruce, siguiendo la estrategia de Money, pasó a ser Brenda. Pero
Brenda, a pesar de la intervención y de ser tratada como niña, no se
comportaba como mujer. Money dijo a los padres que insistieran. Los
padres obedecieron, y los resultados fueron desastrosos. Los padres no
aguantaron la tensión y decidieron, en contra de las indicaciones del
médico, explicarle lo sucedido a Bruce-Brenda, el cual, tras saberlo, se
rebautizó como David. El final de Bruce-Brenda-David y de su familia
fue dramático: él acabó suicidándose y el matrimonio roto, con problemas
de alcoholismo y más suicidios. El fracaso que supuso el caso, tomado
como paradigmático en la ideología de género durante décadas, fue
ocultado por Money y sus seguidores y no salió a la luz hasta 1995. Los
suicidios acontecieron en 2004 y no fueron reportados hasta el 2006, el
mismo año en que falleció Money.
Décadas de investigación en neurociencia, en endocrinología genética,
en psicología del desarrollo, demuestran que existen diferencias entre
los sexos. Los científicos han documentado una increíble colección de
diferencias cerebrales estructurales, químicas, genéticas, hormonales y
funcionales entre mujeres y varones.
Sandra Witleson, neurocientífica, afirma con rotundidad: “el cerebro tiene sexo”.
Hombres y mujeres salen del útero materno con algunas tendencias e
inclinaciones innatas, no nacen como hojas en blanco en las que las
experiencias de la infancia marcan la aparición de las personalidades
femenina y masculina.
El psiquiatra, Gianfrancesco Zuanazzi, afirma que “la
sexualización involucra a todo el organismo, de modo que el dimorfismo
coimplica, de manera más o menos evidente, a todos los órganos y
funciones. En particular este proceso afecta al sistema nervioso
central, determinando diferencias estructurales y funcionales entre el
cerebro masculino y femenino”. Ambos cerebros son “fundamentales variantes biológicas del cerebro humano”[6].
Cuando se nace con un cerebro –masculino o femenino- ni la terapia
hormonal, ni la cirugía, ni la educación pueden cambiar la identidad del
sexo[7].
En la misma línea, los doctores Richard Fiztgibbons, Phillip Sutton y
Dale O’Leary, consideran que el sexo biológico no puede cambiarse, y
rechazan el concepto de identidad de género o la idea de que el
género, como construcción social o percepción personal, sea distinto
del sexo biológico de cada cual. En su artículo, “La psicopatología de la cirugía de reasignación de sexo”[8],
cuestionan las implicaciones médicas y éticas de la práctica de
cirugías de cambio de sexo. Los autores abordan este asunto desde la
perspectiva médico-biológica según la cual el género humano es una
cuestión de composición genética, y explican que la identidad
sexual está escrita en cada célula del cuerpo y puede determinarse
mediante exámenes de ADN. No puede ser modificada.
Mantener que el hombre y la mujer son los mismos en aptitudes,
habilidades o conductas; considerar que son intercambiables o fungibles,
es construir una sociedad basada en una mentira biológica y científica.
Como afirma Louann Brizendine, neuropsiquiatra de la Universidad de
Columbia: “No existe un cerebro unisex. Si en nombre de la
corrección política intentamos refutar la influencia de la biología en
el cerebro, empezaremos a combatir nuestra propia naturaleza”.[9]
Ahora bien, no podemos todo reducirlo a naturaleza o a comportamiento
social, según la Dra. Meeker, algunas personas prefieren agarrarse
tenazmente a los descubrimientos científicos sobre el cerebro, y creer
que la ciencia lo explica absolutamente todo, dejan de un lado cuanto
pueda pertenecer al ámbito filosófico y religioso y mantienen que la
ciencia es el único baluarte de la verdad. Las conexiones neuronales o
las hormonas no lo explican todo. Tampoco la educación y las influencias
sociales. No todo es cultura, como pretenden algunos. Ni todo es
naturaleza, como mantienen otros, cayendo en un reduccionismo biológico
absurdo, pues niegan la libertad del hombre. Cualquiera de las dos
posiciones extremas resulta insostenible. Tenemos por un lado la
naturaleza –neuronas, sustancias químicas del cerebro, hormonas, los
genes…-. Y, por otro, la crianza, la cultura, la educación. Ante este
panorama no tiene sentido hablar de naturaleza o de cultura por
separado, sino sólo de su interacción.
Como dijo Benedicto XVI: “La naturaleza humana y la dimensión
cultural se integran en un proceso amplio y complejo, que constituye la
formación de la propia identidad, donde ambas dimensiones, la masculina y
la femenina, se integran y complementan…”.[10]
La educación juega, por lo tanto, un papel fundamental en el
equilibrado desarrollo de la personalidad femenina y masculina, por
medio de la potenciación de las virtudes y aptitudes peculiares de cada
sexo y por medio, asimismo, del encauzamiento de aquellas tendencias
innatas que podrían dificultar una justa igualdad y un correcto
desarrollo personal. La educación sirve para regular ese núcleo innato y
natural que todos llevamos dentro. Para ello hay que reconocer la
importancia de la educación en las primeras etapas de la vida. Por ello,
aquellos métodos educativos y docentes que aprecien, valoren y concedan
el tratamiento adecuado a las especificidades propias de cada sexo,
serán sin duda los más adecuados para lograr el equilibrio personal y
humano que todo niño precisa para alcanzar una madurez responsable y, en
consecuencia, libre y feliz.
En definitiva, recientes investigaciones científicas demuestran cómo
la identidad sexual está escrita en cada célula del cuerpo y no puede
ser modificada. El sexo biológico no puede cambiarse. El concepto de identidad de género
o la idea de que el género, como construcción social o percepción
personal, sea distinto del sexo biológico de cada cual es una invención
ideológica carente de fundamentación empírica.
Las personas que encuentran dificultades para identificarse con su
sexo biológico frecuentemente padecen de problemas psicológicos más
serios, entre ellos: depresión, ansiedad severa, masoquismo,
autodesprecio, narcisismo, consecuencias de abusos sexuales en la
infancia y de situaciones familiares conflictivas.
Al proponer una solución quirúrgica para trastornos psicológicos
profundos de este orden, la cirugía de cambio de sexo es categóricamente
inadecuada y éticamente inaceptable. De acuerdo con los autores,
aquellos individuos que se someten a esta práctica siguen teniendo los
mismos problemas con las relaciones, el trabajo y las emociones que
tenían antes de ella.
********
Para aquellas personas que deseen realizar un estudio más profundo de este tema les aconsejo el libro de María Calvo titulado Alteridad sexual. Razones frente a la Ideología de género, publicado en la colección “Argumentos para el siglo XXI”, Madrid, Digital Reasons, 2013.
Con el fin de no extender más este artículo, lo dejamos aquí; para en
el próximo, estudiar el grave daño que esta ideología de género está
causando en las escuelas y en la formación de los niños.
Padre Lucas Prados
[1] J. Butler, Gender Trouble: feminism and the Subversion of Identitiy , Routlege, New York, 1990, pág. 6.
[2] Benedicto XVI, en varios discursos y documentos, 2012-2013..
[3] Christina Hoff Sommers, Who Stole Feminism?: How Women Have Betrayed Women, 1995
[4] Deconstruir: Según el Diccionario de la Real Academia Española se definiría como deshacer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual.
[5] Haaland, J., El tiempo de las mujeres, Editorial Rialp, 2002, pag. 27.
[6] Aparisi, A., La complementariedad varón-mujer en la familia y la sociedad, Nuestro Tiempo, 2006.
[7] Calvo Charro, M., Cerebro y educación, ed. Almuzara, 2007.
[8] Richard Fiztgibbons, Phillip Sutton y Dale O’Leary, “La psicopatología de la cirugía de reasignación de sexo”, The National Catholic Bioethics Quarterly, 2009.
[9] Brizendine, L., El cerebro femenino, edit. RBA, 2007.
[10] Benedicto XVI, Carta a los obispos de la iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la iglesia y el mundo, 2008.