martes, 7 de noviembre de 2017

Destruir la economía parasitaria catalana, objetivo patriótico fundamental para derrotar al independentismo

Destruir la economía parasitaria catalana, objetivo patriótico fundamental para derrotar al independentismo





Algunos de los empresarios que apoyan la economía catalana. De arriba izquierda a abajo derecha: Joaquim Coello, Miquel Martí, Joan Font, Enric Crous, Pau Relat, Joan Planes, Oriol Guixà, Carles Sumarroca, Joan Oliveras, Joaquim Vidal y Ferràn Rodés
Algunos de los empresarios que apoyan la economía catalana. De arriba izquierda a abajo derecha: Joaquim Coello, Miquel Martí, Joan Font, Enric Crous, Pau Relat, Joan Planes, Oriol Guixà, Carles Sumarroca, Joan Oliveras, Joaquim Vidal y Ferràn Rodés
AR.- En julio de 2016, un catalán ingresaba en la Prisión Modelo de Barcelona. Su delito: discrepar de la versión oficial y tener sus propias opiniones, tras años de investigación y estudios, acerca de los hechos acontecidos en los territorios ocupados por los alemanes durante la II guerra mundial. El arma del delito: los libros que se apilaban en su librería de la calle Séneca de Barcelona, en el barrio de Gràcia, y que llevan la firma de autores patriotas que han sido severamente estigmatizados por atreverse a contrapuntar el punto de vista hoollywoodiense sobre aquel período. Su nombre, Pedro Varela Geiss. Hasta sus más feroces detractores mediáticos; es decir, casi todos, reconocen en él virtudes ciclópeas que están en peligro de extinción. Es austero, políglota, amante de los deportes de montaña, posee una sobresaliente cultura, desprecia el dinero, vive en la casa familiar, ha optado por la castidad, es cristiano practicante y ha clavado una bandera en una trinchera donde pone: “Me quedó aquí, es mi decisión, venid a por mí”.



Nunca antes en Cataluña un encarcelamiento había tenido una significación ideológica tan clara. Fueron las ideas defendidas por Varela las que determinaron su ingreso en prisión. A diferencia de lo vivido en las  últimas horas, no hubo caceroladas en su apoyo, ni políticos consumidos por el sectarismo otorgándole la condición de preso político, ni tampoco pancartas en la fachada del Ayuntamiento de Barcelona exigiendo su excarcelación. Pedro Varela, en tanto espíritu libre y español sin cadenas, no era uno de los suyos.

Durante una de sus intervenciones en el programa “La ratonera”, dijo: “Aquí estoy. Si la gente no tuviese interés por saber lo que pasó en el Tercer Reich yo ya habría cerrado. Donde hay demanda, hay mercado y donde hay mercado hay producción. ¿Qué van a hacer conmigo? ¿Enviarme a Marte? ¿Meterme en un psiquiátrico? Después de toda una vida no puedo decir ahora: “vale, me creo lo del holocausto”. Es curioso que sus argumentos fuesen idénticos a los que emplean hoy los mismos que condenan el encarcelamiento de los Jordis: las ideas no pueden ser perseguidas ni judicializadas.

Obvia reseñar que Pedro Varela no instigó nunca a la rebelión, ni tampoco trató de impedir a policías y guardias civiles que llevaran a cabo el mandato de un juzgado de Barcelona, ni provocó destrozos en vehículos policiales, ni pretendió quebrantar la Constitución, ni dinamitar el Estado, ni causó estragos en la economía catalana. No nos consta que alguien del independentismo saliera en defensa de los derechos del librero barcelonés. A decir verdad, sus apoyos dentro de la sociedad catalana se redujeron a su círculo más íntimo. La comparación entre el silencio en Cataluña ante el encarcelamiento de un librero por vender libros y el estruendoso apoyo a un puñado de delincuentes que han pretendido romper la nación española, nos revela al mismo tiempo cuáles son las claves de la esquizofrenia del movimiento independentista catalán. Algunos analistas lo llaman disonancia cognitiva. Este concepto, procedente del campo de la psicología y acuñado por Leon Festinger en su obra A theory of congnitive dissonance (1957), hace referencia a los conflictos internos que se desencadenan cuando un individuo tiene pensamientos, creencias o sentimientos contradictorios. Según dicho autor, cuando surgen esas incongruencias el individuo afectado tiende a tratar de reducirlas y a minimizar la tensión que de ellas se deriva construyendo un conjunto estructurado y coherente de ideas que en muchos casos, y como se evidenció en algunos experimentos desarrollados por el propio Festinger, le llevan a aceptar las mentiras como verdades.

En las últimas semanas, todos los argumentos que ha sostenido el independentismo se han revelado infundados. Los líderes independentistas prometieron una Arcadia feliz y lo que se ha producido es una fuga de empresas sin precedentes, un trágico empeoramiento de la economía, un aumento considerable del paro, una fractura social de difícil cosido y unas perspectivas a medio y largo plazo sencillamente aterradoras. Los líderes independentistas engañaron a sus huestes como a chinos. Ellos mismos han reconocido que carecían de capacidad operativa para hacer efectiva la independencia pese a que, supuestamente, ya desde el 2012 –según el Acuerdo para la transición nacional y para garantizar la estabilidad parlamentaria del Gobierno de Cataluña suscrito entre CiU y ERC– se estaba trabajando en ello. No había nada o prácticamente nada preparado, no había ninguna posibilidad de controlar el territorio y los trabajadores públicos. En torno al cúmulo de mentiras se ha construido la mayor de todas: España nos reprime. Con esta idea tan falsa y elemental se borran todas las mentiras anteriores. Todo lo anterior prueba el imposible diálogo con gente tan enferma.

El epítome de la farsa lo han desvelado en las últimas horas tertulianos y comunicadores de medio pelo, resueltos a instalar en el ánimo de la opinión pública española la conveniencia de poner fin a las medidas correctoras contra Cataluña y que todo vuelva a la senda de lo que ellos llaman “normalidad”. El drama para nosotros es que disponen de sobrados medios para ellos. Algunos de los medios informativos con más presencia en los hogares españoles son propiedad de catalanes independentistas. Si observa el lector, la mayoría de las cadenas audiovisuales y radiales de ámbito nacional cuentan con comunicadores catalanes en horarios de máxima audiencia. Algunos de ellos contabilizan como insultos a Cataluña frases en favor de la unidad de España, y cualquiera que exteriorice su indignación contra el separatismo, con una bandera española, se convierte en un peligroso perturbador de la paz social y la convivencia democrática. Es decir, en un fascista de tomo y lomo. Si nos dieran a elegir, yo también reclamaría verme liberado de la influencia tóxica de estos manipuladores en la mayoría de los medios españoles. Pero que se tenga que echar mano de periodistas catalanes como disolventes de la conciencia nacional, ya nos da una idea del tipo de gente a la que nos enfrentamos. Tiene gracia que el excelso jurista Jordi Évole o Susanna Griso, repùtada conocedora del derecho constitucional, reconvengan a la juez Carmen Lamela sobre sus autos. Y un apunte obligado para refutar lo que esta gentuza repite para asentar en la opinión pública la idea de una justicia española arbitraria y contraria a los catalanes: el auto de la juez Lamela, a mi juicio impecable desde la observación estricta del Derecho, es al PP al que políticamente menos interesaba. Y hago este apunte desde un medio que no se caracteriza precisamente por resaltar las virtudes políticas del partido en el Gobierno.

Espero que la influencia de estos medios al servicio de la causa secesionista, aunque operen en todo el territorio nacional, sea lo limitada que está siendo. La opinión pública y publicada, felizmente, transitan por caminos opuestos en  el tema catalán. Hoy por hoy, hay instalada en la población española el convencimiento de que el problema catalán no se ataja con paños calientes y sí con las medidas correctoras que el Gobierno no se atreve a poner en marcha.

Pero es hora también de apuntar a los inductores del proceso de insurrección contra España. En ese sentido, la burguesía catalana ha jugado un papel determinante. Destinada a parasitar al resto de España desde el siglo XIX, los sectores que han dominado la economía catalana han sido los causantes de las peores tragedias de nuestra historia contemporánea. De cara a preservar sus inversiones, la burguesía catalana obligó a los gobiernos españoles a mantener sus últimas colonias en ultramar, lo que supuso un gran coste económico y en vidas humanas en Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Si los gobiernos no se avenían a sus exigencias, entonces no faltaba quien costease alguna levantamiento militar, como el del general Primo de Rivera en septiembre de 1923.

La situación se reprodujo en el protectorado español en Marruecos, creado para defender los intereses de la burguesía catalana que detentaba el control de las explotaciones siderúgicas en el Rif.

Esa misma burguesía catalana se alineó con la anarquista CNT para oponerse a Lerroux y tensar la cuerda de la relación de Cataluña con la II república, lo que a la postre nos llevó a la guerra civil. Terminado el conflicto, con la victoria sin paliativos de las tropas nacionales, los catalanes se adhirieron fanáticamente al franquismo, beneficiándose en los años postreriores de los planes de industrialización que hicieron de Cataluña la región más próspera de España.

La conversión al democratismo liberal coincidió con los primeros achaques físicos de Franco. Ya en la democracia han seguido sacando tajada y parasitando al resto de los españoles, con los gobiernos de UCD, PSOE y PP. Siempre con el falso seny como coartada, mientras sus representantes políticos y financieros robaban a manos llenas. Fue con ocasión de las primeras actuaciones judiciales contra la corrupción en Cataluña cuando decidieron cambiar de bando y de estrategia. Esta vez sin embargo han llegado demasiado lejos. Se echaron al monte del independentismo, con los anarquistas de la CUP, la extrema izquierda republicana de ERC, y la extrema izquierda comunista de Podemos ejerciendo de tontos útiles Pretendían que la independencia las proporcionara un nuevo estado que les librase de la cárcel y les permitiese conservar el botín rapiñado durante décadas. Al final el tsunami provocado los ha arrastrado también a ellos.

Así que basta ya de actitudes conmiserativas con esta gente. Habría que preguntar a los que con tanta insistencia apelan hoy al diálogo político: ¿dónde estaban todos estos años en los que se adoctrinaba a los niños en los colegios, se perseguía a los hispanoparlantes y se inoculaba el odio a España en la población desde todos los ámbitos de la vida pública catalana? Ahora es la oportunidad del resto de los españoles de pagarles con la misma moneda y desquitarnos de sus abusos durante siglos.

Ahora que el patriotismo español renace sin complejos, es imperio que no cejemos en el objetivo de menoscabar los intereses catalanes hasta la destrucción de sus principales empresas. Si las grandes empresas catalanas se resienten hasta el punto que muchos deseamos, habremos cortado la vía de financiación del separatismo y de todos los planes para disolución de la conciencia nacional española promovidos desde Cataluña.

Ejerzamos nuestra libertad para boicotear a los responsables del desastre nacionalista. Yo también reivindico el derecho a liberarme de ellos, de su mafia periodística, de sus mefistofélicos políticos, de su falsedad congénita, de sus impenitentes mentiras, de su despreciable victimismo, de sus deslealtades, trampas, robos y engaños.