2.3. Herbert Marcuse y Erich Fromm
Con
todo, Herbert Marcuse y Erich Fromm trasladan la dialéctica de la razón
a una dialéctica de pulsiones o tendencias. El interés por Freud era
común a todos los miembros de la Escuela de Frankfurt, pero fue Fromm
quien inició el intento de conciliar a Freud y Marx, en contra de la
consideración muy generalizada entonces de que eran pensadores
antagónicos. La idea básica de Fromm era que el marxismo necesitaba un
enfoque psicológico adicional; y que, en particular, el psicoanálisis
podía proporcionar el “eslabón perdido” entre la superestructura
ideológica y la base socioeconómica. Se trataba de interpretar las
conductas sociales a partir de los efectos de la estructura económica
sobre los impulsos psíquicos básicos. E. Fromm adoptó pronto una postura
revisionista frente a Freud, rechazando la teoría de la libido y el
complejo de Edipo.
Ello se debió, en parte, a su aceptación de la teoría
matrística de Johan Jakob Bachofen (1815 – 1887), que con su base
evolucionista y materialista se había vuelto a poner entonces de moda y
que, también había sido aceptada por W. Reich. Fromm interpreta, así, la
historia de la humanidad como un paso de una sociedad matriarcal
primordial (caracterizada por la solidaridad, los lazos de amor y la
ausencia de propiedad privada) a una sociedad patriarcal en la que se
imponen las relaciones de autoridad y obediencia. La sociedad burguesa
capitalista encarna, una sociedad patriarcal en la que se afirma el
poder del padre y la primacía de la productividad sobre la felicidad. El
mismo Freud, dice Fromm, representa el tipo patriarcal clásico.
Posteriormente, Fromm presenta una nueva interpretación del mismo tema.
El proceso de humanización es un proceso de liberación frente a la
naturaleza y los otros. Pero la consecuencia es que cuanto más libre se
siente el ser humano, también se siente más solo, con lo cual no le
queda más que una alternativa: o unirse con los otros mediante una
relación de amor (que respeta la libertad y la integridad personal), o
hacerlo mediante una relación de sometimiento (someter al otro: sadismo;
o someterse al otro: masoquismo). De hecho, piensa Fromm, en la
sociedad moderna predominan las relaciones de dominación; pero
cambiarlas por relaciones de amor es una posibilidad que queda siempre
abierta. No obstante, el optimismo de Fromm y su posición revisionista
frente a Freud no fueron bien vistos por el resto de los miembros de la
Escuela de Frankfurt. Justamente por eso, H. Marcuse realiza en “Eros y
civilización” (1953) una crítica del revisionismo neofreudiano a partir
de aquello mismo que lo había motivado. Para los revisionistas, la
creencia de Freud en “la inalterabilidad básica de la naturaleza humana
se reveló como “reaccionaria”: las teorías freudianas parecían implicar
que los ideales humanitarios del socialismo eran sumamente
inalcanzables”. En efecto, según Freud el mantenimiento de la sociedad y
la cultura requiere la represión del “principio de placer” (que busca
la satisfacción inmediata) en favor del “principio de realidad”
(satisfacción retardada, productividad, seguridad). Es decir, exige “la
subyugación permanente de los instintos humanos”. El resultado es la
conquista de la naturaleza y el progreso tecnológico, lo cual causa
falta de libertad y felicidad. La pregunta que se hace Marcuse es si
esta situación es inevitable, y si, por tanto, la sociedad y la
civilización son necesariamente represivas. La respuesta es negativa.
Una “reinterpretación de la concepción teórica de Freud en términos de
su propio contenido socio–histórico” muestra que la hipótesis de una
sociedad no–represiva no contradice el pensamiento de Freud. Se afirma:
“Freud sostiene que un conflicto esencial entre los dos principios es
inevitable; sin embargo, en la elaboración de su teoría esta
inevitabilidad parece estar abierta a la duda... La lucha por la
existencia necesita la modificación represiva de los instintos
principalmente por la falta de medios y recursos suficientes para una
gratificación integral, sin dolor y sin esfuerzo, de las necesidades
instintivas. Si esto es verdad, la organización represiva de los
instintos se debe a factores exógenos –exógenos en el sentido de que no
son inherentes a la “naturaleza” de los instintos–, sino que son
producto de las específicas condiciones históricas bajo las que se
desarrollan los instintos”. En conclusión, si la represión del principio
de placer sólo se debe a condicionamientos socio–históricos, el
pensamiento de Freud no debe ser interpretado como un análisis
desesperanzado del “malestar de la cultura” ya que deja abierta la
puerta a la utopía de una sociedad no–represiva y feliz.