Internacionales
¿QUÉ
PASÓ CON
LOS HÉROES DE USA?
En
la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) hubo estrategas afamados en ambos bandos
(Erich von Manstein, Heinz Guderian, Franz Halder, Dwight Eisenhower, Omar
Bradley, Georgi Zhukov, etc.) y
operadores tácticos reconocidos (Berd von Runstedt, Vasili Chikov, Albert
Kesselring, Archibald Wavell, Herman Hoth, Ivan Koniev, Konstantin Rokossovski,
Harold R. Alexander, etc.). También hubo uso destacado de armas (blindados
alemanes y rusos, cruceros ingleses, bombarderos norteamericanos, etc.).
Los
que no abundaron, a pesar del constante batallar, fueron los héroes bélicos, reconocidos
y aclamados popularmente (Erwin Rommel o Bernard Montgomery). En el caso de los
Estados Unidos, que es el que acá nos interesa, sólo dos conductores militares
alcanzaron ese nivel épico. Ellos fueron el Grl. Douglas MacArthur y el Grl.
George S. Patton. El citado germano (Rommel) fue honrado (suicidio mediante,
por su anti-hitlerismo), entonces y después. El inglés (Montgomery) por un solo
suceso (El Alamein) pasó a la gloria, donde ha permanecido. En cambio, los dos
yanquis quedaron opacados, tras sus notables triunfos. ¿Por qué?
Veamos.
Douglas MacArthur
(1886-1964), general de Ejército de USA (el quinto en su historia que alcanzó
ese grado), fue el famoso “Comandante Supremo de las Fuerzas Aliadas en el
Frente del Pacífico”, durante la guerra con el Imperio Japonés. Derrotado en
Filipinas, desde Australia proclamó “Volveremos”, y lo cumplió, hasta la
rendición de los nipones. Después, en 1950, le tocó comandar las fuerzas de la
ONU en su guerra con Corea del Norte. En tal lucha protagonizó el audaz desembarco
en Ichón, tras las líneas enemigas, que hubiera permitido concluir la
contienda, de no mediar una circunstancia decisiva. A las orillas del río Yalu,
las tropas comunistas chinas de Mao Tse-Tung apoyaron a los norcoreanos que,
restablecidos, empujaron a los aliados de vuelta hacia el sur. Merced a la maniobra
del Grl. Mathew Ridgway los aliados pudieron contener a los comunistas en el
paralelo 38, donde luego se fijó la frontera entre ambas Coreas.
Empero
MacArthur no se conformó con esa situación. Planteó dos operaciones ofensivas.
Una primera, de auxilio a los nacionalistas chinos del Grl. Chiang Kai-Shek, refugiados
en Taiwan (abandonados por USA, a raíz del Informe de Owen Lattimore, un
comunista infiltrado en la diplomacia yanqui, donde se acusaba a Chiang de
corrupción, mientras se elogiaba a Mao, como un buen “demócrata”). La segunda y
más decisiva, el ataque a las fuerzas chinas detrás del río Yalu.
En
esa última operación quedaba implicada la posibilidad de tener que emplear
armamento atómico. Dado que los chinos comunistas carecían de esos explosivos
no era improbable que para responder a los Aliados lo pidieran prestado a la
URSS (que lo tenían merced a la traición del matrimonio Rosenberg). Ante esa
expectativa, MacArthur opinó que la Unión Soviética -sopesando su propia
defensa- no intervendría, y que así se destruiría el poder de Mao. Pero que, si
se produjera el apoyo ruso, ese era el momento en que USA y sus Aliados debían
atacar con todo su poderío a los comunistas de ambos países y destruirlos para
siempre. Osadía suprema de este gran estratega (censurada, por cierto, por
todos los políticos bien pensantes y el pacifismo periodístico liberal).
Ese
fue el momento en que intervino el Presidente de USA, Harry S. Truman, quien en
abril de 1951 relevó a MacArthur de su mando, y lo reemplazó por Ridgway.
MacArthur acató la orden presidencial, no sin hacer público su desacuerdo con
ella.
Después
de 11 años, regresó a su país, donde fue recibido apoteóticamente por el pueblo
estadounidense. El Partido Republicano, en principio, iba a postular a
MacArthur para la candidatura presidencial. No lo hizo, y eligió a Robert Taft,
congresista de la derecha anticomunista, al cual MacArthur apoyó, y del cual
iba a ser su eventual vicepresidente. Entonces, las fuerzas ocultas que gobiernan
en la trastienda de la política yanqui
seleccionaron al Grl. Dwight, “Ike”, Eisenhower para que enfrentara a Taft (y,
eventualmente, a MacArthur). En esa interna republicana se impuso Eisenhower,
quien arribó a la presidencia exhibido como un derechista. En realidad, era un
típico exponente de la pseudo-derecha, quien nunca rompió con la Unión
Soviética (y que por el contrario,
instaló a Fidel Castro en Cuba).
Douglas
MacArthur, el victorioso general cinco estrellas, se “desvaneció”- cual lo
expresó en su célebre discurso en el
Congreso: “Los viejos generales nunca mueren; solo se desvanecen”-, y el
mundo occidental tuvo que esperar hasta 1991 para que el PCUS (Partido
Comunista de la Unión Soviética) arriara la bandera roja con la hoz y el
martillo del frente del Politburó. Cuarenta años de zozobra, de Guerra Fría y
Telón de Acero, ante el Nuevo Islam. Con la Komintern desestabilizando a todos
los gobiernos del mundo.
En
1964, USA enterró en Norfolk, Virginia,
en un modesto cementerio, a su héroe nacional, descalificado como belicista
aventurero. No obstante, quedó firme su lema: “Primero el deber, el
honor y la patria”.
Con
el Grl. George Smith Patton Jr.,
(1885-1945), el héroe de las fuerzas norteamericanas que operaron en Europa, la
cosa fue peor; mucho peor. Asunto que pasamos a considerar.
El
problema está claramente expuesto en el libro de Robert K. Wilcox, Target: Patton. The
plot asesinate General George S. Patton, Washington, Regenery Publishing, 2008, 2014, de 400
páginas, y divulgado en el de Billy O´Reilly, Killing Patton, New York, Henry Llolt and Company, 2014. Publicaciones
que han tratado de ser desacreditadas por el “establishment”, que ha empleado a
tres periodistas (de “History Channel”) para que, con visos de objetividad,
negaran la acusación contenida en las obras antes citadas.
Porque
ya corresponde que informemos al lector que la denuncia sensacional publicada
indica, nada menos, que el Grl. Patton fue asesinado y que tal homicidio fue
planificado y ejecutado por las autoridades superiores de USA, en connivencia
con la NKVD soviética.
¿Cómo?
Pues,
como se verá a continuación.
El
Jefe del III Ejército de USA George S. Patton murió el 21 de diciembre de 1945
en un hospital de la ciudad alemana de Heidelberg, supuestamente de las
secuelas de un accidente de tránsito que había protagonizado unos días atrás en
la carretera de Manheim; concretamente, en una colisión entre el automóvil
Cadillac en que viajaba el General y un camión del Ejército de USA, que se
cruzó de carril.
Tal
la versión oficial de las cosas (que es la registrada en la excelente película
“Patton: The true story”, traducida como “Patton: mito o realidad”, con la
extraordinaria actuación del actor George C. Scott). Esa muerte, tenida como
accidental, conmovió al mundo. Patton había sido el comandante del victorioso
Tercer Ejército Norteamericano. Se había distinguido en batallas en Túnez, en
Sicilia (con la toma de Palermo y Messina), en Normandía, pero sobre todo con
el contraataque en Las Ardenas, que rompió el
cerco alemán.
Sin
embargo, resulta que en el otoño de 1979, en Washington, Douglas Bazata, condecorado ex paracaidista y miembro de la O.S.S.
(Office of Strategic Service), antecesora de la CIA, le confesó a Wilcox que él
había sido comisionado por su jefe, el Grl. William Donovan, apodado “Wild Bill”, para matar a Patton.
En
una confesión circunstanciada, Bazata explicó que ya en 1943, por orden de
Donovan, había recibido instrucciones de “detener” a Patton en Francia,
recibiendo una remuneración extra de 800
dólares. De consiguiente, en agosto de 1944, en las cercanías de Dijon, hizo un
primer intento de asesinato, que fracasó.
Entonces
se planificó el delito con mayor cuidado. Mientras el conductor del camión
militar, el sargento Thompson, debía girar bruscamente su vehículo para que
contra él se estrellara el Cadillac, Bazata, munido de un arma especial,
efectuaba un disparo de un proyectil de baja velocidad contra Patton, que le
rompió una vértebra del cuello.
Se
suponía que allí debía terminar la cosa.
No
obstante, Patton sobrevivió tanto al choque como al disparo y fue llevado de
urgencia al hospital militar de Heidelberg. Pasados unos días, se informó que
el General se reponía satisfactoriamente de su accidente. Entonces, ahí entró a
jugar un agente de la NKVD, quien -con el visto bueno de USA- se encargó de
inocular un veneno (de cianuro de potasio) en la sonda del suero que recibía el
General. Con lo que, claro, se consiguió el objetivo, y Patton falleció de
inmediato.
En
los diez años que le llevó a Wilcox
indagar las causas de las cosas, dio con datos relevantes (en “Documentos
secretos desclasificados, T 2”). De
ellos resultaba que hacia el fin de la guerra, Patton con su 3er. Ejército
había penetrado hasta Pilzen, localidad a 50 kilómetros de Praga, y de allí se
encaminaba a conquistar Berlín. En ese estado de las cosas, recibió la orden de
Eisenhower de retirarse de Checoeslovaquia, al tiempo que el combustible para
sus tanques se desviaba para las lejanas tropas inglesas de Montgomery.
Obviamente disgustado con esas medidas indagó el motivo de ellas, y se le
contestó que en Yalta se había pactado que la Unión Soviética se haría cargo de
la Europa Central y que el Ejército Rojo de Zhukov y Koniev era el que debía
entrar primero en Berlín.
Concluida
la guerra, y al frente de las tropas yanquis de ocupación en Alemania, Patton
asistió a diversos sucesos demostrativos de
la tendencia de la política internacional que seguía el Gobierno
estadounidense. Recibió denuncias de la aplicación del Plan Morgenthau destinado a eliminar la industria y parte de la
población germana. Comprobó que alrededor de 5 millones de rusos que se habían
refugiado en Occidente eran obligados a retornar a Rusia, donde pasaron al
Gulag siberiano. El comandante de esos rusos anticomunistas, el General
Vlasov, se rindió a Patton, éste
consultó con Eisenhower, quien le ordenó que lo remitiera a su comandancia.
Desde allí Vlasov fue entregado a los soviéticos, quienes lo degollaron y pusieron su cabeza en un palo. Colmada la
paciencia, Patton proclamó sin ambages: “Los aliados hemos luchado contra el
enemigo equivocado”. Se dispuso a renunciar a su cargo y retornar a su país
para informar a la población de lo que estaba aconteciendo en Europa.
Con
esos dichos y actos firmó su sentencia de muerte. El General Donovan,
cumpliendo por supuesto, instrucciones superiores, dio la orden a Douglas
Bazata para que eliminara a Patton, tal como éste –abrumado en la conciencia
por su crimen- lo refirió a Wilcox.
En
el citado libro, su autor enumera diversos hechos, ninguno de los cuales pudo
ser rebatido por el núcleo de periodistas oficiales, encargados de
desacreditarlo. Entre otros, estuvieron los siguientes:
El conductor del
camión militar que efectuó la increíble maniobra de girar su vehículo hacia la
contramano, el sargento Thompson, nunca fue indagado ni procesado y se lo
trasladó a Inglaterra.
Los
periodistas alegan que fue porque el propio Patton se opuso a que lo
enjuiciaran. Versión insostenible, porque, en primer lugar, Patton yacía
ensangrentado y semi-moribundo, como para suponer que en ese estado iba a hacer
las manifestaciones exculpatorias que le atribuyen. Por lo demás, el delito de
lesiones gravísimas y /o tentativa de homicidio estaba consumado, y con perdón
o no de la víctima, el fiscal de la causa debió citar a indagatoria a Thompson,
cosa que nunca sucedió.
El
expediente sobre el accidente desapareció, sin que se efectuara un sumario para
determinar los hechos.
No
se efectuó autopsia al occiso. Los periodistas sostienen que fue porque la
esposa de Patton, Beatrice, se opuso a esa medida. De nuevo, insostenible. Ante
un delito de acción pública que produzca la muerte, la autopsia del occiso es
de reglamento, cualquiera fuera la supuesta voluntad de los parientes.
Los
periodistas aseveran que Patton nunca estuvo solo en su habitación del
hospital, porque siempre hubo una
enfermera a su lado; lo que habría impedido la acción del agente ruso. Esto es
falso; porque en cuanto llegó su esposa, ella fue la encargada de cuidarlo. Beatrice,
por su lado, salía de cuando en cuando de la pieza. De modo que el agente
soviético, que estaría esperando la ocasión, debió o pudo aprovecharla.
El
automóvil Cadillac que transportaba a Patton sufrió daños severos. Empero,
ninguno de los otros tres ocupantes del coche
padeció lesiones. El auto fue enviado a
USA y se haya en un museo de Fort Knox. Wilcox,
tras un minucioso estudio de las fotos, afirma que se cambió el
vehículo, y que el que se guarda en el museo no fue el que intervino en la
colisión.
El 2 de octubre de 1979, Douglas Bazata
fue sometido al aparato detector de mentiras, que verificó que decía la verdad.
El oficial del Ejército de USA en
Baviera, Steven Skukik, que se había interesado por averiguar el caso, fue
desafectado de sus funciones en Alemania, y remitido a USA.
Por fin, Douglas Bazata murió en enero
de 1999, sin haberse arrepentido de su confesión.
Esos
son los hechos reales. Los que requieren una explicación.
Patton
era realmente de temer. Su lema bélico, “sangre y agallas”, lo dice todo. Si se
proponía denunciar a su superior inmediato, Eisenhower, y a los gobernantes del
“New Deal” yanqui, podía descontarse que iba a concretar sus objetivos. Más
recelaría Stalin, toda vez que Patton no ocultaba su designio de enfrentar de
inmediato a los soviéticos.
Ahí
estaban los motivos del ilícito.
Ahora
bien. En un país común, un disidente como Patton podía haber sido simplemente
apartado del mando militar, sin afectar su integridad física. Pero en un
Imperio ideológico como el estadounidense, cuyo “Manifest Destiny” era el
dominio universal, las recetas maquiavelistas o renacentistas eran bien
recibidas. Y, adoptado ese sendero, no habría limitaciones posteriores,
incluido el crimen de su héroe nacional. El supragobierno de USA (que,
vgr., maneja sin control alguno la Reserva Federal de Fort Knox) no se
anda con chiquitas. Si hay que destruir un país, como lo hizo con Serbia, por
la cuestión de Sarajevo, se lo demuele hasta arrumbarlo en la edad de piedra.
O, para no ir tan lejos, tal como lo que hicieron con la República Argentina en
los años del cuarenta, donde el mismo William Donovan organizó un ataque
completo, una “guerra no declarada”. Precisamente, en mi reciente libro “Años del cuarenta. La Argentina en la hora
norteamericana. (El sino de Chapultepec), Bs. As., Katejon, 2017, 2
volúmenes, he explorado esa cuestión. Empero, me faltaba el dato del homicidio
de Patton, que es como la prueba del nueve, la información que corrobora la
actitud del Imperio del Estandarte Estrellado. Aprovecho ahora para incluir
esta “addenda” extra-libresca.
Como
fuere, creo haber señalado lo que hizo USA con sus héroes. Por algo, los
familiares de Patton, no repatriaron sus restos, y los inhumaron en un
cementerio de Hamn, cercano a la ciudad de Luxemburgo, donde descansan los
huesos de los soldados del Tercer Ejército Norteamericano. Es que el héroe de
Las Ardenas fue un caído más en el combate secreto y profundo de su Patria con
el Misterio de Iniquidad, las Fuerzas de las tinieblas que enmarañan la
globalización moderna.
Enrique Díaz Araujo