jueves, 31 de agosto de 2017

3. Wilhem Reich y la revolución sexual

3. Wilhem Reich y la revolución sexual


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En 1957, en la cárcel federal de Lweisburg, Pennsylvania, fallecía el hombre que hizo más que ningún otro para ganarse el título de “padre de la revolución sexual”. Su revolución pretendía liberar a las personas de la represión sexual. Pero nada preveía con respecto al amor personal. De forma inevitable, esa revolución no condujo sino a su propio opuesto, a una tiranía de la carne que reprime las potencialidades espirituales del hombre para el amor y la comunidad. El intento romántico de prohibir todas las prohibiciones señalaba el camino no hacia la utopía, sino hacia una contradicción sin sentido.
Wilhelm Reich nació en Austria en 1897. Su padre era un granjero suficientemente próspero como para permitirse tener una cocinera, un ama de llaves y una tata, además de su esposa y de dos hijos. Leon Reich gobernaba su granja despóticamente y exigía completa obediencia a sus trabajadores. Abandonó su religión judía y proporcionó a sus hijos una educación completamente secular. Wilhelm se declaró “ateo empedernido” a los ocho años.

Sabemos mucho sobre los detalles íntimos de la niñez de Wilhelm a partir de su autobiografía, Pasión de juventud, publicada póstumamente en 1988. Al igual que con la vida de Alfred Kinsey, el relato es a la vez morboso y desagradable. Sin mostrar apenas un atisbo de pudor, Reich confiesa su obsesión juvenil por el sexo. Nos cuenta cómo presenció el acto sexual entre el ama de llaves y el cochero a los cuatro años, una experiencia que le provocó “sensaciones eróticas de enorme intensidad”. Nos relata su primera experiencia sexual, a los once años, con la cocinera. Nos relata sus fantasías eróticas, sus relaciones sexuales con los animales de la granja, su adicción a los burdeles, etcétera. Pero su revelación más significativa es algo que con razón identifica como la “catástrofe”.
Cuando Wilhelm tenía trece años descubrió que su madre mantenía una relación sentimental con un hombre más joven. Esos episodios, que continuaron durante cierto tiempo, tenían lugar en la misma casa de los Reich cuando el padre se encontraba de viaje. El descubrimiento originó una gran confusión en la mente del joven adolescente. Por un lado sentía unos fuertes impulsos de unirse a su madre y a su amante. Por otro, se sentía horrorizado. Esta última era la reacción dominante. Puso en antecedentes a su padre, en parte – así lo sintió – como una forma de castigar a su madre. Las consecuencias fueron verdaderamente catastróficas. El primer impulso del padre fue matar a tiros al amante de su esposa. La madre reaccionó suicidándose ingiriendo un veneno: su relación adúltera era algo imperdonable para ella misma. El afligido viudo pronto descubrió que la vida sin su esposa era insoportable. Se sumergió en un lago helado y permaneció allí durante horas, esperando contraer una neumonía y morir. Efectivamente, contrajo la enfermedad, pero siguió con vida. Murió cuatro años después de su mujer, de una tuberculosis desarrollada a partir de la neumonía.
Wilhelm, ahora con diecisiete años, se sintió profundamente atormentado al darse cuenta de que había empujado a sus padres al suicidio. “Me sentí conmocionado”, escribía, “al reconocer el alcance de mi maldad”. Sus fantasías sexuales agudizaban aún más sus tormentos, pues se entretejían con su dolor y su persistente ambivalencia tanto hacia su madre como a su padre.
Sentía cariño por su padre, pero le horrorizaba cómo “pegaba a su madre sin piedad”. Las palizas que le propinaba a él fueron de otro orden y le dejaron cicatrices psicológicas permanentes. Es cierto que sentía un fuerte apego hacia su padre, aunque escribiría en su autobiografía: “no puedo recordar que mi padre nunca me abrazase ni me tratase con ternura, como no puedo recordar sentir apego alguno hacia él”.
Desde un punto vista psicológico, es comprensible que Reich cultivase una visión de la vida que se enfrentaba a la autoridad y negaba la libertad. Si no existiese autoridad alguna, nunca podría darse abuso de autoridad y, consiguientemente, no podrían darse agresiones. Si no existiese libertad alguna, no existiría complicidad voluntaria con el mal y por lo tanto no habría base para la culpa. Reich propugnó una filosofía que le permitía asumir su ambivalencia con respecto a su padre y la insoportable conciencia de que él fue el detonante que provocó las muertes de sus padres. Pero no era ésta una filosofía para ser vivida. Él mismo se convirtió en una persona absolutamente autoritaria, que se negó tozudamente a aceptar siquiera el más mínimo grado de autoridad razonable. Necesitaba negar la libertad para evitar la culpa. Sin embargo, tuvo que abrazar con todo su corazón la noción de libertad a fin de liberarse, a sí mismo y los demás, de la tiranía de la autoridad y de todas las formas de represión. En realidad, su filosofía no era tal filosofía, sino una desesperada maniobra psicológica para mantenerse a salvo de la desintegración mental. Porque si no hay autoridad ni libertad, entonces son imposibles tanto el sentido como el amor. Y sin sentido y sin amor la vida se hunde en la falta de sentido. Hubo ocasiones en las que se vio dolorosamente enfrentado a la ambivalencia de su propia identidad. “mi vida, o es revolución, desde dentro y desde fuera, ¡o es una comedia! ¡Ojalá pudiese encontrar alguien que me diese el diagnóstico correcto!”. Posiblemente la alternativa más siniestra es que era una verdadera tragedia.
Al estar atrapado en sus propios problemas psicológicos, Reich nunca desarrolló una filosofía coherente. Para él, la autoridad nunca fue la autoridad en el sentido universal, sino la autoridad personificada por su padre. Ni reconocía la sexualidad humana precisamente como sexualidad humana – con su ordenación natural al amor, el matrimonio y la nueva vida – sino sólo en los términos de su personal obsesión. A pesar de todo esto, Reich se zambulló en el mundo dejó su impronta en él.
Reich estudió medicina en la Universidad de Viena. En 1922 Sigmund Freud lo eligió como primer médico asistente en su recientemente formado Policlínico Psicoanalítico. Fue también un ávido estudiante del marxismo. En 1930 abandonó Viena y se trasladó a Berlín, donde se convirtió en un activo miembro del Partido Comunista Alemán.
Su apreció hacia Freud y Marx no fue óbice para su crítica reflexiva. Sabía que Freud carecía de teoría política y que Marx carecía de teoría psicológica. También estaba convencido de que la sociedad estaba enferma y era injusta. Quería por eso, proporcionarle una gran terapia que no sólo curaría a los individuos de sus dolores personales, sino que sanaría a la sociedad de sus propias patologías sociales. Para esto, entendió que era necesario combinar el freudismo con el marxismo en una única teoría terapéutica, que le permitiría liberar al individuo de sus represiones a la vez que a la sociedad de sus inhibiciones culturales.
De este modo fue como Reich se convirtió en el primer freudomarxista del mundo. Al darse cuenta de que ni Freud ni Marx podían proporcionar la terapia omnicomprensiva que el mundo necesitaba, acabó siendo expulsado tanto de los círculos freudianos como de los marxistas. Eso no le impidió sentirse henchido de emoción por la grandeza y el alcance de su propia revolución, la revolución que los freudianos y marxistas serían, según él, demasiado tímidos para poner en marcha. “No cabe duda alguna”, exclamaba, “de que la revolución sexual está en marcha, y de que ningún poder en el mundo la parará”. La revolución que Reich concibió era mucho más omnicomprensiva que la de cualquier marxista. Su guerra contra la represión fue más lejos que la de cualquier freudiano. Su objetivo era derribar toda represión, toda marca cultural y social, toda forma de autoridad, de modo que pudiese llevarse a cabo una revolución total de la que surgiera el verdadero ser humano, pleno y limpio.
Para conseguirlo, todas las trazas de aquello a lo que Freud llamaba el “superego” tenían que ser eliminadas. A este respecto, Reich veía a la “consciencia” como la primera “tiranía”. Con la disolución de la consciencia, la moralidad también desaparecería, como lo haría cualquier voz de la autoridad. Tras toda esta labor de derribo, ¿qué podía permanecer en pie? Para Reich, serían los “impulsos biológicos primarios” del hombre, la roca firme que yace en su núcleo “profundo y natural”.
Jean-Jacques Rousseau había sostenido que la fuente de todo mal era la civilización. Había rechazado la noción cristiana del Pecado Original por considerarla una “blasfemia”. Para él, el hombre encontraría la bienaventuranza en un estado primitivo de inocencia. Rousseau tuvo una profunda influencia, no solo en los flower children de los sesenta, también sobre Reich. Pero Reich fue más allá: para él, el Pecado Original no es sólo el miedo de sí mismo, es, además y sobretodo, el impulso erótico, un instinto que está en un nivel mucho más profundo que la personalidad o la comunidad. El hombre comienza a “protegerse” frente a sí mismo en el momento en que comienza a pensar. “Pienso, luego soy neurótico” se convirtió en el lema antiintelectual con el que se identificaba. Temía que el acto de pensar podría dividir al individuo, separando el pensamiento del cuerpo a expensas de sus impulsos primarios. Pensar, por lo tanto, era una enfermedad. El personaje ideal para Reich era el individuo sin miedo y sin conciencia, que ha “satisfecho sus más intensas necesidades libidinosas aún arriesgándose al ostracismo social”.
Para Reich, la familia, con su inevitable autoridad patriarcal, era la fuente principal de represión. Por lo tanto, tenía que ser desmantelada. Su rechazo del padre le dio un cierto ascendente entre las feministas. Proclamó que sus heroínas eran “esas cortesanas que se rebelan contra el yugo del matrimonio obligatorio y que insisten en su derecho a la autodeterminación sexual”. Al rechazar la autoridad de los padres, se alió con un amplio espectro de educadores sexuales de corte secular. Insistía en la necesidad de liberar a los jóvenes de las “ideas parentales”. Animó a la práctica del sexo entre adolescentes y puso en marcha una cruzada infantil contra toda autoridad. En 1930, cuando fue expulsado del Partido Comunista Austríaco, se quejaba de este modo: “los mismos políticos irresponsables que habían prometido a las masas un paraíso en la tierra nos expulsaron de su organización porque defendíamos el derecho de los niños y los adolescentes al amor natural”.
En una ocasión Reich planteó un ultimátum a su primera esposa, Annie: la conminó a dejar a sus dos hijos en una comuna marxista, pues si no lo hacía la abandonaría. Arrollada por la personalidad dominante e inflexible de su marido, accedió, a pesar de que eso iba contra todos sus instintos naturales. Al final, los niños no soportaron la comuna. Su resistencia natural al adoctrinamiento en la ideología comunista desempeñó un papel no pequeño en su rechazo. A Reich no pareció pasársele por la mente que lo que estaba haciendo no era liberar a sus hijos de toda autoridad. De hecho, lo que hizo fue más bien sujetarlos a un tipo diferente de autoridad, que utilizaba el adoctrinamiento ideológico para suplantar al amor familiar.
En su libro La tiranía del placer, Jean-Claude Guillebaud afirma que en el caso de este “hijo rebelde de Freud, marxista disidente, antinazi judío y supuesta víctima de la “represión” americana, cada detalle de la vida de Reich adquiere sentido de forma casi milagrosa dentro de lo que Max Weber llamó un “pathos social”, el pathos caótico y romántico de los sesenta”. Reich no era persona a quien leer y tomar en serio. Más que eso, se convirtió en el centro de una mitología apta para ser admirada e imitada, no para ser entendida.
Reich quiso descubrir qué había en el fondo del impulso erótico. De una forma en cierto sentido similar a la extraña noción de Margaret Sanger, según la cual la energía sexual es la fuente del genio, consideró que su gran descubrimiento, realizado en 1939, era que en el corazón de toda materia existe una energía hasta entonces desconocida, a la que llamó “orgona”, y a la cual describió como la “materia vital básica del universo”. Tres años después fundó el Orgone Institute, dedicado al estudio de la “ciencia” de la ergonomía.
Reich sostenía que podía medir y almacenar esta “orgona” en una “caja” diseñaba para tal fin, y utilizarla en forma de terapia. A pesar de que hasta entonces había permanecido desconocida, Reich afirmaba que en determinados momentos favorables podía ver la orgona. Decía que ésta producía un color “azul-verdoso” que parpadeaba vibrantemente como si fuese la vitalidad misma. Reich vendía sus “acumuladores de orgona” a 225 dólares la unidad, y los alquilaba a 10 dólares al mes (su supuesto descubrimiento, años más tarde, de la “energía orgona mortal” – Deadly Orgone Energy, o DOR –, que sería un correlato cósmico al “instinto de muerte” de Freud, hicieron que se volviese temeroso respecto a su efecto negativo sobre el cosmos).
Sin embargo, los representantes de la Food and Drug Administration (Agencia Federal de Alimentos y Medicamentos) no consiguieron ver la orgona. Acusaron a Reich de fraude y le llevaron a juicio, acusándolo de ser un charlatán que iba de un estado a otro vendiendo cajas vacías, sobre las que los compradores debían sentarse a la espera de una cura para cualquier mal que les afectase. La FDA afirmaba en su demanda oficial, interpuesta el 10 de febrero de 1954, después de (¡sólo!) siete años de investigación, que el acumulador de orgona no funcionaba, y que no podía funcionar dado que la energía orgona no existía. Reich fue condenado a dos años de prisión por desacato y violación de la Food and Drug Act (Código Federal de Alimentos y Medicamentos). En un primer momento fue internado en el Danbury Federal Correccional Institute, en Connecticut. Cuando el psiquiatra de la prisión la diagnosticó paranoia, Reich fue trasladado a la Lewisburg Penitentiary, que tenía instalaciones psquiátricas.
En 1960 la FDA supervisó la quema de los libros y materiales de Reich, cuya venta había sido prohibida por orden judicial. Al año siguiente, los vientos cambiaron de rumbo y empezaron a soplar a favor de la popularidad de Reich. La prestigiosa editorial neoyorquina Farrar, Strauss and Giroux volvió a editar su obra La función del orgasmo y Análisis del carácter, en las ediciones supuestamente prohibidas. La publicación se hizo dentro de la ley, puesto que las obras mencionadas en al orden judicial ya no existían. De este modo, Reich se convirtió en una especie de mártir, y sus libros “prohibidos” pasaron a estar a disposición de un público entusiasta.
Wilhelm Reich aseguraba que el cuerpo humano no era muy distinto al de un gusano; y elaboró un sistema de curación que consiste en el desbloqueo progresivo de los diversos segmentos que componen nuestro organismo: cráneo, cuello, diafragma, vientre y cadera. Incluso llevó más lejos la comparación haciendo la analogía con un protozoo, que extiende su protoplasma ante el placer y se contrae ante el dolor. Reich entendió que la personalidad funcionaba en ciclos de tensión/liberación en los que una correcta vida sexual era indispensable para esta última.
El sociólogo Philip Rieff ha dicho de Reich que este hombre tan inusual, que se consideraba a sí mismo la única persona sana en el mundo, “estba muy enfermo”. Algunos afirman que hacia el final de su carrera Reich cayó en la locura. Pero él se tenía por un visionario y un profeta, y comparaba su obra con las de Darwin, Nietzsche, Lenin e incluso Aristóteles. Sin embargo se quedó sólo en esta valoración. Martín Gardner afirma en Fads and Fallacies in Science (Modas y falacias de la ciencia) que, con la posible excepción de su período freudiano temprano, el trabajo de Reich careció por completo de sentido. El biógrafo de Reich, Michael Catire, es de la misma opinión. Es en efecto difícil tomarse en serio a una persona que afirma ser un “curandero” y que al mismo tiempo confiesa: “Me di cuenta de que ya no podría vivir sin tener un burdel a mano”.

Aunque Reich habló sobre el “amor”, lo que tenía en mente no era una realidad personal ni libre ni dirigida al bien del otro. Se imaginaba el amor como algo parecido a la electricidad, que sale rebotando del interior de una caja. Su quijotesca aventura de sanar el mundo le condujo a su propio aislamiento en prisión. Su intento revolucionario de liberar al mundo de toda represión le llevó a la represión de toda personalidad y de todo amor. La Cultura de la Vida que proponía casaba claramente mejor con una Cultura de la Muerte.
Un crítico de Reich ha dicho de él que “carecía de ese sentido del humor que es capaz de proteger incluso a los mesías y evitar que caigan en la arrogancia ante la grandeza de su propia visión”. A Reich no sólo le faltaba sentido del humor: le faltaba sentido común y la suficiente humildad como para dejar lugar a la crítica correctiva. Daba por supuesto que a cualquiera que no estuviese de acuerdo con él le movían, bien la envidia, bien el odio. Despreciaba sin más a sus críticos como víctimas de la “enfermedad emocional”, una frase acuñada por él y que pretendidamente era equivalente a la histeria.

Para Reich, el orgón es la energía vital de todo organismo, es la fuerza motora del reflejo del orgasmo. Además, es de color azul, medible y omnipresente. Toda materia viva es creada y produce esta energía. Con el fin de hacerlo visible, construye en 1940 el primer Acumulador de Energía Orgónica, una caja de madera u otro material orgánico con revestimiento interno de metal, pues la primera absorbería la energía orgónica mientras que la segunda la atraería. El objetivo de Reich era hacer fluir la energía en el cuerpo de sus pacientes. Enfermedades como el cáncer, para él no eran más que acumulaciones de orgones negativos, por lo que experimentó con enfermos terminales de cáncer creyendo que podía ayudarlos.

Aun así, a pesar de su arrogancia, de sus pretensiones acientíficas, y en último término de su nihilismo, Reich conserva una considerable influencia en el mundo moderno. Esa influencia se hace especialmente evidente entre las feministas radicales, los universitarios de izquierdas, los profesores de educación sexual de corte secular y los enemigos de la familia, así como en diversas obras de arte y variadas publicaciones. Aunque cueste creerlo, la editorial Orgone Institute Press sigue publicando sus obras. En Internet se venden proyectos para construir el acumulador de energía orgona de Reich (y otras “terapias” basadas en la orgona). Una estrella del cine ha escrito un libro alabando la terapia de la orgona de Reich. Existen al menos un musical en dos actos, “Wilheim Reich in Hell” (Wilhelm Reich en el infierno), dos canciones y una película producidas en su honor. Están igualmente disponibles vídeos, cintas de cassette, discos compactos, fotografías y camisetas de Wilhelm Reich.
Precisamente debido a su amplia influencia, las descaminadas terapias de Reich justifican su inclusión entre los arquitectos de la Cultura de la Muerte. Reich no sólo deformó la sexualidad, sino que dejó fuera de su grandiosa revolución tanto el amor como la personalidad. Las razones para aquellas deformaciones y estas omisiones parecen ser en buena parte psicológicas, y tendrían su origen en las catastróficas influencias de su juventud. Su carrera fue un incesante intentó de forzar a todas las cosas a ajustarse a los moldes arbitrarios que él se había construido. Constituye un ejemplo particularmente grotesco la publicación, cuatro años antes de su muerte, de su libro “El asesinato de Cristo”. Allí describe no al Cristo histórico, la encarnación del amor y la personalidad, sino una elaboración reichiana que encaja dentro de las medidas psicológicas propias de su idiosincrasia. Así, dibuja a Cristo como la más espléndida encarnación del “poder orgiástico”, llevado hasta un extremo tal que invita a la humanidad a liberar sus propias energías sexuales reprimidas.
En el fondo, lo que Reich hace es reducir el amor a simple energía material, y la personalidad a meros instintos irreprimibles. Como él mismo dice, “no eres más que el juguete de los instintos”. Reich deja al hombre privado tanto de su verdadera naturaleza como del destino que ansía. De ese modo, el hombre comienza su descenso hacia la muerte. Reich llevó demasiado lejos sus pretensiones de liberación, y de hecho buscó liberar al hombre de sí mismo. Al negar la libertad, la espiritualidad, la personalidad y el destino del hombre, negó esencialmente al hombre su autenticidad, su propia vida.
Philip Rieff afirma que las teorías de Reich pueden sintetizarse en la frase “La vida es Dios”. Pero esta formulación, al reducir Dios a la simple “vida”, sumerge a la deidad en un protoplasma panteístico, un protoplasma cósmico. A la inversa, la expresión opuesta, “Dios es al vida”, indica que la vida es un atributo de Dios, un atributo que no le roba sus muchos otros atributos, incluyendo el amor, la personalidad, la creatividad, la inteligencia, la sabiduría, etcétera. Reich buscó la vida como si fuese una sustancia primordial, y en el camino encontró la muerte. La vida deja de ser tal cuando es desgajada de la raíz que la nutre. Dios es la vida, pero él mantiene la vida y le da un rostro. La vida es gozo no simplemente porque sea vida, sino porque está llena de otros atributos, incluyendo la personalidad y el amor.