Una
semana antes de que se consumara la Revolución Libertadora en el
histórico septiembre de 1955´, el General Eduardo Lonardi, oficial
retirado, sin mando de tropa, sin un programa previamente acordado con
sus camaradas de armas (ni siquiera conocía en persona al Almirante
Rojas) y sin coordinación alguna con los partidos políticos opositores
osó viajar sin custodia en un micro de línea (acompañado de su mujer y
su hijo) desde Buenos Aires a Córdoba con su uniforme militar doblado en
un bolso de mano y una semana después, regresó a Buenos Aires como
Presidente de la Nación. Indudablemente, lo suyo fue una hazaña digna de
quedar en los anales de la historia: en ese lapso Lonardi tomó
personalmente la Escuela de Artillería de Córdoba, tras ocho horas de
desigual combate logró la rendición de la Escuela de Infantería, luego
se plantó quijotescamente frente al Ejército leal (que lo quintuplicaba
en efectivos) hasta hacerlo hocicar, paralizó al hegemónico Congreso de
la Nación, neutralizó al movimiento sindical que días atrás había
recibido la orden del dictador Perón de matar “5 por 1” y se mantuvo
imperturbable ante el bombardeo informativo de los medios de
comunicación, todos en manos del régimen.
O lo de Lonardi fue una verdadera
epopeya o el desmoronamiento de Perón y de todas sus estructuras
dependientes fueron al margen del arrojo de Lonardi. Dicho de otro modo:
¿fue Lonardi un súper-héroe o fue Perón un gigante de cartón? Los
súper-héroes no existen y en todo caso Lonardi obró inequívocamente como
un héroe pero a su vez, Perón demostró que lo que verdaderamente tenía
de gigante era su verba: “¡Compañeros!: los jefes de esta asonada,
hombres deshonestos y sin honor, han hecho como hacen todos los
cobardes: en el momento abandonaron sus fuerzas y las dejaron libradas a
su propia suerte. Ninguno de ellos fue capaz de pelear y hacerse matar
en su puesto. Compañeros: nosotros, los soldados, sabemos que nuestro
oficio es uno solo: morir por nuestro honor; y un militar que no sabe
morir por su honor no es digno de ser militar, ¡ni de ser ciudadano
argentino!” arengó el bocón el 29 de septiembre de 1951 tras la
frustrada rebelión de Menéndez. Pero cuatro años después él mismo
escapaba sin morir, sin pelear, abandonando a los suyos y sin el menor
gesto de honor. “Si el pueblo no me necesita, como argentino me sentiré
más seguro en la cárcel que en ninguna Embajada extranjera. Digo esto no
para no atribuirme méritos, sino para hacer resaltar la diferencia que
hay entre nosotros y estos opositores a la violeta, que cuando se
resfrían se van a una Embajada como exiliados” disparó en 1952. Pero en
1955 buscó desesperadamente escondite en la primera Embajada que le
diera cabida: la del Paraguay comandada por su amigo el dictador
Stroessner.
Sin embargo, lo más curioso de todo este
desenlace no son las mentiras y contradicciones en las que con
insistencia y habitualidad recurría Perón, sino el hecho de que en
septiembre de 1955 a él le sobraba estructura política y militar (la
proporción entre leales y rebeldes era de 7 a 1) como para haber podido
aplastar a la revolución si acaso hubiese tenido verdaderos dones de
mando militar y hubiese contado con las suficientes agallas como para
asumir la responsabilidad de liquidar a los rebeldes en Córdoba. Vale
decir: sin quitarle el menor mérito a los jefes revolucionarios y a sus
heroicos hombres (como el ContraAlmirante Isaak Rojas o el General Pedro
Eugenio Aramburu), si la misma prepotencia discursiva con la que Perón
se pavoneaba desde los balcones la hubiese portado y aplicado como
militar y jefe de Estado, muy probablemente el dictador no hubiese
terminado escapando tan deshonrosa y miserablemente.
“Mejor que decir es hacer” decía siempre
Perón, aunque paradojalmente si analizamos sus dichos y sus hechos
notamos que durante los momentos cruciales o decisivos de su trajinada
vida política y militar su gallardía acabara siendo oral y en su actuar
concreto no hiciera más que desdecirse y/o autodestruirse, obrando como
un verdadero gigante con pies de barro o una suerte de Goliat[1] de las pampas.
Es too much!
Perón no sólo obró sin honor ni dignidad
durante la Revolución Libertadora sino que tampoco contó con dichos
atributos con posterioridad, es decir, a la hora de reflexionar sobre
lo sucedido. En efecto, tras fugarse intentó ensayar de inmediato
explicaciones acerca del porqué de su caída, y una de sus primeras
ficciones, sostenida el 5 de octubre de 1955 (semana posterior a la
Revolución) se la concedió a la agencia norteamericana United Press
en donde manifestó que su destitución obedeció a la conspiración
desatada por determinados nacionalistas locales que se opusieron a su
política “entreguista” para con la petrolera norteamericana Standard Oil:
“Las causas son solamente políticas. El móvil, la reacción
oligarco-clerical para entronizar el conservadorismo caduco; el medio,
la fuerza medida por la ambición y el dinero. El contrato petrolífero,
un pretexto de los que trabajaban de ultranacionalistas sui generis”[2].
Es decir, el fugitivo alegaba haber caído por culpa de los chauvinistas
que no entendieron su acuerdo bilateral con el capitalismo
estadounidense. Argumento raro el de Perón, teniendo en cuenta que
posteriormente él mismo inventó que la causa de su caída fue
paradojalmente consecuencia de una conspiración del capitalismo
estadounidense: “A nosotros no nos volteó el pueblo argentino: nos
voltearon los yanquis; y quién sabe si hubiéramos tomado otras medidas:
tal vez hubiese venido una invasión como la de Santo Domingo (…) Todo
fue orquestado por los Estados Unidos”[3].
Incluso, uno de sus delirios explicativos más intensos sobre esta
última “tesis” la brindó Perón en el mes de noviembre de 1955 en Panamá,
cuando se justificó ante la prensa diciendo que se fue de la Argentina
para evitar una invasión norteamericana y de la “sinarquía
internacional”: “P- General, si las fuerzas leales eran superiores a los
insurgentes y además el pueblo estaba con Ud. y la CGT pidió armas para
defender al gobierno ¿por qué no resistió? – JDP: ¿qué resolvíamos con
eso? La sinarquía internacional se nos iba a echar encima más
ruidosamente, quizás nos iban a mandar marines (marinos
norteamericanos), pudieron haber muerto un millón de argentinos. ¿Qué
favor le haríamos al país?”[4].
¿En qué quedamos?. ¿Lo voltearon los nacionalistas por “cipayo” o lo
voltearon los norteamericanos por “anti-imperialista”? Las recurrentes
ficciones de Perón no pasan la prueba de la risa, no sólo por sus
insalvables contradicciones sino porque en esta última fantasía suya (la
de pretender evitar una “invasión norteamericana”), es el propio
dictador el que semanas antes de huir le acababa de entregar la
explotación del petróleo en bandeja a los Estados Unidos, y luego
alegaba haber desistido la lucha para evitar una inminente invasión
estadounidense, la cual acudiría en apoyo de la Revolución Libertadora
que fue justamente la que días después anuló los contratos petroleros
con la Standard Oil norteamericana que solícitamente había firmado
Perón!
Sin
embargo, meses después, Perón intentó reformular sus risueñas e
inconsistentes excusas y para tal fin elaboró un libro
auto-justificativo titulado “La fuerza es el derecho de las bestias”,
en el cual sostuvo entre otras cosas que él renunció a la presidencia
para salvar la refinería de petróleo que amenazaba bombardear la Marina,
puesto que para él esa fábrica le despertaba una especial ternura: “yo
la consideraba como un hijo mío. Yo había puesto el primer ladrillo”
anotó sentimentalmente, siendo que además el bombardeo implicaría “la
destrucción de 10 años de trabajo y la pérdida de 400 millones de
dólares”[5].
¿O sea que el jefe militar de una revolución “anti-oligárquica”
abandona a sus “descamisados” a merced de los “explotadores” para salvar
la integridad de una simple refinería que al cederla iba a ser luego
usufructuada no por “su pueblo” sino por los “explotadores oligarcas”?
Es decir, por un posterior gobierno “gorila” que por supuesto obraría al
servicio del “imperialismo y las clases dominantes”.
Pero como estas estulticias
justificativas no encajaban en ningún razonamiento que pretenda tomarse
por serio, en ese mismo libro Perón tomó la precaución de completar su
frágil explicación con un argumento un poco más elegante al sostener que
en verdad se fue para “no derramar sangre” puesto que además él mismo
se negó a armar a los obreros para defender su gobierno: “Influenciaba
también mi espíritu la idea de una posible guerra civil de amplia
destrucción, y recordaba el panorama de una pobre España devastada que
presencié en 1939. Muchos me aconsejaban abrir los arsenales y entregar
las armas y municiones a los obreros, que estaban ansiosos de
empuñarlas, pero hubiera representado una masacre, y probablemente la
destrucción de medio Buenos Aires”[6].
¿O sea que el “macho”, el Primer Trabajador, el “Gran Conductor”, el
General de la Nación y el Libertador de la Nueva Argentina tras haberle
ordenado a su pueblo “dar la vida en su puesto de combate” y exhortarles
“que caigan cinco de ellos por cada uno nuestro” ahora cedía ante la
“oligarquía” bajo el argumento postrero de no querer “derramar sangre”
tras negarse otorgarles armar a los obreros que según él estaban
“ansiosos de empuñarlas”? Resulta muy curioso este último silogismo
pacifista de Perón, puesto que en carta escrita y remitida en 1956 a
John William Cooke, el propio Perón escribió exactamente todo lo
contrario y encima culpó a sus colaboradores militares de no haberse
animado a armar a los obreros: “Tanto Lucero como Sosa Molina se
opusieron terminantemente a que se le entregaran armas a los obreros,
sus generales y sus jefes defeccionaron miserablemente, sino en la misma
medida que la marina y la aviación, por lo menos en forma de darme la
sensación que ellos preferían que vencieran los revolucionarios (sus
camaradas) antes que el pueblo impusiera el orden que ellos eran
incapaces de guardar e impotentes de establecer”[7].
Luego, en su citado libro, Perón argumenta lo mismo que anotó en la
carta a Cooke, pero en esta ocasión no culpó a sus militares sino a sus
Ministros: “En los primeros días de septiembre (…) Como un reaseguro,
propuse a los Ministros movilizar parte del pueblo, de acuerdo con la
ley, para la defensa de las instituciones; pero no encontré acogida
favorable por consideraciones secundarias, referidas al efecto que una
medida semejante podría ocasionar en los Comandos que, siendo leales, se
sentirían objeto de una desconfianza injusta”[8]
y en reportaje concedido el 12 de junio de 1956 se despacha contra
ministros y militares por igual agregando: “Yo no acuso de traidores a
mis Ministros, que fueron fieles, pero sí los acuso de haberme impedido
usar al pueblo para la defensa, con el tonto concepto de que lo harían
las fuerzas militares, que en la prueba demostraron que no valían nada o
que no querían defender al pueblo. Ésa es la verdad, dura pero la
verdad. Yo debía haberlos destituido, pero desgraciadamente ya era
tarde”[9].
Es decir, siempre echándole la culpa a
los demás y sin la menor autocrítica, Perón primero anotó que no quiso
“derramar sangre” ni “armar a los obreros” y en declaraciones separadas
culpó a sus generales y Ministros de no haber tenido éstos la voluntad
de aplastar la rebelión ni de haberse animados a armar a los obreros.
Pero hay más chivos expiatorios usados por Perón para justificar su
derrumbe. En el colmo de la ingratitud, el “Primer Trabajador” en sus
memorias grabadas, culpó a su “pueblo trabajador” no sólo de cobardía
sino de haber facilitado su derrocamiento: “nuestro pueblo, que había
recibido enormes ventajas y reivindicaciones contra la explotación de
que había sido víctima desde hacía un siglo, debía haber tenido un mayor
entusiasmo por defender lo que se le había dado. Pero no lo defendió
porque todos eran ´pancistas´…! Pensaban con la panza y no con la cabeza
y el corazón!…Esta ingratitud me llevó a pensar que darles conquistas y
reivindicaciones a un pueblo que no es capaz de defenderlas, es perder
el tiempo…Si no hubieran existido todas esas cosas que le dan asco a
uno, yo hubiera defendido el asunto y…salgo con un regimiento, decido la
situación y termina el problema…También me desilusionaron los gremios.
La huelga general estaba preparada y no salieron…Entonces llegué a la
conclusión de que el pueblo argentino merecía un castigo terrible por lo
que había hecho”[10].
En
otra ocasión, en una de las fantasías más ocurrentes que Perón haya
esbozado para explicar su derrocamiento, se animó a sostener que él
defeccionó porque sus propios militares de confianza pretendían matarlo:
“Si yo no me hubiera dado cuenta de la traición y hubiera permanecido
en Buenos Aires, ellos mismos me habrían asesinado, aunque solo fuera
para hacer méritos con los vencedores (…) de muchos ya tengo opinión
formada como traidores, como cobardes y como felones”[11].
Pero curiosamente años después (en 1970) expuso todo lo contrario: “A
mí las Fuerzas Armadas no me defeccionaron: sólo un pequeño sector de
ellas. Si yo hubiese resuelto resistir no tenía problemas”[12].
No contento con todo este cúmulo de
insensateces, más adelante en el tiempo Perón le expuso a su biógrafo
Pavón Pereyra que él se fue por culpa de una conspiración pergeñada por
el Primer Ministro de Inglaterra Winston Churchill en un contubernio
conformado por el judaísmo, la masonería y el Papa: “Aquí es lícito
hablar de factores supranacionales. Ya se sabe que el vaticanismo, la
masonería y el sionismo aparecen simultáneamente unidos cada vez que se
les disputan en las áreas nacionales el predominio del poder del
espíritu, del poder político o del poder del dinero” agregando que
“Nuestro error básico quizás haya consistido en no considerar a la lucha
entablada contra el peronismo como un fragmento de la lucha secular con
Inglaterra” resumiendo la componenda como una “vulgar estratagema
churchilliana”[13]
De todas sus bromas explicativas,
dejamos para el final la que consideramos más ficcionaria y es la que le
brindó a Esteban Peicovich en reportaje concedido en Madrid en 1965, en
donde la misma persona que se cansó de perseguir, torturar y encarcelar
comunistas sostuvo que en 1955 cayó por falta de apoyo del comunismo
internacional: “Si en 1954 Rusia hubiere estado tan fuerte como después,
yo hubiera sido el primer Fidel Castro de América Latina”[14].
¿Sintetizamos tamaño abarrotamiento de
incongruentes mentiras para no marearnos tanto? Tras excusarse de haber
huido por culpa de los nacionalistas que lo voltearon como consecuencia
de su acuerdo petrolero con el capitalismo estadounidense, Perón acusó
luego a los Estados Unidos de haberlo derrocado (inminente invasión que
iría en apoyo de los revolucionarios que derogaron el contrato petrolero
que precisamente beneficiaba a los norteamericanos). Posteriormente
sostuvo que escapó en salvaguarda de su coqueta refinería, la cual al
abandonarla dejaba en pleno usufructo a la “oligarquía”. Seguidamente
explicó su fuga inventando su pacífica pretensión de evitar derramar
sangre al no querer armar a los obreros, pero luego culpó a sus
generales de no haberlos armado, responsabilizó del mismo pecado a sus
ministros y por último calificó de cobardía y pancismo a los mismísimos
obreros por no haberse estos animados a empuñar armas en su defensa.
Pero todos estos divagues no le
impidieron sostener a Perón en otra ocasión que a él lo volteó una
conjura encabezada por el Primer Ministro inglés al encabezar una
sórdida conspiración antiperonista conformada por el Vaticano, la
masonería y el judaísmo. Y en el medio de todo este grotesco galimatías
también supo perorar conque en verdad ocurrió que sus militares de
confianza pretendían matarlo, aunque posteriormente sostuvo que no, que
los militares locales jamás lo traicionaron y finalmente, quien fuera un
confesado militar mussolinista y perseguidor de comunistas nos ilustró
sosteniendo que en puridad él cayó por no contar con el anhelado apoyo
soviético, lamentable ausencia que le impidió convertirse en el primer
presidente comunista del hemisferio. ¡Es “too much”!. ¿Tanta pirueta
verbal para intentar explicar sin éxito que el verdadero motivo de su
fuga fue su cobardía?
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Fragmento del libro “Perón, el fetiche de las masas. Biografía de un dictador” de Nicolás Márquez.
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[1] De acuerdo con la narración bíblica (1ª de Samuel 17:4-23; 21:9), Goliat fue un soldado gigante de la ciudad de Gat y paladín del ejército filisteo, que durante cuarenta días asedió a los ejércitos de Israel. En dicha historia fue derrotado y herido porel pequeño David con una honda y una piedra y murió decapitado por su propia espada.
[2] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Pág.759.
[3] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Pág 760.
[4]
Grabación de audio citada reproducida en el documental audiovisual
“Perón, Sinfonía del Sentimiento”, dirigido por Leonardo Favio. Puede
escucharse en internet en el siguiente enlace:
[5] PAGE, JOSEPH A.: “Perón, una Biografía”. Ed Sudamericana de Bolsillo, 1 edición, año 2005. pág 384.
[6] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Págs. 759/760.
[7] Citado en Íd., pág. 761.
[8] Los libros del exilio, 1955-1973, Volumen 1, Juan Domingo Perón, Corregidor, 1996 , pág. 72.
[9]Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013. Pág.761.
[10] PAGE, JOSEPH A.: “Perón, una Biografía”. Ed Sudamericana de Bolsillo, 1 edición, año 2005. Pág 387
[11] Citado en RUIZ MORENO, ISIDORO J: “La Revolución del 55”. Buenos Aires; Claridad, 2013.Pág. 761.
[12]
Entrevista publicada en la revista Triunfo N. 414, 9 de mayo de 1970,
en Madrid. Citado en La Revolución del 55 – Isidoro J. Ruiz Moreno.
Buenos Aires: Claridad, 2013. Pág.760
[13] Perón tal como es. Enrique Pavón Pereyra. Editorial Macacha Guemes. 1973, segunda edición. Pág. 125, 126.