INDIGENISMO PRE-ELECTORAL
Guillermo Rojas
Y tiene de la religión lo esencial: la pretensión de monopolizar la verdad.
En las religiones, se comprende. Sin necesariamente tener la ambición de
exterminar a todos los que no son cristianos, o a todos los que no practican la
religión cristiana exactamente como nosotros (por más que tampoco nos privamos
demasiado de esto a lo largo de los siglos), nosotros los cristianos, creemos
que Dios es trino, que Jesús de Nazareth era el Hijo de Dios, que eso es la
verdad y que, por consiguiente, todos aquellos que piensan lo contrario están
equivocados. (Creemos esto allí donde se supone que deberíamos creerlo: si
repudiamos esta creencia, ya no somos cristianos).
Por su
parte, los musulmanes creen que no hay más Dios que Dios, que nunca tuvo un
hijo y que Mahoma es su profeta. Si los cristianos tienen razón, los musulmanes
se equivocan, y viceversa. Hay que agregar que los musulmanes tienen el deber,
ellos, de pasar a degüello a los infieles mientras que nosotros habitualmente
no lo hacemos sino por exceso de celo, aunque el principio es el mismo: sí,
ellos presumen tener el monopolio de la verdad y nosotros... también.
Si,
como lo afirman algunos en los días que corren, todas las religiones valen por
igual, es que no son religiones.
Esta monopolización, en política, de la verdad, justificada o no, se comprende
menos: un mínimo de esta tolerancia tan declamada por los partidarios de la
democracia alcanzaría para que se admita que los distintos procedimientos para
elegir gobernantes son igualmente estimables, sobre todo si se tiene en cuenta
la geografía y la historia. Pero allí es donde la democracia moderna desnuda
sus pretensiones de alcanzar el status de religión: ya no es más un sistema de
designación de gobernantes, ahora es un cuerpo de doctrina infalible y
obligatoria, y tiene un catecismo: los derechos del hombre, y fuera de los
derechos del hombre, no hay salvación.
La
democracia moderna tiene otras notas indispensables de cualquier religión:
Un paraíso: los países democráticamente liberales, con,
preferentemente, una legislación anglosajona.
Un purgatorio: las dictaduras de izquierda.
Un infierno: las dictaduras sedicentemente de derechas.
Un clero regular: los intelectuales encargados de adaptar las
tesis marxistas a las sociedades liberales.
Un clero secular: los periodistas encargados de distribuir
esta doctrina.
Oficios religiosos: los grandes programas de televisión.
Un index tácito que prohíbe tomar conocimiento de cualquier
obra cuya inspiración fuera reprensible. Este índice resulta admirablemente
eficaz bajo la forma de conspiración del silencio mediático aunque a veces se
lo utiliza de modo aún más draconiano: si bien todavía no van a parar a la
hoguera, algunos libros juzgados deficientes desde el punto de vista
democrático son retirados de las bibliotecas escolares como sucedió en
Saint-Ouen-L'Aumône .
Una inquisición. Nadie tiene el derecho de expresarse si no
está en la línea recta de la religión democrática y, si con todo llega a
hacerlo, pagará las consecuencias: a este respecto resulta ejemplar el
linchamiento mediático al que se lo sometió en Francia a Régis Debray (al cual
nadie sospecharía de no ser demócrata) porque puso en duda la legitimidad de
los crímenes de guerra cometidos por la NATO en 1999 en territorio de
Yugoeslavia.
Congregaciones de la propaganda de la fe: las oficinas de
desinformación, autodenominadas de «comunicación» o de «relaciones públicas».
Misas dominicales y obispos que utilizan diversos escudos
protectores emprestados a las diversas O.N.G. o a la O.N.U.
Indulgencias varias, generalmente otorgadas a viejos
comunistas.
Una legislación penal y tribunales encargados de castigar a quienquiera
se atreva a poner en duda la versión oficial de la historia.
E incluso tropas encargadas de evangelizar a los no-demócratas
«por el hierro y por el fuego»: lo hemos visto claramente cuando vimos a
diecinueve naciones democráticas bombardear a un país soberano con el que no
estaban en guerra.
Hoy, una frase tal como «En el nombre de los derechos del hombre» se va
extendiendo tal como «En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» se
extendió durante siglos. Quizás rescatamos el sentido de lo sagrado, pero no
creo que sea un sagrado de buena ley.
Vladimir Volkoff: Por qué soy medianamente democrático; extracto del
Capítulo VIII Porque se querría convertirla en una religión...
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Enviado por Santiago Mondino
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