Reseña de “El libro negro de la Nueva Izquierda”. Por el filósofo Juan Carlos Monedero (h)
Cuando estas líneas estén en poder del lector, sepa que primero han
sido leídas por los autores del libro reseñado, esto es, los Sres.
Agustín Laje y Nicolás Márquez, a quienes fueron remitidas en primer
lugar. La intención es la de que este gesto, propio de quienes debemos
mantener un trato de caballeros, precediese a todo análisis discursivo.
Se trata de un trabajo con notables virtudes, tanto en la parte
escrita por Laje como en la de Márquez; virtudes y méritos que, en
nuestra opinión, coexisten con lo que parecen ser errores graves de
juicio y colisión directa con el Magisterio de la Iglesia, delicado
punto que se aprecia en la posición favorable al liberalismo, admitida
expresamente por los autores del libro.
Empecemos con la enumeración de las virtudes. En la línea de los trabajos del Dr. Enrique Díaz Araujo, es evidente que El libro negro de la Nueva Izquierda no
sólo contiene interesantes argumentos que rebaten algunos de los
pilares de la ideología del género, el feminismo y el marxismo; también describe el derrotero vivido por los principales ideólogos de estas corrientes.
El denominador común de sus vidas es la enfermedad, la adicción, la
locura y la muerte. Así, por ejemplo, quedan debidamente señalados los
padecimientos, vicios y conductas de los conocidos Reich, Marcuse y
otros; también se menciona la prematura muerte de Foucault, fallecido a
los 38 años a causa del VIH. A pesar de las iniciales apariencias, este
recurso no puede considerarse un mero argumento ad hominem. No
constituye un desvío el hecho de sacar a la luz los “trapitos” de la
vida íntima de estos ideólogos, dado que estas revelaciones permiten
apreciar una gran verdad: personas trastornadas generaron filosofías enfermizas, con la misma naturalidad con que el modo de ser de los efectos es indicativo del modo de ser de la causa.
La segunda virtud del libro es hacer patente el vínculo entre
ideología homosexualista y pedofilia, por lo general desconocido. En
efecto, así como la revolución sexual de los 60’ –retratada en propuestas tales como “amor libre” y claramente ligada a la mentalidad anticonceptiva– fue sólo la punta de lanza
del homosexualismo, parece que hoy en día, a caballo de la
naturalización de la homosexualidad, la pedofilia no tardará en ingresar
en el espectro público como objeto de discusión mediática. Los ideólogos citados por Agustín Laje y Nicolás Márquez no permiten engañarse: puesto que no existe ni puede existir una norma objetiva sobre la sexualidad, es
evidente que no sólo las prácticas homosexuales son una opción válida.
También lo son las relaciones carnales entre niños y adultos, como
acertadamente documenta el libro. No será extraño que, en pocos años,
panelistas televisivos hablen de ella siquiera como “posibilidad”. En
Europa este tema ya está en discusión. Como se ve, esta cólera
anti-tradición y, por lo mismo, anti-vida, mancilla la misma inocencia
de los infantes. Y más aún: en el horizonte de estos ideólogos yacen
–todavía ocultas al gran público– pretensiones de legitimar la zoofilia,
el incesto y la necrofilia, y El libro negro de la Nueva Izquierda las destapa.
En tercer lugar, a lo largo de estas páginas queda desplegada con toda claridad la presente estrategia
de estos movimientos. En la actualidad, el punto de ignición lo
constituye, sin dudas, la sexualidad. Si en el pasado la dialéctica
marxista tomó como blancos privilegiados la historia, la economía y la
política, hoy es la sexualidad humana la repetidamente
atacada por este sofístico ariete. Se martilla una y otra vez sobre
ella, promoviendo la coexistencia de formas antinaturales con la
práctica normal de la sexualidad: “Nos da risa cuando vemos el
cabreo que se han pillado los fachos porque les hemos reventado hasta
hacerlos trizas su significante tan querido ‘matrimonio’. Yo los
comprendo. Tienen toda la razón. Si dos lesbianas se pueden casar lo
mismo que el hijo de la marquesa con la hija del empresario entonces es
que el matrimonio ha dejado de tener significado, ya no tiene ningún
sentido para los que lo inventaron” sostiene el desdichado Paco
Vidarte, homosexual español. Otras citas –también extraídas de las
publicaciones de ideólogos y activistas– son muy explícitas y eximen de
todo comentario. Su nivel de frontalidad es de tal magnitud que
seguramente muchos se verán conmovidos: son una auténtica escritura pornográfica, claro
indicio de lo que –a la luz de la fe– podemos considerar como una
influencia propiamente demoníaca. Se observa cómo la pretensión de
posicionar la homosexualidad y otras desviaciones en la agenda pública
es una clara maniobra subversiva, dado que el orden natural
reclama la heterosexualidad. Los autores dejan muy claro que la práctica
homosexual es concebida por estos propagandistas como una herramienta ideológico-política.
En
cuarto lugar, leyendo el libro se evidencia –y aquí arriesgamos una
opinión propia, quizás no suscripta por sus autores– que la presente
batalla cultural no es desplegada por intelectuales sinceros, cuyos
principios estuviesen sostenidos honorablemente. ¿Cómo se llega a esta
conclusión? Es evidente que una persona honesta estaría dispuesta a
conceder a su adversario aquellos derechos y atribuciones que, en tanto
persona, pretende para sí. Quienes arguyen con recta conciencia no sólo
declaman respeto para sí mismos sino que, principalmente, lo brindan al
prójimo. Asimismo, tienen cierto pudor por la contradicción y no habitan conscientemente en ella. Una vez más, todo lo contrario sucede con estos personajes: son auténticos saboteadores del sentido común, terroristas del alma, duros
adjetivos ganados a fuerza de demostrar que no los detienen sus
innumerables contradicciones e inconsistencias. Todo eso no tiene
importancia alguna para ellos, que sólo tienen objetivos que cumplir. Su
mensaje no pretende ni aspira al deleite de la mente, bañada por la luz
de la verdad. Es pura praxis, y no logos.
Salvadas las virtudes de El libro negro de la Nueva Izquierda, ¿qué observaciones críticas se pueden realizar?
En primer lugar, una de las tesis de la obra es que el actual
feminismo –difundido a través del lenguaje de género, propulsado por el
uso del término femicidio y expandido gracias a consignas tales como Ni Una Menos– sería malo porque es de izquierda.
El feminismo “de la primera ola”, valorado positivamente en este
trabajo, se habría desvinculado de su fuente –el liberalismo, como lo
explica Laje–, hallándose hoy en día bajo el secuestro del marxismo. De
esta manera, el feminismo liberal es bueno mientras que el feminismo marxista es
malo. La segunda observación no tiene menor importancia: puesto que las
corrientes ideológicas criticadas duramente en el libro cuestionan el
capitalismo liberal al mismo tiempo que arrojan dardos a la familia y al orden natural,
los autores de la obra también rompen lanzas en su defensa. Entre otros
argumentos, quedan enumeradas una serie de bondades propias de la
tecnología, exhibidas como bondades del liberalismo.
El
Magisterio de la Iglesia ha condenado, sin embargo, la ideología
liberal; condena que pesa y se extiende no sólo respecto del liberalismo
filosófico sino también del político, el moral y el económico. Muy conocida entre nosotros es la obra del gran Félix Sardá y Salvany, titulada El liberalismo es pecado. Más cerca en el tiempo, el querido Padre Horacio Bojorge ha escrito El Liberalismo es la iniquidad, la rebelión contra Dios Padre. El recientemente fallecido Alberto Caturelli publicó en la Revista Gladius varios artículos en donde critica duramente al Liberalismo y, en particular, al Liberalismo Católico.
Y son innumerables las leyes, tanto en la Argentina como en el resto
del mundo, provenientes de la matriz ideológica liberal; leyes que
propiciaron la desacralización, la mentalidad naturalista e incluso
actitudes anticristianas. De ahí que, como adelantásemos al inicio de
esta reseña, los juicios favorables de los autores del libro con
respecto a esta ideología no pueden menos que entrar en contradicción con la doctrina católica.
Por la misma razón, está ausente en el libro uno de los puntos
capitales de la filosofía de la historia, ilustrado novelescamente por
Dostoievski y enseñado repetidas veces por el R.P. Alfredo Sáenz: liberalismo y socialismo son dos caras de la misma moneda, hijos de la misma Revolución del 89’, ambas tenazas de la Masonería.
En ese sentido, es entendible desde lo humano pero no
doctrinariamente justificable una actitud acrítica respecto del libro,
reconociendo las legítimas virtudes del mismo, salvando las buenas
intenciones de sus autores –como, con justicia, hemos intentado hacer–
pero sin señalar limitaciones de la obra o incluso ciertos errores. La
actitud que nos mueve al hacer una cosa pero también la otra
no proviene de ninguna “pose” de supremacía intelectual. Simplemente,
en atención a la notable difusión –justificada, nos parece, en atención a
su calidad– que ha tenido esta obra, se pretende puntualizar ambos aspectos,
y hasta por la misma caridad con los autores, a quienes en primer lugar
se ha dado conocimiento de esta reseña. En ese sentido, creemos que es
posible bautizar los importantes datos y análisis vertidos en
este libro, tanto por parte de Agustín Laje como de Nicolás Márquez,
separando los valiosos elementos que nos aportan –a fin de continuar
librando, con más fuerza aún, esta batalla cultural– respecto de ciertos
juicios que se encuentran salpicados de una visión benévola respecto
del liberalismo y del capitalismo.
#Juan Carlos Monedero (h) es docente, Bachiller en Filosofía,
articulista, ensayista. Católico y nacionalista, tiene publicaciones en
las revista Gladius, Ethos (INFIP) y Cabildo. Recientemente publicó su
primer libro “Lenguaje, Ideología y Poder. La palabra como arma de
persuasión ideológica. Cultura y legislación” (Ediciones Castilla,
2016).
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