Destruir la economía parasitaria catalana, objetivo patriótico fundamental para derrotar al independentismo
AR.- En julio de 2016, un catalán ingresaba en la Prisión Modelo de
Barcelona. Su delito: discrepar de la versión oficial y tener sus
propias opiniones, tras años de investigación y estudios, acerca de los
hechos acontecidos en los territorios ocupados por los alemanes durante
la II guerra mundial. El arma del delito: los libros que se apilaban en
su librería de la calle Séneca de Barcelona, en el barrio de Gràcia, y
que llevan la firma de autores patriotas que han sido severamente
estigmatizados por atreverse a contrapuntar el punto de vista
hoollywoodiense sobre aquel período. Su nombre, Pedro Varela Geiss.
Hasta sus más feroces detractores mediáticos; es decir, casi todos,
reconocen en él virtudes ciclópeas que están en peligro de extinción. Es
austero, políglota, amante de los deportes de montaña, posee una
sobresaliente cultura, desprecia el dinero, vive en la casa familiar, ha
optado por la castidad, es cristiano practicante y ha clavado una
bandera en una trinchera donde pone: “Me quedó aquí, es mi decisión,
venid a por mí”.
Nunca antes en Cataluña un encarcelamiento había tenido una
significación ideológica tan clara. Fueron las ideas defendidas por
Varela las que determinaron su ingreso en prisión. A diferencia de lo
vivido en las últimas horas, no hubo caceroladas en su apoyo, ni
políticos consumidos por el sectarismo otorgándole la condición de preso
político, ni tampoco pancartas en la fachada del Ayuntamiento de
Barcelona exigiendo su excarcelación. Pedro Varela, en tanto espíritu
libre y español sin cadenas, no era uno de los suyos.
Durante una de sus intervenciones en el programa “La ratonera”, dijo:
“Aquí estoy. Si la gente no tuviese interés por saber lo que pasó en el
Tercer Reich yo ya habría cerrado. Donde hay demanda, hay mercado y
donde hay mercado hay producción. ¿Qué van a hacer conmigo? ¿Enviarme a
Marte? ¿Meterme en un psiquiátrico? Después de toda una vida no puedo
decir ahora: “vale, me creo lo del holocausto”. Es curioso que sus
argumentos fuesen idénticos a los que emplean hoy los mismos que
condenan el encarcelamiento de los Jordis: las ideas no pueden ser
perseguidas ni judicializadas.
Obvia reseñar que Pedro Varela no instigó nunca a la rebelión, ni
tampoco trató de impedir a policías y guardias civiles que llevaran a
cabo el mandato de un juzgado de Barcelona, ni provocó destrozos en
vehículos policiales, ni pretendió quebrantar la Constitución, ni
dinamitar el Estado, ni causó estragos en la economía catalana. No nos
consta que alguien del independentismo saliera en defensa de los
derechos del librero barcelonés. A decir verdad, sus apoyos dentro de la
sociedad catalana se redujeron a su círculo más íntimo. La comparación
entre el silencio en Cataluña ante el encarcelamiento de un librero por
vender libros y el estruendoso apoyo a un puñado de delincuentes que han
pretendido romper la nación española, nos revela al mismo tiempo cuáles
son las claves de la esquizofrenia del movimiento independentista
catalán. Algunos analistas lo llaman disonancia cognitiva. Este
concepto, procedente del campo de la psicología y acuñado por Leon
Festinger en su obra A theory of congnitive dissonance (1957), hace
referencia a los conflictos internos que se desencadenan cuando un
individuo tiene pensamientos, creencias o sentimientos contradictorios.
Según dicho autor, cuando surgen esas incongruencias el individuo
afectado tiende a tratar de reducirlas y a minimizar la tensión que de
ellas se deriva construyendo un conjunto estructurado y coherente de
ideas que en muchos casos, y como se evidenció en algunos experimentos
desarrollados por el propio Festinger, le llevan a aceptar las mentiras
como verdades.
En las últimas semanas, todos los argumentos que ha sostenido el
independentismo se han revelado infundados. Los líderes independentistas
prometieron una Arcadia feliz y lo que se ha producido es una fuga de
empresas sin precedentes, un trágico empeoramiento de la economía, un
aumento considerable del paro, una fractura social de difícil cosido y
unas perspectivas a medio y largo plazo sencillamente aterradoras. Los
líderes independentistas engañaron a sus huestes como a chinos. Ellos
mismos han reconocido que carecían de capacidad operativa para hacer
efectiva la independencia pese a que, supuestamente, ya desde el 2012
–según el Acuerdo para la transición nacional y para garantizar la
estabilidad parlamentaria del Gobierno de Cataluña suscrito entre CiU y
ERC– se estaba trabajando en ello. No había nada o prácticamente nada
preparado, no había ninguna posibilidad de controlar el territorio y los
trabajadores públicos. En torno al cúmulo de mentiras se ha construido
la mayor de todas: España nos reprime. Con esta idea tan falsa y
elemental se borran todas las mentiras anteriores. Todo lo anterior
prueba el imposible diálogo con gente tan enferma.
El epítome de la farsa lo han desvelado en las últimas horas
tertulianos y comunicadores de medio pelo, resueltos a instalar en el
ánimo de la opinión pública española la conveniencia de poner fin a las
medidas correctoras contra Cataluña y que todo vuelva a la senda de lo
que ellos llaman “normalidad”. El drama para nosotros es que disponen de
sobrados medios para ellos. Algunos de los medios informativos con más
presencia en los hogares españoles son propiedad de catalanes
independentistas. Si observa el lector, la mayoría de las cadenas
audiovisuales y radiales de ámbito nacional cuentan con comunicadores
catalanes en horarios de máxima audiencia. Algunos de ellos contabilizan
como insultos a Cataluña frases en favor de la unidad de España, y
cualquiera que exteriorice su indignación contra el separatismo, con una
bandera española, se convierte en un peligroso perturbador de la paz
social y la convivencia democrática. Es decir, en un fascista de tomo y
lomo. Si nos dieran a elegir, yo también reclamaría verme liberado de la
influencia tóxica de estos manipuladores en la mayoría de los medios
españoles. Pero que se tenga que echar mano de periodistas catalanes
como disolventes de la conciencia nacional, ya nos da una idea del tipo
de gente a la que nos enfrentamos. Tiene gracia que el excelso jurista
Jordi Évole o Susanna Griso, repùtada conocedora del derecho
constitucional, reconvengan a la juez Carmen Lamela sobre sus autos. Y
un apunte obligado para refutar lo que esta gentuza repite para asentar
en la opinión pública la idea de una justicia española arbitraria y
contraria a los catalanes: el auto de la juez Lamela, a mi juicio
impecable desde la observación estricta del Derecho, es al PP al que
políticamente menos interesaba. Y hago este apunte desde un medio que no
se caracteriza precisamente por resaltar las virtudes políticas del
partido en el Gobierno.
Espero que la influencia de estos medios al servicio de la causa
secesionista, aunque operen en todo el territorio nacional, sea lo
limitada que está siendo. La opinión pública y publicada, felizmente,
transitan por caminos opuestos en el tema catalán. Hoy por hoy, hay
instalada en la población española el convencimiento de que el problema
catalán no se ataja con paños calientes y sí con las medidas correctoras
que el Gobierno no se atreve a poner en marcha.
Pero es hora también de apuntar a los inductores del proceso de
insurrección contra España. En ese sentido, la burguesía catalana ha
jugado un papel determinante. Destinada a parasitar al resto de España
desde el siglo XIX, los sectores que han dominado la economía catalana
han sido los causantes de las peores tragedias de nuestra historia
contemporánea. De cara a preservar sus inversiones, la burguesía
catalana obligó a los gobiernos españoles a mantener sus últimas
colonias en ultramar, lo que supuso un gran coste económico y en vidas
humanas en Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Si los gobiernos no se avenían
a sus exigencias, entonces no faltaba quien costease alguna
levantamiento militar, como el del general Primo de Rivera en septiembre
de 1923.
La situación se reprodujo en el protectorado español en Marruecos,
creado para defender los intereses de la burguesía catalana que
detentaba el control de las explotaciones siderúgicas en el Rif.
Esa misma burguesía catalana se alineó con la anarquista CNT para
oponerse a Lerroux y tensar la cuerda de la relación de Cataluña con la
II república, lo que a la postre nos llevó a la guerra civil. Terminado
el conflicto, con la victoria sin paliativos de las tropas nacionales,
los catalanes se adhirieron fanáticamente al franquismo, beneficiándose
en los años postreriores de los planes de industrialización que hicieron
de Cataluña la región más próspera de España.
La conversión al democratismo liberal coincidió con los primeros
achaques físicos de Franco. Ya en la democracia han seguido sacando
tajada y parasitando al resto de los españoles, con los gobiernos de
UCD, PSOE y PP. Siempre con el falso seny como coartada, mientras sus
representantes políticos y financieros robaban a manos llenas. Fue con
ocasión de las primeras actuaciones judiciales contra la corrupción en
Cataluña cuando decidieron cambiar de bando y de estrategia. Esta vez
sin embargo han llegado demasiado lejos. Se echaron al monte del
independentismo, con los anarquistas de la CUP, la extrema izquierda
republicana de ERC, y la extrema izquierda comunista de Podemos
ejerciendo de tontos útiles Pretendían que la independencia las
proporcionara un nuevo estado que les librase de la cárcel y les
permitiese conservar el botín rapiñado durante décadas. Al final el
tsunami provocado los ha arrastrado también a ellos.
Así que basta ya de actitudes conmiserativas con esta gente. Habría
que preguntar a los que con tanta insistencia apelan hoy al diálogo
político: ¿dónde estaban todos estos años en los que se adoctrinaba a
los niños en los colegios, se perseguía a los hispanoparlantes y se
inoculaba el odio a España en la población desde todos los ámbitos de la
vida pública catalana? Ahora es la oportunidad del resto de los
españoles de pagarles con la misma moneda y desquitarnos de sus abusos
durante siglos.
Ahora que el patriotismo español renace sin complejos, es imperio que
no cejemos en el objetivo de menoscabar los intereses catalanes hasta
la destrucción de sus principales empresas. Si las grandes empresas
catalanas se resienten hasta el punto que muchos deseamos, habremos
cortado la vía de financiación del separatismo y de todos los planes
para disolución de la conciencia nacional española promovidos desde
Cataluña.
Ejerzamos nuestra libertad para boicotear a los responsables del
desastre nacionalista. Yo también reivindico el derecho a liberarme de
ellos, de su mafia periodística, de sus mefistofélicos políticos, de su
falsedad congénita, de sus impenitentes mentiras, de su despreciable
victimismo, de sus deslealtades, trampas, robos y engaños.