“Soy marino de mi Patria Yo resguardo su heredad Mi destino está en las olas En las olas de la mar.”
Anónimo, Canción del marino.
Anónimo, Canción del marino.
Cuarenta
y tres hombres y una mujer se hicieron a la mar un día. No estoy
haciendo la crónica de un crucero de placer ni estoy contando un chiste
procaz. Se hicieron a la mar porque era su trabajo. Un trabajo que solo
se sustenta si uno tiene para ello una vocación de hierro. Un trabajo
por demás peligroso que ninguna aseguradora de riesgo bancaría sin una
prima multimillonaria. Un trabajo por el que recibían menos, mucho
menos, que lo que una puta de televisión cobra por contar su última
encamada; pero eran marinos y era su obligación vigilar un mar que está
en manos de depredadores y ladrones, un mar al que los argentinos,
acostumbrados a mirar tierra adentro no le prestamos atención ni, menos
aún, nos interesa.
Eran submarinistas y como todos los hombres de
armas de la Argentina, hacía años que estaban acostumbrados a usar
materiales obsoletos, remendados y vencidos en su vida útil.
Acostumbrados a ser menospreciados por el poder político, a recibir el
constante descrédito que les hacía saber que para una parte importante
de la Argentina ellos sobraban -esa Argentina de mierda llorona,
mentirosa y cobarde- y que su destino solo les importaba a familiares y a
muy poca gente más.
No obstante, en esta situación política y
social de desprecio al uniforme y a la vida militar que venimos viviendo
desde hace más de treinta y cinco años, ha habido, y los hay, miles de
chicos, capaces, inteligentes y, fundamentalmente, buenas personas -por
los cuales no se moverá jamás ningún canal de televisión- que han
despreciado un futuro cómodo, sin traslados agobiantes y económicamente
satisfactorio, para hacer la carrera de las armas. Muchas veces nos
preocupamos por ver una juventud mediocre y hedonista que se emborracha o
droga cada fin de semana y nos hemos olvidado, de manera infame de
aquellos que eligen su destino por encima de las satisfacciones
materiales.
Es que lo políticamente correcto- esa savia
“intelectual y progre” que envenena los cerebros cagones de políticos y
periodistas- han decidido que todo hombre de armas debe empezar su vida
activa cargando con el pecado original de una guerra librada en una
época en que ellos eran niños, y de la que estos paniaguados olvidan que
no fueron la Instituciones Armadas de la República las que la
iniciaron.
No
hace falta ser muy despierto para darse cuenta que este odio, amasado
por los que perdieron la guerra, tuvo su paroxismo bajo un gobierno de
iletrados y ladrones que usaron a quienes odiaban a las FF.AA. porque
ello les daba los fueros “progres” necesarios que les permitió robar a
destajo. A partir de esto cualquiera puede pensar si no se retacearon
recursos en las reparaciones de media vida del submarino A.R.A. “San
Juan” -¿recuerdan el infame “¡al agua pato!” gritado en el astillero?- y
que si estas se llevaron a cabo de la mejor manera fue gracias a la
capacidad técnica de los obreros del astillero y nada más. Aún flota en
los mentideros navales la leyenda que cuenta que en lugar de cabillas de
acero o madera dura, a la fragata A.R.A. “Libertad” le habían repuesto
cabillas de plástico.
Que hoy la desaparición del submarino A.R.A.
“San Juan” nos concentre en los problemas de la Armada Argentina no
significa que las otras Fuerzas lo estén pasando bien. Deberíamos, los
argentinos, hacernos varias preguntas: ¿Cuántos pilotos de combate de la
F.A.A. han muerto en entrenamiento?, pero peor aún, ¿Cuántos pilotos de
la F.A.A. han abandonado la carrera, no solo por los bajos sueldos sino
también por la falta de medios para entrenarse?; ¿Cuántos
helicopteristas y otros especialistas de Ejército han seguido el camino
de los de la F.A.A. por las mismas razones?
La respuesta es una, a
los políticos argentinos les pesan las Fuerzas Armadas, ellos serían
felices si el país fuera una Costa Rica desarmada y siguen creyendo, en
su ignorancia, que el haber decidido que la República no tenga hipótesis
de conflicto nos convierte automáticamente en inatacables.
Cuarenta
y tres hombres y una mujer se hicieron a la mar un día y hoy sabemos
que el mar se los llevó. Hoy la palabra más repetida en radio, diarios y
televisión es ¡Héroes!, dichas por tipos que hasta ayer no se privaban
de críticas o ninguneos o exaltaban la figura de un roñoso dedicado al
corte de rutas decidiendo sin pruebas que la Gendarmería se lo había
cargado. Que esa chusma de lameculos los llame héroes a los tripulantes
del A.R.A. “San Juan” es una banalización infame del heroísmo, que se
limiten a mostrar las lágrimas de esposas, madres, padres e hijos de los
que se llevó el mar porque eso vende y eso, y no otra cosa, es lo que
les interesa.