martes, 15 de agosto de 2017

Javier Barraycoa analiza la perversión de la sociedad actual

Javier Barraycoa analiza la perversión de la sociedad actual


¿Para qué esas libertades que nunca el pueblo ha buscado?
Libertad siempre hubo para lo bueno y lo cristiano.
Si quieren otra… es que quieren libertad para lo malo.

José María Pemán

Es obligación de los católicos con sangre en las venas combatir con bizarría por la implantación en las naciones del Reinado Social de Cristo y su principalía pública. Que la realeza de Cristo no sólo presida los corazones, sino que también capitanee hasta el último rincón de la sociedad, que el cristianismo impregne del buen olor de Cristo todo el orden temporal. En España, tradicionalmente católica y hoy con la Fe en franca retirada, guardamos como oro en paño la Gran Promesa del Sagrado Corazón de Jesús al Padre Hoyos: “Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes”.

Lamentablemente hoy en día estamos a un abismo del cumplimiento de esta Gran Promesa. La desacralización de la sociedad española ha sido pavorosa en los últimos 50 años. ¿Qué queda de la España católica? ¿Quién lucha por el Reinado Social de Cristo? ¿Quién defiende la Tradición de la Iglesia y la sana doctrina?


Javier Barraycoa, catedrático de la Universidad Abat Oliba CEU de Barcelona, es doctor en Filosofía, politólogo, experto en Sociología, Opinión Pública y Psicología social. En esta entrevista analiza la gran decadencia de la fe, la moral y las costumbres de España. Tomamos como referencia la multitudinaria celebración del orgullo gay en Madrid, que tuvo una cobertura mediática sin precedentes.
¿Cómo valora el hecho de que el lobby LGBT va ganando poder y que el establishment no permita que nadie lo cuestione ni siquiera un ápice? 
El lobby LGBT es el fruto de dos causas. La primera la capacidad de ciertos grupos (que se contradicen en sus planteamientos teóricos sobre la sexualidad) para crear redes nacionales e internacionales e infiltrarse en todos los sectores estratégicos de la sociedad. Lo cual, por cierto, debería ser un ejemplo para todos aquellos que pretenden otro tipo de cambios sociales. Por otro lado, cuenta con apoyos económicos inimaginables de grandes fortunas y corporaciones que son el reflejo de la globalización. Nunca mejor dicho aquello de un Nuevo Orden Mundial, que busca una transformación de todas las estructuras sociales. La globalización económica es sólo una excusa para la autodestrucción de Occidente. De hecho, el lobby LGBT sólo ha podido extenderse en las democracias occidentales. Ni el mundo eslavo, ni el musulmán, ni el hindú, ni China han entrado en ese juego. Por tanto, la labor de estos lobbies sólo tiene consecuencias directas sobre el viejo occidente cristiano.
Este año la gran cobertura mediática del orgullo gay en Madrid ha supuesto más que nunca la legitimación social del mismo, ¿qué consecuencias tiene esto?
Hay dos formas de “legitimar” postulados sociales y morales. Uno de ellos es bajo la excusa cuantitativa de “que hay muchos” que lo hacen o aceptan. Los medios de comunicación, desde hace tiempo, vienen “normalizando” unos comportamientos que apenas hace unas décadas nadie en Occidente hubiera aceptado y mucho menos en su manifestación pública. Por otro lado, el poder de la ley es que permite presentar como justo o bueno lo que ella tipifica. Ya sabemos desde san Agustín que una ley injusta no es ley. Pero hoy la mayoría de la sociedad no está capacitada para la mera distinción entre ley justa o injusta. Por tanto, cualquier norma aprobada por un parlamento es tomada como una “legitimación moral” de lo regulado.
Nos han impuesto la bandera gay en el metro, en internet, en productos de consumo, en las calles, en los partidos políticos etc. … ¿Se puede hablar de grave atropello contra las buenas costumbres de la sociedad? 
No creo que sea un atropello. Simplemente es un efecto o consecuencia de una descomposición social. Lo preocupante no es que inunden calles y lugares públicos con una bandera arco iris. Lo verdaderamente preocupante es que ciertos sectores sociales no tengan capacidad de reaccionar -conforme a sus principios e ideas- y plantear una reconquista, o al menos respeto, en el espacio público.
¿Por qué estamos indefensos ante esta imposición?
Por un doble motivo. Porque los poderes públicos, bajo excusa de defender derechos de minorías, que en el fondo es la imposición de un proyecto de ingeniería social, mantiene una protección. Y claro, el poder de los estados democráticos es prácticamente absoluto. En segundo lugar, estamos indefensos, porque ya no tenemos anticuerpos. La sociedad, al menos una parte de ella, ha sido traicionada por aquellos que dicen ser sus representantes naturales en la política. En realidad, ciertos partidos políticos que decían defender un “humanismo cristiano” han sido los primeros en aceptar en nombre de la democracia, políticas anticristianas.
Hasta qué punto es grave que los políticos censuren una homilía como la del P. Custodio Ballester criticando el orgullo gay y le abran un expediente…sienta un precedente… 
Volvemos a un problema de incoherencia, pero de fuerte voluntad de imponer postulados por parte de ciertos poderes. Por un lado, el liberalismo cristiano y sus defensores ha abogado por defender una separación total entre lo político y lo religioso. Ello es imposible, pues la persona que es creyente es la misma que es ciudadana, por tanto, inevitablemente ambas dimensiones -lo natural y lo sobre natural- se acaban siempre encontrando. Pues bien, después de convencernos de esta artificial separación, descubrimos que siempre es el poder político el que quiere interferir en lo religioso. El caso del Padre Custodio Ballester, es un ejemplo más que claro sobre esta trampa del liberalismo.
¿Hay cobardía en otros sacerdotes de predicar libremente por miedo a ser señalados? 
Respecto a los sacerdotes, los sólo podemos juzgar por los actos externos y sobre todo cuando están en relación con la salvación de las almas o escándalo que contamine a la Iglesia. Si los discípulos preferidos de Cristo le abandonaron en Getsemaní, ¿quién de nosotros puede tirar la primera piedra? Dicho esto, hay una obligación moral, proporcionalmente al estado dentro del cuerpo místico de Cristo, de proclamar la verdad. El tema de los lobbies LGBT, no es para la Iglesia un tema político, es lo que siempre se ha llamado un tema de “moral y costumbres”, sobre los cuales la Iglesia tiene derecho absoluto -otorgado por su fundador- para proclamar lo que es el bien para los cuerpos y las almas. El día del Juicio, todos tendremos que rendir cuentas y cuánta mayor sea la dignidad o rango que uno ocupe en la Iglesia su juicio será más severo. Esta ha sido la doctrina de siempre.
¿Considera que la jerarquía de la Iglesia está siendo muy tibia al no condenar el vicio y no hablar claro por miedo a enfrentarse a las autoridades políticas? 
Los tibios serán vomitados de la boca del Señor, cierto. Aunque me remito a la pregunta anterior. Respecto a la tibieza, el que quiera quitar la paja de ojo ajeno que se fije en la viga que tiene en el suyo. Hay muchas formas de tibieza, no sólo el silencio. Hay otra tibieza más pérfida que es alardear de la verdad en nuestros círculos íntimos y luego no tener valor de defenderla en lo público. Desde la espantada en Getsemaní, ya supimos de la debilidad de los cristianos. Por la historia de la Iglesia, sabemos que, durante casi un siglo, la mayoría de obispos eran semiarrianos y sólo unos pocos como san Atanasio, o el Obispo Ossio de Córdoba mantuvieron íntegra la fe trinitaria. ¿Cuántos obispos se plegaron a la revolución francesa y fueron juramentados? ¿Cuántos obispos chinos de la Iglesia oficial no han traicionado a sus hermanos de la Iglesia clandestina? Lo que ocurre ahora no parece una excepción, sino una constante histórica. Pero donde ha existido dejadez, también ha brillado con magnificencia la voz de algunos prelados que han nadado contra corriente. Es en ellos en quienes debemos apoyarnos. El silencio de un sector de la jerarquía es grave, pero peor es intentar cambiar la doctrina. Ahí es donde se librará el próximo y decisivo combate.
¿Cuál prevé que puede ser la tendencia en un futuro, en cuanto a endurecimiento de leyes contra lo que ellos llaman homofobia?
La lógica de seducción del diablo es bastante sencilla de descubrir. Primero se nos propone el mal como mal menor, que no queda más remedio que tolerar porque existe. Luego se apela a la libertad para afirmar que nadie impone nada a nadie y que hay que dejar que la gente escoja libremente entre unas actitudes u otras, pues lo que prima es la libertad. Esta es la fase que ya está concluyendo. Por último, el mal que se ha presentado como optativo, se acaba imponiendo como obligatorio. En esta frase será en la que entraremos pronto o ya estamos entrando. De ahí que se quiera “imponer” la educación LGBT en las escuelas.
En este y en otros muchos temas (aborto, eutanasia, memoria, histórica…), ¿se puede decir que hay una imposición del pensamiento único? 
En general no se entiende bien lo que es el pensamiento único. El llamado pensamiento único es en realidad una dispersión de ideas entre las que no se puede establecer relación, ni jerarquía, ni principios lógicos de proporcionalidad o analogía. Ojalá hubiera un pensamiento único. Al menos permitiría que la gente se habituara a usar la lógica y pensar. Simplemente tendría que darse cuenta de que los principios son erróneos y buscar principios verdaderos en los que aplicar la razón. No, el “pensamiento único” es simplemente una forma de hablar que nos impide alcanzar la profundidad. Estamos en la época del No-pensamiento por dispersión. Como bien determinó Orwell hablando de la neolengua, la gente puede afirmar una cosa y su contraria. Esto no es pensamiento único, esto es la negación del pensamiento.
Por desgracia mucha gente bien intencionada y que quiere remedar la debacle social en la que vivimos, se niega a leer un libro, a pensar, a forjar su mente y voluntad. Eso sí, nos hemos especializado en criticar y escandalizarnos. No necesitamos aspavientos protestones. Necesitamos reconstruir el pensamiento sin caer en las múltiples trampas en las que caemos, como por ejemplo usar un lenguaje que no es el nuestro o acudir a campos de batalla que no hemos decidido. El día que la intelectualidad resistente sea seria y la gente llamada “bien-pensante” deje de vivir su autismo burgués, entonces empezarán a cambiar las tornas. Quien no lleva la iniciativa en un combate, ya lo ha perdido.
¿Quién determina e impone que es lo políticamente correcto? 
Hay grandes laboratorios mundiales de ideas desde universidades como las de Berkeley hasta institutos como los que elaboran los paneles para “demostrar” el cambio climático. Encontramos lobbies infiltrados en los organismos de la ONU; cientos de medios de comunicación dirigidos por unas pocas y gigantescas corporaciones. Se podría elaborar un inmenso organigrama de cómo y cuáles son los agentes de creación de la corrección política, pero me parece secundario. Lo importante, y vuelvo a insistir, es si somos capaces de generar anticuerpos que rechacen esto, que es más que un adoctrinamiento; es un auténtico ensayo de ingeniería social para arrebatar masivamente la libertad a millones de hombres y mujeres, que habitan paradójicamente en los países llamados democráticos…
¿Cómo debemos combatir los vicios de la sociedad cuando sean amparados legalmente y esté prohibido criticarlos? 
Sólo hay dos formas. Hay que impedir que penetren en nuestras vidas como hábitos y en nuestras mentes como algo ya “normal”. Y luego hay que combatirlo desde la política. Desde que alguien inventó la democracia cristiana, murió la política católica. No hay términos medios. Algunos piensan -y en algo tienen razón- que las escuelas y la educación, o las familias, son ámbitos fundamentales. Pero en última instancia, el poder político actualmente tiene capacidad de imponer sus criterios en escuelas y familias. Conozco muchísima gente que rehúye del combate político y se quiere refugiarse en su familia, en su movimiento religioso y buscar una escuela de confianza. Pero estas trincheras acabarán cayendo si la cultura y el marco legislativo lo detentan ciertos poderes políticos.
¿Quiere añadir algo más? 
Al hilo de la última pregunta, sólo advertir que hay muchos ingenuos que piensan que votando a un partido conservador cada cuatro años ya están poniendo su granito de arena para frenar la debacle. Les invito a pensar si, en realidad, con esa postura, lo único que están haciendo es permitir que no se pueda frenar la debacle. Los partidos conservadores defienden en sus programas aquello que defendía la izquierda hace veinte o treinta años. Los votantes no cambian a los partidos. Son los partidos los que cambian a los votantes. Hasta que no hayamos interiorizado esto y seamos consecuentes, entonces que los “bien-pensantes” no se quejen. Posiblemente hayan sido los cooperadores necesarios para llegar hasta donde hemos llegado.
Javier Navascués