El caso Alfie y la dictadura de las palabras vacías
04/05/18 10:40 am

En un mundo en el cual las personas quieren desentenderse de Dios,
cuya consecuencia es un significativo olvido de la racionalidad humana,
la verdad ha sido usurpada por el poder. Esto no es necesariamente
político o económico, pero – así parece – es el poder de la palabra.
Es la habilidad de saberse expresar en orden a enviar un mensaje que
crea la verdad y haga así que los otros lo crean verdadero. Más allá de
esta capacidad de hacer aceptar como verdad lo que uno dice, parece que
no hay otro modo de convencer a nadie que la verdad, en cambio, existe
por sí misma. Se trata ciertamente de un modo subjetivo de decir la
verdad o más bien de convencer a la persona a aceptar mi verdad. Hoy
estamos enfrentados con este poder de maniobrar la palabra en una
dirección que va según el mejor interés de quien habla y que entonces
intenta afirmar su verdad.
Existen muchos ejemplos de este género, es decir de palabras que
parecen grandes discursos, pero que de hecho esconden un preconcepto o
incluso una ideología. En realidad, o la verdad existe por sí misma o no
existe en absoluto. Nadie la puede crear sino que solo puede
descubrirla como fruto de una investigación seria y diligente. Para
tener idea de lo que estamos diciendo, piénsese particularmente en la
palabra “tolerancia”. La misma significa una actitud permisiva con
relación a quienes tienen opiniones diversas a las nuestras. Las
opiniones, sobre todo hoy en día, son variadas con respecto a las mismas
creencias religiosas, al deporte, a la filosofía de vida, etc.
Habitualmente somos muy tolerantes.
La tolerancia parece una carta de identidad para la vida social. Si
uno es intolerante es considerado un enemigo de la comunidad. Pero,
extrañamente, las más de las veces, la tolerancia tiene el poder de
significar un permisivismo -casi espontáneo- hacia el relativismo. (la
idea de que no hay verdad y que cada uno puede tener la suya) más que el
ser respetuoso con relación a aquellos que la rechazan y piensan que la
verdad existe por sí misma como un dato y no como una imposición.
¿Por qué, por ejemplo, hay tan poca tolerancia con relación a quien
sostiene que la vida se inicia con la concepción y que un niño debe ser
siempre respetado, garantizándole el derecho natural de vivir? Por otra
parte, sin embargo, la tolerancia es entendida normalmente como el ser
respetuosos con relación a las personas “pro-derecho a decidir”, es
decir aquellos que no reconocen que un niño recién concebido es aquella
persona que nosotros fuimos y que ahora no podríamos reclamar ningún
derecho si hubiéramos sido sacrificados con el aborto.
¿Por qué tal discriminación en el ser tolerantes? ¿Ello significa que
la palabra tolerancia tiene doble significado? Absolutamente no. Ello
solo significa que las palabras pueden ser entendidas según el
significado que la mayoría desea, aunque no sea necesariamente la
verdad. La verdad, de hecho, no es una opinión. Lo que está siendo
impuesto a través del poder de la palabra no es la verdad de la que
tenemos necesidad sino más bien el poder de una ideología transmitida
por el “savoir-fare” de palabras significativas.
Hemos aprendido acerca de este poder de las palabras vacías con la
dramática historia del niño Alfie Evans, el cual literalmente ha sido
condenado a muerte a pesar de estar vivo y tener capacidad de respirar.
El Juez Hayden, que trató su caso, dijo durante la audiencia conclusiva
del martes 24 de abril de 2018: esto «representa… el capítulo conclusivo del caso de este niño extraordinario».
Lo que significaba: ninguna posibilidad de llevarlo a Italia para
ulteriores tratamientos médicos, ni tampoco de tener el apoyo de
elementos fundamentales, no obstante el hecho de que haya sobrevivido al
apagado del ventilador comenzando a respirar por sí mismo. Era
necesario aplicarle el “protocolo” (otro juego de palabras para
describir eufemísticamente la muerte). Veáse la perfidia de estas
palabras: «capítulo conclusivo» (es decir, la muerte y no otra cosa) de un «niño extraordinario» (por su fuerza de vivir y de resistir a la muerte).
El mismo juez Hayden esperaba que el niño pudiera ser restituido a
sus progenitores, los cuales podrían dedicarle un poco de tiempo antes
de su fin, antes que invertir más tiempo en una batalla jurídica. Estaba
seguro de su muerte. «El cerebro no podía regenerarse por sí mismo y prácticamente no ha quedado nada de su cerebro»,
agregó el juez en la misma circunstancia. De ningún modo se podía dejar
que Alfie permaneciera con vida. Debía morir, pero ¡alegremente porque
era un niño extraordinario! En verdad, la vida no depende del cerebro.
La vida es mucho más que el cerebro y la dignidad de Alfie, como la de
cualquier otro ser humano, pertenece a la persona como tal y no depende
de la funcionalidad de los componentes de nuestro cuerpo. Como una
cereza sobre la torta, pues, hubo otra expresión que sorprende por su
hipocresía: «mejores intereses».
Repetidas veces se dijo que, según el Hospital pediátrico Alder Hey, la continuidad del tratamiento «no era lo mejor para Alfie».
Incluso cuando Alfie resistía a la muerte y continuaba vivo respirando
con autonomía durante mucho tiempo, morir aún estaba de acuerdo con su
mejor interés. ¿Cuando en realidad, la muerte es el mejor interés de un
hombre? En este caso, porque se trataba de promover la eutanasia de
Estado -conocida como “dulce muerte”, pero mucho peor porque era
decidida por un juez y no por la misma persona o sus progenitores- la
muerte estaba de acuerdo al mejor interés (de la ideología de turno).
Se puede ver fácilmente el vacío de estas palabras que promueven una
auténtica batalla de la ideología contra la realidad. Parecía que la
ideología había vencido porque Alfie no logró respirar más tiempo y
murió. Pero no es así. Con la muerte de un pequeño ángel quedó
plenamente revelado el vacío maligno de una sociedad opulenta que
descarta a los débiles creyendo así que es fuerte. Quien mata a los
débiles, porque aparentemente son tales, se condena a sí mismo al vacío y
al fracaso de una debilidad no redimida y quizás no redimible.
Esperamos que esta ideología de la fuerza aparente, con la muerte de
un pequeño guerrero pueda ser enterrada en la tumba de la propia
arrogancia. Debemos sin embargo abrir los ojos y darnos cuenta que
estamos en guerra. Que todos somos Alfie y que esos millones de niños
son asesinados no en un tribunal sino en el seno de la propia madre, en
nombre de la piedad y de palabras falsas. No podemos permanecer callados
frente a tal monstruosidad cultural. Cuando la razón no funciona más y
Dios está lejos de nuestro horizonte humano, nuestro conocimiento
produce absurdos monstruosos. Absurdos mortales si nos quedamos aún ojos
cerrados lejos de la realidad de la verdad. La verdad no es una
opinión, no es un chirrido de los medios, sino la objetividad de la
realidad. (P. Serafino M. Lanzetta)
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