13/11/17 12:05 am
En
la Tradición de la Iglesia encontraremos siempre límpida la sana y
perenne doctrina, muy beneficiosa y saludable para nuestra alma. Nos
estemos ávidos de novedades, que son un veneno mortal. Buscar otras
“verdades” fuera de la Iglesia católica es locura y necedad, como
también lo es dejarse embaucar por la teología moderna, apestada de
herejías.
A este respecto afirmaba Gregorio XVI en la “Singulari Nos”: «Es
muy deplorable hasta qué punto vayan a parar los delirios de la razón
humana cuando uno está sediento de novedades y, contra el aviso del
Apóstol, se esfuerza por saber más de lo que conviene saber, imaginando,
con excesiva confianza en sí mismo, que se debe buscar la verdad fuera
de la Iglesia católica, en la cual se halla sin el más mínimo sedimento
de error».
El P. Antonio Gómez Mir, párroco
de San Jordi de Barcelona y capellán de Hispania Martyr nos explica el
modernismo y sus causas desde su raíz, así como las principales condenas
del Magisterio de la Iglesia.
¿Qué entendemos por modernismo y cuáles son las notas que lo definen?
El
modernismo es una crisis del pensamiento católico que se manifestó a
finales del siglo XIX y comienzos del XX, que pretendía conciliar la fe
con algunos principios de la «filosofía moderna» y con ciertas teorías
de la crítica histórica.
Las notas principales que lo definen son:
agnosticismo, sentimentalismo, heredado del protestantismo liberal,
inmanentismo y la exaltación humanista. Para entender su desarrollo
habría que retrotraerse a Lutero, o incluso a Erasmo de Rotterdam, que
bien podría ser el primer modernista, el primer demócrata cristiano.
Ploncard d´Assac recoge una expresión muy esclarecedora: “Erasmo puso el huevo y Lutero lo empolló”.
El
error protestante tuvo su versión laica en el subjetivismo gnoseológico
kantiano y, de aquí, en la doble orientación del idealismo
trascendental de Fichte-Schelling-Hegel, que subordinaba la religión a
la filosofía y del irracionalismo fideista (más cercano a Kant) de
Schleiermacher, que ponía la esencia de la religión en el «sentimiento»
individual de lo divino.
La gravedad del error dogmático del
modernismo está toda ella en su principio fundamental. Es un cambio
radical de la noción misma de «verdad», de «religión» y de «revelación»:
la esencia de este cambio está en la aceptación incondicionada del
«principio de inmanencia» que funciona como fundamento del pensamiento
moderno. Abandona la verdad cristiana a la contingencia de la cultura
humana y de la experiencia subjetiva.
¿Podría citar las principales encíclicas y documentos eclesiásticos que condenan expresamente el modernismo?
San
Pío X publicó la Encíclica “Pascendi”, condenando la doctrina
modernista. Constituyó un acto magisterial único en su especie pues el
Pontífice no sólo condenaba un error, sino que, exhaustivamente y desde
sus raíces más profundas exponía la doctrina que condenaba. En efecto,
las doctrinas modernistas no habían sido presentadas por sus autores
como un sistema orgánico. Sin embargo, en la Encíclica el Pontífice
muestra cómo aquella amalgama de errores responde a una raíz común que
encierra grave peligro para la fe católica.
Fue precedida del decreto Lamentabili que
condena 65 proposiciones en su mayoría de obras de Alfred Loisy. Por la
naturaleza y profundidad del documento el historiador jesuita Ludwig
Hertling dijo que la Encíclica “Pascendi” es una obra maestra en su
género, digna de ocupar un puesto al lado del Tomus ad Flavianum de León
el Grande y del decreto tridentino sobre la justificación.
También
destaca el gran asombro que causó entre los mismos modernistas el
conocimiento profundo que el Pontífice mostró tener de la doctrina que
condenaba.
Antes que San Pío X, hay dos documentos publicados
conjuntamente por Pio IX (“Quanta cura” y el “Syllabus”) que son
fundamentales. Incluso “Mirari vos” y “Singulari vos” de su predecesor,
otro gran Papa, Gregorio XVI son necesarios para comprender los
precedentes. Se podría afirmar que Pío IX combatió el error cuando se
insinuaba en el mundo y Pío X lo atajó cuando pugnaba por adueñarse de
la Iglesia. Tienen más de un siglo, pero para entender lo que pasa hoy
en la Iglesia hay que volver a leer estos documentos. De aquellos
polvos, vinieron estos lodos.
¿Por qué San Pío X definió el modernismo como el compendio de todas las herejías?
Decía
el admirado padre Santiago Ramírez O.P. que las desviaciones
doctrinales en materia religiosa en nuestros tiempos modernos tienen por
característica «el ser fundamentales y de una cierta universalidad». Es
cierto que hubo momentos en la historia de la Iglesia que la herejía
era poderosa pero el error se circunscribía a uno u otro dogma o verdad
de fe: la divinidad de Jesucristo, el pecado original, la Presencia real
de Cristo en el Sacramento del Altar… Ahora el error es más radical,
afecta a toda verdad de fe, porque pretenden reformular todo a la luz de
los nuevos tiempos. Por todo eso San Pío X calificó al modernismo de
compendio de todas las herejías, “omnium haereseon collectum”
El
P. Ramírez dice que el modernismo invadió toda la religión cristiana,
sometiéndola a una transformación radical, según las leyes de la
evolución vital, que consiste en un puro cambio. Se trataba de denostar
todo intelectualismo, porque el intelecto es radicalmente incapaz de
percibir la realidad como es en sí. Es una de las notas del modernismo:
el agnosticismo.
La única vía de acceso a la verdad es la
experiencia individual, íntima. Puro inmanentismo. La revelación, la
fe, los dogmas todos no son más que vivencias más o menos conscientes y
transfiguradas de nuestra experiencia religiosa. Las fórmulas llamadas
dogmáticas carecen de todo valor y de toda verdad absoluta: son meros
símbolos o imágenes de los objetos de nuestra fe, creados por el sentido
religioso. Son siempre provisionales y de un valor puramente relativo.
No existe ni puede existir una verdad absoluta. Todo es puro cambio,
como la vida misma. Por eso cambia eso que llamamos verdad, a tenor de
la vida y las circunstancias.
El modernismo -señala la Pascendi-
mina el carácter sobrenatural de la Iglesia «no desde fuera, sino desde
dentro… en sus mismas entrañas» Un error como esté no afecta a una
verdad de fe sino a todo el depósito de la fe que custodia la Iglesia
católica. Es la herejía de todas las herejías. No es un tumor, es la
metástasis…
¿Quiénes fueron los principales representantes del modernismo?
Una
reflexión sobre los aspectos existenciales de los protagonistas de este
naufragio espiritual –casi todos clérigos- retrata muy bien las
consecuencias del modernismo en la vida de un creyente.
Los
máximos representantes del error fueron en aquellos comienzos del siglo
XX: Alfred Loisy, Blondel, el Barón Friedrich von Hügel, íntimo amigo de
Loisy y de Maurice Blondel, el P. Duchesne, Albert Houtin, sacerdote
también y muy estudioso en el campo de la historiografía, Le Roy y
Marcel Héber, en el campo de la filosofía. Mons. Mignot -más tarde
arzobispo de Albi-, que será siempre un defensor del movimiento, aunque
procure moderar sus excesos; el Abbé Birot, su futuro Vicario General.
En Italia Romulo Murri, considerado padre de la democracia cristiana,
otros dos sacerdotes: Giovanni Semeria y Ernesto Buonaiuti y un laico:
Antonio Fogazzaro con su deletérea obra “El Santo”. En Inglaterra el
Padre George Tyrrell, hombre torturado de dudas.
Se dice que
Alfred Loisy, el más importante de ellos, perdió la fe ya en el
Seminario, pero, en general, de los demás modernistas que habían sido
hombres de fe en un momento dado, pierden la fe. Una frase suya
tristemente célebre es el lamento: “Cristo predicó el Reino de Dios, y lo que vino fue la Iglesia”.
Afirmaba sin rodeos que Cristo no quiso en ningún momento fundar la
Iglesia. El Padre Tyrrell, jesuita irlandés, concibió el modernismo como
un cristianismo que sintetizaría las verdades religiosas y las verdades
de la ciencia moderna. Afirmaba que los dogmas debían irse adaptando
con el tiempo de acuerdo con las necesidades de la vida misma.
La
Compañía lo expulsó en 1906. Sin un obispo que lo incardinara en su
diócesis, quedó suspendido a divinis. Tyrrell no se sometió y esto le
valió la excomunión. Se dice que al final de su vida, ya muy enfermo,
se le veía en la iglesia cercana a su casa, sentado en el último banco
llorando, posiblemente, por la fe perdida.
A partir de la Pascendi
el movimiento se dispersó. Tyrrell murió en 1909. Loisy pasó
abiertamente al racionalismo abandonando el sacerdocio y la Iglesia,
como antes habían hecho ya Houtin, Hébert y Murri y como habría de hacer
más tarde Buonaiuti (1926), el último representante del modernismo
católico.
¿Cuáles son las ideas modernistas que se fueron extendiendo hasta nuestros días?
Las
intenciones modernistas son de máxima actualidad entre teólogos y
pastores desde ya antes del Concilio Vaticano II y también en sus
peregrinas interpretaciones posteriores. Un intento de reformulación de
la fe para adaptarla al hombre moderno, para hacerla más atractiva y
cercana a sus problemas. Fue un intento de renovación de la exégesis, de
la historia y de la teología en la perniciosa estela de un pensamiento
que sospecha de todo dogmatismo y que estaba familiarizado con los
nuevos métodos de interpretación de los textos.
No sería
comprensible la crisis modernista, sin tener presente la generalización
del racionalismo y del agnosticismo en el pensamiento occidental, a
partir de Kant. Tal pensamiento había ejercido un fuerte influjo sobre
la teología protestante alemana, gestando así en su seno al llamado
protestantismo liberal que acabó negando absolutamente todo: la
inspiración de la Sagrada Escritura, los milagros, la divinidad de
Cristo, los sacramentos; y presentando la Biblia como una piadosa
colección de experiencias religiosas intimistas.
Para Sabatier, la
esencia del cristianismo reside «en una experiencia religiosa, en una
revelación íntima de Dios obrada por primera vez en el alma de Jesús de
Nazaret, que se verifica y repite, sin duda menos luminosa, pero
claramente reconocible, en el alma de todos sus verdaderos discípulos».
Jesús sintió con Dios una relación filial, mirándolo como a Padre. Es
decir, Jesucristo se sintió hijo de Dios, pero nada más. Así pues, los
dogmas no serían más que la transposición de las propias emociones en
una noción intelectual que es su imagen expresiva, su envoltura, y, por
tanto, no hay duda de que siempre sería un elemento variable y sujeto a
cambio de dos errores: agnosticismo e inmanentismo. El agnosticismo
kantiano se difundió y muchos pensadores católicos fueron salpicados por
ese corrosivo impulso.
¿De qué manera podemos contrarrestar este modernismo tan presente en la Iglesia?
La
fe de los modernistas es una creación inmanente de la propia
experiencia religiosa. Es decir, cuando los modernistas hablan de fe,
hablan de un conocimiento, que no puede trascender el orden natural. La
teología y los dogmas sobran.
Un gran filósofo y teólogo italiano,
el Padre Cornelio Fabro, estimaba, en 1974, que la teología había sido
reducida en antropología. El «giro antropológico» formulado por Karl
Rahner ha impregnado la cultura teológica y filosófica dominante del
catolicismo contemporáneo. Los grandes maestros de la vida ascética y
mística, verdaderos hombres y mujeres de fe, en ninguna cosa ponen más
cautela que en estas internas mociones sentimentales, desconfiando de
ellas, llevados por la experiencia de lo difícil que es discernir los
verdaderos sentimientos religiosos y sobrenaturales de las ilusiones
producidas por una imaginación exacerbada, por los fantasmas de la
exaltación pietista o incluso por la debilidad de cabeza.
Quien no
profese la fe católica íntegramente debe rezar mucho y pedirla con
lágrimas. Quien la posea que la guarde con celo porque es un don que
hemos recibido y que llevamos en vasijas de barro. Siguiendo la imagen
de San Pablo, cabe decir que las vasijas son frágiles, se pueden quebrar
y derramarse su contenido. Hay que cuidar la fe: oración, sacramentos y
estudio de la sana doctrina católica. La teología modernista parte de
un desprecio de la recta filosofía recomendada por la Iglesia católica
como base para los estudios teológicos; da primacía a la experiencia
íntima, con lo que reduce la fe sobrenatural a experiencia natural.
Volvamos
a la vigorosa sencillez de la abstracción aristotélico-tomista. No
puede ser teólogo quien no tuviera la fe verdadera, ni es verdadera
teología la de los herejes, pues en Teología no se procede sólo mediante
la razón, sino también mediante la fe, de la que no puede carecer quien
aspire a hacer Teología.
Javier Navascués