martes, 21 de noviembre de 2017
EL APOYO DE EEUU A ISRAEL
UN CASO DE MORALIDAD MENGUANTE
Aparte de su presunto valor
estratégico, los partidarios de Israel también afirman que merece apoyo
incondicional de los EE. UU. porque
1) es débil y está rodeado de enemigos;
2)
es una democracia, que es una forma preferible de gobierno;
3) el pueblo judío
ha sufrido crímenes en el pasado por los que merece un tratamiento especial;
4) la conducta de Israel es moralmente superior al comportamiento de sus
adversarios.
Inspeccionados más de cerca cada uno de estos argumentos es poco convincente.
Hay un caso moralmente fuerte para apoyar la existencia de Israel, pero eso no
está en peligro. Visto objetivamente, las conductas pasadas y presentes de
Israel no ofrecen una base moral para darles más privilegios que a los
palestinos.
¿Apoyo al más desvalido?
A menudo se describe a Israel como débil y asediado, como un David judío rodeado por un Goliat árabe. Esta imagen ha sido cuidadosamente alimentada por los líderes israelíes y escritores simpatizantes con la causa, pero la imagen opuesta está más cerca de la verdad. Contrariamente a lo que se suele creer, los Sionistas tenían fuerzas mayores, mejor equipadas y mejor mandadas durante la guerra de independencia de 1947-49 y las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF) consiguieron unas victorias rápidas y fáciles en 1956 y contra Egipto, Jordania y Siria en 1967 –antes de que la ayuda a gran escala de los EE. UU. empezase a llegar a Israel. Estas victorias dan pruebas evidentes del patriotismo israelí, de su capacidad organizadora y de su capacidad militar, pero también dejan claro que Israel nunca estuvo indefenso, ni siquiera en los primeros tiempos.
A menudo se describe a Israel como débil y asediado, como un David judío rodeado por un Goliat árabe. Esta imagen ha sido cuidadosamente alimentada por los líderes israelíes y escritores simpatizantes con la causa, pero la imagen opuesta está más cerca de la verdad. Contrariamente a lo que se suele creer, los Sionistas tenían fuerzas mayores, mejor equipadas y mejor mandadas durante la guerra de independencia de 1947-49 y las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF) consiguieron unas victorias rápidas y fáciles en 1956 y contra Egipto, Jordania y Siria en 1967 –antes de que la ayuda a gran escala de los EE. UU. empezase a llegar a Israel. Estas victorias dan pruebas evidentes del patriotismo israelí, de su capacidad organizadora y de su capacidad militar, pero también dejan claro que Israel nunca estuvo indefenso, ni siquiera en los primeros tiempos.
Hoy en día, Israel es la fuerza militar más importante de Oriente Medio. Su ejército convencional es muy superior a los de sus vecinos y es el único estado de la región que tiene armas nucleares. Egipto y Jordania firmaron tratados de paz con Israel y Arabia Saudí también se ofreció a hacerlo. Siria ha perdido a su benefactor soviético, Irak está diezmado por tres guerras desastrosas e Irán está a cientos de kilómetros. Los palestinos casi no tienen una policía eficaz, mucho menos un ejército que pudiese amenazar a Israel. Según un estudio de 2005 del Jaffee Center for Strategic Studies (Centro Jaffee para estudios estratégicos) de la Universidad de Tel Aviv, “el balance estratégico favorece decididamente a Israel, que ha continuado ampliando la distancia cualitativa entre su propia capacidad militar y su poder de disuasión y la de sus vecinos”. Si favorecer al más desvalido fuese un razonamiento convincente, los EE. UU. deberían apoyar a los oponentes de Israel.
¿Ayuda a una democracia amiga?
El apoyo americano a menudo se justifica afirmando que Israel es una democracia amiga rodeada por dictaduras hostiles. Este razonamiento suena convincente, pero no justifica el nivel de apoyo actual. Después de todo, hay muchas democracias por el mundo, pero ninguna recibe el suntuoso apoyo que recibe Israel. Los EE. UU. han derrocado gobiernos democráticos en el pasado y han apoyado a dictadores cuando esto resultó beneficioso para los intereses norteamericanos y tienen buenas relaciones con un buen número de dictaduras actuales. Así pues, ser una democracia no justifica ni explica el apoyo estadounidense a Israel.
El razonamiento de “democracia compartida” se ve debilitado también por aspectos de la democracia israelí que van en contra de valores norteamericanos. La de los EE. UU. es una democracia liberal donde se supone que la gente de cualquier raza, religión o grupo étnico goza de los mismos derechos. Como comparación, Israel fue fundado explícitamente como un estado judío y la ciudadanía se basa en el principio de afinidad sanguínea. Dado este concepto de ciudadanía, no nos sorprende que a los árabes de Israel, un millón tres cientos mil, se les trate como a ciudadanos de segunda clase o que una reciente comisión del gobierno de Israel declarase que Israel se comporta de forma “negligente y discriminatoria” con ellos.
De forma similar Israel no permite que los palestinos que se casan con ciudadanos israelíes pasen a ser también ciudadanos israelíes y no les concede a estas esposas el derecho a vivir en Israel. La organización israelí para los derechos humanos B’tselem denominó esta restricción “una ley racista que determina quién puede vivir aquí según criterios racistas”. Tales leyes pueden ser comprensibles dados los principios fundamentales de Israel, pero no están de acuerdo con la imagen de democracia norteamericana.
El estatus democrático de Israel también está minado por su negativa a otorgar a los palestinos un estado viable propio. Israel controla la vida de unos 3,8 millones de palestinos en Gaza y en la Orilla Oeste, mientras coloniza tierras en las que los palestinos han vivido durante mucho tiempo. Israel es una democracia formal, pero los millones de palestinos que controla tienen negados sus derechos políticos y, por lo tanto, el razonamiento de “democracia compartida” se ve correspondientemente debilitada.
Compensación por los crímenes del pasado
La tercera justificación moral es la historia del sufrimiento judío en el occidente católico, especialmente el trágico episodio del Holocausto. Como los judíos fueron perseguidos durante siglos y sólo pueden estar a salvo en una patria judía, muchos creen que Israel merece un tratamiento especial por parte de los EE. UU.
Está claro que los judíos han sufrido mucho debido al despreciable legado del antisemitismo y que la creación de Israel fue una respuesta adecuada a una larga lista de crímenes. La historia, como hemos dicho, nos ofrece un caso moralmente fuerte para la defensa de la existencia de Israel. Pero la creación de Israel llevó consigo crímenes adicionales contra un pueblo completamente inocente: el palestino.
El desarrollo de estos acontecimientos está claro. Cuando el Sionismo político comenzó en serio en el siglo XIX, en Palestina sólo había unos 15.000 judíos. En 1983, por ejemplo, los árabes comprendían aproximadamente el 95% de la población y a pesar de estar bajo control otomano, permanecieron en posesión de su territorio durante 1.300 años. Incluso cuando se fundó Israel, los judíos eran sólo el 35% de la población de Palestina y poseían el 7% de las tierras.
La dirección de la principal corriente sionista no estaba interesada en establecer un estado binacional o en aceptar una partición permanente de Palestina. La dirección sionista deseaba a veces aceptar la partición como primer paso, pero esto sólo era una maniobra táctica y no su objetivo real. Como dijo David Ben-Gurion a finales de los años 30: “Después de la formación de un gran ejército en la debilidad del establecimiento de un estado, aboliremos la partición y nos expandiremos por toda Palestina”.
Para alcanzar esa meta los sionistas debían expulsar a un gran número de árabes del territorio que acabaría siendo Israel. Era la única forma de conseguir su objetivo. Ben-Gurion vio el problema con claridad y escribió en 1941: “es imposible imaginar una evacuación general (de la población árabe) sin usar la fuerza de forma brutal”. O como dice el historiador israelí Benny Morris: “La idea de traslado es tan vieja como el sionismo moderno y ha acompañado a su evolución y praxis durante el último siglo”.
Esta oportunidad llegó en 1947-48 cuando las fuerzas israelíes llevaron a 700.000 palestinos al exilio. Los israelíes han afirmado durante mucho tiempo que los árabes se fueron porque sus líderes se lo mandaron, pero estudios cuidadosos (muchos de ellos hechos por historiadores israelíes como Morris) han echado abajo este mito. De hecho, la mayoría de los líderes árabes pidió a la población palestina que se quedase en casa, pero el miedo a una muerte violenta a manos de las fuerzas sionistas hizo que la mayoría huyese. Después de la guerra Israel prohibió el regreso de los palestinos exiliados.
El hecho de que la creación de Israel suponía un crimen moral contra el pueblo palestino estaba claro para los líderes israelíes. Como Ben-Gurion le dijo a Nahum Goldmann, presidente del Congreso judío mundial, “si yo fuese un líder árabe nunca haría las paces con Israel. Es natural: hemos ocupado su país. … Procedemos de Israel, pero de eso hace dos mil años, ¿qué tiene eso que ver con ellos? Ha habido antisemitismo, los nazis, Hitler, Auschwitz, pero, ¿fue por su culpa? Ellos sólo ven una cosa: hemos llegado aquí y les hemos robado su país. ¿Por qué tienen que aceptarlo?”.
Desde entonces, los líderes israelíes han buscado repetidamente negar las ambiciones nacionalistas de los palestinos. La primera ministra Golda Meir dijo una frase que llegó a ser famosa: “no existe nadie que sea un palestino”. Incluso el primer ministro Yitzhak Rabin, quien firmó en 1993 los Acuerdos de Oslo, nada menos que se opuso a la creación de un estado palestino de derecho. La presión de extremistas violentos y el aumento de población palestina ha obligado a los líderes israelíes posteriores a retirarse de algunos de los territorios ocupados y a explorar compromisos territoriales, pero ningún gobierno israelí ha estado dispuesto a ofrecer a los palestinos un estado propio viable. Incluso la supuestamente generosa oferta del primer ministro Ehud Barak en Camp David en julio de 2000 sólo les daba a los palestinos una serie de “Bantustans” desarmada y desmembrada bajo el control de facto de Israel.
Los crímenes europeos contra los judíos ofrecen una justificación moral clara del derecho de Israel a existir, pero la supervivencia de Israel no está en duda –aunque algunos extremistas islámicos hagan referencias escandalosas y poco realistas a “borrarlo de la faz de la tierra” – y la trágica historia del pueblo judío no obliga a los EE. UU. a ayudar a Israel sin importar lo que hace en la actualidad.
Los “virtuosos israelíes” contra los “malvados
árabes”
El argumento moral definitivo describe a Israel como un país que ha buscado la paz constantemente y que siempre ha mostrado contención incluso cuando era provocado. De los árabes, al contrario, se dice que siempre han actuado con gran maldad. Esta narración –que repiten hasta la saciedad líderes israelíes y apologistas norteamericanos como Alan Dershowitz– es otro mito. En términos de comportamiento actual, la conducta moral israelí no es moralmente distinguible de las acciones de sus oponentes.
Estudios israelíes demuestran que los primeros sionistas estaban muy lejos de ser benevolentes con los árabes palestinos. Los habitantes árabes se resistieron a la usurpación sionista, lo que no puede sorprender a nadie dado que los sionistas estaban intentando crear su propio estado en territorio árabe. Los sionistas respondieron vigorosamente y ninguno de los dos bandos tiene moralmente la razón durante este periodo. Este mismo estudio revela también que la creación de Israel en 1947-48 implicó actos explícitos de limpieza étnica incluidas ejecuciones, masacres y violaciones por parte de judíos.
Además, la conducta posterior de Israel hacia sus adversarios árabes y hacia los palestinos ha sido, a menudo, brutal, sometiendo cada reivindicación a una conducta moralmente superior. Entre 1949 y 1956, por ejemplo, las fuerzas de seguridad israelíes mataron entre 2.700 y 5.000 infiltrados árabes, la gran mayoría de los cuales estaba desarmada. Las IDF llevaron a cabo numerosos ataques transfronterizos contra sus vecinos a principios de los 50 y a pesar de que estas acciones fueron descritas como respuestas defensivas, en realidad eran parte de un amplio esfuerzo por expandir las fronteras de Israel. Las ambiciones expansionistas de Israel le llevaron a unirse también a Gran Bretaña y Francia en el ataque a Egipto de 1956, Israel sólo se retiró de las tierras conquistadas tras la intensa presión ejercida por los EE. UU.
Las IDF también mataron a cientos de prisioneros de guerra egipcios en las guerras de 1956 y 1967. En 1967 expulsaron entre 100.000 y 260.000 palestinos de la recién conquista Orilla Oeste y echaron a 80.000 sirios de los Altos del Golán. También fue cómplice de la masacre de 700 inocentes palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Shatila después de la invasión del Líbano en 1982 y una comisión de investigación israelí declaró al ministro de defensa de aquel momento, Sharon, “personalmente responsable” de estas atrocidades.
El personal israelí ha torturado a numerosos prisioneros palestinos, humillándolos sistemáticamente y ha molestado a civiles palestinos y usado la fuerza indiscriminadamente contra ellos en numerosas ocasiones. Durante la Primera Intifada (1987-1991), por ejemplo, las IDF distribuyeron porras entre sus tropas y las animaron a romper los huesos de los protestantes palestinos. La organización sueca “Save the Children” estimó que “entre 23.600 y 29.000 niños habían necesitado atención médica por heridas de golpes en los dos primeros años de la intifada”, aproximadamente un tercio tenía huesos rotos. Casi un tercio de los niños golpeados tenía diez años o menos.
La respuesta de Israel a la Segunda Intifada (2000-2005) ha sido más violenta, llevando a Ha’aretz a declarar que “las IDF … se están convirtiendo en una máquina de matar cuya eficacia es impresionante, casi espantosa”. Las IDF dispararon un millón e balas en los primeros días del levantamiento, lo que está muy lejos de una respuesta comedida. Desde entonces Israel ha matado a 3,4 palestinos por cada Israel perdido, la mayoría de los cuales eran testigos inocentes; la relación de niños palestinos muertos contra niños israelíes es superior (5,7 contra 1). Las fuerzas israelíes han matado también a varios activistas extranjeros por la paz, incluida la joven a norteamericana de 23 años que fue aplastada por un bulldozer israelí en marzo de 2003.
Estos hechos sobre la conducta israelí han sido ampliamente documentados por numerosas organizaciones pro derechos humanos –incluyendo destacados grupos israelíes– y no admiten discusión por los observadores internacionales. Por esto mismo cuatro antiguos miembros del Shin Bet (la organización de seguridad interna de Israel) condenaron la actuación israelí durante la Segunda Intifada en noviembre de 2003. Uno de ellos declaró: “nos estamos comportando de una forma vergonzosa”, y otro tachó la conducta de Israel de “claramente inmoral”.
¿Pero no tiene derecho Israel a hacer lo que sea necesario para proteger a sus ciudadanos? ¿No justifica el mal del terrorismo el apoyo continuo de los EE. UU. aunque Israel responda con dureza?
De hecho este argumento tampoco es una justificación moral convincente. Los palestinos han usado el terrorismo contra los ocupantes israelíes y su disposición a atacar civiles inocentes está mal. Ese comportamiento no sorprende, sin embargo, porque los palestinos creen que no tienen otra manera de forzar concesiones israelíes. Como admitió una vez el primer ministro Barak, si hubiese nacido palestino “se habría unido a una organización terrorista”.
Tampoco debemos olvidar que los sionistas usaron el terrorismo cuando se vieron en una situación de debilidad similar y estaban intentando conseguir su propio estado. Entre 1944 y 1947 varias organizaciones sionistas usaron ataques terroristas con bombas para expulsar a los británicos de Palestina y por el camino se llevaron muchas vidas de civiles inocentes. Terroristas israelíes también asesinaron al mediador de la ONU, el conde Folke Bernadotte, en 1948 porque se oponía a su propuesta de internacionalizar Jerusalén. Los autores de estos actos no eran extremistas aislados: los jefes del plan de asesinato consiguieron la amnistía del gobierno israelí y uno de ellos fue elegido para el Knesset. Otro líder terrorista que aprobó el asesinato, pero que no fue juzgado, fue el futuro primer ministro Yitzhak Shamir. Es cierto, Shamir admitió públicamente que “ni la ética judía ni la tradición judía pueden rechazar el terrorismo como medio de combate”. Al contrario, el terrorismo tenía “un gran papel que jugar … en nuestra guerra contra el ocupante (Gran Bretaña)”. Si el uso del terrorismo por parte de los palestinos es moralmente censurable hoy en día, también la dependencia que de él tenía Israel en el pasado, por lo tanto no puede justificarse el apoyo de EE. UU. a Israel basándose en que su conducta en el pasado había sido moralmente superior.
Quizá Israel no haya actuado peor que muchos otros países, pero está claro que no ha actuado mejor. Y si ni los argumentos morales ni los estratégicos son válidos para el apoyo estadounidense a Israel, ¿cómo lo explicamos?