jueves, 17 de agosto de 2017

Visión fatimista del Papa Pío XII

Visión fatimista del Papa Pío XII

La Asunción de la Bienaventurada Virgen María a los cielos es un dogma de fe que, con universal alegría del mundo católico, definió el Papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950 con la Bula «Munificentissimus Deus», en el cual dice: «Por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».[1]
I. La palabra asunción de sí no significa más que la Virgen María fue transportada al cielo en cuerpo y alma. Y sólo eso es de fe y definido por el Venerable Papa Pío XII.
Sin embargo, tal como la liturgia y el común sentir de los fieles a lo largo de dos milenios nos enseñan, la Asunción de nuestra Señora a los cielos comprende este orden:
  1. Muerte dichosa de la excelsa Madre de Dios.
  2. Preservación de corrupción en su cuerpo.
  3. Resurrección anticipada y gloriosa, y, finalmente,
  4. traslado de la Virgen en alma y cuerpo a la gloria.

La Iglesia es consciente de que ella ha sido llevada gradualmente a la verdad completa bajo la dirección del Espíritu Santo (Jn 16, 13), que es mucho más grande de lo que uno puede descubrir en una primera lectura superficial de textos particulares. La Iglesia que guarda la Palabra de Dios y la medita en su corazón (Lc 2, 19), llega poco a poco a una capa más profunda. La Palabra de Dios es tan insondable, que necesita una meditación de muchos siglos. Hecha por toda la Iglesia, para poder escudriñar su riqueza.
II. La Dormición de Nuestra Señora
El texto pontificio no clarifica la cuestión de si María murió o no.
Quien ascienda al monte Sión, en Jerusalén, cerca del Cenáculo donde se instituyó la Eucaristía, quedará embelesado a la contemplación de la bellísima basílica mimada por los benedictinos. En el centro de la rotonda, atrayendo inevitablemente todas las miradas, una expresiva imagen de María, echada sobre un lecho. No está muerta, sino dormida. Por lo que la Basílica lleva el nombre de la Dormición de la Virgen. María no murió, dirán sobre todo los orientales, tan enamorados de Ella; no murió sino que simplemente durmió, y en esa situación llegaron los Ángeles enviados por su Hijo para que la asumieran al cielo (asunción), acompañándola en un cortejo de amor y de honor.
No sería ningún desprestigio que hubiera fallecido María  Santísima; también murió Nuestro Señor Jesucristo y su muerte no solo no le acarreó defecto alguno, sino que enriqueció su glorificación. Aun así, es dulce pensar que pudo haber sucedido la «dormición» no la «muerte» de la Madre de Dios. Ambas teorías defendibles dentro de la ortodoxia católica.
La «dormición» es el título más antiguo que se aplica a María en el momento de su separación del mundo. Con ese título y esa ilusión, el Emperador bizantino Mauricio impuso la fiesta litúrgica en todo Oriente ya en el siglo VIl, y, el Papa Sergio I que era un Romano Pontífice de sangre oriental, admitió para la Iglesia católica la festividad de la dormición de María. Hacia el siglo VIII se introdujo e impuso la designación de la Asunción de María para revelar la gloria con que salió de este mundo tras su deceso.
Cuando se habla de la «dormición», su explicación en nada disminuye la gloria de la Asunción, que hoy es Dogma de Fe, son dos etapas de una misma gracia para María: 1) la dormición sería el momento en el que suena el reloj de María y en lugar de acabarse la cuerda, se retiene, en forma de sueño o descanso; 2) tras un sueño más o menos largo, según los planes divinos (quizás para que los Apóstoles o seguidores de Jesús se percataran de la importancia del momento) llega la Asunción: arriban los ángeles, toman suavísimamente a María, y la transportan al cielo. Dos etapas que serían completadas con una tercera: la Coronación de María, ya en el cielo, como Reina y Señora de toda la Creación. No hay imperfección en que María haya muerto, como Jesús y los Santos.
San Germán de Constantinopla escribe: «¿Cómo la disolución de la carne te habría reducido a polvo y ceniza, a ti, que habías liberado el género humano de la corrupción, por la carne que tomó de ti el que de ti nació?».
Santo Tomás de Villanueva: «No es justo, dice, que sufra corrupción aquel cuerpo que no estuvo sujeto a ninguna concupiscencia, y sería indigno que se pudriera en el sepulcro, lo que no fue contaminado por el vicio y que sintiera la mancha de la podredumbre la que no sintió la mancha del pecado».
Reclama la incorrupción de María Santísima su Concepción Inmaculada. No se puede excluir la posibilidad de que Dios reservara esta solución única para la persona a la que también ofreció la solución única de la Inmaculada: como criatura solo Ella se vio libre del pecado original.
«Últimamente María ha invitado a los hombres a refugiarse en su Inmaculado Corazón, sagrario y templo del Espíritu Santo, sede y símbolo de los nobilísimos sentimientos y afectos hacia los hombres. Late, aún por nosotros en el cielo, pletórico de vida inmortal, aquel Corazón que tanto nos amó. ¿Qué fuera de la devoción al Corazón de María si estuviera (el solo pensarlo horroriza) disperso, convertido en cenizas sepulcrales? Es en el Cielo un corazón palpitante de vida, vibrante de emoción y amor por nosotros, trepidante de solicitud por todos sus hijos».[2]
III. «La Mujer vestida de Sol»
En la proclamación dogmática de la Asunción de María Santísima a los cielos en cuerpo y alma, el Papa Pío XII señaló a Génesis 3, 15, que siempre había sido interpretado por la Iglesia como la victoria absoluta de María sobre Satanás (Vulgata: Ipsa conteret caput tuum – Ella te aplastará la cabeza).
«Por esta divina profecía, el misericordioso Redentor de la humanidad, Jesucristo, el unigénito Hijo de Dios, fue claramente preanunciado; que Su beatísima Madre, la Virgen María, fue proféticamente indicada; y, al mismo tiempo, la misma enemistad de ambos contra el Malo fue significativamente expresada. De ahí que, tal como Cristo es Mediador entre Dios y hombre, asumió forma humana, borró lo escrito en el decreto existente contra nosotros, lo clavó triunfalmente en la Cruz, para que la Santísima Virgen, unida a Él en el más íntimo e indisoluble vínculo, fuera, con Él y por Él, eternamente enemistada con la maligna Serpiente, y más completamente triunfara sobre ella…».[3]
En 1917, como consecuencia de la victoria bolchevique, el «Dragón Rojo» surgió en un extremo de Europa, en Leningrado, en el otro extremo de Europa, en Fátima, apareció la «Mujer vestida del Sol», el Inmaculado Corazón de María.
Tal fue el milagro del 13 de octubre de 1917, el Milagro del Sol.
El objetivo del Dragón Rojo[4] es hacer que toda la humanidad se aparte y abstenga de glorificar a la Santísima Trinidad, el Dragón Rojo busca oscurecer la obra del Padre que es la creación, difundiendo el ateísmo a un grado nunca antes conocido. Busca destruir la obra del Hijo que es su Iglesia, difundiendo en ella el error y la infidelidad como un cáncer. Bloquea la obra del Espíritu Santo, que es la santificación, causando la pérdida del sentido del pecado en incontables almas a través de la negligencia del Sacramento de la Confesión.[5]
El cardenal Tedeschini, legado papal a Fátima en su discurso de la clausura del Año Santo de 1950-1951, después de haber descrito el prodigio solar de 1917, dijo:
«Os quiero decir que otra persona vio también este prodigio. Lo contempló fuera de Fátima algunos años más tarde en Roma. Fue el Papa, nuestro Santo Padre, el Papa lo vio.
¿Fue esto una recompensa, una señal de la gracia divina por la proclamación de la Asunción de María a los cielos, o más bien un signo celestial que vino a confirmar la relación existente entre el prodigio de Fátima y el punto neurálgico de la verdad con el magisterio de la Iglesia Católica? ¡Tres cosas en una a la vez! Ocurrió 4 tardes: el 30 y el 31 de octubre del año pasado, el 1 de noviembre, día de la definición de la Asunción de María al cielo, y al octavo día de la definición. El Santo Padre se encontraba en los jardines del Vaticano cuando dirigió de repente su mirada hacia el sol: en aquel momento, se volvió a reproducir ante sus ojos el prodigio del que fue testigo todo este valle aquel día. ¿Quién puede clavar la mirada sobre el cerco del disco solar desde un patio de luces? El Papa pudo hacerlo durante todos estos 4 días, pudo observar bajo la mano de María el movimiento vivo del sol, que se transformaba, tras un giro brusco, en una imagen de la vida, para transmitir, en un espectáculo celeste, mensajes de elocuencia muda al representante de Cristo. ¿No llegó incluso a afirmarse con esto que Fátima se había trasladado al Vaticano? Yo agradezco a Dios el haberme encontrado entonces allí, y poder hoy, en este comienzo de los grandes misterios, recordar aquí cómo se habían cumplido éstos en la persona santa de Pío XII».[6]
Al respecto, en 2008 se dio a conocer que en el archivo familiar de la familia Pacelli se encontró el manuscrito inédito en el que el Papa Pío XII describe el milagro del sol, ese episodio del que hasta entonces se había hablado sólo a través del testimonio indirecto del cardenal Federico Tedeschini, durante la señalada homilía.
«He visto el “milagro del sol”, esta es la pura verdad», había apuntado el Papa Eugenio Pacelli.
IV. La religión corrompida, y la religión fiel
La principal razón de la batalla del Anticristo con los santos descrita en el Apocalipsis (13, 7), es la impecable enemistad de la Serpiente-Dragón con la Mujer (cap. 13). El Anticristo es el último engendro de la Serpiente-Dragón, (13 1-2); y los santos son los últimos vástagos de la Mujer, (13, 7). En el capítulo 12, esta implacable enemistad se ve en su primera fase cuando estalló la rebelión en el mundo de las criaturas angélicas contra el inefable misterio de Dios del divino nacimiento como hombre del seno de una mujer. Esto se ve mejor en su realización histórica en la tierra, cuando el Hijo de Dios venció, sometiéndose a la muerte que traía consigo tal nacimiento. Allí se pinta el último atentado de Satanás para borrar la imagen de la Mujer de la faz de la tierra. Se lo presenta como el último esfuerzo del demonio para arruinar y vencer a los nacidos de la Mujer. Estas son las cuatro fases de la visión en su distribución literaria. En las cuatro fases hay la victoria del lado del «misterio» de Dios, y la derrota del lado del «misterio» del mal.
El Dragón –revela Apocalipsis 12, 15- vomitó de sus fauces como un río de agua detrás de la Mujer, para arrastrarla con su corriente. ¿Qué es esta agua? ¿Qué es el agua que amenaza ahogar el Corazón Inmaculado? ¿No será en gran medida, como Su Eminencia el cardenal Alfonso Stickler aludió: las nuevas teorías teológicas que buscan minimizar y socavar el rol de la Santísima Virgen María en la Redención? ¿Aquello de negarle el rol de Madre de la humanidad? ¿Aquello de llamarla solamente discípula”, o “hermana”, pero no Madre? ¿Hay acaso un intento generalizado de reducir el rol de la Santísima Virgen María en la Redención a un lugar menor a aquél que le ha dado la Santísima Trinidad colocándola como una observadora pasiva o física y no un canal moral? [7]
La apostasía general no debe atemorizarnos, pues es anunciada por Jesucristo y por los apóstoles como antecedente del Anticristo y preludio del triunfo de nuestro Redentor. Siempre quedará un pequeño grupo de verdaderos y fieles cristianos, la pequeña grey (Lc 12, 32), aun cuando se haya enfriado a caridad de la gran mayoría (Mt 24, 12) al extremo de que si fuera posible serían arrastrados aún los escogidos (Mt 24, 24). Jesús nos enseña que sarán librados sus amigos (Lc 21, 28 y 36); los que velen guardando sus palabras y profecías como una lámpara en lugar oscuro hasta que amanezca el día (2 Pe 1, 19).
Recordemos que previamente se nos pone delante otra mujer: la Fornicaria, o Gran Ramera, que simbolizaba la Babilonia pecadora, o también la religión pervertida, entregada a los poderes temporales.
Estamos pues, en el más grave enfrentamiento del reino de Dios; la lucha que ante nosotros está, es la lucha entre Dios y Satán. Conocemos de sobra el cínico juego que hoy se utiliza con palabras tales como «paz y libertad», los intentos de oscurecerlo todo, y las maniobras de alucinación, la siembra de conceptos y de sofismas, de medias verdades y de mentiras, éste es el grandioso juego del diablo, del enredador, del –literalmente traducido- calumniador, que cree ahora llegada su hora. Y precisamente esta hora es en el plan salvífico de Dios la hora de María. Es desde este trasfondo desde donde hemos de ver la devoción mariana de nuestros días.[8]
Germán Mazuelo-Leytón

[1] Bula Munificentissimus Deus, 44; Denz. 3903.
[2] RAMBLA OFM, PASCUAL, Tratado popular sobre la Santísima Virgen.
[3] PAPA PÍO IX, Encíclica Ineffabilis Deus, 8-XII-1854.
[4] Ap 12, 3.
[5] Cf. SHAMON, P. ALBERT, Apocalipsis el libro para estos tiempos.
[6] Cf. BOHR, OTTO, Roma. Moscú. Fátima.
[7] MIRAVALLE  S.T.D., Dr. MARK i., En orden de batalla con la Corredentora.
[8] GRABER, Obispo RUDOLF, La vencedora en todas las batallas de Dios.
simus Deus, 44; Denz. 3903.